jueves, 3 de octubre de 2019

"Turistificación" (Manuel Menor)

¿Otros posibles objetivos de turistificación? 

No es previsible que la caída de Thomas Coock obligue a replantear la “industria turística”. La autoestima está bien dispuesta para que se amplíe su dimensión.

Francisco Jurdao fue, desde Mijas, pionero en el estudio crítico del turismo español. Cuando presentó su tesis sobre La España en venta (1979), atendiendo a los cambios de propiedad en los terrenos agrícolas que estaba generando el turismo residencial denunciaba cómo el aparente enriquecimiento que suponían unas ventas por encima de los estándares al uso entre campesinos, producía nuevas formas de dependencia. Los hijos de quienes habían vendido ya eran subalternos en los hoteles que copaban la costa. Algunos años más tarde, entre finales de los ochenta y comienzos de los noventa, volvió a ocuparse del fenómeno que estaba transformando la geografía humana del mundo. El creciente tiempo de ocio, los turistas en masa y la rapidez del avión estaban afianzando a Palma de Mallorca, Torremolinos o Benidorm como el último desarrollo turístico periférico de las ciudades industriales europeas. Jurdao reunió en una serie de libros –Los mitos del turismo, Anfitriones e invitados, La horda dorada. El idiota que viaja,  Turismo: pasaporte al desarrollo…- una colección de artículos y monografías de sociólogos y antropólogos internacionales que analizaban con trazo minucioso los múltiples tópicos que circulaban, desde hacía tiempo, para justificar esta modalidad de negocio. Hipótesis principal de la colección “Turismo y sociedad” era que, en la práctica, venía a ser una fórmula neocolonial en la que el país destinatario de los “paquetes turísticos” ordinarios ponía prácticamente lo concerniente al territorio -y algo de color local-, mientras el Tour operator se llevaba la parte del león en el reparto de beneficios.

Viajar y ser turista
La acumulación de ejemplos concretos del turismo mundial, analizados por aquellos expertos, unida a una historia minuciosa de la evolución del turismo internacional desde que el pionero Thomas Cook aprovechara la expansión del ferrocarril para masificar en serie viajes que, hasta 1841, eran privilegio aristocrático de muy pocos, no solo hizo visible la diferencia radical entre “viajar” y “ser turista”. También sembraba la duda sobre la viabilidad de fiar en exceso la economía de un país o de un territorio a esta “industria” que, en su genética, llevaba muchos ingredientes de fragilidad estructural. Que otras áreas del Mediterráneo tuvieran más o menos paz, siempre condicionó el florecimiento del masivo urbanismo litoral que, del Norte al Sur del Mediterráneo español  se impulsó de manera acelerada desde los años de Manuel Fraga en Turismo (1962-1969). Que en muchas haya edificios y urbanizaciones que no debieron haberse construido por riesgo de inundación, tampoco es ajeno. Como no lo es que, en lugares particularmente dedicados al ocio turístico, el desigual uso desproporcionado a los recursos hídricos, añada a todo lo derivado del cambio climático otra señal de inquietud. Pero, sobre todo, lo que se ha evidenciado estos días es que los intereses de los promotores de este negocio pueden ser muy dispares de los de quienes nacieron y viven en el territorio, desconocidos también para quienes, al comprar un “paquete ” de vacaciones, solo piensan en los placenteros días que han contratado añorando una infancia desinhibida.

 La quiebra de la empresa inglesa  Thomas Cook -como la de cualquier otra con cientos de miles de clientes-, será ahora analizada por el paro que ha traído a miles de empleados, a cientos de hoteles y a compañías aéreas. Responsables gubernamentales, cadenas hoteleras y proveedores diversos entrarán, por motivos complementarios, a ver qué puedan o deban hacer en  circunstancia tan nefasta, generadora de deudas a terceros. Es de imaginar, igualmente, que, en zonas turísticas distintas de la mediterránea y canaria, donde Cook operaba principalmente, también reconsideren su propia situación, más o menos dependiente de operadores ajenos.

Neocolonialismo
 En 1991, en La horda dorada, Louis Tourner y John Nash ya advertían de varios inconvenientes  de esta “industria”. El primero, según estos autores, ya estaría afectando por entonces, en EEUU, a la deslocalización de las industrias productivas del Norte hacia áreas más amables y turísticas del Sur, lo que causaría “el declive y estancamiento” de aquellas. Es discutible que así haya sido, al menos como factor determinante. Pero este factor no es ajeno a la cultura de vaciamiento del interior peninsular español, que empezó paralelo al del masivo flujo turístico de playa.   El segundo consistiría en que el desarrollo de las placenteras periferias del turismo suponían un “importante” paso, “equivalente por completo –decían- a la expansión del imperialismo” durante el siglo XIX. Esperemos que, en caso de debacle económica como la de Cook, no sobrevenga en las áreas de masificación turística española el mismo arrasamiento que aconteció en el Tercer mundo, particularmente el africano. Y el tercero de los inconvenientes que señalaban, claramente pesimista, incidía en que “el turismo internacional es como la imagen inversa del rey Midas, por tratarse de un instrumento destinado a la destrucción de todo aquello que efectivamente tenga cierta belleza”. También es discutible esta apreciación, pero no es extraña a lo que sostienen, en ciudades muy gentrificadas y muy turísticas, los afectados por la ruidosa invasión de sus calles y plazas, espacios públicos y cafés,  museos y lugares emblemáticos y, de añadido, en las propias casas donde habitan.

La rápida turistificación española es tan potente que, en 2018, ha aportado a la economía 190.090 millones de Euros y supuso, en agosto de 2019, el 15% del empleo. Seguramente no es el mejor momento para repensar nuestra cultura del ocio y lo que haya supuesto, a título individual y como país. Las previsiones electorales para el 10-N, en una situación política y económica internacional tan inestable como la presente, no lo hace propicio. Más recomendable parece la no mudanza de criterio que -con  intención nada secular- recomendaba Ignacio de Loyola para tiempos de tribulación. No obstante, la sociedad española deberá pararse a reflexionar, en alguna otra circunstancia más propicia –y más pronto que tarde-, sobre las debilidades de esta actividad tan preeminente, sometida a un muy aleatorio vaivén coyuntural y fundada en una rentabilidad basada, en general, en mano de obra barata.

Sobre todo porque,  al común de los ciudadanos, esta creciente servidumbre periférica les lastra a la baja muchos otros aspectos importantes de su vida colectiva y ejerce de ominoso imán entre los más jóvenes. No poco turbador es, además, que en muchos programas políticos –jóvenes y no tan jóvenes- se crea que el cambio de tendencia productiva va a venir regalado, al margen de una buena educación para todos. Aspiran a que unos pocos la tengan selecta, mientras los otros se han de contentar, como mucho, con una escolarización débil para alimentar trabajos de poca exigencia. Con menos ingenuidad que la que Berlanga hizo que mostraran en 1953 los paisanos de Bienvenido Mr. Marshall, esta “calidad” reproduce los requerimientos del turismo hegemónico que en España han promovido los asociados de  Tomás Coock, de similar cariz que los del gigantesco megacomplejo de juego que alentaba, en 2012, Esperanza Aguirre para Alcorcón.  Si revisan la actitud que, en este comienzo de curso, han estado adoptando los sucesores de esta mujer respecto al CEIP Montelindo, de Bustarviejo, verán la adicción que tienen a este modelo de educación.  Desde aquel “tamayazo” de 2003, no han parado con tal fijación, apta, al parecer, para tener votantes.

Manuel Menor Currás
Madrid, 02.10.2019

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