EN los presupuestos de 2012 se rebajó la partida para educación (en dos años 3.400 millones). El remate más reciente son otros 3.000 millones. Pero los recortes no afectan precisamente a los privilegios de quienes apenas, o no, pagan impuestos: la Iglesia, grandes patrimonios, la economía sumergida... En educación, los recortes afectan, en especial a los programas de diversificación, a los apoyos, a los programas que pueden corregir el fracaso y el abandono escolar, a las nóminas de las y los profesionales de los servicios públicos de enseñanza...
Pero otro regalo para las y los docentes es un 20% más de alumnado en primaria y secundaria y un aumento de las horas lectivas. ¿Llegaremos a 40 alumnas/os por clase, y a 30 horas? ¿Aumentarán las 37,5 h de jornada? De cualquier manera, más horas a grupos más grandes, y no cubrir las bajas, reduce tiempos para los programas de calidad, de refuerzo, para la coordinación, la preparación, la atención a familias, los desdobles, guardias... ¿Y de dónde sacamos tiempos para evaluación, corrección de exámenes y extras a domicilio? Pero aun más, recentralizar y re-ordenar las competencias de organización educativa ¿queda lejos?
Los recortes afectan más a la escuela pública que recibe entre el 60 y el 70% del alumnado y que acoge al 80% de alumnado de procedencia diversa. Y afectan a unos profesionales docentes a quienes algunas lenguas viperinas de la política nacional y autonómica, maltratan el oído quitándoles la paga. ¡Cuánto esfuerzo por mejorar invertido años atrás (reducción del fracaso y el abandono escolar en 8-9%...) echado por tierra!; ¡cuánto camino por enderezar para mejorar la calidad, que queda al pairo!; ¡cuánta inversión en programas especiales (veáse escuela 2.0, o INTEGRA-TIC, con dotaciones de decenas de miles de equipos, pizarras digitales…) que queda para desguace!; ¡cuánta dotación en Campus de Excelencia universitarios que se vendieron y dotaron como lo mejor (aunque fuera con menos de la décima parte que Francia, y, menos aún, si comparamos con Alemania), reducidos a mínimos, porque el grifo de inversión a futuro se ha cerrado!; ¡cuánto parón en investigación cuando, la ya penuria de años atrás, se reconvierte en miseria!… Con estos recortes de leña al pobre, y a los medios pobres asalariados, para que salgan mejor los privilegiados, nos remontaremos a tiempos previos a la transición a la democracia. ¡Qué pena de país que recorta por lo fácil, sin originalidad, y sin visión de futuro, para posterior ruina! La factura al modelo social y económico del futuro queda por escribir. Y vinculada al reemplazo de la Educación para la Ciudadanía por la Formación del Espíritu Nacional que algunos la sufrimos, ¡lo cañí al poder!
Los recortes llegan también a las universidades: subida de matrículas, reducción títulos… Las tan necesarias inversiones en la F. Profesional se paralizan. Todo tipo de gasto público sobra. ¡Y encima a recortar le llaman reformar!, cuando reformar en educación perdió el rumbo para los años 1970 (Fullan y otros). Se trata de un proceso bien orquestado por la derecha internacional que pretende derivar la inversión desproporcionada en enseñanza pública al negocio de la privada ¡viva el concierto! En el camino, la privatización del bachillerato excelente, y la universidad a más exclusiva… La política casposa, gustaba de las recetas a lo Cameron, pero a este paso, Cameron, y otros, quedan en pañales. Sin embargo, por cuanto que el neoliberalismo y el conservadurismo en educación son primos hermanos (Rizvi y otros), las recetas son poco innovadoras. No van más allá del regreso a viejas ideas y prácticas: esfuerzo, autoridad…, que no encajan en tiempos de globalización, de intercambio y movilidad.
En las evaluaciones PISA de estos años, en las que quedamos mediocres, se constata que la evolución a un menor abandono y fracaso escolar (de más de 30%, a menos de 25%), ha sido progresiva, y se destaca el valor de los programas de democratización y de integración educativa. Se recoge igualmente que toca mejorar en Formación Profesional, en técnicas de estudio, comprensión lectora, y otras. Pero nuestros aguerridos y competentes políticos recortan sin tener en cuenta nada de lo que se pueda deducir por dónde ir y dan palos de ciego para que volvamos a las catacumbas.
¿Qué mejor opción que aumentar un año de Bachiller para cargarse la ESO y para desvirtuar la enseñanza obligatoria? Los hoy incultos alumnos (las alumnas no existen, como la mujer únicamente si es madre, R.G. dixit), necesitan más contenidos. ¿Qué más da si ante la multiplicación progresiva del saber hoy toca jugar con el conocimiento de otro modo? El más de lo de siempre, y bien memorizado, es la opción. Y los centros integrados 3-6 y 6-16, muy propios en cabezas de comarca, ¿pasarán a ser de 6 a 15? ¿Desplazaremos a quinceañeros a institutos para que en su reubicación acaben, o fracasen, en la ESO? Y a los fracasados, ¿los dejaremos en la calle, o en el reformatorio? ¿Qué haremos con el profesorado de zona que impartía 4º de la ESO?, jubilación o traslado. ¿Haremos obras para ampliar aulas en Bachiller? ¿Pondremos sillas más pequeñas ahora que la media de altura ha crecido? ¿Los programas de la ESO, los comprimimos a tres años? Y el Bachiller, ¿un tercer año de más de lo mismo? ¿Cómo compaginar el 15-16 obligatorio y el 16-18 no obligatorio? ¿Cuál será la deriva del alumnado desplazado a tierra de nadie de los centros previos integrados 6-16 (más propios de la escuela pública, porque la privada tiene más centros 3-12 y 12-18)? Evidentemente, en las pruebas PISA (a los 15 años), esto no se notará tanto. Sí se notará, en cambio, en la selección posterior del bachiller, las opciones de formación profesional, y los estudios superiores. Mientras tanto, se rompe con la diversificación, la formación compensatoria, y se atenta contra la obligatoriedad. Y lo de las dotaciones en becas ¡cantemos al amor de los amores!
¿Puede cambiarse a mejor la educación reordenando la casa por el tejado? ¿No hubiera sido mejor dejar la ESO como está, mejorándola simplemente, y organizar un bachillerato de tres años 16-19, no precisamente para enseñar más de lo mismo, sino para preparar alumnado para moverse en la sociedad del conocimiento y cabalgar con buenas técnicas de estudio y trabajo, y en paralelo, organizar grados universitarios de tres años (uno menos que hoy)? En Bachillerato no crecería mucho el gasto y se podrían ordenar las matrículas. La Formación Profesional se podría reorganizar mejor. Y se podría ahorrar gasto universitario sin multiplicar ofertas en universidades cercanas. Pero cuando solo cabe el despropósito, la lógica no encaja.
BENJAMÍN ZUFIAURRE. Artículo publicado el 12 de mayo en NoticiasdeNavarra.com
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