Aquí podéis leer un nuevo artículo del compañero Manuel Menor
El
plan quinquenal del PP –el no va más- se abre paso prodigiosamente, comprando
voluntades con sus Presupuestos
Montoro, adoctrinante,
ha recordado a quienes han discutido su entusiasmo “social”, que lo suyo no era
de antes del muro de Berlín –como ellos-, sino magnífico signo de “la libertad” posterior.
Estos días, han vuelto, como en el western americano, el bueno, el feo y el malo, en versión que Clint
Eastwood no desdeñaría. Lo que debería ser es una rareza, y lo que no debiera
existir se impone como norma pragmática de convivencia. El poder desregulado
trata de imponer lo segundo, sin recato y manipular a la ciudadanía, como ha
podido verse con la “borrachera” presentadora de los Presupuestos Generales del
Estado (PGE). Tan educadora ha pretendido ser que la “responsabilidad”, la “libertad”, la
“igualdad de oportunidades” y “el bien común”, ya valen para cualquier cosa dentro
de un orden –moral y político- que se pretende inamovible a pesar de toda
evidencia en contrario.
El bueno
Ha sido fortuito y, como casi siempre, excepcional. Afortunados
serán cuantos tengan alguna experiencia similar a la que tuve en suerte con el
orensano Luis Álvarez Tejada: amigo desde la infancia, leal aunque no
estuviéramos de acuerdo, siempre atento a cómo
le fuera a uno la vida, aunque a él no le sonriera. Acaba de irse justo
cuando más necesario era, como siempre se va la buena gente. Desde hace 38
años, siempre que podíamos quedábamos en nuestra ciudad para seguir charlando. Imposible
hablar de todo: siempre quedaba algo pendiente para darle a la hebra otro día.
Igual que, cuando pequeños, nuestras madres nos incitaban a estudiar pese a las
dificultades, porque mañana tendríamos la satisfacción al esfuerzo por salir
adelante en una vida mejor que la que ellas habían tenido… Siempre quedó
pendiente algo para un mañana. Hoy, futuro de entonces, aquel mañana se lo ha
llevado.
No sé si en algún momento de este hoy hemos aprendido más que en
los largos años de aquel pasado. Pero sí sé –y lo comparto con otros que le
trataron en su actividad social- que nadie nos podrá quitar los aprendizajes
lentos de tantas conversaciones y lecturas discutidas apasionadamente. Ni se
podrá poner en cuestión que no hubiéramos puesto coraje en tratar de comprender
qué pasaba en aquel pequeño Ourense como parte del mundo. El alto precio por la libertad individual –la
distinta de cada cual- solo pudimos pagarlo con esos mimbres en que la amistad
fiel, construida de constancia, franqueza
y estima mutua, ha merecido la pena. Por eso, será difícil recorrer de nuevo la
ciudad donde crecimos sin poder seguir entreteniendo el tiempo con la
posibilidad de volver mañana a las preguntas pendientes de hoy. Algún modo
debería haber de poder contar al buen amigo Luis cómo siga esto y que se
asombrara de si habrá cambiado algo en lo que más nos ha importado siempre o si,
por el contrario, seguirá siendo difícil que algo cambie en lo que quede.
Deberé intentarlo, pues se lo debo.
El feo
En estas andábamos y apareció el feo. La fealdad no es casual: la
ponen para que se entienda mejor de qué va todo y lo difícil que es arreglar
algo. El feo de la película, aunque a veces presuma de jocoso, es de amnistías
eminentes con apariencia de bondad al que los obsequiosos aduladores siempre
ríen porque parte el bacalao. Montoro lo sabe y saca pecho en su comparecencia
como si fuese un magnífico tribuno, aunque harte ex catedra a cuantos disienten de sus estadísticas numéricas, de su aritmética y hasta de su
economía política. No es suficientemente ignorante para que sus ironías de
distanciamiento le ayuden a convencernos. Se entiende demasiado bien qué quiere
decir cuando alaba que lo suyo no tiene ideología porque sólo trata de sacar
adelante este tinglado presupuestario e incentivar el “crecimiento”. Todo el
mundo traduce que lo que quiere es que no se alboroten quienes se pueden
alborotar: el resto, aunque sea la inmensa mayoría de los votantes, le trae al
pairo. Mal ejemplo, pero es lo que da de sí ser el feo de la película.
No es fácil pretender ser el bueno si se tiene que ser
prestidigitador en un escenario prestado: malo si te mueves y peor si te quedas
quieto. Pero claramente se va de feo cuando quienes le oyeron en la presentación
de los PGE escucharon como si lloviera, a conciencia de que les estaba robando
la cartera mientras les insultaba con lo
de “irse de copas”. En un asunto tan delicado como las prestaciones sociales
inatendidas o vilipendiadas, acusar de vicioso y libertino a quien exige un
derecho es un sucio trampantojo que viene de lejos. Hasta América exportamos este
artilugio justificativo de todo tipo de desmanes. Y así, a finales del XVIII,
un medio indígena renegaba de los suyos diciendo: “No negamos que las minas
consumen número considerable de indios, pero esto no procede del trabajo que
tienen en las minas de plata y azogue, sino del libertinaje en que viven”.
Según algunos investigadores, sólo en el cerro rico de Potosí, en tres siglos
perecieron ocho millones por las condiciones de esclavitud a que estuvieron
sometidos.
Con este paradigma moral, ya tenemos aquí los presupuestos más “sociales”
de toda la Historia de España. Qué entienda este dómine por “sociales” o qué
por presupuestos ya es pura hermenéutica. Tenemos menos ingresos y hay que recortar otros cinco mil millones y
medio, por lo del déficit de unos señores innominados. Por poner un ejemplo, lo
dedicado a Educación este año es similar a hace 20 años –aunque aumente un 1,7%
insuficiente-, con el agravante de que
nos alejamos todavía más de la media de inversión europea. No importa. La
aritmética del ministro de Hacienda es imperturbablemente
tramposa ante sus afirmaciones, según él nada ideologizadas, en que todo
entra en un mismo saco indiferenciado, sin aparentes distinciones discursivas
entre público y privado, ni entre términos
absolutos o relativos.
En este papel de feo ejemplar, a Montoro no sólo le toca
contradecir sin rubor lo que decían hace nada a propósito del cupo vasco
–instrumento ahora equiparable al 3% de otros mecanismos de
compra de voluntades-, sino que, además, tiene que hacer ver que, por “responsabilidad”
y “confianza”, estos presupuestos deberían convencer a sus oyentes del
Congreso, pese a la dudosa credibilidad de su partido. En fin, confundir la “economía
política” con la “política económica” es un mal que ya fue advertido en el
siglo XIX español hasta por Cánovas del Castillo, cuando se estaba iniciando el
paso hacia un Estado Social de derecho. Sus seguidores más fieles se han quedado
en seguir exigiendo que entendamos el conservadurismo político y económico como
el modo mejor de atender los intereses generales de todos y que, a cuenta de
ello, admitamos recortes y limitaciones a los derechos constitucionales. De
hecho, lo que mejor evidencian estos PGE es lo bien atendidos que quedan los
intereses y exigencias de los que tienen más poder económico. Cualquier otra
sugerencia solo le trae a la memoria a Montoro la ucronía de los planes quinquenales
de la URSS. No admite que, dentro de su quinquenio en la gobernanza del Estado,
su gran objetivo neoliberal haya sido lograr que la gente tragara un poco más
cada año. Igual que entonces se tildaba al discrepante de comunista, rojo y
otras lindezas insultantes, ahora se ha puesto de moda el “populismo”. Y mientras, a los mortales de a
pie –otro mundo- se la refanfinflan estos dimes y diretes que no tienen en cuenta sus necesidades y les dejan
fuera de juego.
Y el malo
Y este es el gran problema: cuando la masa crítica de desatendidos
en la conversación política crece en demasía puede pasar de todo, porque es el
momento del malo, el hombre del saco de cuando éramos pequeños. En este
momento, ya actúan ante nuestros ojos ejemplares perfectos de lo que no queremos:
este año no ha sido mala cosecha de machistas, malotes y neofascistas, amén de
la muy selecta en corruptos y mafiosos a cuenta de los dineros públicos de
todos. Vimos no hace mucho a Trump ascendiendo a la Casa Blanca. Este domingo,
día 7 de mayo, se dirime en Francia, más bien la elección entre un malo y una mala. Votar con la mano, pero con
la nariz tapada, es cada vez más una repetición y, en este caso, tanto el uno
como la otra dejan mucho qué desear.
También en la dulce Francia son tantos los encolerizados, tantos los indignados atrapados en la
disyuntiva de una insatisfactoria decisión de voto, que se generará una
profunda desafección. Probablemente gane Macron, pero eso no significa que un
muy elevado número de franceses vaya a tener la sensación de que su Estado no les
ha abandonado en manos de unas fuerzas que no controlan. Qué vaya a pasar con
los ideales republicanos será una cuestión que, aunque gane un Macron muy
arropado dentro y fuera de Francia, no será capaz de proteger.
Esa huella de lo que ocurra
en Francia, tan próxima siempre a los avatares de nuestra Historia, es de gran interés para nosotros. Con
actuaciones como las del feo de nuestra película, no nos defenderemos de lo que
propugnan los malos y sus asociados. Quienes más lo necesitan difícilmente se sentirán
parte de una España democrática en que la corrupción siga ocupando los
noticiarios y en que los presupuestos les dejen como estaban. Por más que les
digan que los de este año son los “más sociales de la Historia”, crece el
riesgo de vivir pronto aquí escenas de oposición similares a las que se han
visto en esta campaña electoral al otro lado de los Pirineos. La propia
fragmentación del Congreso de Diputados, más amplia en la izquierda, habla
mucho –aunque no todo- de lo que con más profundidad puede suceder si los
partidos siguen ensimismados en sus dilemas internos y, abstraídos en
nominalismos, no atienden a qué esté pasando realmente en la calle.
No da igual
España ya no es tan diferente, cuando la globalización informativa
lo invade todo. A este paso, va a dar igual cómo termine la película si lo que
prima es la individualidad extrema del tramposo o la ley que imponga el más
poderoso del lugar. A medida que dé lo mismo, este país no será de los ciudadanos, que se
sentirán extraños y no tendrán nada que compartir. ¿Es un territorio desabrido
y desangelado lo que queremos, donde también el bueno se sienta raro?
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Manuel Menor Currás
Madrid, 05.05.2017
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