domingo, 7 de abril de 2019

"Vulnerables" (Manuel Menor Currás)

Manuel Menor nos envía su nuevo artículo de opinión

Pasado borroso y vulnerabilidad en un presente incierto

Si los electores no urgen una ética común, y un sistema educativo construido desde ella, aviados vamos con lo que indican los abusos y desregulaciones latentes del Estado.

Los profesores de Sociales –los de Historia en particular- ya pueden reconsiderar su quehacer docente. A tenor de lo que se oye en los últimos tiempos sobre los neanderthales, la conquista de Granada, los abusos reconquistadores sobre musulmanes residuales después de 1492 o cómo deban arrepentirse los vikingos de sus incursiones en Galicia entre los siglos IX al XIII, no parece que haya servido de mucho este supuesto aprendizaje escolar. Esa fiebre revisionista del pasado, floreciente también en Méjico –y en otras áreas americanas- está poniendo en solfa todo lo investigado hasta el presente y pregona, a un tiempo,  que la ligazón de responsabilidades entre épocas y personas actuales con las de otros tiempos vendría a ser tan primitiva y tribal como en la Prehistoria.

Historias ucrónicas
Si la libertad de prensa está en manos de sus amos, la enseñanza de una Historia coherente con la investigación rigurosa también está en peligro. Entre manipuladores interesados en desviar la atención de muchos asuntos y atrevidos prestos a usar la Wikipedia contra quien se les ponga delante, los referentes históricos se usan como un divertimento aleatorio, de opiniones excitantes para distraer el duro presente. Esa posibilidad aumenta si se advierte que la Historia Contemporánea, y más lo acontecido desde la I GM, es una penitencia para muchos enseñantes que deben tratar cuestiones inmediatas a los años 30. Por miedo a que les tachen de “adoctrinadores” o cosas peores, la ignorancia sobre la “Historia actual” es preocupante. Cuando se cumplen 80 años de nuestra última Guerra Civil, lo que más propagan los medios apenas altera lo que decía la Enciclopedia Álvarez y, como comprobó hace tres años Fernando Hernández, el bagaje con que muchos licenciados llegan a los másteres de profesorado es penoso.

Muy coherente todo ello con lo que en estos años ha trascendido a propósito de tesis, grados y postgrados impartidos en universidades de que se han beneficiado algunos privilegiados, o con el desmantelamiento programado para las públicas. Cuanto hipotéticamente decidan para cualificar la creación y difusión de conocimiento, vendrá lastrado de carencia de autoridad. Es placentero, y socialmente más provechoso, lo que miradas como la de Teófanes Egido han procurado transmitir a su alumnado en una fructífera docencia. (¡Gracias, maestro!).  Pero es nula la utilidad que, para reciclaje ético, pudiera tener una antología de las ocurrencias de que suelen hacer gala conspicuas personalidades. Los chascarrillos que engendran, similares en todas partes, muestran que su  proximidad al poder les seguirá escudando para eximirse de todo “esfuerzo” por saber de qué estén hablando cuando usan la Historia para enfrentamientos sectarios. ¿Recuerdan aquella falsa pelea de Esperanza Aguirre por las Humanidades en 1997?  Desafortunadamente, seguirán en su laberinto,  aunque  sin duda –como ha indicado el senador Olóriz– “necesitamos menos toreros y más científicos” y, con estos, buenos conocedores de los problemas educativos, que se responsabilicen de encontrar alguna solución al fatuo exhibicionismo.

Falsas rigideces
Cuanto más en campaña –y con eslóganes muy discutibles- más lástima da que muchos candidatos no sean ejemplares en el uso serio de los saberes. Pese a los prejuicios que aceptan por tradición, ambiente familiar, clase social o compadreo con poderes más altos que el suyo, dicen ser neutrales y, con tal bagaje, nunca decidirán para todos. Tampoco defenderán –como debiera ser su obligación democrática- una ética laica, como exige la convivencia intercultural. Cuando se sientan presionados por tutorías como las que la jerarquía católica ha tratado siempre de imprimir a la política española, acatarán la obediencia debida. Nos salen caros, pero puede que sea este el sentido primordial de los colegios privados o, en su lugar, de ese 32,7 % de concertados existentes en nuestro sistema educativo en virtud del supuesto pacto escolar de 1977 en el artículo 27CE.

El valor que Durkheim confería a quienes se habían comprometido con los cambios  de la Revolución Francesa, radicaba en que “donde las viejas tradiciones religiosas, políticas y jurídicas, han mantenido su rigidez y autoridad, han frenado cualquier atisbo de cambio y, precisamente por esto, previenen el despertar de la reflexión”. Meritorio era que habían abierto el camino a pensar que las cosas podían ser de modo distinto a como habían sido, a poder preguntarse cómo podrían y deberían ser y, por supuesto, qué se habría de cambiar en una configuración justa de las relaciones sociales, productivas o políticas. Vale para la educación –y la política- en la incertidumbre actual: si no induce a reflexionar sobre los problemas que tenemos, la pasiva aquiescencia dejará que las rutinas prosigan y que se decante un mundo más peligroso. Al ritmo que vamos, con los medios del Estado a disposición de iluminados doctrinarios tramposos, incluso logros como el que hizo que los Derechos Humanos (en 1948) puedan pautar una ética universal para un mundo secularizado volverán a ser vistos como rémora por los violentos que logren, por la fuerza, regir los asuntos comunes.

La España vaciada
La Tierra pasa ya factura por la  irresponsabilidad de los humanos por no considerarla un bien común, al que los demás deben sojuzgarse. Y también en esto políticos y enseñantes habrán de posicionarse. Cuando los partidarios de la “Geografía crítica” –Harvey, Lacoste, o Capel, entre otros- empezaron  a difundir sus hipótesis y  metodologías, se consideró que “adoctrinaban” al alumnado. Se empeñaban en cruzar informaciones políticas y económicas para clarificar cómo el aprovechamiento indiscriminado de recursos naturales generaba “paisajes” que nunca se publicitarían en los paquetes turísticos. Las alertas por las colonizaciones descabelladas, por el alocado turismo o las talas salvajes, los monocultivos industriales y los estabulaciones forzadas,  con los consiguientes desplazamientos de población, miserias y hambrunas provocadas por rupturas radicales con las tradiciones culturales de cada territorio y, a veces, sin tener en cuenta siquiera las mínimas exigencias físicas, eran  para el desarrollismo dominante una ofensa provocadora inspirada en intereses “paletos”. Pocas de aquellas enseñanzas, que esforzados profesores pioneros desarrollaron en sus aulas desde los años setenta, cayeron en terreno propicio para alterar el curso de los acontecimientos y, sin esa masa crítica, los abusos urbanísticos y los planes estratégicos de intercambio y transporte han crecido desintegrando el territorio. La Geografía oficial, en todo caso, ha servido de poco, y Google Maps la acabará  enterrando si solamente va a seguir repitiendo cuanto ordene el poder instituido.

Y más vulnerabilidad
Por eso es sorprendente que la imagen –hiperrealista- de una “España vacía” esté destapando miles de expertos ahora que tan solo un residual 9% de españoles vive en el 77% del territorio. La disponibilidad de recursos naturales -con un cambio climático imparable y potente mutación en los ecosistemas- se acorta, pero no va a ser fácil que reconozcan el oportunismo de muchos arbitrismos simplistas en vísperas electorales. No obstante, esta inusual preocupación por los resistentes que reclaman atención a la riqueza rural y a su propia sostenibilidad -en igualdad con los urbanitas-, podrá ser de interés. ¡Ojalá que en la próxima legislatura esta  áreas de vulnerabilidad sirva, como le gustaba decir al sociólogo crítico Robert Castel, para evaluar la calidad de los representantes políticos en el Parlamento o desde el Gobierno! Estén pendientes sus votantes de si se ocupan de “lo social” de estas reclamaciones o las dejan medio protegidas, poco reguladas o precariamente residuales, a merced de la Naturaleza inclemente y de alguna caridad o beneficencia particular.



Manuel Menor Currás
Madrid, 03.04.2019



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