sábado, 7 de noviembre de 2015

El Museo del PRADO habla de su futuro próximo con el Bicentenario como objetivo

Manuel Menor nos envía su último artículo de opinión:


Definir qué hacer con el Salón de Reinos –del antiguo Palacio del Buen Retiro-  es un reto. La exposición “Arte transparente”, un buen presagio del nuevo Prado definitivo.

Casi han pasado 200 años desde que el actualmente llamado  Museo Nacional del Prado abriera sus puertas. Pronto se celebrará su segundo Centenario. Para recordarlo, oportunamente, y recordarnos que debemos recordarlo, en cuestión de días hemos visto dos actos relativamente complementarios. Por un lado, una pequeña pero intensa exposición que llama la atención sobre el preciado “Tesoro del Delfín” y, por otro, un acto todavía más protocolario que efectivo de la cesión definitiva del que fuera hasta no hace mucho lugar de ubicación del Museo del Ejército.
Salón de Reinos
Hasta hace diez años, el que fuera Salón de Reinos en el gobierno de Felipe IV, había albergado diverso tipo de recuerdos y objetos de carácter bélico durante 150 años, sin que perdiera su estructura original. Había servido para albergar las principales fiestas regias y como salón del trono cuando el Palacio del Rey formaba parte del Buen Retiro. Ese vestigio de la monarquía austríaca fue el sitio original en que estuvieron colgados al menos seis cuadros de Velázquez, entre los que destaca “La rendición de Breda”. El pasado 22 de octubre, representantes de Cultura y Hacienda cumplimentaron los acuerdos de cesión definitiva al dominio del Museo del Prado  de este amplio resto de aquel Palacio. Cinco días más tarde, en la primera sesión plenaria del Real Patronato del Museo se acordó que, antes de que finalizara el año, se convocaría un concurso internacional de ideas para la redacción de un proyecto de rehabilitación y adecuación museística de este Salón de Reinos.  Habrá que esperar a 2019 para ver si la celebración del Bicentenario del Prado puede celebrarse con la efectiva adaptación de este conjunto a la ampliación todavía inconclusa de las instalaciones que la pinacoteca española más notable necesita para estar al ritmo y nivel que los tiempos actuales están exigiendo de todos los museos importantes del mundo. Corría 1995 cuando, al fin, se logró que este Museo saliera de la estrechez de miras en que  estaba encorsetado. Un plan de acción y modernización consensuado facilitó que pudiera tener vida propia y cumplir más adecuadamente su papel social. Hoy, afortunadamente,  aquella hoja de ruta está cumplida en gran medida. Queda ahora completarla con la nueva dotación de espacio y que aquel proyecto de hace 20 años pueda ser evaluado fehacientemente para ver qué falta y qué sobra en las funciones que debe cumplir. Es un tiempo ya razonablemente amplio para pararse a comprobar si mereció la pena, y el momento del Centenario proporcionará una ocasión óptima para llevarla a cabo.
El Tesoro del Delfín
Como toda institución, los museos hablan y dicen cosas de uno u otro modo. Lo dicen con lo que hacen y, también, con lo que dicen que hacen. Los catálogos y exposiciones a que dedican tiempo y esfuerzo son los mejores modos de oír qué nos dice un museo acerca de sí mismo. En este sentido, entre los varios acontecimientos últimos de carácter puntual que están teniendo lugar, la llamada de atención sobre algunos cuadros que se han expuesto recientemente –por ejemplo el San Pedro penitente, de Murillo, perteneciente  a Los Venerables de Sevilla- vuelve a hablar de la categoría internacional que El Prado está confirmando en cuanto a trabajos de restauración y documentación artística. Hay, de todos modos, estos días –hasta el 10 de enero- una exposición peculiar que no gira directamente en torno a las artes dominantes en este museo, y que lleva por título: “Arte transparente: la talla del cristal en el Renacimiento milanés”. Esta cita museográfica es un pretexto magnífico para hablar de sí mismo, y de un patrimonio que ha estado más bien alejado de la ruta habitual de los visitantes. El “Tesoro del Delfín”, herencia de Felipe V de parte de su abuelo Luis XIV de Francia, había estado hasta ahora en el piso bajo del edificio de Villanueva, en una zona de especial protección a causa del tipo de piezas, su tamaño y la cotización que han tenido entre los coleccionistas. En la redistribución de los materiales expositivos del museo, entra ahora resituar esa magnífica colección en una zona próxima a la entrada de la puerta de Goya donde, a buen seguro, será pronto objeto de atención relevante del público. Este proyecto inmediato ha llevado a que esta exposición de “arte transparente” sea un adelanto de indudable interés. Primero, para que sea más visible este preciado material que tiene el museo, para muchos inadvertido. Y segundo, porque presagia que la presentación futura del mismo será capaz de mantener una buena conversación con los visitantes, al hacerse palpable su alto valor y muy agradable la visita.
            La presente exposición es un anticipo de lo que será la nueva sala que albergará el Tesoro. Para muchos será un buen descubrimiento, no sólo por tratarse de algo distinto de lo más principal del Prado, la pintura de “la escuela española”. También porque, como tal exposición, tiene en su brevedad incitadora, dos cualidades de muy buen nivel. En primer lugar, una gran contextualización complementaria de materiales documentales que permiten una lectura muy certera de la capacidad expresiva que pueden tener estos materiales ricos por su valor intrínseco a los que se les ha añadido un magnífico trabajo artesano. El gusto y la riqueza se dan la mano en trabajos como estos para fortalecer un medio de distinción sólo al alcance de muy pocos. Los temas decorativos –en sintonía con los que priman en el renacimiento de los grandes temas clásicos-  son una ocasión más de demostración. Y en segundo lugar, el trabajo estrictamente expositivo de la muestra, que permite que esa lectura pueda ser hecha con gran placer. Por la disposición de las vitrinas, la luminotecnia rasante que permite destacar mejor el tallado de las piezas, y por el fondo en que se enmarca: la pequeña sala elegida, en la zona de los Jerónimos, semeja en este momento un pequeño joyero con el “Tesoro del Delfín”. En su ubicación definitiva, lucirá en todo su esplendor.
Hacia el “Campus” del Prado
Quedan tres años para el Bicentenario y, a medida que se vaya acercando, probablemente el Prado acabe mostrando nuevas facetas de renovado interés  y, ojalá, de creciente atractivo. No será la menor la que permita ver en 2019 la calidad urbanística que cobra todo el entorno, al combinarse el edificio de Villanueva y Patio de los Jerónimos con el Casón del Buen Retiro y con este Salón de Reinos que habrá que dotar de contenidos. El valor de este “campus del Prado” será duradero en la medida en que sepa conjuntar funciones complementarias que no dejen de lado qué deba ser un museo del siglo XXI


Manuel Menor Currás

Madrid, 02/11/2015

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