Los problemas crecen,
indiferentes al ritual electoralista
El cambio climático y
las muchas maneras del odio intolerante siguen ahí, aunque numerosos mensajes
pretendan adormilarnos con señuelos de despiste.
De la codicia y del hambre
Que el deterioro del clima es
creciente, visible incluso en las peculiaridades de este invierno recién acabado,
ya solo es negado por los más recalcitrantes. En todos los ámbitos de la vida
humana, en que las confluencias de naturaleza, cultura, conocimiento o credulidad tienen presencia, existen siempre
grados de negacionismo o aceptación de explicaciones coherentes. Como quiera
que el grado de apertura de las personas en todos los campos de la experiencia
humana suele ser corto y contradictorio, en lo relativo al clima –con ciclos
largos en sus mutaciones-, al implicar cambios drásticos en nuestros hábitos, será difícil llegar a tiempo de que este planeta continúe
mucho tiempo habitable.
Pregonaba Gibran –el autor de El Profeta, uno de los libros del
contraculturalismo de los años sesenta y setenta- que “en el intercambio de los
frutos de la tierra hallaréis abundancia y satisfacción. Pero si el intercambio
no se hace con amor y bondadosa justicia, llevará a unos a la codicia y a otros
al hambre”. Fue escrito en 1923, año de serias crisis europeas que, en España,
trajo la dictadura de Primo de Rivera. Era una advertencia, como otras que
vendrían después de la IIª Guerra Mundial y sus 50 millones de muertos, con la Declaración de los Derechos Humanos en
1945. Pero la explotación abusiva de la Tierra, despiadada y en provecho
rentable de muy pocos, ha seguido implacable. De poco han servido los
llamamientos de la ONU: lo de Auschwitz volvió a repetirse en el Gulag,
Camboya, Uganda o los Balcanes y prosigue en múltiples lugares. Pese a las
últimas reuniones internacionales en pro del “desarrollo sostenible”, como la
que desde 2015 ha fijado 17 grandes objetivos para la Agenda-2030,
disminuir la codicia para que no crezca el hambre sigue siendo complicado.
La propia ONU ha decidido que, en el comienzo de la primavera, se celebrara el “Día Internacional de la Felicidad”, término que
aglutinaría un conjunto de indicadores económicos y culturales válido para establecer
un muy ambiguo ranking por países, a cuya cabeza estuvo este año Finlandia. El escurridizo término, como el antiguo cuento de La camisa del hombre feliz, es tan manipulable como la
multitud de objetivos, propósitos y doctrinas a que ha prestado su hipotético
ascendiente. Con lo que ha dado de sí en la historia, nominar como “felicidad” los anhelos más
preciados del hombre bien puede valer para seguir ocultando múltiples injusticias
y abusos de quienes dicen tener siempre a mano artificios para que los demás se
crean felices. Por si acaso, el movimiento iniciado en Noruega por la
adolescente Greta Thunberg –que ha tenido en España importante repercusión- ha sido más
concreto en mostrar la desconfianza de la población más joven respecto a lo que
las otras generaciones hayan hecho: temen que no estemos siendo capaces de
salvaguardar su futuro.
Palabras y voces
Más acá del cambio climático, parece
sino que se estén reproduciendo de modo inquietante no pocos de los
ingredientes que, en el citado 1923
emblemático, dieron al traste con la República democrática de Weimar o evidenciaron las carencias del canovismo restauracionista en España. Es de destacar la enorme desconfianza
e inquietud que, ahora mismo, despiertan en muchos ciudadanos las palabras hiperbólicas y desacomplejadas que, de unos meses acá, proliferan en boca de líderes políticos, a
las que se añaden las más enfermizas todavía que, desde las elecciones
andaluzas, invaden los medios públicos.
Si nos atenemos a que las palabras son nuestra casa –en Vigo hay un museo, Verbum, conocido como Casa das palabras-, no parece sino que cuanto las
hace ser la expresión más humana –por su propiedad, veracidad y lealtad a los
interlocutores- esté mutando, regresivamente, de modo que, más que nuestra casa
común, dan cada vez más signos gritones de trinchera. Aristóteles ya advirtió
esta distinción y lo poco que vale ese griterío de diatribas ocurrentes,
desmedidas y no pocas veces infames, para construir la Polis.: “Solo el hombre
tiene la palabra; la voz es una indicación del dolor y del placer, por eso la
tienen también los animales” (Política,
I, 2).
Por este motivo, cobra especial
relevancia –por traición al significado de las palabras más hermosas de la
experiencia humana- que el día 21 de marzo también haya sido reclamado por la
ONU como DÍA INTERNACIONAL DE LA ELIMINACIÓN DE LA DISCRIMINACIÓN RACIAL. Algunos centros de la UNESCO
lo han celebrado ligándolo al Día de la
Poesía. El Movimiento contra la Violencia, que lidera Esteban Ibarra, ha
aprovechado la conmemoración para
presentar su Informe Raxen 2018, que
monitoriza incidentes o hechos que evidencian diversas formas de intolerancia tras
las que se trasluce el aprendizaje del odio en España.
Esta recogida muestral de información
añade, a la recopilada desde 1995, graves agresiones y asesinatos. El análisis
de 660 incidentes de odio que hacen quienes han atendido a las víctimas,
documenta un diagnóstico muy inquietante. Alerta sobre aspectos que no tienen
la debida atención institucional -que solo una estrategia integral del Estado podría
abordar- y avisa sobre las formas en que esté creciendo el discurso del odio.
Especial atención presta a cómo crece en plataformas de Internet y en cómo no
debieran poder ampararse bajo una elástica libertad de expresión: lo acontecido
con el atentado en Nueva Zelanda, transmitido en directo, es sumamente problemático. Hace constar,
asimismo, cómo se siguen produciendo numerosas agresiones violentas de corte
racista o neonazi, se mantienen los incidentes de xenofobia y otras formas de
intolerancia, y crecen el antisemitismo, Islamofobia y Odio identitario. No se
le escapa la consolidación que adquiere el mensaje del populismo xenófobo,
mientras emerge y se evidencia la Hispanofobia, especialmente en Cataluña, al
lado de Catalanofobia en muchaos ambientes del resto de España. Y da cuenta, en
fin, de otras muchas manifestaciones que dañan la convivencia de palabra y obra,
como la Aporofobia, la Homofobia y Transfobia, la Disfobia, el Edadismo, la
Misoginia y el Sexismo.
Educar
El Informe Raxen-2018 reclama la
urgencia de una acción legislativa y judicial consecuentes. Y también la
importancia de que la educación –ámbito donde abunda el odioso bulling escolar- no sea instrumento
segregador sino inclusivo cuando, además, los problemas de abandono temprano y de “fracaso” siguen con índices alejados de la media de la UE. En medio de un panorama político y mediático tan tensamente displicente
como el actual, varios libros recientes urgen a repensar que toda educación es política y son muchas las instancias que advierten sobre las desigualdades
que fomentan algunas leyes y directrices que rigen la educación o, de fondo, la
propia estructura del sistema. Movimiento contra la Intolerancia acaba de
promover en 1500 centros educativos de toda España un manifiesto escolar contra el odio intolerante en que han hecho
saber su preocupación ante la proliferación creciente de acontecimientos
violentos e intolerantes; han invocado la Declaración Universal de los Derechos
Humanos; han recordado las palabras de Luther King –“arrepentirnos no tanto de
las acciones de la gente perversa, sino de los pasmosos silencios de la gente
buena”- y han tratado de comprometerse
–estudiantes, docentes y familias- a “no
ser parte del problema sino parte de la solución”. Es una esperanza.
Manuel Menor Currás
Madrid, 22.2019.
No hay comentarios:
Publicar un comentario