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jueves, 10 de enero de 2019

Desigualdad educativa: pobres resignados y ricos confiados (Héctor Cebolla Boado en eldiario.es)

Artículo de Héctor Cebolla Boado en eldiario.es
  • Aunque lo más común es centrar el debate sobre la desigualdad educativa en los problemas de los hijos de las familias menos favorecidas, estos son solo una de las caras de la moneda
  • Los padres de clase alta interpretan las malas notas de sus hijos como un accidente o un episodio puntual que se puede compensar con un extra de atención y estímulo
  • En cambio, las clases bajas ven en las malas notas un indicio del fracaso escolar de largo recorrido
Cuando se habla de desigualdad educativa se suele pensar de forma casi inmediata en los problemas que afectan a los hijos de las familias con menos recursos. Pero esta desigualdad no es sólo el resultado de lo que sucede entre los menos aventajados, sino que también depende de cómo los más favorecidos compensan el fracaso.

La clase social de origen es un predictor del rendimiento educativo de los individuos a lo largo de su ciclo vital (aquí). Durante su vida escolar, los hijos de las familias menos favorecidas tienen que hacer frente a mayores obstáculos que los de las familias acomodadas. Piénsese por ejemplo en el hecho de los primeros crecen en entornos con menos recursos, se escolarizan en centros muy estigmatizados y se socializan en entornos no siempre estimulantes y ambiciosos. La otra cara de la misma moneda es que los hijos de las clases altas disponen de muchos más recursos, se escolarizan en los mejores centros y son criados por padres con expectativas más altas. Así, la desigualdad no sólo resulta de las condiciones de los menos favorecidos, sino también por lo que sucede en la parte alta de la escala social.

Pongamos un ejemplo. Las notas que los niños obtienen en el colegio transmiten una valiosa información a sus padres y cuidadores ya que son la materia prima sobre la que infieren las probabilidades de éxito de los niños en el medio y largo plazo. Pues bien, los hogares de distinta clase social reaccionan de forma diferente ante notas buenas, malas y regulares. Mientras que los padres menos aventajados parecen resignarse ante notas malas de sus hijos, los de clase alta intentan compensar su fracaso académico y, muy frecuentemente, consiguen compensarlo y garantizar la progresión educativa de sus hijos.

¿Compensan los ricos y se resignan los pobres?

Para ver si existe compensación de los malos resultados escolares de los hijos de las familias más aventajadas, mi colega Fabrizio Bernardi y yo estudiamos cómo difiere la probabilidad de que los hijos de clases altas y bajas abandonen sus estudios al final de la educación obligatoria como consecuencia de sus malas notas ( aquí).

Fijémonos en el comportamiento de dos grupos que representan bien a la sociedad española: los profesionales (clase de servicio) y los trabajadores manuales no cualificados. En el siguiente gráfico se muestra la reacción de cada uno de ellos ante diferentes niveles de rendimiento académico en la vida escolar.

Porcentaje de hijos de profesionales y trabajadores manuales sin cualificación que realizó la transición de la educación obligatoria a la no obligatoria en función del rendimiento escolar recordado
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Fuente: Elaboración propia a partir de los datos del CIS 2634

Como se puede ver, la reacción que las familias parecen tener ante el rendimiento escolar de sus hijos es distinta en función de la clase social a la que pertenecen. Los padres de clase alta, podrían tener una mayor resistencia al desánimo cuando sus hijos no alcanzan un nivel de rendimiento escolar suficiente y son capaces de impulsarlos a continuar en el sistema educativo incluso en las circunstancias más adversas. En concreto, el 56% de los españoles que recuerda haber obtenido malas notas en la escuela y cuyos padres eran profesionales, continuaron estudiando después de la educación obligatoria. Por el contrario, entre los hijos de padres con ocupaciones manuales sin cualificación, este porcentaje de resistentes al fracaso es sólo del 20%. Esta brecha social es aún más llamativa entre quienes dicen que tuvieron notas más bien regulares. Los hijos de profesionales que transitaron a la educación no obligatoria fueron más del 80% contra un 43% del grupo tomado como referencia entre los menos favorecidos.

Esta es una prueba poco discutible de que más allá de las diferencias en el rendimiento escolar (las notas o cualquier otro indicador de rendimiento académico), la desigualdad educativa de largo recorrido podría también ser consecuencia de la forma en la que las familias de distinta reaccionan ante el fracaso. Para las clases menos favorecidas, el fracaso es un obstáculo mucho más insuperable que para los padres más acomodados. Éstos últimos no se desaniman y saben sortearlo adoptando estrategias para compensar los malos resultados de sus hijos sin frenar su progresión educativa.

Puede que estas conclusiones resulten un tanto aventuradas para los lectores que estén más familiarizados con la escasa calidad de las estadísticas educativas (y en general, sociodemográficas) de España. Pero nosotros mismos hemos confirmado la misma regularidad en otros países que cuentan con mejores datos (aquí). Es difícil ser contundente a la hora de explicar las causas detrás de esta regularidad. Si las notas ayudan a los padres a inferir con qué probabilidades las carreras educativas de sus hijos serán exitosas, cabe pensar que las clases altas son más capaces de asumir los riesgos (y los costes de oportunidad) derivados de un fracaso potencial. En cambio, los padres de clases menos acomodadas pueden ver en las malas notas una amenaza creíble de que en el medio y largo plazo el sistema educativo podría expulsar a sus hijos.

Las políticas públicas que persiguen incrementar la equidad educativa no sólo deben remediar las carencias que limitan el desarrollo de los estudiantes con más talento de entre los menos favorecidos socialmente. Es también importante que el sistema educativo sea realmente selectivo sobre el criterio del talento y la valía personal y que las familias acomodadas tengan más dificultades para impulsar indebidamente a aquellos de sus hijos con menos capacidades.

martes, 31 de julio de 2018

Combatir el fracaso escolar (Julio Rogero y Miguel Lancho en CUARTOPODER.ES)

Artículo de Julio Rogero y Miguel Lancho, de la Federación de Movimientos de Renovación Pedagógica, publicado en cuartopoder.es
  • Hay que ampliar el concepto de fracaso escolar y sustituirlo por el de “fracaso del sistema escolar”, mucho más amplio y más ajustado a la realidad compleja
  • El fracaso escolar forma parte del éxito del sistema socioeconómico en que vivimos y del sistema educativo en el que se sustenta
El nuevo presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en la presentación en el Congreso de los Diputados de su programa de gobierno el día 17 de julio, al hablar de la educación, se hizo una pregunta clave hoy: “¿Cómo puede fracasar alguien que tiene 12 años?“. Señaló que “la desigualdad arranca a una edad intolerable para un país con valores” como los de España. Manifestó que hay menores que no tienen los medios, suficientes y necesarios, en su entorno; que su situación de pobreza y dificultades económicas tiene consecuencias en las aulas; y que esa “inaceptable” situación de pobreza infantil hará que el gobierno se plantee programas específicos para luchar contra ella. También afirmó que “el fracaso en la infancia no es de ese niño o esa niña”, sino que “quien fracasa es el conjunto de la sociedad”. Para ello propuso alguna medidas: reactivar los programas de apoyo, reducir el número de niños por aula, revertir los recortes, aumentar la inversión en educación…Nos parece significativo que el nuevo Gobierno haya tomado conciencia de la necesidad de combatir el fracaso escolar mediante las políticas educativas adecuadas. Esperemos que tan loables intenciones se lleven a cabo sin demasiada dilación.

Es frecuente en estos tiempos oír hablar de fracaso escolar entre las familias de alumnos, preocupadas por el éxito escolar de sus hijos e hijas; entre el profesorado, que lo vive y lo revive muy de cerca; los políticos, que frecuentemente recurren a cifras y datos para apoyar sus propuestas políticas y utilizarlas en beneficio propio. Con frecuencia hablar de fracaso escolar, cuando no se acaba la Enseñanza Secundaria Obligatoria (ESO) o se abandona la escuela sin finalizar la Secundaria, supone la descalificación e incluso la estigmatización del alumnado, su culpabilización en exclusiva por no haberse esforzado lo suficiente, con la consiguiente exoneración del resto de la institución escolar y de las políticas educativas.
El fracaso escolar está relacionado con múltiples causas e intervienen numerosos actores (administración, alumnado, docentes, familia…), por lo que la comprensión de las causas de este fracaso requiere modelos explicativos holísticos, que tengan en cuenta las variables psicológicas, socioeconómicas, culturales, institucionales… Todo ello nos hace replantear el concepto de fracaso escolar y sustituirlo por el de “fracaso del sistema escolar”, mucho más amplio y más ajustado a la realidad compleja.
En la sociedad capitalista imperante predomina el darwinismo social, la supervivencia de los más fuertes y el desprecio del perdedor. La tan cacareada “igualdad de oportunidades”, no existe ni puede existir mientras se mantenga la situación de precariedad y exclusión de amplios sectores de la población, es imposible en una sociedad radicalmente injusta como la nuestra.
La acumulación de riqueza se alimenta de la pobreza y de los bajos salarios. El aumento de pobres, parados y excluidos se interpreta como el coste de la evolución del cambio y del crecimiento económico. Para el buen funcionamiento del sistema es necesario que los mejor dotados (los excelentes) prosperen y los débiles desaparezcan, los nuevos pobres son el coste necesario para que los “elegidos” estén cada día en mejores condiciones para competir y aumentar su riqueza. Una directora general de la Familia y el Menor de una comunidad autónoma negaba la subvención económica a una organización que se dedicaba a trabajar con chicos de la calle porque “dedicar recursos a los que no aprenden ni quieren aprender es inútil y es tirar el dinero. A los que quieren aprender y son inteligentes hay que dedicar los recursos”.
El fracaso escolar es el éxito del sistema, que cumple a la perfección su papel de seleccionar a “los mejores”, “los excelentes”, y suspender y excluir a “los otros, los vagos, los que no se esfuerzan lo suficiente, a los diferentes”. El fracaso escolar forma parte del éxito del sistema socioeconómico en que vivimos y del sistema educativo en el que se sustenta, porque a él se le asigna una clara función (entre otras) de selección y reproducción de la sociedad actual. Incluyendo el mantenimiento del fracaso escolar entre las clases sociales más bajas y las personas más débiles de la sociedad. Sin embargo, la psicología cognitiva y nuestra propia experiencia nos muestran que nuestros niños y jóvenes tienen la capacidad suficiente, a no ser que tengan determinadas carencias o limitaciones especiales, para aprender los conocimientos que se proponen en la escuela. Cuando no sucede así es porque se les está robando el derecho a la educación y al éxito escolar.
Este concepto selectivo y elitista de la educación se ha visto reforzado con la reforma educativa que impuso el Partido Popular con su mayoría absoluta en la penúltima legislatura. La LOMCE no ha contribuido a reducir el fracaso escolar sino que ha profundizado más las diferencias, generando un sistema educativo más clasista y segregador.
Los MRP somos conscientes de la necesidad de abrir procesos de transición a un modelo educativo emancipador que haga efectivo el derecho de todos los seres humanos a la educación y al éxito educativo. Por eso, todas las decisiones de política educativa que vayan en esa dirección hemos de apoyarlas, sabiendo que sólo serán eficaces poniendo en el centro la escuela pública que queremos, una escuela que no margine a nadie y elimine de raíz el fracaso escolar. El actual sistema educativo es claramente injusto, inequitativo, segregador y darwinista. Es el que corresponde a una sociedad injusta, desigual y clasista como la nuestra.
El espacio que se genera en la escuela pública, entendida como el modelo de escuela hacia el que queremos tender, es el espacio propicio para hacer realidad una educación basada en la afectividad como reconocimiento del otro. Es el espacio para formar un “nosotros” inclusivo, donde todos tienen su propio significado y sentido, donde cada uno es quien es y es respetado y querido en su propia singularidad. No podemos entender una escuela que prive a muchos de estar en ella, por medio de diferentes formas de selección y exclusión. Es necesario hacer eficaz y real el derecho a una educación inclusiva. Y mientras cualquier escuela, sea de la titularidad que sea, seleccione, margine, excluya, suspenda, expulse, clasifique, etiquete a uno solo de los alumnos o alumnas, y no garantice el éxito de todas las personas, será una escuela que nunca podrá ser la “escuela de todos y para todos”.
Estas reflexiones se tienen que materializar en actuaciones concretas como:
  • Ampliación del horario de apertura de la escuela (mañana y tarde). Avanzar en la concepción de educación a tiempo completo: actividades extraescolares formativas diversas y gratuitas para todos los miembros de la comunidad. Puesta en marcha de bibliotecas tutorizadas, estudio asistido, apoyos.
  • Empleo racional y formativo de las nuevas tecnologías.
  • Garantizar el desarrollo de la acción tutorial con el alumnado, sus familias y su entorno.
  • Entrada de más adultos en el aula para enriquecer el proceso de enseñanza-aprendizaje de todo el alumnado (grupos interactivos, dobles tutorías, profesor de apoyo o refuerzo, otros educadores).
  • Garantizar el aprendizaje de las lenguas propias y de uso mayoritario, tanto en su expresión oral como escrita.
  • Implantar programas de intervención contra el absentismo escolar.
  • Garantizar el aprendizaje de destrezas de comunicación y habilidades de relación social.
  • Medidas políticas efectivas para erradicar la pobreza y la marginación social.
  • Pacto político educativo en el que participen los sectores educativos implicados, en el que los partidos políticos renuncien a intereses particulares y de grupos de presión poderosos en pro de una educación pública de calidad.