domingo, 6 de agosto de 2017

Marineros en tierra (Manuel Menor Currás)

Manuel Menor nos envía su último artículo:

Navegar es preocupación principal de cuantos pretenden vivir con dignidad

En buen tiempo no faltan pilotos. Pero con mar arbolada, para la salvación de la nave y de la tripulación de poco vale alegar que la mar es siniestra.

Según Caballero Bonald, un antiguo adagio atribuido a Platón dividía en tres los grupos de humanos: los vivos, los muertos y los navegantes (“Del mar y la memoria”. Cuadernos Grial. 2003). Aparte de que otros atribuyen a Sócrates esta apreciación, el propio poeta jerezano la estimaba excesiva, pero no la desmentía  porque “todo aquel que decide, ya sea en un repente fervoroso o después de una meditada elección, mantener unas relaciones más o menos estables con la mar, tiende también a desentenderse de ciertas pautas convencionales de la vida cotidiana”.

Marineros en tierra
Alberti sabía que una licencia taxonómica de este cariz tiene muchas virtualidades literarias. Sobre todo, para cuantos se sienten náufragos y con gran experiencia marinera cuando se dan a reflexionar sobre la vida, sus bitácoras y singladuras, ya sea en plan muy personal ya en perspectiva más genérica. Los ricos tesoros sumergidos, el Odiseo de Homero, los tiempos protozoicos  y hasta las aguas de la memoria han dado mucho juego para tocar muchos aspectos humanos,  pues el mar no sólo ha sido centro de la vida y por ello es mejor el femenino para denominarle –la mar-, sino también el gran camino. Curiosamente, también los nacidos tierra adentro, que nunca vieron la mar, se sienten atraídos de inmediato por su gran inmensidad, sonido, amanecidas y puestas de sol, galernas o  bonanza, el brillo de la luz en su superficie, los colores plácidos… Antes de los selfies fueron las infinitas declaraciones de entusiasmo ante su espectáculo cambiante, y la vía láctea ya había guiado a muchos  hacia el finis terrae, hasta las cimas del Monte Pindo, cerca de Carnota (Coruña).

De algún modo, todos somos navegantes en un proceloso mar y algunos se sienten en el pilotos de los demás, por oficio o supuesta vocación. Y aquí empieza el lío de si la navegación es correcta y el que lleva el timón está bien avisado. En esto Platón fue un adelantado y, bastante escéptico, entendía que el “gobierno real es una ciencia”, una episteme, pero “no una ciencia cualquiera” y poco accesible. Decía que,
            “Así como el piloto, preocupado constantemente con la salvación de su nave          y de la tripulación, sin escribir leyes, sino formando una ley de su arte,     conserva sus compañeros de viaje, en igual forma el Estado se vería próspero, si fuese administrado por hombres que supieran gobernar de esta manera, haciendo prevalecer el poder supremo del arte sobre las leyes escritas”(El Político o de la Soberanía)
Más allá de la ley,  debería estar la ciencia de gobernar, porque la ley, por sí misma -y pese a que, mejor es tenerla que no tenerla-, es incapaz de fijar lo más conveniente o qué sea “con exactitud lo mejor y lo más justo para todos al mismo tiempo”. La prudencia del piloto-gobernante ha de cuidar “de la única cosa que importa, que es hacer reinar con inteligencia y con arte la justicia en las relaciones de los ciudadanos; que sean capaces de salvarles y de hacerles en lo posible mejores de lo que antes eran”. Ese sería el gobierno perfecto y, como hace ver en ese mismo diálogo –más suave con la democracia que en La República-, difícil de realizar.

Ello no obsta para que, en la reconsideración de lo que nos toca vivir, podamos medir en el periplo que atravesamos las distancias entre lo que tenemos y lo que deberíamos tener en la nave en que viajamos. Hoy son muchos los que, solitarios o en grupo, han hecho grandes travesías marinas y han dado noticia de las dificultades de convivencia en una pequeña casa sobre el agua. Cuando en 1973 Santiago Genovés  llevó a cabo el proyecto de la balsa Acali, acompañado de otros diez expedicionarios de diversos credos, etnias y sexos, una de las finalidades explícitas era la de observar experimentalmente las dificultades del comportamiento interpersonal en un espacio reducido.

Marinerías cotidianas
Tenemos a nuestro alcance aprenderlo. Cada día está lleno de advertencias y lecciones sobre el estado de la mar, la ruta, la calma chicha, los vientos y corrientes dominantes, las derivas, la pericia de quienes pilotan esta nave en que remamos e, incluso, la salud física del propio barco. Es de gran importancia para el éxito de esta travesía repasar qué haya pasado con lo que era de todos en el transcurso de estos años con el PP en el gobernalle: en qué medida se haya o no deteriorado y no sólo en Madrid, es buena referencia para entender otros desnortamientos ilegales, alegales y tramposos en la Sanidad o Educación públicas. A estos doos instrumentos centrales en el buen convivir colectivo, la privatización y la disminución de recursos les han sido suministrados para que la segregación de los selectos fuera más notoria. Y esto de armarse de una ley para gobernarlos a contrapelo de la mayoría social que más los necesita -y  que ayuda a que el barco flote-, es buen signo de mal gobierno en esta bogadura.

Lo de Cataluña y su intriga legal o no legal espantaría a Platón, que se haría más escéptico todavía respecto a la capacidad de nuestros gobernantes para demostrar un saber hacer político a la altura de las inclemencias. Y tampoco las últimas casi 60.000 hectáreas quemadas en lo que va de año les dejan en buen lugar. Quedan todavía meses de prolongada sequía para ver mejor el aprecio que promueven desde la España llena hacia La España vacía de que habla Sergio del Molino, coincidente en su inmensa mayoría con la creciente despoblación rural.

Esto nos lleva a dos corrientes que inspiran bastantes movimientos de deriva incierta y naufragio posible. Vean, si no, lo relativo al poder del dinero, capaz de traspasar todo buen hacer, como deja traslucir es el caso Neymar, el futbolista brasileño que jugaba en el FC Barcelona. Comparar los costes de su traspaso al PSG con lo que nuestro Gobierno gasta, según los Presupuestos Generales del Estado de 2017, en tratar la pobreza infantil  permite advertir que  la prima de 220 millones sobrepasa en un 120% lo que se dedica a este serísimo asunto. Uno de cada tres críos españoles tiene riesgos graves de exclusión y se traduce en pobreza educativa: un tercio de nuestros chavales está predestinado –desde antes de nacer- a la exclusión o sus alrededores,un problema que se agrava en vacaciones. El otro movimiento, más calculado y no menos inquietante, está orientado a que nadie se entere de qué esté pasando y no dude de las cartas de navegación de los egregios timoneles. Es observable en un periódico como El País, que, durante bastantes años, pretendió orientar a muchos lectores de manera entre liberal y lúcida. Hoy, su línea editorial apenas discrepa de la que, en asuntos sustanciales, tienen periódicos conservadores e integristas. Palpable ya en los años 90 de Felipe González –como ya denunciara el periodista Gregorio Morán-, en los últimos meses sólo alguna columna de opinión, más costumbrista que política, es capaz de suscitar curiosidad.

El resultado es el previsible. Ya los que tienen que ganarse el pan con su trabajo desconfían de la izquierda política y votan derecha o ultraderecha, fuera y dentro de España. Algo tiene que ver en ello también la propia izquierda y sus fragmentaciones, empeñadas en marcarse la diferencia entre sí y, a veces, la indiferencia hacia cuanto sucede. Háblese de sindicalismo o de partidos, es muy habitual que se les culpe del daño que vive en sus recursos gran parte de la población que no logra empleo o que,  si trabaja, nadie le garantiza el salario adecuado a una vida digna.  Sólo 1/20 de los nuevos contratos es indefinido y más de 140.000 desaparecen a finales de cada mes por ensalmo, para reaparecer el día uno del siguiente: milagros de las reformas últimas. Crece algo este tipo de empleo, pero seguimos con paro alto de la población activa y problemas estructurales sin resolver. Uno de ellos es que nuestras políticas de empleo están a la cola de la UE, y que el 92% de los nuevos empleos sigan siendo muy precarios.

Si el grumete supiera y el patrón también…
El paro y la corrupción –cuestiones a que quienes pilotan esta nave no están atentos como debieran- siguen siendo las que  más marean a los que viajan en este barco. Curioso es, sin embargo, -por no decir disparatado- que, entretanto, siga proliferando la expectativa de un gran pacto educativo que, sin garantía alguna de seriedad en lo social, pretende ser la panacea para una navegación política acertada. Ni es esta de la educación una prioridad en la desazón de los navegantes, ni tampoco lo es en las decisiones de quienes gobiernan esta nave. El caos, la falta de presupuesto y los errores han dejado a muchos docentes sin plaza e, incluso, es ya visible el mapa de centros de esta Comunidad que en septiembre estarán inacabados.  Madrid es una avanzadilla de lo que en este ámbito sucederá en otras Comunidades. Lo es en proseguir, como antaño, en una tradición de gran arraigo desde los años cincuenta, improvisando el rumbo y poniendo parches ineficaces a la quilla de la nave. A lo luz de lo cual, bien merecería la pena que cuantos navegamos en ella, tripulantes, internautas y remeros,  repensemos aquello de que “quien siembra vientos recoge tempestades”, y más cuando, según otro viejo refrán emparentado con lo que Caballero Bonald atribuía a Platón, en el tiempo que nos quede de vida –lo único que tenemos- Navigare necesse est, vivere non est necesse (Es necesario navegar, no lo es el vivir).

Manuel Menor Currás

Madrid,  04. 08. 2017

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