Hay
trileros del currículum educativo
Sofismas
-y no Sofía- es lo que mueve los
modos de imponer qué y cómo estudiar Historia, Geografía y Ciencias Sociales.
Para nadie es un secreto que los sofismas –y no la Sabiduría- ayudan a dar a entender a los demás
que se tiene siempre razón. Un recopilatorio de Schopenhauer recuerda las múltiples formas que puede adoptar alguien
para tratar de sacarse de en medio a su oponente en un debate o en una
conversación anodina. Muchas ya eran practicadas desde la Grecia presocrática
y, de muchas otras, la paremiología popular atesora notables aportaciones. En
Galicia, por ejemplo, una de las maneras primeras para situar a un interlocutor
era vincularlo a la calidad de su tracto genealógico: Entón, ti, de quén ves sendo?
El efecto Feijóo
Por instinto o por cálculo, en las relaciones con los otros, no
suelen ser extrañas maneras expresivas de afán
de predominio: son indicativas del posicionamiento propio en la escena
publica en que necesariamente se mueve nuestro ser social. Quienes actúan en el
campo más estrictamente político desarrollan ese afán con más fuerza, intensidad
y constancia siempre que hablan, bien sea en el Congreso, en una Asamblea o
cuando los medios les ponen delante un micrófono. Idolatran la imagen diferencial que se han construido, y tratan de
serle fieles sosteniéndola, simple y directa, para fidelizar a otros. Es la
base de comunicación para sostener su atención. Cualquiera de nuestro actuales
líderes, como se puede ver en el efecto
de Feijóo en el cambio de imagen de su partido en la oposición al Gobierno
de Sánchez, las réplicas de este y, mejor todavía, lo que mostraron los seis
comparecientes en el primer debate televisado, anterior a la inminentes
elecciones andaluzas, permite observar las diferencias de imagen que cada cual
procura sostener y no enmendar si no quiere que su posible valía para gestionar
lo de todos no pinte nada en la escena.
No a todos se les da bien este juego. Tiene sus reglas y no todos
se atienen a ellas; especialmente cuando pretenden encarnar en sus palabras el
bien público, a muchos se les nota en exceso que transubstancian sus intereses
particulares con el interés de todos. Para ver las diferentes posiciones, en
vez de la divisoria habitual entre izquierda y derecha, es mejor la más
cualitativa. Si decimos, neoconservador,
conservador, ultraconservador, hablamos de alguien que en los criterios con
que habla y en cómo nombra las cosas, sus juicios suelen expresar que quiere
sostener lo que hay o, incluso, retroceder hacia donde estaba el asunto de que
se trate hace 80 años o más; por las razones que fueren, no quiere que cambie y
considera mejor para este presente que “el ser que tenían” aquellas cosas se
solidifique, que parezca que han sido siempre así, algo natural y “como Dios
manda”. Lo de Dios no es gratuito; es la misma línea de muchas interpretaciones
confesionales, expresivas de alianzas concordes entre neoconservadores
y neoconfesionales de distintas denominaciones. Sigue la trayectoria de una larga
historia de la humanidad desde el Antiguo Egipto, los Cesares romanos o sus
sucesores desde la Baja Edad Media hasta hoy; y el obispo de Huelva todavía
acaba de pedir el voto para este sector de la vida política hace unos días
desde El Rocío, pues de otro modo, habría “afinidades
incompatibles”.
En el otro lado del campo de juego, suelen estar los que ven la
realidad circundante como algo problemático y en constante cambio, conscientes
de que, como no espabilen, las fuerzas que dominan esas tensiones y, sobre
todo, la rentabilidad que pueda tener la agilidad en aprovechar su impulso,
entienden que hay que modular las reglas
del control de esas sinergias y el reparto de cargas que conlleve, porque, casi
siempre les toca ser meros currantes en los tramos últimos del reparto de
beneficios del trabajo, y mucho más ante imponderables como una pandemia o, de
añadido, una guerra de otros congéneres. Suelen denominarse genéricamente progresistas, aunque su gama de tendencias
es prolífica, dada la movilidad de ideas con que suelen afrontar el entendimiento del “progreso”, “cambio” o
modulación de respuestas a cómo lo
económico afecta a la vida social en la POLIS.
Pues bien, una de las modalidades en que los conservadores son
maestros es en tratar de ocultar esta divisoria real que existe, al menos,
desde el Neolítico. Cualquier lector de libros
de Historia –sean de la tendencia que sean sus neuronas- advierte enseguida
que el conflicto es como un gen de la humanidad y, si se adentra en los
vericuetos de esa área de conocimiento, también advierte que hay un afán de
ocultarlo, censurándolo cuando no
coincida con una imagen superior de algunos seres humanos. De saberse motivos, causas y secuencias de
muchos conflictos, podría cundir el afán de imitación para pelear por poner
racionalidad en los problemas que tenemos. Y no es exactamente eso, sino el
conformismo con lo que dicte un salvador
de la patria lo que, desde Cicerón y Valerio Máximo, se espera de la Historia como “magistra vitae” (maestra a imitar).
La Gallina ciega
Esta idea, tan incrustada en el conservadurismo –procedente del
contagio con la Historia sagrada, que enseñaba el nacionalcatolicismo-, lleva
en este momento a algunos políticos con mano en la educación de los españoles –en
Madrid, Murcia, Castilla-León y Andalucía- a manipular la Historia que tiene sentido conocer. Según dicen, eso
es “adoctrinamiento” e “ideología”, y que tienen que “defenderse” con un
currículum en que los puntos calientes de los problemas actuales se ocultan,
mientras procuran que se olviden los acontecimientos del pasado, indeseables
para todos, son aleccionadores en este presente incierto.
El sofisma de sus alegaciones se completa con otra amnesia inducida. Por arte de
birlibirloque, olvidan que se repiten y que han apostado por esto siempre, como
si a a base de culpar a sus adversarios
de descontrol, pudieran proponerse a sí mismos como salvadores de una humanidad
en que no hubiera manera de erradicar el mal. Del bien que atesoran, no cuentan
cómo era el currículum de la Historia que impusieron desde aquella Historia
de España contada con sencillez, de José Mª Pemán (Cádiz:
Escélicer,1939), o la que el Instituto de España impuso como modelo ese mismo
año. Evidentemente, estos no estaban allí, son demasiado jóvenes, pero sí que
es raro que no se acuerden del provecho que le sacó Esperanza Aguirre a finales de los noventa a su argucia de unas Humanidades,
infumables, sin embargo, desde el valor histórico de este término…. No
se acuerdan delo que no quieren acordarse, porque lo único que les interesa es
la rentabilidad privilegiada que les genera la ignorancia; les va bien, como
escribiera Max Aub, hacer jugar a todos a La Gallina ciega.
MMC. (08.06.2022)