domingo, 16 de octubre de 2016

Máster acelerado (Manuel Menor)

Reproducimos este nuevo artículo de Manuel Menor:



Lo que estamos aprendiendo desde inicios de octubre es especialmente intenso

Nos están educando para que nos despoliticemos y que dejemos hacer a los más selectos, como si política y educación no fueran asuntos de todos.

Se ha puesto de moda hacer un máster en una serie de fines de semana. Permite seguir la vida habitual, con sus ocupaciones, y, al cabo de un tiempo, cumplidos los rituales que adicionalmente exigen las universidades responsables, le dan a los más intrépidos un papel más que añadir a su currículum.

El máster del 2.10.2016
Será memorable esa fecha, pues se inició un máster eminentemente acelerado, impartido por el PSOE gratuitamente a todos los españoles. Entre las  competencias principales que trata de desarrollar, figura la de valorar qué pueda dar de sí hoy una larga trayectoria, la suya propia desde que fuera fundado en 1879 por Pablo Iglesias Posse. Lección principal ha sido la de la implosión interna que ha acabado por producir y representar ante las cámaras poniendo en cuestión que valga algo cuando de poder se trata. El regocijo de una parte importante de los medios, que han retransmitido el acontecimiento al unísono y al estilo de una competición nada deportiva con cartas marcadas, no ha hecho sino evidenciar la tristeza de una parte muy relevante de los zarandeados militantes y simpatizantes, que no se lo podían creer. Al resto de votantes y  observadores se les ha acentuado el aprendizaje de la desconfianza: nada es lo que parecía ser y todo se parece demasiado a como temían.

Puede que PRISA se haya salido con la suya en su afán agónico por  protagonizar el papel de intelectual orgánico, más que el colectivo que ha pretendido desempeñar en otra época, pero el PSOE ha perdido como tal una credibilidad que le venía siendo reticente. A las generaciones jóvenes, desde el 15-M les es indiferente. Pero a quienes simpatizaron con él, militaron en sus filas o le votaron a finales de los setenta y principios de los ochenta, las lecciones magistrales de inicios de este octubre les están haciendo revisar la trayectoria de lo vivido y, en particular, el papel de estos barones históricos que han pretendido hacer valer la nostalgia. Completan de este modo el relato inconcluso sobre lo que haya sido la Transición y sus convulsiones y puede que estemos llegando, al fin, a la distancia de perspectiva que los historiadores consideran adecuada para mirar el pasado sin dejarse llevar por apasionadas parcialidades.

El acelerado curso continúa. Hay lecciones adicionales que iremos recibiendo en los días que quedan hasta pasada la mitad de diciembre, en dosis que nos hagan aceptar, como si nada hubiera pasado, lo que creemos haber visto. La marrullería, las cuestiones reglamentarias, las firmas protocolarias para consultar a las bases y que salga el sol por Antequera, todo se está ensayando por ver si España es lo primero y la abstención lo más pertinente. Sucesivas apariciones de actores con que no se contaba y fragmentaciones posibles como la del PSC irán entrando en el programa lectivo pausada e inexorablemente.

Doble titulación
Es virtualidad de este máster en que nos han matriculado, para que lo rentabilicemos mejor, como sucede con otros grados académicos. Sin que transcurriera una semana de lo que el aleccionamiento de Ferraz nos enseñaba como nuclear, los españoles pendientes del alto magisterio de sus teóricos representantes socialistas aprendían a despolitizarse y desclasarse un poco más mirando en paralelo hacia las enseñanzas que se impartían en la calle Génova. La doblez de la mirada o el doble salto mortal si se quiere, lo anunciaban los dos Hernando. Antonio, el del PSOE, antes defensor del no a Rajoy, ahora defenderá la abstención. Por su parte, Fernando, el del PP, que no las tenía todas consigo antes del día dos de octubre, se ha sentido capaz de exigir bastante más que la abstención. Ha venido a decir: o servilismo ante las exigencias de la gobernabilidad que pretendemos continuar planteando o nos vamos a terceras elecciones. Demoscópicamente hablando, las expectativas demoscópicas parecen propiciar que el PP revalidaría la mayoría absoluta en el Congreso y, en esa onda expansiva con que no contaban en diciembre, jalean que el PSOE, además de rendirse, les subordine objetivos y programas. Es más, no se hacen problema  –lección principal de este doble máster- en dar la vuelta a sus argumentos patrióticos de hace nada. Ya los revierten  de tal modo que hasta Shopenhauer diría que siempre tienen razón y que los demás siempre son los culpables de todo. Especialmente, de  sus meteduras de pata solemnes que tanto ruido causan en la Audiencia Nacional.

Audiencia y videncia
No todo transcurre en la otra acera de Génova, sino también en el otro escenario de San Fernando de Henares y en los medios. En el juego de aleccionamientos paralelos que nos propone este máster insólito, lo del PSOE le viene muy bien al PP para que este doble escenario de la Audiencia, con un poblado casting de actores principales y secundarios que está desfilando, no suscite la desafección proporcional que las grandes deslealtades que se demuestre hayan tenido  con los dineros públicos pudieran suscitar. La corrupción en bruto, más los desconsiderados recortes en servicios sociales y en  legislación democrática que hemos sufrido en la legislatura pasada, parece que ya hubieran sido amortizados en las elecciones del 20-D. Hipótesis esta que parece confirmarse tras los resultados del 26-J y el significativo aumento de escaños para el PP en el Congreso. Estaríamos, por tanto, en un contexto en que los acontecimientos internos del PSOE amortizan las sensaciones que en la ciudadanía puedan despertar las caras y declaraciones de tanto actor nada arrepentido, con lo cual no se volvería a pagar factura política en votos.

De todos modos, ha de consignarse que sí quedará bien grabado un conjunto de competencias prácticas que habremos de agradecer como aprendizaje relevante a quienes pasan y posan ante los magistrados de la Audiencia Nacional. Cada cual irá guardando en su fuero interno con pesar y supuestamente con provecho, por ejemplo, que no es lo mismo la ley que el derecho; que no es igual la justicia que sus procedimientos; o lo diferente que es poder contar con unos u otros abogados. Por mucho que la Justicia en general y con mayúscula sea un eje central del sistema democrático, también en esto hay distingos, más evidentes al tratarse de encausamientos a gente bien. Todas las finuras de las disculpas, doble lenguaje, disimulación honesta, restricción mental y demás figuras jurídico-morales y lingüísticas –incluida la “razón de Estado”-, se irán desgranando sin recato en el escenario judicial a fin de que quienes puedan pagarlas se puedan escabullir a cuenta del deslizamiento semántico de que saben hacer uso los bufetes mejor remunerados. Al ciudadano común, que nunca tendrá acceso a jurisconsultos tan afamados, le resultará imposible entender qué esté realmente pasando delante de sus ojos y optará por el descreimiento de lo que ve. La Gürtel y las tarjetas black dejarán tras si, por tales razones, no sólo abstenciones de voto generalizadas, sino partidarios de un individualismo feroz. Hobbes habló de esto hace 365 años. Entendiendo que el hombre era propicio por naturaleza a la desconfianza de los demás y a competir por su dominio, decía que  “las pasiones que inclinan a los hombres hacia la paz son el temor a la muerte; el deseo de aquellas cosas que son necesarias para una vida confortable; y la esperanza de obtenerlas por su industria” (Leviatán, XIII).

Si en esto basaba el filósofo inglés la necesidad de un poder absoluto que determinara todas las facetas de la vida pública -incluido el qué se haya de enseñar-, muy complicado lo tendría si se hubiera empeñado en hacer ver que las pasiones que traslucen los procesos judiciales que están en marcha en Madrid podrían fortalecer una gobernabilidad democrática exigente. Nada le ayudaría, por otra parte, el comprobar que, en contraste ominoso, el vértigo de las desigualdades sigue creciendo y con él el riesgo de la pobreza: según el Informe último de EAPN (European Anti Poverty Network): El estado de la pobreza: España en 2015,  “el indicador de riesgo de pobreza y exclusión (AROPE) afecta a un total de 13.704.003 personas” y están en esta situación “quienes experimentan alguno o varios de los tres factores de desigualdad: pobreza relativa (22,2%), privación material severa (7%) y baja intensidad de trabajo en el hogar (17,1&&%)”. Con los mayores de 65 años donde ha decrecido entre 2009 y 2013, podría pintársele un futuro algo risueño. Pero ¿con qué se podría ilusionar a la gente joven, cuando la pobreza ha crecido entre la población de 16 a 29 años, hasta alcanzar a un 36,4% y entre los menores de 16 –la edad de los niños y niñas de la ESO-, “con una tasa que ascendió del 31,9% en 2013 al 35,3% en 2014”?  En definitiva, hoy no es nada halagüeño que haya en España  1.788.358 personas pobres más que en 2009. Ni tampoco que sean más de 3.5 millones quienes viven con menos de 350€  al mes.

Ilusiones y despolitización
Esta es la otra lección de este máster acelerado: el encastillado mundo político parece empeñado en que la ciudadanía, contradictoriamente, siga en un mundo iluso en que todo fuera bien, y que todos pertenecemos, como mínimo, a unas inconcretas “clases medias”. Según muchos de nuestros políticos, incluidos muchísimos del PSOE y de otros partidos, nadie parece ser ya clase trabajadora ni tener problema alguno con sus crecientes precariedades de vida. En su pugna por  resultar gratos al espacio teóricamente central de una teórica sociedad, “clase media” es concepto muy elástico pero inexorable. Propicia el desclasamiento individualista y se cierra a las demandas colectivas que puedan mover el presunto orden establecido, de tal modo que toda movilización que no sea meramente simbólica o retórica, les es ajena, especialmente si se intuye que se pueda perder algo de dinero con el posible cambio. Y mientras se desarrolla esa ilusión de presunta igualdad amorfa, indiferente a cuanto suceda por debajo de la oficialidad, prosiguen los ejercicios explícitos del vértigo en que más arriba de las presuntas clases medias nos han metido a todos.

No es verdad, por tanto, que el sistema que se está imponiendo no funcione. Funciona cada vez mejor, más acorde con la hoja de ruta de quienes lo manejan y controlan sin que sean visibles sus tentáculos, incluidos los de nivel global, que pretenderían protegerse con el TTIP y otros tratados, aunque perjudiquen a cuantos tienen que trabajar para vivir. Poco a poco, sin pausa y con algún que otro exabrupto como el del 2 de octubre, van cumpliendo con rigor sus objetivos estratégicos. La escuela, y la educación que en ella se imparte, se adaptan cada vez mejor a estos preceptos, en los que la difusión de la ignorancia es cada vez más rentable.

Provocó algo de escándalo que lo defendiera en 1999 Jean Claude Michéa en  La escuela de la ignorancia y sus condiciones modernas (Tiene edición española desde 2002). En realidad, veinte años antes, ya Christopher Lasch había descrito, a propósito del sistema educativo estadounidense -que sirve de modelo a muchas leyes españolas-, cómo “la educación en masa, que prometía democratizar la cultura, antes restringida a las clases privilegiadas, acabó por embrutecer  a los propios privilegiados. La sociedad moderna, que ha logrado un nivel de educación formal sin precedentes, también ha dado lugar a nuevas formas de ignorancia. A la gente –decía en La cultura del narcisismo (1979)- le es cada vez más difícil manejar su lengua con soltura y precisión, recordar los hechos fundamentales de la historia de su país, realizar deducciones lógicas o comprender textos escritos que no sean rudimentarios”.

¿Todo va bien?
Han pasado 37 años y apenas nos escandalizamos de tantas coincidencias con lo que la cotidianidad nos depara. Parece integrada la mediocridad, pero el nivel de  ignorancia puede empeorar. Que coincida todo con que sucesivas crisis y recortes vayan destruyendo las  formas de protección social y progreso de las mayorías sociales, o con que crezca el desafecto hacia la convivencia democrática, no es pura casualidad. No puede serlo cuando de continuo, como si de una ley física se tratara, legislatura tras legislatura las insuficiencias, carencias y limitaciones que sufre la enseñanza pública -la de todos- se repiten casi ininterrumpidamente. No puede ser que, si se abre cualquier revista o informe de sindicatos docentes, como STES o CCOO por ejemplo, se reiteren incansables desde sus inicios las demandas de cuidados y atención. Y lo mismo sucede,  como quien oye llover una y otra vez, si se leen las redes sociales en que se expresan CEAPA o MAREAVERDE. Tan repetitiva documentación de la fragilísima lealtad con que son tratados los intereses de la enseñanza pública, en contraste con la acentuada aquiescencia con que son contempladas las demandas de determinadas instancias privadas, no puede ser fruto de una conjunción casual, como si de una predicción astrológica se tratara.

No está programado en el desarrollo de este máster el aprender a resistir. En el programa está más bien el desistir en medio de la mediocridad proyectada para las mayorías sociales. Se hará cada vez más difícil exigir cuanto corresponde a la educación como derecho básico, una buena y digna educación para todos los ciudadanos en igualdad. Toda la acomodaticia “clase media” existente o en proceso de constituirse está siendo entrenada para que acepte cómo se instala el conformismo aquiescente a la selección exclusiva de unos pocos. Es una lástima, pero mucha legislación educativa que está en marcha –y no se revierte- cuenta con el beneplácito de cuantos aspiran a situar a sus hijos en esa escalera de reproducción y justificación social. En un corto período de tiempo, oponerse a este proyecto socioeducativo en expansión significará ser tachado de antisistema, por más que la evolución de las actividades productivas exija una creciente adaptación de los individuos a instancias inhumanas o antidemocráticas que les sobrepasan. Atentos.



Manuel Menor Currás
Madrid, 14.10.2016










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