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martes, 6 de octubre de 2020

La culpa (Manuel Menor)

 Según la Covid-19, la culpa y el infierno son los otros

Por fin, podemos comprobar en directo  que lo que decía Sartre con mucho cabreo de quienes lo oían piadosamente estaba encaminado.

De cuanto viene sucediendo desde el mes de marzo cabe deducir muchas cosas, o tal vez ninguna; no es que dependa de nada personal, sino que hay días en que los datos que le llegan a uno de lo supuestos responsables de estar al tanto de lo que acontece, son decepcionantes. Ya no es infrecuente dar en pensar que no hay nadie al frente y que, al ritmo que vamos, el batacazo va a ser muy grande.

El problema

Dadas las noticias que acaparan los informativos, no se sabe bien si existe un problema, y puede que no, si los cánones de la realidad son lo que se publica. Desde luego, la unanimidad en torno a lo que esté asando es imposible. Los titulares de nuestra prensa son cada vez más discordantes; resalta la  parcialidad de cada cabecera editora y, de paso, la de quienes desde una determinada óptica contemplan lo que sucede y existe.

Hasta ahora, habíamos entrevisto escenarios parecidos, pero distintos por no incluir en directo tantas vidas cercanas; a la luz de lo que ahora ocurre se puede advertir que eran ensayos nada sofisticados de lo que acontece. No hace falta remontarse a Adán y Eva y al relato de la manzana y la serpiente; como explicación de supuestas cuentas originarias exige demasiados vericuetos interpretativos para un presente como el de Instagram. Más cercano, ahí está el relato de las “armas de destrucción masiva” que desencadenaron una de las guerras inacabables del Oriente Medio después de aquella vergonzosa foto de las Azores. Y hace bastante menos, las huestes de Esperanza Aguirre denostaron a gusto contra los profesores que salían a protestar por los recortes masivos, mientras invertía en privatizaciones y conciertos educativos; en esa onda estuvieron, desde los años noventa, sus apelaciones a “las Humanidades” y, muy pronto,  a “la calidad”, “la excelencia” o la “libertad de elección de centro”, que han quedado en el escenario político como verdades incontestables mientras sus huestes aprovechaban todas las ocasiones para abandonar el servicio público de la escuela, porque los colegios privados realizaban una espléndida “función social”.

Estas historias de nuestro reciente pasado -que en Sanidad hemos vivido de lleno igualmente con ítems similares- han hecho juegos malabares con marcos conceptuales aptos para el arte trilero de mostrarnos que esa era la realidad. Vamos, que esta es la realidad que desean que tengamos presente, por encima de lo que vean nuestros ojos o nos diga en vivo nuestro sufrimiento. Nada es verdad y nada existe que no nos digan ellos con su inagotable capacidad de nuevas narrativas. Por eso, ni existen los vecinos o amigos que ya se han ido a causa de la Covid-19, ni los que se lleve por delante en lo que le reste de virulencia. Solo existe lo que vemos en las Redes, en la prensa y en el Congreso: lo que cada uno de estos prebostes lleva en su lengua para soltarle al primero que encuentre si intuye que le puede contrariar su cerrado narcisismo.

Lo último, último, es que de un día para otro la realidad es antigua si no es exactamente lo contrario de lo que era; lo más moderno es modificar el relato de un momento para otro sin cortarse un pelo. Quien no lo entienda es que es corto de mollera, qué le vamos a hacer. Lo que sucede en Madrid, la capital de las Españas, es el no va más: España madrileña como nunca, es un ejemplo fetén. A nadie le importa cuánta gente se vaya a morir o no con esta pandemia; lo importante es que la economía de Madrid -y la del Universo que depende de Madrid, que debe ser muy universal-, no tolera que se sepa que nadie ha hecho a tiempo los deberes que debía hacer, que hay que tirar como se pueda y ver lo que el cuerpo social aguanta, como sea, en plan clasista o como se quiera. Este es el problema de querer ser de clase media, que seguramente crecerá, con más banderitas en las playas del Reino y, muy pronto, en el Congreso con la moción de censura que ya han puesto en marcha el 29 de septiembre Don Abascal y sus fieles. 

Y la estrategia 

Cuando Noemí Klein escribió aquella lúcida Doctrina del Shock, hace trece años, se quedó corta. No contaba con la envergadura de una pandemia global para que hubiera ocasión de reestructurar el sistema económico y social a fondo; no había en el horizonte un elemento de apariencia tan natural como una enfermedad devastadora para modificar las distorsiones que al capitalismo le habían supuesto, desde finales del siglo XIX, los parches que le había introducido el Estado Social y el de Bienestar para generar apariencias de equidad. Menos contaba con que hubiera tantos aprendices de brujo –también en España- dispuestos a distorsionar las funciones del lenguaje y el significado de las palabras hasta reducirlas a nada que no fuera desconfiar. Si las palabras no sirven para lo que decía Aristóteles, capaces de expresar sentimientos, dolor o pena, e intercambiar apoyos y amparo; si solo sirven para gritar y mentir consignas que no nos arropan, pronto nos encerraremos en nosotros mismos, nos dedicaremos al solipsismo y aceptaremos cuanto nos digan. 

El análisis de Klein parece una profecía del presente español y, en particular, del madrileño. Estos días, el grado de distorsión entre lo urgente y lo irracional está llegando a su cenit; los ciudadanos de Madrid  empiezan a ser ejemplares en el desconcierto, no saben bien qué hacer ni a dónde acudir si les empieza a suceder algo. Pero en el corto plazo se están dando cuenta de que las sabias autoridades que tienen al frente de su destino comunitario han sido omniscientes desde el principio; por eso es probable que les sigan votando, ya los conocen…. Y para quienes dividen el mundo entre buenos y malos, este es el momento de ver en directo cómo resurge la vieja batalla del paraíso perdido; no faltará quien diga que el error es de la naturaleza y que nos gusta ser como Dios, verlo todo sin ser vistos, obligar a los demás a que vean las cosas como nosotros y ser de continuo su infierno cotidiano. Puro existencialismo sartriano. 

Manuel Menor Currás

Madrid, 05.10.2020

jueves, 24 de septiembre de 2020

Clamores (Manuel Menor)

 La COVID-19 también muestra de qué nos han privado

No solo evidencia carencias evidentes; peor problema es que quieran hacernos ver que solo son responsabilidad nuestra. 

No sabemos si un ciego guiando a otro ciego hará que los dos caigan en el hoyo; es muy probable que alguien diga que es perverso fijarse en esas cosas cuando luce el sol y se puede ver el cielo azulado. Lo peor es que nos parezca indiferente y que siempre tengan excusas para no hacer a tiempo lo que debían haber hecho, ahora que se les acumulan todas las carencias, mientras los problemas les estallan en las manos o están en grave riesgo de provocar algo peor. 

El SHOCK 

Los últimos acontecimientos de Madrid –como los de muchos otros territorios-siempre muestran la misma improvisación y, al final, prisas por aparentar que se está con una preocupación inmensa por arreglar lo que ya no tiene solución o es excesivamente complicado que la tenga. Larra ya se quejaba en los años 30 del siglo XIX, de que siempre estuviéramos “en los principios”, haciendo como que hacíamos y dejando las cosas un poco oscuras, “para poderlas aclarar mañana. ¡Ay de aquel día –decía- en que no haya nada que hacer, en que no haya nada que aclarar!” 

Que los hospitales madrileños estén al borde del colapso, ya era sabido cuando tanto aplauso rondaba los balcones y los sanitarios clamaban por una atención primaria bien atendida y una mejor dotación de profesionales. A poco que se mire cualquier hemeroteca digna, se podrá contrastar esa reclamación con alabanzas gloriosas a la “mejor sanidad del mundo” mientras se desnutría su red pública y se engordaban un suculento negocio de intereses privados que, para colmo, daría beneficios patrióticos a capital extranjero. 

Que en 1977 los Pactos de la Moncloa constataran un fracaso enorme en lo que había sido la atención proporcionada a la educación, parece haberse satisfecho con que hayamos escolarizado, veinte años más tarde, a todos los chicos y chicas menores de 16 años veinte años. Nos hemos cansado y le arregla poco al 25% de esa población, que –como decía en julio el presidente del Consejo Escolar del Estado- no logra titular a tiempo en la ESO. Save the Children, es más radical, pues habla de un 28,3% de población infantil que, en riesgo de exclusión, pone en cuestión la supuesta equidad educativa que pregona la CE78. ¿Es bastante educarles en el semianalfabetismo que denotamos leyendo en el móvil, pero sin discriminar una engañosa información? 

Con la Covid-19,  la doctrina del Shock, que desmenuzó Naomí Klein en 2007, está mostrando, por una vez a los ojos de todos, que no funciona la mano “invisible del mercado”. Bien  ha podido ver todo el mundo cómo se colapsa a la mínima y, en situaciones como la actual, clama para que el patrimonio de los presupuestos de todos la ayuden en sectores estratégicos. No es un placer constatar que las escasas protecciones que después de la segunda Guerra Mundial nos hemos ido dando, muy mediatizadas en España, han tenido gran preocupación, especialmente en estos 20 años últimos, en erosionarlas con bloqueos diversos de la justicia distributiva, obstáculos a controles administrativos serios y mucha decisión privatizadora. 

La presencia de este virus rampante –de momento en 30 millones de personas-, y con una segunda ola llegando bien crecida hasta donde no hay mar, colapsa la vida que se ha vendido como la mejor del planeta justo ahora, después de que se ha erosionado tanto el bienestar  común. Tan flaco lo han dejado que parece que ya solo fuera posible para quienes antes, y antes de antes, vivían bien. Invocando la segregación, la diferencia absoluta, las multas controladoras y los confinamientos sociales -tan del siglo XIX, de las novelas de Dickens-, provocan un individualismo feroz y apático como entonces y, como solución única, una beneficencia caritativa, absolutamente corta.  Con la vuelta al quietos, parados y mucha responsabilidad personal, pretenden conjurar toda  revisión crítica y que no nos fijemos en cómo han preferido desocuparse de lo que los ciudadanos necesitan para remediar sus carencias. 

¿JUNTOS: A DÓNDE? 

Al guionista de esta serie se le ha ido la mano en el clímax. Es lamentable que, desde marzo –si no desde antes-, quieran dar ahora la imagen de que iremos mejor si vamos juntos y entre mucha bandera. Su lentitud y lo que ayer no dijeron a la ciudadanía no los hace creíbles cuando más crecido está este lío. Quisieron dar la impresión de que todo iba a ir mejor sin remover cuanto ha facilitado llegar a la peligrosa incertidumbre de este momento. Esperemos que, en los capítulos que sigan, dejen de marear la perdiz y muestren gestos más convincentes. Una de las guindas que –en medio del espectáculo- soltó la señora que dice mandar en Madrid, fue que necesitaba 2.500 policías más; parece tener prisa por llegar pronto a los tiempos del siglo XIX en que el Estado era de cuatro, defensores como mucho del voto censitario: ya poco queda por vender en esta Comunidad.

De momento, en otro de los sectores fundamentales de una sociedad democrática, la Educación, los sindicatos que tenían convocada huelga de docentes para el día 22 y 23 de este mes para denunciar carencias que la pandemia ha hecho acuciantes en cuanto a profesorado, instalaciones y obligaciones que ven difíciles de cumplir, no la han desconvocado, pese a que va a ser muy dura. Puede que la Administración crea que lo arregla con la obligación que les han impuesto de prácticamente el 100% de servicios mínimos y una renovada apelación a la “vocación” eterna del profesorado y los maestros; sería un laudable ejemplo cívico de responsabilidad. ¡Suerte para sortear las apariencias en medio de tanto simulacro! ¡Suerte, también, para que las catástrofes que venimos trabajando durante años den tregua al desánimo colectivo! 

Manuel Menor Currás

Madrid,  22.09.2020.

 

Covid-19.- Confinamiento.- Doctrina del Schck.-Responsabilidad individual.- Gestión colectiva.