lunes, 2 de enero de 2017

"Este “pacto” educativo suena como “la subida” de las pensiones: de mal a peor" (Manuel Menor Currás)

Reproducimos este artículo de Manuel Menor publicado en MUNDIARIO

Nada se arregla con estribillos equívocos. Sin despojarse de un pasado ominoso para la educación pública, este supuesto pacto de futuro no llegará ni a la categoría de carta a los Reyes Magos.

No entendíamos bien cómo el nazismo o el golpe de Estado previo a nuestra  guerra civil última –“Guerra de España”, como reclama David Jorge-, pudieron producirse en contextos democráticos. Nuestros profesores siempre encontraron paliativos para disminuir su valor, justificativos de la drástica mudanza y sus consecuencias posteriores. Algunos nos permitían deducir entonces que, por sí sola, la institucionalización democrática era frágil, propicia al desafecto si su ser no se proyectaba en la sociedad. Y cuando empezamos a entender por qué se aplicaron los partidarios del Estado de bienestar, como William Beveridge (1879-1963), a propugnar –en 1942- que sólo sobreviviría si bienes fundamentales como la Educación dejaban de ser exclusivos de muy pocos,  enseguida nos han vuelto a plantear que, en cuanto a prestaciones sociales, es mejor lo de antes.

Efecto mariposa
Nadie debiera extrañarse de que la malhadada historia del siglo XX –no digamos la española de sus dos primeros tercios- siga siendo objeto preciado de la ignorancia y que, cuando anima la conversación cotidiana, se puedan percibir dos llamativas posiciones. Una, la del revisionismo histórico, con todas las variantes que ha tratado Juan Sisinio Pérez (Con-Ciencia Social, 20:127). La otra, entretenida en si las situaciones actuales repiten el pasado, con premiosas  explicaciones sobre la circularidad de la Historia. Lo primero tiene que ver con el saber multicausal más o menos rico de cada opinante y, en ocasiones, de su afán manipulador. En lo segundo suele brillar más la erudición, pero también suele dejarnos en la más pura indiferencia: saber Historia de verdad poca incidencia tiene en el devenir de los asuntos, pese a la ciceroniana sentencia de que fuera maestra de la vida. Bien supieron los estudiantes romanos de retórica que aquellas “historias” eran adormecedor adoctrinamiento ejemplarizante con lo más grato al poder.
Lo cierto es, de todos modos, que, en muchas partes de Europa, estamos en situación de revivir en nuestras propias carnes circunstancias complejas, distintas desde luego pero similares en bastantes rasgos a las de los años 30 de aquel siglo. La Europa que logró sostener pacíficamente en la postguerra la ilusión de unidad, ha empezado a resquebrajarse en Sarajevo (1992-96) y Kosovo (1998-2005), y todo puede suceder cuando la verbosidad no basta para tapar las caóticas calamidades con que estamos construyendo la memoria del futuro. No sólo es que no hayamos aprendido nada del pasado sino que hemos deslegitimado soluciones que habían sido ideadas para coser debidamente una sociedad armónica en las cuestiones principales.
Sin necesidad de recurrir a teorías conspiranoicas, como las de benjaminfulford, motivos hay sobrados desde comienzos de este siglo XXI -con la crisis de los refugiados por medio-, para que vuelvan a rondarnos posiciones propicias a desenlaces no deseados pero que la profunda desazón existente ya no ve imposibles. Los movimientos xenófobos y la aceptación de los mensajes ultras no son buen presagio en un momento en que la crisis económica  sólo vive de apariencias, generando en demasiadas personas el sentimiento de que no cuentan como no sea para reserva de improbable trabajo. Con este  inquietante mar de fondo, jugamos, sin embargo, a construir fantasmas que ayuden a sostener el artificio de sentirse felices con lo bien que va todo. Es muy probable que la legislatura de Trump acabe mostrándonos la intemperie en que nos vamos a encontrar si no hacemos algo juntos, pero también puede que elijamos, otra vez, lo ya contado en el Génesis a propósito de la torre de Babel: cada cual a lo suyo, en un estilo de homo homini lupus muy preciado entre carroñeros corruptos. Cuando despertemos, los problemas seguirán ahí como el dinosaurio de Monterroso, aunque tal vez más podridos y acelerando el efecto mariposa.
La Educación es un magnífico espejo que refleja la calidad democrática de nuestras decisiones colectivas. El Ejército, por ejemplo, ha podido incrementar su presupuesto en 2015 un 16,5%, mientras desde 2010 el de Educación había perdido 7.760 millones de euros en las mismas fechas. La comparación demuestra la futilidad argumental con que suele adornarse cómo valoramos los cuidados  educativos. Todos dicen que son muy relevantes, pero siempre aparecen imponderables para concretar ese aprecio. La historia del pasado educativo español apenas tiene contadas excepciones a esa regla. Los prólogos de las leyes que regulan este campo no son correspondidos por sus propias disposiciones; es habitual que unas sean contradichas por las que sobrevengan en el turno legislativo siguiente; y todo lo soporta el artc. 27 de la Constitución, redactado de tal modo que es capaz de dar cobertura a muy distintos y distantes modos de aplicar las virtualidades del valor educativo  a la diversidad de ciudadanos existente. De haber actuado de otro modo, no estaríamos ahora, 38 años más tarde, tratando de llegar a un “pacto” interpretativo que evite distorsiones clamorosas de lo que signifique, en términos exigibles  e inexcusables, que “todos tienen el derecho a la educación”.
Mitologías
No suelen mejorar el panorama los ruidos de comentaristas, historiadores, periodistas y testigos más o menos implicados. Representaciones distorsionadas y prejuicios de distinto alcance, idénticos a los que denunciaba Francis Bacon (1620) como idola tribus -que impedían una aproximación imparcial a lo que conviene aprehender de la realidad-, alimentan muchos de estos relatos que tanto placen a las audiencias mediáticas si reproducen revisionismos de amarillentas matrices. Muchos ven en lo último que toca una repetición con leves modificaciones de lo que habían vivido. Otros creen y crean mitologías autorreferenciales y familiares con que tratan de justificar –a menudo con aire experiencial-, que lo que hay es lo que puede haber y que a poco más se puede ir. La mano dura sobre supuestos excesos para imponer lo “que hace falta”, suele ser pronto invocada por estos espontáneos… y no tan espontáneos.
Viñao Frago ha estudiado cómo similarmente se conforma el paisaje de culturas escolares. Ahí se aglomeran  los expertos, los profesores, los maestros, los papás, la variada experiencia de todo estudiante…, cada cual con su particular idiosincrasia ideológica a cuestas. Y los políticos, que se ven con razones para “reformar” y poner orden en lo que les dicen es un desastre y les faculta para subir su nombre al BOE sin ocuparse de qué se necesite en las aulas. En la mayoría, todas estas narrativas no alcanzan ni a ser glosas de otras glosas, no tienen referencia documental y son fruto de subjetivos marcos conceptuales, restringidos y cerrados. Como explicación de las funciones, experiencias y acciones que deba representar el sistema educativo, su red de significados suele construirse en torno a la “excelencia”, el “antes era mejor”, “la sana laicidad”, “estudias o trabajas”, “el emprendimiento”, “la reproducción social”, “la empleabilidad”, “la innovación solipsista”,  la “complicidad del profesorado” obediente…, y tantos otros.
Pese a su recurrencia, estos mitos no ayudan a entender la historia real del sistema educativo construido en España. Entre tanta espuma de toda índole, su riesgo es que impiden comprender cuáles deban ser  los problemas reales a resolver. De cara a posibles soluciones, sus polarizadoras hipótesis obstaculizan un desarrollo amplio del humanismo que la virtual riqueza educativa exige si se desea la democrática formación de ciudadanos libres. En este mundo complejo, fácilmente pueden derivar en que todo siga como siempre o que se empeore más aceleradamente.
El “diálogo” que se está produciendo se nutre de estos constructos con más vigor del que parece. Sin embargo, para un diagnóstico estimable y propuestas adecuadas, no vale gato por liebre, como cuando la excusa del alcohol ha pretendido eximir de machismo al empresario agresor de la diputada Teresa Rodríguez. El nombre de Erasmus no resta cutrez a la propuesta inane de la ministra Dolors Montserrat; las explicaciones sobre la retirada de José Manuel López de la portavocía podemita en la Asamblea de Madrid, no nos libran de los inquisidores. Sería fantástico que, de repente, no fueran mezquina cazurrería los falsos denuestos contra el protocolo anticontaminante del Ayuntamiento madrileño, y que el “diálogo” educativo -inexistente hasta ahora- lograra poner de acuerdo tanta mitología excluyente como hay acumulada. Ahora que las ratas de París visitan el Marais con más frecuencia de la deseada, el desacuerdo en erradicarlas dejaría sin trabajo al propio flautista de Hamelín. Pero en el terreno educativo español –y sin metáforas por medio-, se pretende que no sea cansino ver cómo pretenden perpetuarse, intocadas, viejas posiciones. Muchas, a cuenta del erario público.
¿Una carta a los Reyes Magos?
La “Educación” es más que un universal abstracto. Se concreta en un sistema educativo donde nada es neutral, sobre el que pivotan  fuerzas bien definidas, no todas con igual nivel de persuasión a la hora de los Presupuestos. Una de ellas, la Iglesia y sus ayudas oficiales en un Estado sedicente “aconfesional”: con opacas luchas nada evangélicas por el poder doctrinal y económico, viene mandando explícitamente en este campo desde el Concordato de 1851 -sin contar los siglos anteriores-, con adaptaciones sucesivas en 1953, 1979 y 2007 hasta el presente, pese a que el número de creyentes y bautizados ha bajado sensiblemente. La otra, propicia a los intereses de negocio del IBEX-35, ejerce de “mano invisible” del mercado ante el Gobierno. Cara a un “diálogo” consistente y su posible pacto educativo posterior, cabe preguntarse qué parte corresponde en el reparto a los intereses generales que, en principio, cumple directamente la Escuela pública.
Si la contaminación del aire sólo puede limitarse regulando las apetencias particulares en nombre de la salud de todos, estimar que este “diálogo” para un “pacto educativo” puede hacerse sin tocar intereses privilegiados sólo es publicidad gratuita para Rajoy. Sin aclarar los beneficios para la enseñanza de todos, acaba de reiterar después del último Consejo de ministros, el pasado 30.12.2016, que lo razonable es “hablar y dialogar, y pido que no se den más pasos contra el sentido común”. Se refería a Cataluña con estas palabras, pero el tono del discurso y la valoración de lo hecho en este “año de incertidumbre”, bien claro dejó que, con sus “diálogos” de ahora, no quiere abandonar las reformas de la Legislatura pasada. Difícil va a ser que le cambien la marcha  quienes han apostado por  sostener su “estabilidad” en esta, los de la “alianza natural” que planteaba el presidente hace tres meses.
 Otra cosa es el umbral de aguante de los ciudadanos sin que el efecto mariposa sobrevenga. Tentarlo en vano con este reiterativo juego banal es, cuando menos, desperdiciar una buena ocasión para fortalecer las alianzas transversales que demanda la sociedad. Porque,  si todo da igual, también habrá que vender el Museo del Prado, el Hostal de los Reyes Católicos y la Alhambra, para pagar el déficit generado por defraudadores y  corruptos.  Más valdría que se centraran en despejar incógnitas sobre la suficiencia democrática en este momento: qué debe suprimirse o cambiarse por obsoleto o por injusto en el sistema educativo existente; si puede mejorar la justicia distributiva en este terreno; qué aspectos concretos y en qué orden debieran modificarse con urgencia…
Para robustecer la solidez democrática que exigen las incertidumbres del mundo actual -con los ciudadanos, y no sin ellos-, en este periplo previo en nada estiman las posibles lecciones de la historia si  ningunean a los representantes sociales.  Estos prolegómenos, ni como volátil carta a los Reyes Magos avalan este deseo de pacto, y menos con las prescripciones de Rafael Hernando: “no podemos convertir la legislatura en una legislatura derogadora” . Sin cambio de partitura, este “pacto” ya suena como “la subida” última de las pensiones, que hace perder poder adquisitivo a quienes dan crédito al diccionario de la RAE. Esperemos que las palabras primordiales sigan sujetando en 2017  su significado cabal.

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