El presentismo actual
propicia la destemplanza y la discordia
Mientras nos
infantilizamos, los supuestos principios que decimos nos deben regir no dirigen
realmente nuestra convivencia.
Es muy paradigmático lo que está pasando, a golpe de telediario,
en el cercano patio palestino entre israelíes y palestinos, donde los clamores
del poeta Darwix siguen tan vivos
como en 1947, mientras los cautelosos europeos, simulan plañir ante una
situación que les sigue siendo tan “compleja” como entonces lo fue, y el sionismo,
sintiéndose heredero de la furia veterotestamentaria, tiene permiso para la
desproporción. Este domingo pasado, las cámaras televisivas han añadido otro fenómeno a todas luces “más complejo” todavía a nuestros ojos, el del ensueño atropellado de una
población africana añorante de una Europa que, entretanto, verbaliza en torno a
poner alambradas a un viento que no cesará de soplar mientras siga todo como
hasta ahora. En ambas situaciones, el soplo de nuestros tan alardeados Derechos Humanos se queda básicamente
para un relato de imposibles utopías, a merced de quienes –por unas u otras
razones- tienen nuestra delegación para tranquilizar nuestras conciencias, como
sea, en el siguiente noticiario a la hora de comer.
Padre padrone
Más cerca todavía, en el patio de nuestra corrala, crecen los
gritos entre ruidos de todo tipo, mentiras interesadas y falsas promesas de
confort; nuestros supuestos representantes tratan, en la sesión de los
miércoles del Congreso de Diputados, de contentar nuestros gustos particulares
como pueden, en parte por miedo a perder su propio estatus mediático, y en
parte por la convicción de comerciantes que estuvieran vendiendo un producto en
que no creen. Adela Cortina señalaba
hace unos días que debieran regirse, al menos, por las mismas leyes de la
publicidad, de modo que supiéramos por qué regirnos y, en caso de fraude patente,
poder reclamarles el fraude. Es posible que no se arreglara mucho, pues ha
avanzado mucho la técnica de la publicidad y, sobre todo, los modos y maneras
de captar con facilidad a los más propensos a dejarse embaucar con cualquier
mensaje.
Los problemas que denota la situación actual tienen un recorrido largo,
que no se circunscribe al estricto presente. Los dos que tanto espacio ocupan
estos días en las noticias añaden más muertos y damnificados a una larga
historia de colonizadores y colonizados, en que los principios de actuación
siguen siendo los de siempre entre dominadores y dominados, modulados
adecuadamente para no dar demasiado el cante; en cada momento concreto siempre
un mal mayor tiene hegemonía para prolongar el malestar o la injusticia de modo
más o menos subrepticio con un mal menor que sigue imperando, en manos de un
supuesto amo superior –el primo de marras o el padre padrone de los
Hermanos Taviani- que impone su ley; miren detrás de Israel, de Marruecos o de
la Unión Europea quien lleva la rienda de los hilos y se verá mejor lo que está
sucediendo.
En campaña
En nuestro espacio público es lamentable la apariencia de que,
entre tantas voces controvertidas como grupos parlamentarios, sea mayor la
furia que les conmueve a cada uno que las palabras capaces de orientar a la
ciudadanía. No parece sino que lo relevante fuera ver qué provecho saca cada cual
de la discordia, y qué ventaja posicional adquiere para una eventual situación
electoral. Los supuestos principios parecen estar fuera de la escena, casi
exclusivamente como un recurso de tramoya, pero no como algo que deba regir
internamente el discurso, las propuestas, acuerdos y demandas. La duda que
asalta al oyente es si estos portavoces partidistas serán capaces de aguantar la
interminable pelea preelectoral en que están, acuciados por los comentarios más
o menos concordes de las muchas tertulias y cotilleos con que cadenas de radio
y televisión acompañan esta fiesta ruidosa en que dicen querer “informar”; no
menos urgidos están por las condicionadas encuestas de opinión, continuas y
providenciales.
¿Qué importa?
En esta dinámica del corto y cortísimo plazo, lo que como gota
malaya va formando opinión en el común de los ciudadanos es que esto es lo que
importa, más o menos lo mismo que hemos visto este fin de semana pasado, como
si de un interminable botellón celebratorio del final del año de la peste se
tratara, en honor de no se sabe bien qué libertad individual omnímoda, ajena a
toda libertad comunitaria. A este ritmo va a ser más difícil cada día construir
una casa de verdad colectiva, capaz de aguantar las durezas que depare un
futuro que ya se está construyendo.
Benedetti, desconsolado de los entresijos de estas tentaciones en el
exilio, al iniciar en 1976 su libro de poemas La casa y el ladrillo, citaba a
Brecht: “Me parezco al que
llevaba el ladrillo para mostrar al mundo cómo era su casa”. De los muchos
desconciertos que esté generando esta pandemia –todavía no acabada, por mucho
que se desee- la desconexión de principios comunitarios por que regirnos puede
acabar siendo uno de los más graves. Si no importan, si en la escuela no hay
que cuidarlos, y si lo que tiene que imperar
es la ley del más fuerte, el recorrido vital de la gran mayoría no va a merecer
mucho la pena. Cuídense.
Manuel Menor Currás
Madrid, 19.05.2021.