La propia Ciencia es
puesta en cuestión por quienes tienen que tomar decisiones que no se atreven a
tomar.
Cuando se habla de las instituciones, no queremos tener en cuenta
que son fórmulas organizativas que los humanos nos damos para que parezca que
somos racionales. Olvidamos el lado irracional que también tenemos, que puede
hacer que se queden vacías de sentido mientras seguimos diciendo que son
fuertes o débiles, cada cual según vea o le interese.
¿Cogobernanza?
Hace nada, la abanderada reunión de la Puerta del Sol insistía en
la unidad y la cogobernanza; nos vendían la idea de que se iban ayudar mucho el
gobierno autonómico y el central, porque lo importante era la salud de los
ciudadanos. Faltaron unas horas para que el criterio teórico decayera; cada
cual por su lado y con los intereses electoralistas primando sobre lo
principal. Nadie se atreve o no quiere tener la responsabilidad de tomar las
medidas más convenientes para atajar el problema y cada día que pasa entra más
en crisis la cuestión organizativa de este país. Para llegar tarde ya han dado
bastantes muestras desde el mes de marzo y para ponerse palos en las ruedas
unos a otros también, y no parece que la tan invocada “responsabilidad
individual” de los ciudadanos sea capaz por sí sola de arreglar lo que no le
corresponde: qué se haya hecho con la atención primaria, los rastreadores, la
infraestructura sanitaria pública o la investigación científica. Qué decir de
lo no hecho en el ámbito educativo, donde las aulas, los profesores y los
medios on-line se arbitran en cada sitio a su manera.
De los cambios de criterio respecto a cómo gestionar la pandemia
hemos tenido amplia experiencia en estos meses. Siempre hemos dudado de que
fueran criterios “científicos” los que primaban, simplemente porque es
increíble que la propia ciencia sea un compuesto aséptico e indiferente a
cuestiones de intereses e ideologías. Sucede con la ciencia algo parecido a lo
que la nueva elegida para jueza del Supremo de EEU, Amy Coney Barrettt, dijo de
su imparcialidad ante la ley pese a sus prejuicios ultraconservadores a la hora
de tratar asuntos controvertidos.
Tan poco serios somos en las decisiones supuestamente científicas
respecto a la COVID-19 que siempre hemos podido ver variaciones no solo en las
mediciones y sus propios criterios no coincidentes -pues ni siquiera sabemos la
cifra de fallecidos- y, sobre todo, en las maneras de aplicarlos en lo que
supuestamente servía de baremo para conocer y decidir sobre el problema. Que
había otras interferencias en las decisiones era evidente: la economía y
especialmente la de algunos sectores primando sobre otros, prestos a la hora de
reclamar o indicar soluciones que no solucionaban nada, fue inmediato. Cada
cual a lo suyo, sin coherencia común.
Y lo que acaba de suceder era predecible: siendo tantas las
cabezas pensantes en 17 comunidades, la cogobernanza no podía ser tan
maravillosa como nos decían. Desde el principio, fueron visibles múltiples discordancias
en cuanto al control principal y ahora es más visible la secuencia de lo
ocurrido, hasta el punto de que, en Madrid, lo que antes se dijo ya no vale,
porque, según su guión ideológico, hay que decir exactamente lo contrario, válido
ahora aunque hace dos días no lo fuera. Al parecer, la ciencia o los criterios
científicos –ahora de 500 casos por cada 100.000 habitantes- no sirven, porque
no es lo mismo un territorio que otro: Madrid no es igual que otros
territorios. Pero no dicen que tampoco es lo mismo el Norte que el Sur de
Madrid; la “diagonal de Madrid” es sobradamente conocida por muchos sociólogos,
con un diferencial de más de cuatro años de esperanza vida por el mero hecho de
haber nacido en una u otra vertiente de esa línea nada imaginaria que va del NW
al SE madrileño. ¡Qué más da! Llevamos así desde que hay memoria de los barrios
madrileños en la literatura documental, sin que nadie le haya puesto remedio a
esta modernidad de cada momento del pasado: es una curiosidad antropológica,
excepcional para el turismo de proximidad.
Ignorancia selectiva
La mitad de los artículos de Larra en los años 30 del siglo XIX
podrían repetirse como si no hubieran pasado casi dos cientos años; no hemos
aprendido nada; sería romper una tradición de ignorancia selectiva. Nos
ahorramos imaginación: una buena parte
de los dibujos de Goya en sus extraordinarios cuadernos –el Cuaderno C, sobre todo- valen para
ilustrar noticias de ahora mismo. Y entre tanta improvisación que sigue a tanta
supuesta reunión para seguir discutiendo y no encontrar criterios a compartir,
vuelve a tener cierta razón el refrán tonto: “reunión de pastores oveja muerta”.
Los casos de contaminación crecen y la muerte acecha en cada esquina a los más
despistados o en situación de riesgo por edad, pobreza o directa exclusión
social: si no sabemos el número de mayores fallecidos por esta pandemia, menos
sabremos el de quienes se hayan muerto por abandono o dejadez, indiferentes a
si son galgos o podencos quienes les hayan hincado el diente mortal.
Mientras, gana la partida la Covid-19 y tampoco parece que pierda
el tiempo el desmantelamiento de la asistencia pública y la reconversión del
bienestar común en cotización privada: cada cual vaya viendo cómo se las apaña
para entenderse con lo que le caiga, sobre todo en asuntos de salud, edad biológica
y, si está en edad de tener hijos a su cargo, respecto a la educación de sus
hijos. ¿Para qué querremos entonces las Autonomías y el propio Estado, si no va
a servir para proteger a todos, sino tan solo para que unos pocos estén
tranquilos en lo que al fin será enteramente suyo? ¿Quiénes los atenderán cuando todos los demás
hayan perecido? Antonino Nieto, poeta excelso de Verín (Ourense), acaba de escribir: “A veces pienso
en llamarte, madre. ¿Estás bien? ¿Qué me cuentas de todo esto que nos diluye…?”
Manuel Menor Currás
Madrid, 28.09.2020
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