miércoles, 1 de abril de 2020

Paisajes sonoros del COVID-19 (Manuel Menor)


Lo que más suena estos días es el silencio. Este Coronavirus nos pone al alcance profundas sonoridades que arrastramos de muy lejos.

El silencio sonoro no es un contrasentido. Es condición para que los buenos poetas  saquen a brillar la esencialidad de las palabras  y las dispongan para que suenen espléndidas. Eso es la poesía: silencio sonoro. A los místicos de verdad los distingue de la verborrea cursi por la contemplación que les permite. Juan de Yepes -San Juan de la Cruz- escribió en prisión su Cántico espiritual, que cantaba en la inquisitorial soledad carcelaria. En sus consideraciones sobre la relación profunda que pueda haber del hombre con Dios y viceversa, el silencio es requisito recurrente: no lo alcanza el sentido” y es en silencio donde acontece: “Las palabras de la sabiduría óyense en silencio” (Llama de amor viva, 67). 

Novedosos paisajes sonoros
Lo que dice Juan de Yepes parece contradictorio con lo que estos días vivimos. A menudo, da la impresión de que el silencio es sufrimiento, nos choca y nos hastía.  Probablemente porque nos han educado en el ruido y en que caminemos como burbujas aisladas, sumidas en nuestras obsesiones individuales, siempre dispuestos a incordiar a la más mínima coerción que sintamos sobre nuestro solipsismo. Eso explicaría muchas anomalías que percibimos estos días de aislamiento impuesto. No es un mundo que hayamos elegido a la búsqueda de sentido para la existencia. Vamos por la cuarta revolución Industrial -la del 5G y de la Sociedad del Conocimiento-, pero desde la primera, el silencio nos cuesta, es una experiencia desconcertante para los que vivimos en la España no vaciada. 

Estos días, contrarios a cuanto nos parece importante -empezando por la ensordecedora economía- nos aburrimos al estar parados y no saber qué hacer. Empezamos a mostrar signos de neurosis; en comunidades de vecinos, no es raro que alguien se ponga la música a tope, que otro le conteste con la radio a todo volumen, o que haya quien no se corte montando su jolgorio o desentumeciendo el cuerpo como si estuviera solo... 

Aprendizajes
Y, sin embargo, también el silencio puede hacer oír gestos menos competitivos, más agradables para la convivencia. Sumirse en el silencio es complicado, pero puede ayudar a fortalecerse ahora cuando se sale fugazmente a la calle a buscar el pan o algún analgésico. Con el barrio paralizado -como si un viento gélido lo hubiera barrido-, se puede aprender mucho, aunque nadie nos haya preparado. Igual que no puede haber buena música sin silencios y no hay arquitectura sin espacios vacíos, no habrá buena convivencia si no tenemos silencio para aprender y compartir. Se puede preguntar uno, incluso, sobre la educación a que quieren conducirnos  quienes pretenden confiar a los pequeños a tanta tecnología algorítmica sin la proximidad de profesores o maestros. 

También estamos aprendiendo a agradecer. Quien haya inventado los aplausos de las ocho de la tarde ha tenido una gran idea para dar sentido al silencio. Aunque nos podrá  estar  sentando fatal este parón, podemos dar algo de nosotros aplaudiendo a esa hora a cuantos cumplen y arriesgan en su trabajo, en particular a los profesionales sanitarios, pero también a quienes están ante un público medio perdido, con muy diversos modos de presencia laboral para que podamos tener cierta calidad de vida durante este tiempo incierto. Aplaudamos a quienes se lo merecen. En esta silenciosa sonoridad en que estaremos inmersos, al menos hasta el once de abril, no estaría mal que aprendiéramos a distinguir. Sin ruido se aprecia mejor que no es oro todo lo que reluce. No todos los que se arriman a la necesidad que se ha evidenciado son meritorios. Las generosidades acompañadas de espléndidas notas de prensa publicitaria no arropan; tampoco los postureos acomodaticios al telediario, ni las patrioteras histerias oportunistas, ni los milagreros crecepelos… Hasta  en el Congreso de Diputados, si se presta atención, esa condición para oír y escucharse permite distinguir mejor las palabras de las voces. 

Lo común
Estos días está en alza lo común; hasta en Europa, donde los del Norte parecen ajenos a los del Sur, que no han elegido ser diferentes. Pero alégrense por el trabajo de unas 300 personas anónimas que, en escasos tres días, han dispuesto, dentro del pabellón nueve de IFEMA (la Feria de muestras de Madrid),  un hospital de campaña para 1500 camas con UCI incluida, tomas de oxígeno, etc. Lo fantástico es que lo han hecho en silencio, guardando cola para participar. Esas personas dispuestas a echar una mano en lo que sabían hacer y lo han hecho sin dar el cante, mostrando gran capacidad de adaptación a una complicada logística, son un potencial digno de muchas empresas que bien podemos emprender si nos lo proponemos. 

Este criterio del servicio público es muy útil para distinguir y valorar, porque permite apreciar que solo en lo público hay verdadera intercomunicación social, distribución de bienes y riesgos por igual, entre todos, sin listillos por medio. Cabe alegrarse, por tanto, de que a la Sra. Aguirre y a su marido les haya sido de provecho su paso por la Fundación Jiménez Díaz: ¡Enhorabuena! Lo que no se entiende –o alguien sobreentiende- es a qué haya venido indicar que les habían atendido en un “centro público”. Conocida es la gestión privada de este centro hospitalario; ha pasado por tantas manos –y siempre al alza en el intercambio de su rentabilidad- contando siempre con contratos millonarios para la supuesta gestión privada, que en vez de un centro público de todos, más parece que sea de unos pocos. La ingeniería neoliberal de las finanzas públicas, tan creativa, debiera explicárselo a los sanitarios de la marea blanca ahora, en una situación de emergencia en que les falta de todo; después de 16 años en que les han ninguneado, recortado y hasta perseguido. 

El silencio es estupendo para ver y distinguir. Se puede aplaudir si se lo pide a uno el cuerpo, pero la soledad es fatal si se deja uno engatusar por el primero que alardee de ser el estupendo del lugar. Investigue cada cual, averigüe las buenas cifras de proporción de sanitarios, camas hospitalarias o de UCI, que le tocarían en tiempo normal; y si el tiempo que haya  tenido que esperar para que le hicieran alguna intervención o para que un especialista le leyera unos análisis para diagnóstico es correcto. Pronto tendrá criterio propio para concluir que, si los datos ordinarios de su Comunidad autónoma son los correctos -respecto a los estándares de calidad que hay internacionalmente establecidos-, no deba tener un pánico especial. Alármese, sin embargo, si no es así: lo que acompaña a este COVID-19 no es especialmente aleatorio; sabe bien donde tiene más probabilidades de éxito: en algunos hospitales y centros geriátricos tiene muchas más bazas para salirse con la suya. 

¡Ojalá se libren ustedes! pero que nadie les tome el pelo en medio de este silencio obligado. Es fantástico que, de repente, hayan surgido tantos iluminados con más preocupación y conocimiento que nadie. ¡Ánimo, de todos modos, y mucha suerte!

Manuel Menor Currás
Madrid, 27.03.2020

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