sábado, 19 de mayo de 2018

Intolerancias (Manuel Menor)

¿Se realimentan la estupidez, la ignorancia y la intolerancia?

Filósofos griegos ya lo constataron. Falta saber si ese es hoy también el gran objetivo a lograr con un sistema de educación degradado y segregador.

Todo sucede como lo cuentan los detentadores de poder. Por algo en las crónicas de la historia anterior a la contemporaneidad, siempre son reyes y  privilegiados los sujetos de cuanto acontecía; los demás eran meros comparsas. En casi 230 años algo ha cambiado, pero no mucho como confirman la prensa y los noticiarios. Según los dirigentes de EEUU, por ejemplo, el pasado día 15 Israel mostró “contención” en Gaza tras el asesinato de 62 palestinos y miles de heridos que protestaban por su situación después de 70 años de ocupación de su tierra y de exilio forzado. Según añadieron en el Consejo de Seguridad de la ONU, el trasladar la embajada americana de Tel-Aviv a Jerusalén nada tenía que ver. “Era lo más apropiado”, aunque con ello se echara un poco más de tierra a un buen entendimiento entre palestinos e israelíes.

Este hábito de culpabilizar al otro por diferente también es recurrente en la historia. Habla de la poca implantación que los derechos humanos tienen, también en Occidente, empezando por aspectos básicos como la igualdad del valor de la vida. No es para estar orgullosos de que el tiempo transcurrido desde la Declaración Universal de la ONU apenas tenga 70 años. Tampoco lo es que la de Derechos del niño -que España firmó en 1991- haya tenido tan poco impacto todavía en el sistema educativo español, donde la familia es prioritaria. ¿Y qué pasa con la violencia contra mujeres? Mucho habrá que trabajar para erradicar razones que, como las de “la manada”, intoxican cualquier consideración sana de la convivencia en un mundo donde la globalización es potenciada por una economía asentada en la ferocidad competitiva, ajena a la convivencia integral, sostenible e inclusiva.

Fraternidad y penumbra
Excepcionalmente, Aristóteles insistió en la filía, un sentido de fraternidad cívica  que hiciera posible la vida de la polis; obligación de los pocos “ciudadanos” que había, no dejaba de ser una superación del cerrado egoísmo. El primer cristianismo dio a la fraternidad una amplitud mayor al hablar de un Dios, padre común de todos. Pero la doctrina cristiana, vinculada a la expectativa de vida ultraterrena, no evitó adulteraciones ni connivencias con el poder en la gestión de los asuntos terrenales. Por eso la historia de la caridad cristiana es discontinua e, incluso, contradictoria en muchas ocasiones. La llamada Escuela de Salamanca, por ejemplo, ayudó con su análisis de los derechos de los indígenas americanos a un temprano reconocimiento no teocrático de “los otros” y a la formulación de un rudimentario derecho internacional, pero el desarrollo del conjunto de derechos de los hombres y mujeres desde 1789 –y sus derivaciones en justicia social coherente- poco deben al Vaticano.

Por otra parte, hay sobrados ejemplos -también en la historia española reciente- de la violencia desarrollada por la Iglesia en nombre de “la salvación” de la gente. Poco conocido es cómo, desde el Edicto de Constantino en 313 d.C., nombres relevantes del santoral demonizaron a  los no conversos. La cultura confesional observable en las ermitas de advocaciones milagreras permite constatar pervivencias rituales que historiadores, antropólogos y arqueólogos han rastreado hasta antes del “triunfo del cristianismo”. Pero una investigación complementaria de Catherine Nixey, La edad de la penumbra. Cómo el cristianismo destruyó el mundo clásico (Madrid, Taurus, 2018), obliga a actualizar currículos encubridores de  información sobre la intolerancia eclesiástica al final de la Edad Antigua en áreas tan sensibles como el arte, las costumbres, lecturas o creencias precedentes. Es, además, un humilde llamamiento a la comprensión en un tiempo en que el fanatismo avanza más y más, también en cuestiones de democracia educativa. Aquellos orígenes del absolutismo dogmático no son distintos del que han dado muestra insatisfechos miembros de la jerarquía episcopal ante el finiquitado pacto educativo –actualmente sin quórum-, anhelantes de ampliar injustificados privilegios.

Manuel Menor Currás

Madrid, 19.05.2018

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