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domingo, 2 de octubre de 2022

La mentira como arma política (Agustín Moreno)

 Agustín Moreno nos envía este artículo:

Tenemos un grave problema cuando se miente desde responsabilidades institucionales con el mayor desparpajo dando apariencia de veracidad. Ya se sabe aquello de que una estadística torturada convenientemente acaba confesando lo que el poder quiere.

La mentira es una línea que cuando se traspasa no tiene marcha atrás, porque si se miente una vez, se miente mil veces. En política es especialmente grave, por la responsabilidad que deberían tener los representantes políticos. Mentir, manipular datos, intoxicar a la ciudadanía debería estar penado, al menos con la sanción moral y electoral. Pero, para ello, es fundamental que haya una ciudadanía crítica y bien informada, y unos medios de comunicación independientes que aseguren el derecho a la información y no sean cómplices en la difusión de bulos y falacias.

Los hechos hablan más alto que las palabras. Veamos un ejemplo concreto. Isabel Díaz Ayuso dice que Madrid es la comunidad con la tasa de abandono escolar más baja. El hecho es que es la quinta comunidad y empeorando: en 2021, la tasa de abandono escolar disminuyó en todas las comunidades autónomas con respecto al año anterior excepto en Asturias y en Madrid. No parece un error sin mala intención. El problema aumenta cuando se repite una y otra vez, cuando se descubren infinitos aspectos de la mentira. En el Debate sobre el estado de la región, Ayuso utilizó la propaganda en todos los campos. Solo en educación, hemos denunciado una decena de tergiversaciones y falsedades.

Es especialmente grave lo que sigue. Es tan escandaloso defender que una pareja con dos hijos que ingrese 143.652 euros al año necesite una "beca", que Díaz Ayuso se ha tenido que sacar de la manga unos datos para calmar la alarma social generada. Hasta el propio Feijóo dijo en julio que consideraba "discutible" dedicar dinero público a becas para familias de rentas altas. Pues bien, el 13 de septiembre, Ayuso dijo en la Asamblea de Madrid, durante el debate citado, que el 93% de las becas van a familias con rentas inferiores a 20.000 euros. Aunque así fuera, obvia dos cosas: 20.000 euros per cápita son 80.000 euros de ingresos en una familia de cuatro miembros, algo muy alejado de la renta media por hogar en la Comunidad de Madrid que es de 37.687 euros en 2021. El solo hecho de dar cheques regalo a 12.000 familias de rentas muy altas, como reconoce y cuantifica el consejero Ossorio, es una obscenidad. Es profundamente injusto, desde el punto de vista social, que familias con rentas altas puedan cobrar esos cheques regalo para sus gastos en la educación privada, mientras se abandona a la educación pública.

Yo mismo, como diputado, realicé trece Peticiones de Información donde solicitaba el "Listado en formato digital, a ser posible en fichero Excel o CSV, que incluya cada uno de los beneficiarios de las becas para el estudio de Bachillerato en la Comunidad de Madrid correspondientes al curso 2021-2022 incluyendo el dato de renta de cada perceptor, con nombre y apellidos anonimizados". La misma información se exigía para cada tipo de becas de educación infantil en centros privados, Formación Profesional de Grado Medio y FP de Grado Superior. Las peticiones de información se referían también a los cuatro cursos que van desde 2019 a 2023.

Pues bien, el 27 de septiembre, el Gobierno de la Comunidad de Madrid, ante el conjunto de las peticiones de Información requeridas, responde a este diputado lo siguiente: "La información solicitada por su señoría se encuentra en curso de elaboración para su posterior publicación en la página web de la Asamblea de Madrid". No se nos facilita ninguna información e intentan tomarnos el pelo. Ahora bien, si están elaborando la información y no disponen de ella, ¿cómo pudo realizar las afirmaciones anteriores la presidenta de la Comunidad de Madrid el 13 de septiembre en la Asamblea ¿O Ayuso mintió, inventándose los datos, o nos los está ocultando descaradamente? Quizás ambas cosas.

Hay que recordar de qué estamos hablando, porque no es un tema menor. El Gobierno de la Comunidad de Madrid ha aprobado este año una fuerte derivación de dinero de todos los madrileños que deberían ir a la educación pública, para destinarlo a cheques regalo para los centros privados. Son un total de 226 millones de euros destinados a pagar cheques en la educación no obligatoria (escuelas infantiles de 0 a 3 años, bachillerato y grados de Formación Profesional de grado medio y de grado superior...). Además de la elevada cantidad de dinero público mal utilizado, esos cheques han sido piedra de escándalo por los requisitos establecidos para poder beneficiarse de ellos con una renta per cápita de 35.913 euros. La consecuencia de esta medida no es solo que se financia a familias ricas con cheques, sino que aumenta la segregación escolar y social (NOTA 7) y refuerza algo que denuncia el último informe de EsadeEcPol (NOTA 8): la escuela no corrige las desigualdades, sino que las aumenta.

Estamos ante una clara voluntad de ocultación de una información necesaria para facilitar la labor parlamentaria de la oposición. Esto no es nuevo y llueve sobre mojado: se ocultan informaciones, las respuestas muchas veces son insultantes, y como la Mesa de la Asamblea es el reino de la arbitrariedad, deniega las peticiones de amparo a los diputados. Otro ejemplo. El PP ha convertido la educación en un mercado y están aterrizando en Madrid grupos de inversión al calor de la oportunidad de negocio. Es lo que se conoce como "nueva concertada". Cuando pedimos acceso a documentación sobre estas entradas de capital no se nos facilita de forma global. Cuando pedimos consultar a colegios concertados concretos, los obstáculos que se ponen son de tal calibre que hacen difícil acceder a la información: "El diputado podrá tomar notas, más no podrá obtener copia o reproducción ni actuar acompañado de personas que le asistan". Esta limitación sólo puede ser establecida en protección de derechos fundamentales y libertades públicas, según la Sección Primera del Título Primero de la Constitución. Pero estamos hablando de información puramente mercantil sobre la gestión del dinero público que debería estar disponible por afectar a conciertos que se pagan con dinero de todos.

En definitiva, si Ayuso dispone de los datos concretos sobre quién se beneficia de los cheques escolares y no proporciona la información a la oposición, está obstruyendo la labor parlamentaria de control a su Gobierno. Si se los inventó para salir del paso y negar las críticas recibidas, está mintiendo en el ámbito parlamentario. Los dos supuestos son graves. El problema es la impunidad. Ello impide que funcione aquella frase de Abraham Lincoln de "puedes engañar a todo el mundo algún tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo". Con Ayuso, el hecho que denunciamos es, desgraciadamente, uno de tantos y demuestra el uso habitual de la mentira como arma política.


 
Este artículo se ha publicado en blogs.publico.es/otrasmiradas el día 2 de octubre de 2022

martes, 22 de febrero de 2022

Bloqueo (Manuel Menor)

Bloqueo al margen de los problemas 

Las últimas elecciones en Castilla-León muestran que los asuntos de la política pueden tener poco que ver con los que acucian a la educación 

En una entrevista de 1994 para Cuadernos de Pedagogía, José Gimeno Sacristán propugnaba como fundamental “rescatar el valor cultural de la Educación”, y no perder de vista  el discurso ilustrado que fundamentó la escolarización universal. Han pasado casi treinta años, y sigue siendo válido lo que entonces –recién publicada la LOGSE- decía acerca de la escuela que se universalizaba en España como obligatoria hasta los 16 años, pero que cumplía mal las funciones  asignadas de igualación social, cultura básica para todos, preparación para un futuro externo a sí misma, desarrollo personal y aprendizaje de la democracia. Su eficacia era mayor, sin embargo, en cuanto a una socialización diferenciada, selectiva y jerarquizada, confirmando las distancias sociales preexistentes desde antes de que el alumnado llegara a serlo, fomento de la pasividad y otras rémoras. A esa deficiencia, se añadían nuevas exigencias del exterior a la escuela: educación ecológica, para la paz, sexual, tecnológica –cuando las TIC iniciaban su despegue-, amén de prevención de todo tipo de lacras sociales. Por entonces, ya estaba de moda que no hubiera comunicador ni político  a quien no se le ocurriera que es competencia de la escuela atender preventivamente todo tipo de problemas y parlotear de ello alegremente. No reparan en la gran contradicción de que los medios y las condiciones que gestionan para la enseñanza no crezcan ni mejoren a la medida de las exigencias. Menos atienden a cambiar de modo significativo las prácticas o hábitos que tienen consistencia en la vida interna de los centros, dejando que se estanquen viejos problemas inatendidos. 

¿Leyes maestras? 

Acaban de tener lugar las elecciones de Castilla y León y las menciones a la educación han sido prácticamente inexistentes. El día trece ha puesto de manifiesto, sin embargo, otro tipo de urgencias que, en buena medida acabarán retrasando, cuando no taponando, soluciones acertadas para necesidades endémicas si se quiere que el sistema educativo cumpla sus funciones democráticas. Lo que ahora ha quedado pendiente es si habrá un bloqueo absoluto a que pueda formarse un Gobierno estable. Todos juegan al póker estos días y no se descarta que, de salir adelante una de las posibles alianzas, haya sensibles retrocesos en cuestiones curriculares que afecten a la igualdad de género, a la memoria histórica y a la sana convivencia ciudadana. La comunidad castellana ha tenido hasta el presente, dentro de lo mejorable, una aceptable trayectoria para la educación publica, incluso en la Castilla “vaciada”, y corre el riesgo del retroceso. 

Los problemas que se plantean en este momento en esa Comunidad no le son exclusivos. En la de Madrid, acaba de salir adelante una Ley “Maestra” que pretende parar las leves modificaciones que quiere imprimir la LOMLOE a los excesos interpretativos del art. 27CE78 respecto a la “libertad de elección de centro”. Muy pronto sabremos si quienes se encarguen de las políticas educativas del día a día en esas Comunidades son capaces de mejorar las desidias del largo pasado o van a reiterar, e incluso empeorar, la vieja normalidad, tan “normal” que parece que su deterioro creciente sea “lo natural”. De las dificultades de la “cogobernanza” ya hemos tenido sobrada constancia en los meses de pandemia, y es raro que, en las sesiones del Congreso de Diputados –especialmente los miércoles-, no causen rubor las descalificaciones, desplantes y palabras gruesas que se oyen. No cesa esa dinámica de  la confrontación en que las políticas educativas son siempre un gran motivo de enfrentamiento gratuito, para tratar de zanjar viejas disputas, y tampoco mejora la mala pedagogía social que hacen, indiferente a que la política educa a la ciudadanía, quieran o no los políticos pendientes de ganarse el favor de posibles votantes. 

Valores reales y apariencias 

Es muy poco ejemplar y muy desagradable que, una vez más, se repita el discurso retórico de alabanzas a los maestros y profesores como centro imprescindible del sistema, mientras en la vida real de sus aulas, en el diseño de la calidad de su trabajo y en la valoración real de su profesionalidad, se les deja a su suerte. De las muchas maneras en que volverá a repetirse lo de siempre, es decir, no hacer nada, tenemos sobrados antecedentes; si los repiten, por mucha “calidad” que digan va a tener el sistema en adelante, seguiremos en una negligencia ineficiente, mírese por donde se mire. 

Cuando tanto se vuelve a hablar de posibles acuerdos y se añoran pactos imaginarios, más parece querer aliviarse la responsabilidad de no hacer nada que la de tratar de hacer algo que merezca la pena en la línea de eliminar desigualdades latentes. Es obvia la necesidad de un acuerdo básico, pero también lo es la consideración objetiva de que no todo vale ni, además, merece la pena en una sociedad civil plural, en que la cuestión no es tanto la pluralidad en sí, sino el valor de lo público en el conjunto de los intereses y perspectivas existentes en el juego social. En Educación, son muy encontrados y más desde que las posiciones conservadoras nunca han dejado de estar en combate contra cuanto pueda alterarse. Desde 2003, han incrementado su posicionamiento supuestamente irreductible de una interpretación del art. 27 promoviendo un tipo de cultura diferenciada, e imponiendo a la escuela unos contenidos instrumentales acordes con su esquema social, y ahí siguen en plan crecientemente beligerante. 

Las perspectivas de un equidistante centrismo cultural pueden hacerles la ola, tanto más cuanto que en lo que se juega estos días en Castilla-León, e indirectamente en toda España, cabe que se repitan, una vez más, los juegos florales de aquella Comisión parlamentaria del ministro Méndez de Vigo en 2017, en que se callaba más que lo que se decía y eran tantos los que voceaban, que apenas se oía nada que no favoreciera la desidia reinante. Sería una lástima dejar pasar una vez más la ocasión de dar coherencia a la intermediación de la escuela en la elevación de la cultura como algo valioso a compartir por todos; solo así  el valor del espacio y el tiempo escolar de niños/as y adolescentes merecerá la pena, y  no será algo rutinario, anodino y aburrido por norma. Entre las muchas maneras de degradar la democracia educativa, la del fingimiento es muy eficaz: aparentar que los problemas existentes demandan un mesías redentor que se ocupará seriamente de ellos conduce pronto al fascismo.

MMC.- Madrid, 16.02.2022

martes, 18 de enero de 2022

Ruidos (Manuel Menor)

El nuevo año ha empezado ruidoso 

Habrá que distinguir el polvo de la paja, la falsedad y el conocimiento; salvo que creamos que todo es buena música y no se vea la diferencia. 

Hemos iniciado un año, nuevo en la cronología y viejo en las maneras. Ahora, hasta las vacas, pollos y ovejas andan en danza para no ser maltratadas; se han convertido en una parte del argumentario en este teatrillo recién estrenado, con libreto aviejado y cansino. De querer andar este 2022 con buen pie, tampoco vendrán mal advertencias antiguas. 

Hay tendencias en las relaciones humanas que ya existían mucho antes de nacer las generaciones actuales, y que Twiter, Facebook, Instagram y demás trampolines para el cotorreo difundieran información ajustada a la cortedad de lo que parece querer reiterarse: no me fastidien, que lo sé todo y a mí no me mueve nadie de lo que no sé; no puede ser que las cosas sean de otro modo del que yo pienso. Todo eso ya existía antes. En realidad, poco más puede decirse si, de las aproximadamente trescientas mil palabras que tiene el idioma español, gran parte de la población adicta a estas Redes apenas sobrepasa las trescientas, de las que muchas son groseras, otras falsas, y todas se acompañan de muchos emoticones. El tipo de conversación, capacidad comprensiva y crítica de lo que sucede alrededor es deducible, confiere gran emoción narcisista, y poca inteligibilidad a las conversaciones y perspectivas de los supervivientes en este recién estrenado 2022. Respecto a los cotilleos de antes, solo añade rapidez y multitud de oyentes. 

Narcisismo público 

Tampoco es nuevo que los que están en las tablas de lo público, que dicen representarnos, les da presencia en los medios y, de algún modo, les hace aparecer como ejemplo cívico a seguir y votar, no suelan brillar por su capacidad de hacernos ver qué pasa y cuáles son los problemas reales que tenemos que afrontar para salir adelante del mejor modo posible. No. Siguen esforzándose mucho –con sus equipos de comunicadores- en cuidar su imagen diferencial respecto a posibles competidores; el problema o los problemas que tenga “la realidad” los ajustan a la imagen que quieren proyectar y que, según les aconsejan, mejor les puede valer para engatusar a posibles seguidores. Coinciden con los medios en el objetivo de hacer crecer la audiencia, más que en proporcionar conocimiento de lo que dicen: el medio (o el puesto político) es el “masaje” y no tanto el mensaje (según anunciaba Mc Luhan en 1967). 

El momento actual, con tantos problemas acechando las vidas inciertas de la población, es propicio para seguir con este juego. Da igual cuál sea el asunto subyacente; puede ser la producción cárnica española, como puede serlo el uso de las mascarillas, la inflación o la  reforma laboral. Es lo mismo; la tendencia dominante no es la de ahondar en el asunto, ver los elementos que lo hacen desasosegante y cómo se podría subsanar su parte problemática. Eso es pérdida de tiempo; se aprovecha la ocasión para ver qué partido se le puede sacar a lo que dice o no dice, y debía haber dicho el adversario, restarle credibilidad y, en el momento oportuno, con todo tipo de artes intermedias, sustituirle y tomar las riendas desde una óptica supuestamente más abierta a quienes pudieran resultar perjudicados con las palabras del otro. 

El arte de tener siempre razón 

Se puede ir más atrás, hasta Sócrates y su época, y quien lo prefiera, al plato de lentejas bíblico que hizo que Esaú perdiera sus derechos de primogenitura a favor de Jacob. En estas alternancias de poder, habituales en las empresas y corporaciones, en los debates del Congreso de Diputados, y particularmente en los mítines propagandísticos –que estos días cogen fuerza de nuevo para buena parte del año-, no está mal acordarse de las treinta y ocho estratagemas que el brillante filósofo alemán Arthur Schopenhauer dejó recopiladas para salir bien en cualquier debate. El arte de tener siempre razón es su libro póstumo, publicado en 1864, pero un buen manual que todavía siguen muchos de los que aconsejan a los prohombres de empresa, de la política y hasta del confesionalismo, en las batallas dialécticas con sus oponentes e, indirectamente, con cada ciudadano, en la medida en que los medios trasladan muchas de sus tomaduras de pelo, para que circulen como gran iniciativa de cambio y mejora del mundo. 

Como indica este filósofo –de quien alguien recopiló también un precioso manual del Arte de insultar, último recurso para tratar de derrotar a un oponente con independencia de la verdad-, el fundamento de la dialéctica no son las realidades, sino los conceptos, juicios y conclusiones con que formalmente nos referimos a ellas. La trampa está en llevar a pensar al oyente a que si esas formalidades, y las relaciones que puedan establecerse entre ellas, son erróneas, la perspectiva de análisis de la realidad que tiene el otro lo es también. No se trata por tanto, de hacer comprender mejor qué pasa, por qué pasa y cómo se hace para que cambie a cómo deba ser una determinada cosa o asunto, sino de pillar al contrario en renuncio. El experto en dialéctica o herística de este tipo ha visto que, habitualmente, en cuanto decimos suele haber problemas de acoplamiento total de sentido entre el todo y la parte, lo principal y lo secundario, lo esencial y lo colateral, entre las causas y los efectos, una cualidad o su contraria, la posesión o la pérdida de algo más o menos preciado,  aspectos todos que siempre entran de algún modo en todo juicio o apreciación. Es más, muchas palabras que usamos nunca expresan del todo las cosas a que nos referimos, como ya estudió Foucault. Y, además, según que las opiniones, tesis o juicios, que emitimos sean propicios a los intereses y afectos de uno de los contrincantes, propician que puedan ser considerados de inmediato equivocados o falsos respecto a una supuesta verdad de la que el  otro se siente egregio defensor. 

Tendencias naturales 

Una de las diferencias principales entre democracia y dictadura consiste en que la verdad sea única o pueda ser plural en cómo se miren las cosas. Pero, para que al ciudadano le merezca la pena la pluralidad ha de ser capaz de no confundir la verdad con su apariencia. En toda controversia, lo que suele estar en juego, formalmente, son las relaciones entre las palabras que usamos, independientemente de lo que suceda en la realidad; y en muchas de las que ocupan el tiempo mediático y político, la realidad es lo que de ordinario se trata de evitar: hablar de lo que realmente sucede suele ser lo de menos en demasiados casos. Por otro lado, cuando se advierten estos juegos malabares, no es para escandalizarse demasiado; son estratagemas que usamos a diario; cuando nos vemos acorralados, solemos refugiarnos en verdades más o menos genéricas que valen para casi todo, por diversos que sean los asuntos por separado. Según Schopenhauer, “el hombre tiene incluso de forma natural la tendencia, cuando está en mala posición en una controversia, a refugiarse detrás de cualquier tópico general”; según él, sería esta una ley de la naturaleza tendente a economizar esfuerzos y, tal vez, por ello, en refranes prácticos que tanto valen para un roto como para un descosido. Otra ley que tampoco se debiera olvidar es que cuando la mayoría de nuestros políticos aprecian tan poco la enseñanza de calidad para todos los ciudadanos, es que les sale más barato apuntalarles en la conciencia que todo irá mejor si les votan a ellos. 

Manuel Menor

Madrid, 12.01.2021

jueves, 1 de abril de 2021

"Tabúes" (Manuel Menor)

 Publicamos el nuevo artículo de nuestro compañero Manuel Menor


Ni “los buenos” son todos buenos, ni “los malos” tampoco.

 

Un signo de modernidad social y política es admitir que la realidad no es tan maniquea como algunas versiones quieren establecer estos días. 

 

Es difícil moverse con optimismo realista cuando en nuestro entorno cultural se promueven tabúes profundos, incrustados en nuestra vida con sistémicos métodos de educación retrógrada, y referencias constantes de los medios a supuestos valores sagrados.

 

Tabúes

Qué sean los tabúes y cómo pesen en nuestras vidas lo ha recordado recientemente Juan Soto Ivars, a partir del recuerdo de una definición de Wundt, en que lo sagrado y lo impuro están íntimamente unidos; esta coincidencia limita nuestra capacidad de razonamiento, nos coarta y autocensura, y nos lleva a decisiones frecuentemente irracionales. El miedo y la consiguiente parálisis de la libertad casi siempre andan por medio y nos enredan en un juego en que siempre perdemos en nuestra capacidad de autonomía.

 

El recurso al tabú siempre ha andado suelto en la historia de la humanidad, pero en los tiempos que corren, tan aptos para las perspectivas apocalípticas que suelen acompañar a todos los miedos –como estudió Delumeau-, corremos el riesgo de que se acentúe la parálisis que esta pandemia ha traído consigo. Ciñéndonos estrictamente a lo que las elecciones a la Comunidad de Madrid están propagando en un momento tan enigmático, es sorprendente que nadie en el entorno de la candidata del PP se oponga a ese eslogan viejuno que pretende que quienes tengan la facultad de votar  elijan entre “libertad o socialismo”.

 

El publicista de esta mujer pretende que la veamos como una especie de Juana de Arco o Agustina de Aragón dispuesta a defender y ampliar ese preciado bien, mientras sus oponentes, socialistas y gentes de izquierdas, serían sus redomados enemigos, capaces de destruirlo o vilipendiarlo todo. Desde la revolución parisina de 1830, en que Delacroix pintó la Libertad guiando al pueblo, ha pasado un tiempo; pero en este relato que ha empezado a prodigarse desde el mismo anuncio del anticipo electoral, la realidad de lo que acontece parece no importar nada. Les sobra con que la gente que se guía por los medios se crea el cuento, mientras  ponen en marcha los sutiles caminos propagandísticos de otrora, de más de ochenta años de existencia, en que los republicanos de entonces eran presentados como unos vendepatrias, encomendados al taimado complot judeomasónico para deshacer las sagradas esencias de la patria, anteriores incluso a la reina castellana Isabel la Católica, que erigieron además, en sostén y modelo de feminidad a punto de llegar a los altares, como consta en el archivo catedralicio de Valladolid.

 

Los nuestros

En la pelea dialéctica actual, la España de “los nuestros” y “los otros” sigue viva; sigue implícito en el relato neoconservador que los demás no parecen desear para la colectividad ningún bien sino el mal, mientras que lo poco o mucho que se haya enriquecido en el transcurso de los años se debe exclusivamente a “los nuestros”, incluida la propia “libertad democrática”; en esta historieta, ni las peleas antifranquistas han existido, ni las transacciones y pactos de la Transición. “Los nuestros”, herederos de la Victoria proclamada el 04.04.1939, son los únicos detentadores del bien y la verdad e, independientemente de las tergiversaciones, engaños y zorrerías zafias en  que puedan haber andado, siguen siendo los buenos; “Los otros”, por naturaleza, son siempre los malos.

 

Los madrileños se encuentran ahora con un gran problema antes de decidir votar a esta hipotética heroína rediviva. Por un lado, tienen este soniquete de “los buenos”, recibido por herencia familiar o por el impacto de la partitura que entonan los beneficiados por el caprichoso uso de la libertad de mercado. Por otro, las alusiones que en la calle se pueden oír de continuo, acerca del trato lesivo  que los gestores de esta libertad agresiva han dado a la Sanidad, la Educación de los hijos o a la la tercera edad. Para reconsiderar la veracidad de estos otros relatos que, al parecer propagan “los malos”, todos los oyentes y opinantes  debieran considerar los datos que en esta Comunidad de Madrid se están generando, cuando andamos en los inicios de la cuarta ola, respecto a la gestión de la pandemia de la Covid-19. Para calibrar mejor la calidad de unos u otros relatos y no caer en esquizofrenia, basta repasar qué no han hecho estos “buenos” de ahora y cómo, pese a ello, piden responsabilidades a otros para que suplan lo que no han hecho en el transcurso de este año pasado; por ejemplo, en el descontrol de la contención de movimientos de los ciudadanos mientras la muerte no era tenida en cuenta, como si de una variable independiente se tratara. Y, tampoco debieran obviarse los datos relativos al empleo que hayan hecho de la supuesta libertad para dañar los intereses comunes, ni torcerse la memoria sistemáticamente cuando los hechos reales indican poco aprecio por la democracia; por mucho que se quiera presumir de ella en exclusiva -sin acuerdos con los demás-, se sobrepasan sus frágiles líneas rojas.

 

Bailando con lobos

Se ha de recordar, en fin, que cuando no había libertad, los que iban a la cárcel o padecían en carne propia el autoritarismo franquista nunca tuvieron a gala presumir, en nombre de la libertad, de su esforzada oposición a quienes les impedían su ejercicio; su pelea les llevó a la carecer de ella mientras que quienes ahora presumen de lo que no había, les echan en cara aquel afán, tan duro y costoso. Sería de agradecer un mínimo respeto y veracidad en la pelea política por el poder, además de alguna consciencia de que jugar con las trampas de los tabúes acarrea amargas experiencias.

 

La versión publicitaria de Díaz Ayuso recuerda al Fraga enfadado vendiendo a los gallegos la posibilidad de que, si no le votaban a él, les quitarían la vaca… Aunque hayan pasado más de 40 años, la alta misión que se arrogan quienes estos días  dividen el mundo entre partidarios de la libertad y del socialismo, no puede ocultar que entre los que ellos llaman malos hay muchísima gente buena, ni que entre los que suponen buenos sucede exactamente lo contrario. Hasta en las películas del Oeste era perceptible la falsa divisoria cuando la película era de pacotilla; el guión de esta, ni de lejos se parece a Bailando con lobos, en que Kevin Costner se sentía más a gusto entre los indios sioux que entre los de su propia estirpe. Pues eso.

 


Manuel Menor Currás

Madrid, 27.03.2021


sábado, 7 de noviembre de 2020

Universos paralelos (Manuel Menor)

La Covid-19 es maestra de mundos paralelos al real

Comportamientos y procesos que Daniel Defoe narró en 1722 parecen los de un testigo de los que estamos viviendo desde marzo de 2020. 

La segunda oleada de la Covid-19 propicia que los malos aprendizajes de la primera aumenten los riesgos en una sociedad que, en buena medida, sigue teniendo un alto grado de desconcierto.  Gran parte de lo que está sucediendo ya lo narró Daniel Defoe en 1722, referido a la peste bubónica de Londres siete años antes. Suprimidos o modificados  elementos coyunturales de la narración, El Diario del año de la peste tiene muchos paralelismos con la que estamos sufriendo. 

Incluso, lo que aconteció cuando aflojó la primera ola, que “el carácter precipitado” de las gentes, al difundirse que había aflojado el peligro, “adquirieron un valor tan temerario que se volvieron descuidados  de sí mismos y del peligro de contagio”… “Las audaces criaturas estaban tan poseídas de la primera alegría… que eran incapaces de sentir terrores nuevos…, y el tratar de convencerlas era como clamar en el desierto; abrían sus tiendas, callejeaban por todas partes, resolvían negocios, charlaban con quienquiera se cruzase en su camino…” 

El dilema

Como ahora, en aquellos días del siglo XVII se rumoreó que aparecería una orden del Gobierno para poner vallas y barreras en los caminos a fin de impedir que la gente viajase; y que los pueblos de los caminos no tolerarían el paso de los londinenses por miedo a que llevasen consigo la epidemia. Entonces, muchos comenzaron a pensar seriamente sobre lo que hacer; es decir, si deberían decidir quedarse  o  cerrar su casa y huir como muchos de sus vecinos. Se enfrentaban a dos cuestiones importantes: una de ellas era el manejo de  sus tiendas y negocios, en que estaba embarcado todo lo que poseían; la otra era preservar su vida de la calamidad tan funesta que iba a caer sobre la ciudad.   

Los botellones

En general, la gente era amable y cortés y de carácter muy servicial. Pero había un grupo horrible de individuos que frecuentaban algunas tabernas, los cuales, en medio de tanto horror, se reunían allí todas las noches y se comportaban con toda la algazara y las ruidosas extravagancias que tales gentes suelen cometer en tiempos normales, y de modo tan irrespetuoso que hasta los dueños se avergonzaban y se espantaban… Siguieron con esta perversa conducta  burlándose continuamente de cuantos se mostraban serios, religiosos o simplemente impresionados por lo que estaba aconteciendo, y de la misma manera hacían escarnio de la buena gente que hacía lo que podía para apartar el riesgo de contagio. 

Los errores 

 Era un gran error que una ciudad tan grande tuviera un solo lazareto, porque si hubiera varios en lugar de uno…, estoy convencido –decía Defoe- de que no hubieran muerto tantos, sino muchos miles menos… No hubo nada más fatal para los habitantes, sin embargo, que la negligencia imperdonable de las gentes mismas, quienes durante el largo período de alerta y de conocimiento de la calamidad que se avecinaba, no hicieron preparativo alguno… y tampoco rehuyeron de conversar con los demás. 

La calamidad se propagaba por contagio, es decir, por corrientes o emanaciones que los médicos llaman efluvios, por la respiración o la transpiración…, o bien por algún otro medio que quizá estuviese incluso fuera del alcance de los médicos mismos; afectaba a los sanos que se aproximaban demasiado a los enfermos, penetrando inmediatamente en sus partes vitales,  y así estas personas recién contagiadas transmitían el mal  a otros de igual manera…Y era asombroso que hubiera gente que dijera que había sido un golpe directo del Cielo, enviado para castigar a determinadas personas. 

Las consecuencias

Entre las sorpresas que causó, estuvo que no había nada dispuesto para auxiliar a los pobres; si hubiera estado previsto se hubiera podido aliviar la desgracia de muchas familias que entonces se vieron reducidas a la penuria más angustiosa… La mayor parte de los pobres y familias que antes vivían de su trabajo o del comercio al por menor, dependían ahora de la caridad… 

Cuando se supo que la ciudad sería visitada por la peste, a partir de ese instante todo el comercio, salvo el de artículos de primera necesidad, quedó totalmente paralizado…., fueron muchísimos los empleados que fueron despedidos y abandonados sin amigos ni ayuda alguna, sin empleo... Desaparecidos todos los ramos de la actividad, desapareciendo el trabajo y con él, el pan de los pobres, los lamentos eran muy desgarradores. 

Las disensiones

Con motivo de los efectos de la peste muchos disidentes dejaron oír su voz públicamente,  sin animosidad ni prejuicios. Otro año más de peste eliminaría estas diferencias, el conversar de cerca con la muerte apartaría el rencor de los corazones, eliminaría la inquina y haría ver las cosas con ojos diferentes. 

Pero no veo probabilidades –continuaba Defoe, casi al final de su relato- de que este discurso sea eficaz; las disensiones más parecen agrandarse y tender a ser cada vez más hondas que a disminuir. Aunque es evidente que la muerte nos reconciliará a todos, más allá de la sepultura; seremos todos hermanos nuevamente.… allí seremos todos de la misma opinión y tendremos los mismos principios. 

Universos paralelos

En aquella pandemia la confusión era muy grande, y lo sigue siendo en esta. Los rumores y disensos siguen abundando como norma; cunden el cansancio y la perplejidad por las variables decisiones que adoptan nuestras Administraciones Todos, sin embargo, decimos estar  a la espera de que la malignidad de la epidemia cese, y de que la mortandad, contagios, hospitales y ocupación de sus UCI bajen a los ritmos anteriores al mes de marzo, mientras cada cual va lo suyo como si nada pasara. 

Parece que estemos en una repetición paralela a la de la narración de Defoe. Sorprende que, en días como hoy, decisivo en las elecciones de EEUU –con los avances tecnológicos que este país tiene-, la lentitud que se dan en la tarea del recuento de votos; con un candidato que ha dado muestras de jugar con fuego con la pandemia y, en este instante, con el propio escrutinio de votos en un país fragmentado en dos. Menos puede sorprender que esta Covid-19 haya despertado en España, envanecidas imitaciones políticas: menosprecio a la moderación, gran estima por el espíritu de contienda, y orgullo por la ignorancia y la difamación, como si los ciudadanos estuviéramos inmunizados contra esas  formas desleales y faltas de educación democrática; bien vemos que se les ha pegado, como a Trump,  vivir en otro mundo paralelo. 

Manuel Menor Currás

Madrid, 04.11.2020

jueves, 29 de octubre de 2020

Politizar el malestar docente (Julio Rogero y Jesús Rogero para El Diario de la Educación)

 Artículo de Julio Rogero y Jesús Rogero para eldiariodelaeducacion.com

  • Es urgente y necesario politizar el malestar del profesorado y concienciarnos de que no estamos al servicio del poder, sino del pueblo. Esto no equivale a tomar una posición partidista, sino a reconocer el origen de ese malestar y comprometernos ética y activamente con el derecho de todas las personas a una educación digna.
27/10/2020

Una de las repercusiones que ha tenido la pandemia es el padecimiento de un nuevo malestar entre los docentes de todos los niveles. A los malestares que teníamos por las políticas destructivas de lo público durante décadas, se han añadido los derivados del confinamiento y el improvisado comienzo de curso. Este nuevo desasosiego tiene como ingredientes, entre otros, el miedo, el estrés y la incertidumbre cotidiana provocados por la inseguridad sanitaria.

Emocionalmente, muchos docentes estamos afectados: hemos tenido que dejar parte del alumnado que teníamos, actuar como individualidades aisladas y excesivamente inestables, soportar la presión de las familias que exigen una lógica y necesaria seguridad para sus hijos e hijas y, al mismo tiempo, garantizar una calidad de la enseñanza que dé respuesta a las necesidades de todos, cuando las necesidades, en muchos casos, se han multiplicado. Ello mientras la Administración y algunos medios de comunicación cargan sobre los centros educativos la responsabilidad de lo que pueda suceder. El resultado es un malestar individual que mezcla el sentimiento de abandono por parte de la Administración y la sensación de una menor valoración social.

Este proceso se une a otro de más largo recorrido por el que la educación se ha ido despolitizando de forma progresiva. Ello explica, en buena medida, la respuesta del colectivo docente a su malestar actual. Más allá de tomas de posición minoritarias de gran valor, hay una respuesta silenciosa y mayoritaria en forma de sumisión y obediencia. Esta reacción se enmarca frecuentemente en la cultura de la queja, en la que los demás tienen la culpa y nosotros no podemos hacer nada más que lamentarnos y tragar. Caemos así en la tentación de la inocencia, en la que eludimos nuestra responsabilidad, y nos instalamos en la desesperanza y la inacción.

Hemos compartido docencia con compañeros con quienes no se podía hacer ninguna referencia crítica a situaciones problemáticas porque, decían, era hacer política y había que ser neutrales. No eran conscientes de que la apelación a la neutralidad es defender el statu quo, y esta es también una opción política a favor del desorden establecido. Por eso, el profesorado, en general, sigue asumiendo pasivamente su malestar; porque denunciar públicamente lo que lo provoca es hacer política, algo que se ha convertido en un tabú vergonzante en lugar de en un imperativo ético y profesional.

Para educar y educarnos necesitamos justo lo contrario: generar una cultura de positividad y compromiso en la que se analicen las causas de los problemas, para así afrontarlos y transformar la realidad injusta que se nos impone. Es urgente y necesario politizar el malestar del profesorado y concienciarnos de que no estamos al servicio del poder, sino del pueblo. Esto no equivale a tomar una posición partidista, sino a reconocer el origen de ese malestar y comprometernos ética y activamente con el derecho de todas las personas a una educación digna. Olvidar que la educación es política es ignorar que su función es construir ciudadanos capaces de convivir en una sociedad democrática, plural, diversa y superadora de las injusticias sociales y económicas.

No podemos permanecer ajenos a lo que sucede en la sociedad en general y en el sistema educativo en particular como si no tuviera que ver con nosotros. La despolitización nos lleva a apuntalar la manipulación, la alienación y la pedagogía del opresor, y a aceptar políticas que son un atentado contra el derecho a la educación de nuestro alumnado y de nosotros mismos. Es necesario aceptar que somos parte del problema y de la solución, salir de la falsa neutralidad, de la cultura de la queja y de la obediencia, superar la tentación de la inocencia y comprometernos en favor de la escuela pública que queremos.

Mientras la situación educativa no vaya en la dirección deseada será necesario cierto malestar. Una desazón que nos mantenga despiertos y actuando. Toca transformar el malestar destructivo que nos invade en una esperanza audaz y cargada de rebeldía que nos lleve a construir una educación de calidad para todo el alumnado sin excepción. Sin duda, este objetivo merece nuestro compromiso.

Julio Rogero pertenece a los MRP y es miembro del Foro de Sevilla.

Jesús Rogero es profesor de Sociología de la educación en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro del grupo promotor de ILA por una escolarización inclusiva.

jueves, 7 de mayo de 2020

Responsabilidad (Manuel Menor)


Es hora de que la libertad y la responsabilidad vayan juntas

Quienes más hablan, supuestamente en nombre de todos,  ganarían mucho si fueran más coherentes con lo que exige el bien colectivo.

La “nueva normalidad” es un modo de hablar de la anormalidad en que estamos instalados y en la que nos quede por delante. No solo en cuanto a superar el problema actual con el COVID-10, sino en lo que venga a continuación para las relaciones internacionales, nacionales y de cercanía. Quienes en este momento por las razones que fueren hayan sentido de cerca el roce o la embestida de este virus todavía descontrolado, sabrán entenderlo; y quienes en la duda de salir o no a la calle sufran algún tipo de ansiedad ante lo inesperado o fobia ante la multitud, también habrán palpado de qué va lo anormal de la presunta normalidad que se publicita en esta fase.

Responsabilidad

Un ámbito donde la anormalidad está siendo habitual es en la “gobernanza compartida” de que estos días también se habla tanto. Puede que, en parte, sea por los miedos que todavía levanta la resaca de lo que fueron años sin democracia y, en parte también, por la nostalgia que tengan los partidos mayoritarios por gobernar como cuando tenían mayorías absolutas, de cuando e hicieran lo que hicieran, nadie les iba a echar en cara su particularísimo modo de actuar sin encomendarse a nadie. O puede que, con más razón, sea por no estar en el candelero mediático tan de continuo como está el Ejecutivo actual, lo que les llevaría a no tenerle lástima y menos por haber constituido, por primera vez, un Gobierno de coalición con un aire más izquierdoso de lo habitual. El caso es que, a los líderes de las formaciones se dicentes constitucionalistas hasta no hace mucho, les cuesta muchísimo aceptar lo del estado de alarma y que se pueda alargar seguramente más; votarlo o dialogar en torno a ello les parece que desmerece de su dignidad.

Probablemente tengan inspiración especial para saber cómo se debiera gestionar una situación tan problemática como esta desde el Gobierno central, porque desde las Autonomías –donde están gestionando la parte que les corresponde de gobernanza- ya están gobernando; eso sí, a regañadientes, pues cualquier excusa les viene bien para encontrar algo no bien resuelto; parece que el clásico agravio catalán se hubiera multiplicado por cinco o por siete: todo un martirio para escuchar cualquier telediario. En todo caso, esta excepcionalidad es una buena ocasión para que demuestren que existen para estar más cerca de los problemas y atenderlos, no para que cada uno nos cuente que es más guapo que nadie; sería una pena que no pararan de competir por ver a quién les viene más grande el cargo. Si tanta prisa tienen por que la “nueva normalidad” alcance pronto a su territorio en toda la dimensión de lo que era la “normalidad”, que nos adelanten qué harán si las prisas traen una segunda ola de COVID-19. Y antes de seguir jugando con sus votantes, repasen la intervención de la anestesista Mónica García en la Asamblea de Madrid, en el pleno del día 29 de abril, por si tienen la tentación de manipularles con su propaganda.

Libertad

En nombre de esta extraordinario concepto que tanta sangre ha costado, se pueden decir muchísimas tonterías, y más en situaciones de riesgo, crisis y oscuridad. Nadie queremos que nos coarten; todos sabemos, sin embargo, que, con el pretexto de la libertad, podemos dañar a otros y dañarnos a nosotros mismos. Aunque no sepamos cuánto tiempo de nuestra vida haya tenido que transcurrir para que lo que hacemos sea fruto de un mínimo de libertad y coherencia, sí sabemos que cuando algunas personas nos hablan de libertad, mejor tener cuidado. En el reciente manifiesto encabezado por Aznar o Vargas Llosa y Álvarez de Toledo, en que clamaban “contra el autoritarismo” de quienes se “estén arrogando un poder desmedido”, si su trayectoria les arropase para arrogarse tener la balanza de la libertad adecuada en un momento tan duro como este, deberíamos pedirles perdón por no recordarla.

Esta convenienzuda manera de hablar de la libertad la emplean principalmente quienes, en su nombre, le sacan provecho a los agujeros del aparato legislativo en cuestiones de negocios. En el caso de la sanidad, por ejemplo, las correlaciones entre neoliberalismo y gestión privada de servicios públicos ha quedado de manifiesto en la deficiencia de estos días, por mucho que publiciten lo de IFEMA o que tenemos la mejor Sanidad del mundo. ¿Y en atención a la Tercera Edad o Educación? ¿Quién ha hablado más de libertad de elección de centro que las sucesivas presidentas que ha tenido la  la Comunidad de Madrid desde 2003, si no ha sido para tener en Europa el máximo nivel de privatizaciones del sistema educativo? No es de ahora, claro; es de familia: han heredado de sus ancestros decimonónicos esa idea, asociada a una praxis en que, con ser los más duros con las libertades que se controlan desde Interior, no paran de exigir las libertades que les interesan de verdad, las que  les confieren capacidad para desarrollar un capitalismo extractivo a cuenta de una ciudadanía cautiva.

¿Leer?
Lo del mal ejemplo que puedan dar les da igual: no creen en una educación de la ciudadanía; la gente de buena cuna lo considera cursi o que, con ir a confesarse de vez en cuando a la parroquia, es suficiente. Después de tanto alarde de doble moral, nadie debiera extrañarse de encontrar en la calle personas que se quieran saltar las normas saludables para todos, que intenten hacer un botellón o una juerga indebida; se salten la obligación de la mascarilla o cualquier otra que, por  limitarnos la normalidad de siempre, consideren estúpida. No viene mal, por tanto,  pensar un rato qué debe primar: si el bien colectivo o el sálvese quien pueda, el más listo casi siempre. No será fácil en muchos casos, decidir, pero si vuelve a rebrotar esta pandemia y el virus ha mutado mientras no tengamos vacuna para todos, va a ser mucho peor.

Según la Federación de Gremios de Editores, los índices de lectura han crecido estos días un 4%; quedan algunos más de retiro mitigado y el capítulo primero de La Política de Aristóteles es de interés: “Vemos que cualquier ciudad es una cierta comunidad, y que toda comunidad esta constituida con miras a algún bien es evidente […] Sobre todo, pretende el bien superior la que es superior y comprende a las demás….”

Manuel Menor Currás
Madrid, 04.05.1944.

lunes, 20 de abril de 2020

La lírica (Manuel Menor)

Sería necesaria sensatez, pero son malos tiempos para la lírica

Todo indica la sociedad es favorable a consensos para una salida solidaria de la COVID-19. En el Congreso de Diputados se está lejos.


Mientras se va haciendo rutinario este parón de la vida social y económica con ritmos que no habíamos conocido, en este mes que llevamos de hibernación van quedando claros algunos asuntos, mientras otros se complican cada día un poco más.

Del pasado

A estas alturas de la historia de la humanidad, todo tiene pasado. Hasta la Naturaleza sabemos que lo tiene y mucho más largo que los humanos. Como tantas veces, en esta también hay quienes echan mano de él para encontrar orientación en un presente tan intranquilo. Hay recuerdos de distintos testimonios documentales y varias novelas que han venido a colación estos días, la de Camus y la bastante más antigua de Defoe en primer lugar. Y hay, inevitablemente la comparación: si es lo mismo o muy parecido, qué fue mejor o qué sea peor, y , de paso, la conclusión confirmatoria de una u otra teoría. Ha sido frecuente estos días la interpretación de quienes repasando alguno de estos acontecimientos se ha inclinado por indicar que, pasado un primer momento de cierta contención, todo vuelve a donde solía: los humanos no solemos ser propensos a aprender nada de estos hechos históricos y todo vuelve a seguir pronto las mismas rutinas. Puede sonar pesimista, pero es la condición humana: cambiar, lo que se dice cambiar, no suele ser algo tan colectivo y voluntarioso que se note significativamente; es decir que lo más probable es que visto el futuro desde ese pasado no habrá después de esta pandemia un tiempo significativamente distinto en comportamientos y actitudes. El autor de Robinson Crusoe concluye su novela –a comienzos del siglo XVIII- diciendo que “sigue vivo” en medio de una mortandad terrible y entre coetáneos cuyo comportamiento ha sido más bien horrible.

Al futuro

Se contradiría, una vez más, el tópico de la historia como maestra de la vida. No debiéramos olvidar que este dicho proviene de una interpretación de lo que en época de Tiberio (42 a.C.-37 d. C) circulaba como función de “las historias”, cuentos o apotegmas didácticos. Entre nosotros, un ejemplo tardío de este género puede verse en El Conde Lucanor, cuya estructura narrativa provenía de los retóricos romanos, sus menciones y anécdotas en los discursos, para que el público atendiera y se fijara en lo que se quisiera enseñarle; es lo que solemos hacer cuando contamos una anécdota para ejemplificar una conducta deseable o reprobable. Pero esas “historias” no eran “la Historia” como disciplina y con metodología apropiada para encontrar una explicación razonable de un hecho, un proceso o un conjunto de acontecimientos determinado.

En la Red, sin embargo, circulan vídeos, comunicados y construcciones visuales más o menos bien intencionadas cuyos autores renuevan la perspectiva de las desgracias como detonante de conversiones masivas o caídas del caballo de Saulo a lo grande. La hibernación que estamos padeciendo -con sus causas y consecuencias-, sería para estos Jeremías contemporáneos una providencial ocasión para la reflexión y el cambio de vida. El Covid-19 funciona, entre tanto, como situación propicia a la salvación en muchos niveles de publicidad, de muy diversos tonos y calidades, también con esta expectativas pragmáticas, reconversoras de pautas problemáticas. La suma de virtudes que sacan a relucir unos y otros predicadores en estas homilías es infinita y, de remediarse tanto mal como pretenden erradicar con sus mensajes, el coronavirus de la Covid-19 pasará a los Anales de la Humanidad como la gran panacea universal. Disculpen el escepticismo, pro tampoco estos milenaristas son los mejores instrumentos de análisis para el futuro que la humanidad necesita; en particular, la porción que vive en esta área de la Península Ibérica que llamamos España.

Y al presente

Este tiempo verbal tampoco es que esté brillando por sensatas actitudes de cambio; lo que se ha podido ver y oír en la Sesión 17 del Pleno del Congreso de Diputados este miércoles 15 de abril, no es para estar tranquilos. Nuestros políticos actuales se han acostumbrado a darnos espectáculo desprestigiándose a sí mismos y haciéndonos ver que se les dan muy bien los desacuerdos, como si así estuvieran haciendo una sana aportación crítica a la vida democrática. De otro modo no se entiende la pasión que muestran por que veamos lo cortos de miras que son, lo bien que se insultan y juegan al escondite, sin entrarse de que no están en un patio de cole no muy bien atendido. Es como si les encantara que el sector menos democrático de este país se acabara convenciendo más pronto que tarde, de que la representación democrática es un invento caro y anticuado. Con lo que hoy se ha visto y oído, van camino de conseguirlo, cuando todos esperábamos que les habíamos elegido para que se ocupasen de atender en serio los problemas que tenemos y los que nos vienen encima.

Los representantes de la derecha y ultraderecha que nos han tocado en suerte no nos los merecemos: dan el cante siempre que abren la boca para hablar de España y los españoles. Y no quieren llegar a Moncloa 1977 y su pacto; les va más la Plaza de Oriente anterior a 1975 . Al ritmo que van, huroneando en lo que este coronavirus genera como residuo problemático, no paran de confundir el patriotismo con las ansias de poder, una pasión nada inocente, de la que no son únicos detentadores, pero que les viene de lejos. Siempre en ese sector sociopolítico y cultural, han entendido que la patria y sus esencias eran exclusiva suya. Por eso viven con especial desarreglo de sintaxis y de educación en este momento en son otros los que están en los sillones azules.

Con este ritmo, más el de algunos jaleadores de aplausos inmerecidos -que se abren paso a menudo entre los muy sinceros de las ocho de la tarde-, más la serie de reacciones que en algunas comunidades de vecinos han empezado a mostrar tan raras ansias de convivencia que solo toleran incontaminadas esencias únicas en el universo de su casa, mal cariz tiene la necesidad que existe de actuar en unidad y solidaridad. Parece que fueran ganas de fastidiar a sacrosantos intereses, absolutamente privados. Según estos activistas, que no paran de bombardear las redes y la prensa consorte, vuelve a estar de moda: homo homini lupus. Para la zoología montaraz va bien; para la posición que el humano debiera haber alcanzado en la escala evolutiva, es un claro retroceso. A ver si va a estar sucediendo que, lo que de verdad está poniendo en evidencia este coronavirus es el sistema de carencias que padecemos…, algo crónico probablemente


Manuel Menor Currás
Madrid, 15.04.2020.

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lunes, 10 de febrero de 2020

La ventana de Overton: la polémica como estrategia de comunicación (Gabriel Méndez-Nicolas para ctxt.es)

Artículo de Gabriel Méndez-Nicolas para ctxt.es

Una idea considerada inconcebible puede pasar al terreno de lo debatible cuando aparece otra opinión aún más radical. Cuanto más chocante sea esta mejor


 10/02/2020
Tenemos nueva polémica. El veto parental o, como lo llaman sus creadores, el pin parental. Una medida que implica que la dirección de los centros educativos pida la autorización de los padres para dar a los niños “charlas, talleres o actividades con carga ideológica o moral contraria a sus convicciones”. Santiago Abascal ha comparado incluso el programa educativo navarro Skolae (que obtuvo un premio de la UNESCO) con la corrupción de menores y ha declarado que “debemos proteger de juegos eróticos a niños de menos de seis años”. Es decir, que los padres se puedan negar a que sus hijos asistan a talleres o charlas en el colegio por su supuesto poso ideológico. Entiéndase por poso ideológico las charlas sobre feminismo, libertad sexual u homosexualidad que se puedan dar en los colegios. Este planteamiento de Vox es la última polémica de muchas desde que la formación de extrema derecha irrumpiera en el panorama mediático español. Son sobradamente conocidas todas las declaraciones y propuestas radicales de la formación de extrema derecha. Esta es la última, pero no la única. 

Todas han generado un debate público y de todas se ha escrito y discutido en algún momento. ¿Estas frases son simples calentones o son parte de una estrategia comunicativa premeditada? Antes de poder responder a esa pregunta es necesario el conocimiento de un concepto de teoría política: ‘La ventana de Overton’. 

La ventana de Overton es un concepto de comunicación política creado por el lobista y think-tanker conservador Joseph Overton y que pasó a denominarse así tras su muerte en 2003. Hace referencia a la ventana de posibles opiniones que se pueden expresar en el espacio público. Es decir, al abanico de opiniones que se pueden formular en un debate público sin que el individuo o partido político que las expresa sea directamente descalificado. Propuestas asumibles dentro del debate y la opinión pública, ideas aceptadas como discutibles por la mayoría de ciudadanos. Dentro de esa ventana de aceptación es donde los partidos políticos necesitan encontrarse para conseguir seducir a una mayoría de ciudadanos. Necesitan que las ideas y propuestas que defienden se encuentren dentro de ese marco de aceptación. Para eso, tienen que proponer medidas que estén dentro de ese abanico de ideas discutibles y evitan las ideas que puedan verse como más radicales o impensables para no perder popularidad. Sin embargo, como una ventana, ese espacio se puede ensanchar o disminuir según la evolución de una sociedad. “La acción de los think tanks y los grupos de interés, según Overton, es mover esa ventana de aceptabilidad” escribía Santiago Sánchez-Pagés en este artículo de CTXT. De esa manera, una idea que estaba fuera de lo que se puede decir puede poco a poco entrar en el debate público.

¿Cómo se logra ensanchar la ventana de Overton? Con ideas lo más radicales posibles. Una idea considerada inconcebible puede pasar al terreno de lo debatible cuando aparece otra opinión aún más radical. La radicalidad y la vehemencia es lo que se busca. Cuanto más radical y chocante sea una propuesta o una idea, mejor. Los ejemplos más claros los hemos visto en las campañas de Donald Trump o Jair Bolsonaro. Uno prometió enérgicamente la construcción de un muro para separar a los EE.UU. de México, que además iban a pagar los mexicanos, y expulsar a todas las personas de fe musulmana. El otro declaró sobre las cuotas femeninas que “si ponen mujeres porque sí, van a tener que contratar negros también”. Estos son simples ejemplos de una cantidad casi incontable de propuestas y declaraciones xenófobas, racistas, homófobas, misóginas y radicales. Son estas las que van a ensanchar la ventana de aceptación. De esa manera ideas antes inconcebibles pueden acabar pareciendo, frente a estas, discutibles e inclusos razonable.

Muchos análisis han explicado ya cómo la irrupción de Vox ha atraído hacia posiciones más radicales a partidos como el PP o Ciudadanos por miedo de quedar como cobardes. Se ha ensanchado la ventana y los partidos de la derecha van a la pesca del votante más extremo sin mucho temor a las represalias de sus simpatizantes más moderados.

Pero esta estrategia no se ciñe solo a los partidos políticos y a los grupos de presión, los medios tienen también un papel fundamental en su éxito. Tanto algunos medios (en España, por ejemplo, OkDiarioEsRadio o Libertad Digital) como también sus polemistas más habituales.

El doctor en ciencias políticas Clément Viktorovitch habla de estrategia clara de la extrema derecha: “Se usan francotiradores que van a pasearse por los medios, por los platós de televisión para expresar opiniones extravagantes, lo más extravagantes posible para ensanchar la ventana de Overton. Y en comparación las posiciones de ciertos representantes políticos que antes eran juzgadas como chocantes, parecen de repente razonables”. 

Viktorovitch se refiere a polemistas franceses como Julie Graziani o Éric Zemmour, pero se puede aplicar a España. Piensen en Hermann Tertsch, Jiménez Losantos, Isabel San Sebastián, Salvador Sostres y una larga lista de personalidades que acumulan apariciones en platós de televisión y columnas de periódicos en las que crean polémica o reabren ventanas de debate que se pensaban cerradas. Si se habla en la radio de “bombardear Cataluña” queda mucho más razonable la propuesta de eliminar su autonomía (aunque esto sea anticonstitucional). Si se dice que “es muy hipócrita escandalizarse porque una madre tire a su bebé a un contenedor y, en cambio, aplaudir que lo triture cuando lo lleva en su vientre” la idea de volver a ilegalizar el aborto podría ser considerado como algo debatible e incluso asumible.

Influenciar a la opinión pública antes de poder ganar elecciones es parte del combate cultural imprescindible para que las ideas reaccionarias habitualmente rechazadas por la sociedad vuelvan al campo de lo aceptable. Grandes figuras de la derecha más radical como Steve Bannon, en EE.UU., o Marion Maréchal Le Pen, en Francia, ya han conceptualizado esa idea de combate cultural frente a los avances del bloque progresista. De hecho, la sobrina de Marine Le Pen ha abierto un nuevo “centro de estudios” en Madrid  para formar a jóvenes en la defensa de la identidad cultural nacional: “Creo que el gran cambio político al que aspiramos aquí juntos se realizará precisamente con este tipo de iniciativas mediante la multiplicación de los islotes de resistencia en el seno de la sociedad civil. Hoy se ha hablado mucho de Antonio Gramsci porque se refería a la hegemonía cultural”, decía Marechal Le Pen en un discurso el 2 de octubre del año pasado.

Quizás desde la izquierda y con este nuevo gobierno progresista se pueda ensanchar la ventana de Overton hacia el otro lado para mantener y seguir conquistando derechos sociales imprescindibles para la justicia social. En el pasado, se consiguieron logros que también parecían impensables: vacaciones pagadas, sanidad universal, matrimonio entre personas del mismo sexo, derecho al aborto y un largo etcétera. Si la ventana de aceptación en el debate público se sigue ensanchando a favor de los reaccionarios, todas estas conquistas sociales podrían desaparecer. Esta nueva polémica no es fruto del azar, es una estrategia de comunicación engrasada y coordinada. El veto parental es la polémica del momento, pero seguro que no será la última.

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sábado, 18 de enero de 2020

La “buena educación” y la mala política (Manuel Menor)

Reproducimos este artículo de opinión de Manuel Menor:

La “buena educación” no depende solo de las escuelas y colegios. Pero la mala educación es síntoma de serios problemas de convivencia.

Baldoví, en su intervención en el Congreso el pasado día siete, mereció un nutrido aplauso –de un sector del hemiciclo- porque echaba en falta algo que, en principio, dan las escuelas: educación. A su parecer, a muchos de los que allí estaban les había faltado “buena educación”. Sin duda, se refería a las pautas de comportamiento, respeto y modales mostrados por muchos parlamentarios, más bien de  “mala educación”. Y en sus palabras no había ninguna ironía al estilo de las de  Mark Twain, cuando puso en solfa las historietas sobre El niño malo y el niño bueno, sino enfado.

Actores de buena educación
Todos estamos de continuo sometidos a la variable vara de medir con que quienes nos ven y nos oyen consideran buena o mala nuestra conducta. Con más razón quienes hablan y se expresan públicamente en la Cámara de los Diputados. Quieran o no, transmiten su buena o mala educación, esa cobertura que hace que gestos, palabras y discurso refuercen ineludiblemente mensajes de  empatía,  proximidad, serenidad, razonamiento, inteligencia, comprensión o, por el contrario, indiferencia, agresividad, intransigencia, egoísmo, cerrazón, falsedad, rencor y hasta odio. Ese plus de la “buena educación” amortigua, incluso, lo que la rudeza de maneras suele mostrar más a menudo: ignorancia y prejuicio, más manifiestos cuando el que se expresa lo hace de oídas, mecánicamente, como una marioneta sin pensamiento propio.

Como en la vida misma, en esta sociedad del espectáculo los variados especímenes existentes en los parlamentos confieren a algunos personajes mayor teatralidad para atraer a la prensa de diverso modo. Independientemente del mucho o nulo conocimiento que muestren sobre los asuntos, muchos no se sienten obligados por las normas de los buenos modales con sus adversarios. Sorprende lo fácilmente que olvidan lo que, en sus selectos colegios les hayan hecho leer de lo escrito al respecto –entre otros- por Erasmo, Parravicini, Saturnino Calleja, D´Amicis, Pilar Sinués, Fernando Beltrán de Lis, Pilar Pascual… o Alfonso Ussía.

Retórico parece, pues, que, al tratar problemas serios, encomienden su arreglo a la educación y lo reafirmen en decisiones legislativas del Parlamento. No sólo en las concernientes a los distintos niveles educativos -como cuando suprimieron la Educación para la Convivencia o para la Ciudadanía- sino, también, respecto a otros campos de la vida pública. El BOE educa, y educa bien, mal o regular, según lo que regula o desregula, y según a quiénes coarte o favorezca. No es etéreo su carácter educador. Si se analiza la publicación oficial en una secuencia de varios años, permite observar la proximidad o lejanía, interés o desinterés, aversión y hasta repudio que unos u otros asuntos le hayan suscitado; cómo se hayan mimado u olvidado, cómo se hayan preferido unas u otras pautas a desarrollar. En el BOE quedan expresadas las conductas cotidianas que nuestros representantes han querido y podido exigir a sus conciudadanos,  conscientes de una capacidad que la escuela no suele tener para educar.

Detrás, se puede ver cómo en lo que se propone y decide pesa, con más frecuencia de lo deseable, el dar por supuesto que es “natural” lo que solamente es la inercia de lo aprendido. Montaigne -uno de los clásicos recordados por N. Ordine en su último libro- decía que “las leyes de la conciencia, que decimos nacer de la naturaleza, nacen de la costumbre. Dado que cada cual venera en su interior las opiniones y las conductas que se aprueban y admiten a su alrededor, no puede desprenderse de ellas sin remordimiento…”. Al pretender diluir las contradicciones de creencia o de clase social ofendida, el BOE continuamente pone de manifiesto cómo mucho de lo que dicen sus páginas está lastrado de inautenticidad, a la espera de que la historia lo supere. No es difícil, además,  ver en sus páginas a los encantados y encantadas de reconocerse a sí mismos como si vieran a Dios cuando se miran al espejo. Pero ese cinismo burocrático, propicio a los monólogos, ha dejado plasmadas ahí siete leyes educativas alternantes y tal vez muestre  pronto la octava.

¿Legisladores de buena educación?
Cuando Baldoví mencionó que era maestro y profesor de Educación física,  quienes se sonrieron evidenciaron, además, la poca estima que un sistema educativo de calidad les merecía. Ante tal confesión, hicieron gala de una castiza cursilería, tan falta de respeto y de ética como las hirientes palabras recordadas hace poco por J.M. Bausset, o como cuando otro profesor, Labordeta, brindó un exabrupto sonado en marzo de 2003 a unos hooligans de idéntica vanidad farisaica.  Lo nuevo parece ser el hipócrita entusiasmo por machacar al contrario y no dejarle espacio alguno para que muestre su parte de razón. 

No es fácil -dentro de la cultura política exigible a parlamentarios de 2020, después de los cincuenta años últimos- dar respuesta a por qué siguen cultivando falsos mitos para acallar personas que han dado sobradas muestras de contribución cordial a lo mejor de la sociedad actual.  No  podrán explicar el atractivo de la cerrada vida del pasado que proponen a los españoles que ven el mundo de modo plural e integrador. Tal vez por eso lo repiten por activa, por pasiva y hasta por perifrástica desde no pocos púlpitos, por ver si la pedagogía de sus solipsistas principios convence a algún emprendedor de que son los más fervientes demócratas.

La educación, en todo caso, no parece que vaya a ser objetivo prioritario en los planes de este Gobierno de Coalición. En la pedagogía de comunicación que ha aflorado, lo económico irá delante. Como siempre, querrán convencernos, sin embargo, de que también en lo educativo van a ser “progresistas”. Lo reiterarán cuando erradiquen algunas marcas sembradas por Wert y Méndez de Vigo en el BOE. Ya veremos en qué queda a continuación, su capacidad y voluntad de modernidad. Cuánto tiempo tengan para mostrarla y hasta dónde es la incógnita que pronto empezará a despejarse. De momento, Educación no tiene “vicepresidencia” en esta inflado organigrama ministerial, indicativo para muchos de las preferencias en ciernes, teniendo en cuenta, además, que  Isabel Celáa pasa a segundo plano y que, en el programa o proyecto que han dado a conocer hace unos días, pocas concreciones se hacen en problemas significativos del sistema educativo; queda claro que algunos se soslayan.

Entretanto, la “buena educación” que la sociedad esté aprendiendo de sus representantes políticos debiera revisarse. No debiera impedir, por ejemplo, que un Informe del tipo PISA acerca de la pedagogía social que ejercitan a diario, con los rankings de calidad que cumplen cuantos no alcanzan los estándares básicos de convivencia y de libertad democráticas. La Legislatura apenas está empezando y estas demostraciones pueden ser agobiantes para el sano equilibrio social si crece mucho el número de escépticos.

Manuel Menor Currás