sábado, 17 de mayo de 2025

A vueltas con los cónclaves, silencios y olvidos (Manuel Menor)

 Manuel Menor nos envía su último artículo:

Tergiversan y entorpecen la historia cultural de los avances y retrocesos de la convivencia democrática.

La mención del “cónclave” ha llegado al Congreso de Diputados de la mano del jefe de la oposición en este momento, y la ha prolongado la bancada azul alegando que, en la fórmula electoral vaticanista, se puede entrar como papa y salir como cardenal. Como recurso para llamar la atención de los más adormilados con los rifirrafes de la vida política actual, bebe de los métodos que ya recomendaban los retóricos romanos para que el discurso conectara con la realidad. Ni que decir tiene que las transmisiones televisivas de lo recientemente acontecido entre los muros de la Capilla Sixtina han dejado un poso virtual apto para el uso de la analogía en los asuntos temporales de la vida ciudadana, si bien  la lección real que ha dejado su empleo es la de una gran banalidad, como mucho de lo que en el espacio parlamentario se habla, contrariando su valor democrático.

El argot con que se adobó la metáfora –cocinado con el robado de mensajes privados entre políticos- no es precisamente ejemplar para la sana convivencia. Los muñidores del supuesto beneficio de esta sintaxis, aparte de descortesía y “mala educación” –que solía decirse-, enseñan a todos, mayores y adolescentes, su profunda hipocresía cuando por fines cortoplacistas pretenden aleccionar. Sus chapuceros medios, diciendo que todo vale –como cuando el rey francés Enrique de Borbón decía, después de abjurar del calvinismo, que “París bien vale una misa”-, olvidan lo que suelen hacer a diario junto a eximios colegas de facción. Sobrada documentación tienen los periodistas –y las hemerotecas- de  malos usos de principios morales, tan poco considerados por practicismo coyuntural, que muchas veces terminan en lodazales diversos. Las falsas manías de ejemplaridad, de las que El rey desnudo de Andersen quiso mostrar sus costuras en 1837, beben de relatos como el del “Infierno” del Dante en La Divina Comedia (siglo XIV), y han dejado motivos  suficientes para inspirar el Divino sainete (Curros Enríquez, 1888)  o, más cerca, los esperpentos a que, como género literario,  hicieron maestro a Valle Inclán. En lo que llevamos de siglo XXI, estas prácticas vuelven a proporcionar material sobrado, incluso para instaurar nuevas conmemoraciones. Como supuesta novedad de vergüenzas,  debería haber una dedicada a los abusos  de los móviles, en que se celebraría, al modo del “día de inocentes” del siglo pasado, se celebraría a cuenta de la percepción de bulos, mentiras, bulling y demás hábitos tecnificados de acoso. En tal fiesta, cabría una sesión de opinadores avezados en no dialogar, y diestros en exigir “buena educación”: buena ocasión para descubrir apaños de falsa moralidad.

La utopía de una enseñanza democratizadora

Estos debates, como los de sesiones parlamentarias donde supuestamente se pregunta al Gobierno sobre su gestión,  suelen ser ocasión para combativas divisiones de opinión. Para muchos todo va peor que nunca y, según otros -más escépticos que pesimistas- casi siempre es ocasión para imitar al protagonista de Lars Gustaffson en La muerte de un apicultor (1978) y “volver a empezar”. Dan por supuesto que nunca nada está terminado: siempre falta mucho para cumplir la mejor utopía, como repetía, incansable, el recién fallecido Pepe Mújica. En estas divergencias tiene mucho que ver la memoria, esa facultad que cuantos han tenido cerca el Alzheimer aprecian por los quebraderos de cabeza y dificultades que genera el olvido. En lo colectivo, esta atrofia neuronal entre lo que se hizo o no se ha hecho  -y lo que se debe hacer- también existe y, aparte de retardar decisiones necesarias, limita el provecho de los cambios oportunos a su debido tiempo.

En Educación, ha habido este retardamiento y pérdida de memoria, y en importantes asuntos es enfermedad estructural. Síntoma suyo es el largo recorrido de muchos de ellos desde 1857, en que sube a la Gazeta de Madrid la primera ley general: la Ley Moyano. Prosiguen otros en leyes bien recientes, como indica el que La Ley 20/2022 -de 19 de octubre: Ley de Memoria democrática- promueva iniciativas didácticas en los centros escolares, más allá de lo que decía la Ley de Memoria histórica -ley 52/2007, de 26 de diciembre-, y que le facilite desarrollos apropiados la LOMLOE (de 29.12.2020) en las enseñanzas mínimas que prescribe desde 2022-23. Notorio es, sin embargo, que Comunidades como Madrid las obstaculizan. Ejercitando sus competencias curriculares, en segundo de Bachillerato, por ejemplo, el diseño de Historia de España -de obligada atención en la EVAU de 2025- sigue siendo el de 2002 –posterior al torticero debate sobre “las Humanidades”- e impide un digno tratamiento de las cuestiones que emanan de dos leyes importantes en el desarrollo de la CE78. Después de casi cincuenta años de la muerte del dictador, plantear los asuntos centrales de “memoria democrática” todavía resulta exótico; en demasiadas ocasiones pesa mucho el tiempo anterior a la Constitución de 1978: la puerta abierta hace 47 años para democratizar su conocimiento y una praxis acorde parece haber servido de poco.

De todos modos, el alzheimer educativo no se reduce estrictamente a los asuntos que suscita la memoria “histórica” o “democrática”, y tardará mucho en curarse si gestionarla se circunscribe a los decretos del BOE. Para que llegue de verdad a todas las aulas es imprescindible su arropamiento coherente en muchas otras acciones que afectan profundamente a la vida escolar. La organización interna de los centros, la formación lógica de sus educadores y, de fondo, el respetuoso respeto a la libertad de conciencia y  la atención a las características de los educandos, son determinantes. Por otro lado, nulo favor se hace a “la memoria democrática” en el sistema educativo olvidando a cuantos docentes enseñaron democracia a remolque de una “cultura escolar” reticente u hostil. Antes y después de 1978, su ruptura con los libros de texto al uso, y sus innovaciones en la enseñanza de la Historia Actual con documentación de archivo, exposiciones y debates sobre cuestiones contrarias a los derechos humanos y la paz -o huellas residuales a veces de aquella Guerra antidemocrática-, dignificaron la educación de muchas generaciones. Sus honrados proyectos abrieron un duro camino en la conexión de escuela y vida real, y no son los causantes de adolescencias reacias  a conocer –sin  manipulaciones-  lo ocurrido en España desde los años veinte.

En Educación, todas las manos son pocas para normalizar la Constitución en el sistema escolar, y que todos los ciudadanos tengan una educación apropiada. Alimentando la desmemoria se pierde el futuro, y  para el tiempo actual es estéril seguir haciéndolo.

Manuel Menor Currás

16/05/25

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