El comisario para los Derechos Humanos del Consejo de Europa, Nils Muiznieks, visitó España la semana pasada y se volvió a casa contrariado. Tras una estancia de cinco días y múltiples reuniones con autoridades y responsables políticos, ofreció una rueda de prensa antes de marchar, el viernes 6 de junio, en la que dijo: “He escuchado con preocupación historias de niños que se desmayan en clase porque no han comido, que acuden dos y tres semanas con la misma ropa al colegio o que están en una situación de vulnerabilidad tras un desahucio”.
Ese mismo día se daba a conocer el dato de que 2.865 escolares de Barcelona reciben una alimentación deficiente. Tres días antes, la Junta de Andalucía había dado el pistoletazo de salida al reparto de bolsas con desayuno y merienda entre 11.000 menores. Se empezaba a hablar del problema en más ciudades. Canarias anunciaba acciones de abasto. La crisis empezaba a mostrar una de sus caras más feas.
El 44% de los pediatras consideran que la disminución de ingresos de las familias está afectando a la correcta alimentación de los niños. El último informe sobre la infancia de Unicef señala que el 16,7% de los pequeños viven en hogares que sufren pobreza severa. La crisis, el desempleo galopante y los desahucios generan un panorama en que las situaciones desesperadas emergen. Y entre sus múltiples víctimas, están los niños.
“La pobreza infantil ya era grave en tiempos de bonanza”, dice Gabriel González Bueno, responsable de Políticas de Infancia de Unicef, “pero ahora llega a extremos de incapacidad del hogar para asumir las necesidades básicas, como comer”. Y prosigue: “Si las becas comedor han bajado entre un 20% y un 30%, no nos alarmemos con los datos: esa es una de las claves para explicar lo que está pasando”. Ana Lima, presidenta del Consejo General del Trabajo Social, que representa a 40.000 trabajadores sociales, también señala que la supresión de las becas comedor es uno de los factores que ayudan a explicar la situación. “Cuando las quitaron ya sabíamos que hay familias que no iban a poder dar tres comidas diarias a sus hijos”. Lima, con 22 años de experiencia como trabajadora social, asegura que desde el inicio de la crisis el incremento de la demanda de emergencia en los servicios sociales de los Ayuntamientos, que incluye la entrega de alimentos o ayudas para pagar recibos, ha crecido más del 250%.
Son tiempos de recortes y sin embrago, la ayuda es más necesaria que nunca. Así lo señala una trabajadora social que pide ocultar su identidad y que trabaja en los servicios sociales de un municipio madrileño. “Llegan casos de malnutrición, vemos familias que no tienen dinero para comprar leche, huevos, carne o verdura. La situación es de emergencia continua”, describe.
El diccionario de la Real Academia ayuda entender de qué hablamos cuando hablamos de malnutrición: “Condición causada por una dieta inadecuada o insuficiente, o por un defecto en el metabolismo de los alimentos”. Nada que ver con la desnutrición, que es un estadio mucho más grave. Para algunos médicos que trabajan en zonas desfavorecidas o con mucha inmigración, la mala nutrición infantil no es una novedad. “Lo veíamos en algunos niños extranjeros cuando llegaban aquí de sus países”, dice la pediatra Inma Sau, que trabaja en un centro de atención primaria de Santa Coloma de Farners, un pueblo de 10.000 habitantes de la provincia de Girona con presencia de inmigrantes. Sau conoce a los niños (unos 1.300) que visita y sabe lo que están pasando las familias por culpa de la crisis. “Algunas madres hacen las papillas del bebé con agua porque no pueden permitirse la leche”, explica. De todos sus niños, “unos 15 o 20” están en situación de riesgo o sufren problemas de malnutrición. Sau está familiarizada con los síntomas: “Si enferman demasiado, sufren frecuentes diarreas o no ganan el peso que deberían, hay un problema”, relata. “Algunos están hinchados pero, al hacerles unos análisis, sale que tienen anemia. Los padres les dejan llenos con lo que pueden: pan, pasta, arroz”.
“Se percibe que ha bajado la calidad de los alimentos que se consumen”, advierte este médico. En su consulta no se ha encontrado con casos de niños desnutridos, pero sí algún padre apurado pidiendo muestras de leche de un laboratorio para alimentar a un bebé o que admite haber cambiado las marcas de leche de las farmacias por las de los supermercados, que son más económicas.Los pediatras consultados coinciden en que los casos de déficit de alimentación son todavía “puntuales”, pero sí empiezan a ser más frecuentes los de menores que comen mal porque las familias tienen que prescindir de alimentos frescos, incluidos carne y pescado. Los precocinados y congelados que hace siete años llenaban los estómagos de los pequeños porque era lo más rápido de preparar para unos padres que corrían de casa al trabajo, siguen siendo ahora alimentos frecuentes porque resultan más baratos. “Se está dando la paradoja de que coexisten los niños que viven casi en situación de pobreza con los niños que presentan obesidad por malos hábitos dietéticos. Los dos tienen problemas por mala nutrición, aunque las causas son distintas”, cuenta Pedro Martín, pediatra en un centro de salud del barrio de Palmete, una zona obrera de Sevilla.
Si los padres no piden ayuda, los pediatras advierten de que no es fácil detectar estos casos. “Nadie lleva a su hijo al centro de salud porque no desayune”, señala Jaume Dalmau, coordinador del comité de nutrición de la Asociación Española de Pediatría (AEP). Pero hay síntomas que pueden encender las alertas de profesores o médicos: niños con poca energía, alicaídos, con dificultades para atender en clase o que encadenan resfriados e infecciones. “Puede ser consecuencia directa de falta de hierro o de proteínas”, señala el coordinador de nutrición de la AEP.
Desde hace dos semanas, el hijo de Vanesa Arias llega a casa desde el colegio con una bolsa cargada con una pieza de fruta, un batido o un zumo, un paquete de galletas, una o dos piezas de pan, y un día sí y uno no, un par de tipos de chacina, sobre todo chorizo y pechuga de pavo. Los días que no hay chacina, la bolsa incluye un tarrito con tomate triturado y otro con aceite. El niño, que tiene siete años y padece síndrome de Down, es uno de los 11.000 beneficiarios del plan puesto en marcha por la Junta de Andalucía para garantizar tres comidas al día a 11.000 menores de familias en riesgo de exclusión social. Los niños tienen servicio gratuito de comedor y en las bolsas llevan la merienda para la tarde y el desayuno del día siguiente. “Para mí es una ayuda importante. Con eso le doy al niño el desayuno y la cena”, cuenta Vanesa, que vive en la corrala La Utopía, un edificio de Sevilla propiedad de Ibercaja ocupado desde hace un año por 36 familias, la mayoría desahuciadas de su anterior vivienda. “Mi marido y yo recogemos chatarra y con eso vamos tirando”.Una dieta incompleta, explican los médicos, puede tener efectos futuros si las carencias se sufrieron, sobre todo, en los dos o tres primeros años de vida del niño. “Pero para que influya en el crecimiento, por ejemplo, tiene que haber un déficit de calorías y proteínas muy agudo. De momento no parece que eso esté ocurriendo”, aclara Dalmau. En la edad infantil, a partir de los cuatro o cinco años, la mala alimentación influye, sobre todo, en el rendimiento escolar.
Juan y Ángela, un matrimonio de treintañeros que vive en la barriada de Antonio Díaz, una zona desfavorecida en las faldas del castillo de Santa Catalina de Jaén, admiten que las tres comidas que les da la Junta a sus hijos les está salvando el día a día. También viven de recoger chatarra.
Tres de los cuatro hijos de Juan —el otro aún no está escolarizado— se benefician del nuevo plan andaluz. El almuerzo del mediodía en el comedor del colegio, es, por regla general, la única comida caliente que hacen al día sus niños, que ahora también traen a casa el bocadillo para la merienda y el desayuno.
Aunque todavía no hay datos sobre la magnitud del problema, algunas cifras han emergido en las últimas semanas. En Barcelona, por ejemplo, hay 2.800 niños que presentan “indicios de alimentación inadecuada o ineficiente”, según cifras del Ayuntamiento. El consistorio pidió a los colegios de la ciudad que hicieran un esfuerzo extra por detectar casos de alumnos “con dificultades para cubrir su alimentación”, comenta Àngels Canals, gerente del Instituto de Servicios Sociales. Las cifras no hablan de un problema de salud, puesto que la detección no la han realizado médicos ni especialistas en salud pública, sino los propios profesores junto con los servicios sociales. Hay niños que han entrado en la lista porque sus padres no pagan la cuota del comedor, otros que “manifiestan que tienen hambre” y otros que proceden de entornos en riesgo de exclusión. El consistorio detectó que de los 2.865 chavales malnutridos, 703 no recibían suficiente ayuda, por lo que les ha otorgado distintas prestaciones: les paga parte del comedor —las becas solo cubren la mitad del coste del menú, un máximo de 6,2 euros diarios— o concede una ayuda en metálico a las familias. Santa Coloma de Gramenet también ha anunciado que destinará 1,8 millones para pagar el comedor escolar a 2.300 alumnos de la ciudad. En Valencia, los directores de los colegios dicen que cada vez notan más casos de menores con grandes carencias pero no saben cuantificar el número de niños malnutridos. La Diputación de Valencia aprobó el pasado 12 de junio una inversión de medio millón de euros para mantener las becas comedor durante los meses de verano.
“Hace mucho tiempo que en casa no tenemos un filete de ternera o pescado para comer”, cuenta Lluïsa Alarcón, barcelonesa de 44 años. Esta madre de cuatro hijos está preocupada porque con los 600 euros que gana no tiene ni para un cartón de leche. La Cruz Roja subvenciona las becas de comedor de dos de sus hijos y, cada dos semanas, le dan una cesta de alimentos básicos. “En los últimos dos años que recibimos ayuda de los bancos de alimentos, los niños han engordado mucho porque es verdad que no tienen una alimentación equilibrada. El único pescado que ven es el atún y las sardinas enlatadas y de fruta, solo piña o melocotón, también en lata y con almíbar, que engordan mucho más”.
Cruz Roja reforzará su campaña alimentaria durante el verano con la puesta en marcha de un plan de emergencia de alimentación infantil. La entidad subvencionará con 22 euros a la semana la compra de alimentos para las familias de los niños becados por la entidad. Un portavoz de la secretaría de Estado de Servicios Sociales e Igualdad señala que en el reparto de los 211 millones recaudados vía del IRPF para fines sociales, se dará prioridad a la ayuda a familias vulnerables.
Las organizaciones caritativas también se están encontrando de frente con el problema de la mala nutrición. “Hay una necesidad real”, dice Julián Cabezas, que lleva 25 años en Aldeas Infantiles. “En los últimos tres años la situación se ha agravado”, señala Eva Alonso, secretaria general de Cáritas Toledo, que lleva 20 años en el puesto. Y señala que el perfil de los que acuden a Cáritas en Toledo ha cambiado. Antes se trataba, fundamentalmente, de inmigrantes. Ahora, la población inmigrante es un 40% de los que acuden en busca de ayuda.La falta de variedad y el escaso consumo de productos perecederos son problemas con los que se encuentran, a menudo, los profesionales que trabajan con niños de familias pobres. La entidad que dirige Ignasi Sagalès (Asociación Educativa Integral del Raval) trabaja en el corazón del barrio antiguo de Barcelona, una zona desfavorecida y con muchos inmigrantes (47% censados). En los centros abiertos que gestionan y donde dan de merendar a niños que en su casa no podrían hacerlo, han detectado que hay pequeños “que comen mucho, pero solo alimentos muy calóricos y con mucha grasa”, cuenta Sagalès.
Con información de Ginés Donaire, Pilar Almenar y Jessica Mouzo.
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