domingo, 21 de febrero de 2016

"En el bosque de la convivencia escolar también hay buenos profesores y maestros" (Manuel Menor)

 Pese a los recortes y desmanes, a veces hay oportunidad observar y vivir buenas experiencias educativas. En épocas de dudas severas como las actuales, son ejemplares para animar la difícil construcción de una fraternidad democrática en la escuela de todos.

El ánimo colectivo tiene frecuentes razones para el desánimo. En los casi dos meses postelectorales, ya nos cargan demasiado las peripecias de supuestos ofendidos, hipersensibles para chillar a fondo contra quienes les dan pretextos para ocultar sus propias desnudeces bajo soberbia capa de hipocresía. Algunas situaciones eran previsibles. Otras inopinadas. Todas desconcertantes para acostumbrados a vivir sin contrariedades. Alguien debe haberlo programado todo para que caigamos en la cuenta de que actuar democráticamente es trabajoso y requiere constancia y cuidados que no logra obviar el marketing. En un paisaje de rápidas sombras y luces como el actual, pronosticar qué vaya a suceder con la formación de Gobierno de aquí a mayo sólo es certero en que podemos equivocarnos y en que, pese a todas las dificultades, el de la democracia es el mejor sistema. No hay atajos para la sana convivencia de todos.

Dimitir sin marcharse
Esta es una buena ocasión para aprender un poco más lo torcidos que podemos ser con lo que decimos sin decir, cómo callamos cuando hablamos o cómo mentimos deliberadamente cuando pretextamos sinceridad.  Por ejemplo, cuando alguien nos  cuenta lo que ha hecho y no ha hecho, cuando dimite y se queda, abandona y sigue dando la vara; cuando insiste en haber hecho cosas excelsas por la humanidad mientras que el homo antecessor le estaría muy agradecido si no hubiera molestado a sus descendientes… Para que no falte nada, con más frecuencia de la deseada hemos de oír decir que han trabajado lo indecible por “la calidad educativa” cuando, si llegan a estar algo más, hubieran desmantelado el sistema de raíz. Y ahí siguen,  agazapados a la espera de algún resquicio para lo suyo. En ese afán desalvar a la patria de continuados males de que no se sienten responsables, todavía aprenderemos bastante de aquí a mayo. Entre tanto juego de sombras, es recomendable repasar El arte de la guerra, del chino Sun Zi. Entenderemos mejor el “juego de tronos” en que andan metidos.

Mientras deshojan la margarita y empezamos a distinguir a quienes se ajuntan y por qué, las noticias del ámbito educativo tampoco cesan. A la prensa le van “los sucesos” y raro es el día que no hay alguna alusión a deficiente trato a infantes y adolescentes. Como si buscaran desesperarnos con tanto horror y, a continuación, debiéramos aclamar a cuantos surgen de inmediato como setas para que sus “mejoras de calidad” rediman los espacios escolares, ya sea con un telefonillo para maltratados, una APP para desesperados, una comisión que surge de la inoperancia o un abogado para el desánimo. Pronto vendrá alguien que ofrecerá,  previo pago de ticket, un <<forgesiano>> chiringuito donde poder lanzar todo tipo de denuestos, de los que se ofrecerá un selecto resumen en el telediario de mediodía. Después del rapto de Europa, los mejores serán llevados a un concurso durovisión por algún egregio ministro o exministro.

Del bosque de la convivencia
En este mar de incertidumbres, impertinencias y oportunismos, ha sido un oasis de paz la llegada de un libro muy recomendable: Trabajar la convivencia en los centros educativos. Una mirada al bosque de la convivencia (Madrid: Narcea, 2016). El autor, Pedro Uruñuela, es un tipo fiable, y lo que dice a propósito de cómo lograr ambientes escolares cálidos en que se pueda vivir y aprender en medio de la creciente diversidad de alumnos y alumnas  no tiene desperdicio. Pedro tiene una larga experiencia en esta perspectiva proactiva, ha trabajado con grupos de profesores adscritos a centros de difícil desempeño y preocupados por que pudieran salir adelante niños que, para muchos gestores de inopinadas calidades y mejoras tecnocráticas, habrían sido condenados al desahucio desde antes de nacer. Ayer, 17 de febrero, estaban en la presentación de esta propuesta de trabajo para testimoniar su deuda y agradecimiento por las iniciativas que, desde hace años, habían asumido como proyecto comunitario para dar un vuelco a situaciones que, por los pasivos cauces burocráticos dominantes, demasiadas veces meramente reactivos, hubieran desembocado en la nada. Testimoniaban que el buen ambiente educativo –y los buenos resultados- pueden convivir en la escuela pública.

Los automatismos que , urgidos por PISA, propician  los medios hacen mirar hacia Finlandia y algunas zonas emergentes de Asia como lugares del paraíso terrenal en lo que a escuelas se refiere. A nuestro alrededor tenemos, sin embargo, con mucha más frecuencia de la que nos informan, experiencias y esfuerzos que no tienen nada que envidiar a nadie. Sólo merecen nuestro apoyo y reconocimiento. Lo fácil es dejarse llevar por la estúpida y absentista inoperancia que, con excesiva reiteración de banalidad verbal, parecen aconsejarnos también chuscos gestores ocupados en provechosas batallas púnicas o en “taulas” promiscuas con la mafia. Si es mala esta corrupción que nos roba, tampoco es buena la que implica una enorme cantidad de normas para el BOE sin nada que ver con lo que en las aulas se vive. Entre ambas sólo generan desánimo e impotencia en cuantos trabajan con niños y adolescentes día a día, durante un tiempo que va de diez a trece cursos de promedio y en que lo deseable es que tengan un ambiente feliz para crecer, aprender a ser y convivir con los demás. Todo el mundo –oficial y oficioso- parece pensar que este bien es automático y que profesores y maestros también son autómatas teledirigidos por un botón leguleyo desde las Consejerías. Aunque las escuelas y colegios, como el mundo que nos ha tocado vivir, tengan muchos elementos estructurales que pueden animar la malsana competitividad. Aunque en los centros educativos, si no se está debidamente motivado y conscientemente advertido, se puedan reproducir ampliamente –y se puedan incentivar incluso en aras de la falsa “rentabilidad”- momentos y situaciones de malestar y violencia.  Igual que en la familia. Igual que en el trabajo. Igual que en la calle. Y -si no somos precavidos porque nos han educado bien- igual que en cualquier espacio en que necesitemos estar con los demás: siempre habrá alguien que quiera aprovechar su superioridad para dominarnos y limitar nuestras posibilidades de ser personas.

Y de Aristóteles
Por eso los asuntos educativos, más complicados que lo que sugiere tanto sabio ignorante y machista de barra tabernaria, necesitan atención continuada. Aprendizajes enraizados en el duro trabajo de las aulas, como los que propicia la magnífica guía de Pedro Uruñuela, son los que pueden ayudar al éxito –de todos- en el nada fácil bosque de la convivencia con los otros. La base de su consistencia la dejó establecida Aristóteles hace 24 siglos. La recordaba Emilio Lledó el pasado cinco de febrero, en el homenaje a uno de los grandes de la Transición, Jaime Sartorius: “Puesto que el fin de toda ciudad [polis] es único, es evidente que necesariamente ha de ser una y la misma la educación de todos, y que su cuidado ha de ser común y no privado…. Porque el entrenamiento en los asuntos de la comunidad ha de ser comunitario también. Se ha de considerar que ninguno de los ciudadanos se pertenece a sí mismo, sino todos a la ciudad, pues cada uno es parte de ella” (Política, 8,1).  



Manuel Menor Currás
Madrid, 18/02/2016.



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