El amarillismo como arma
de desinformación masiva crece en la prensa.
Currículos trasnochados y acríticos siguen en la LOMCE. Todo por la
felicidad.
La portada de ABC del pasado jueves, cinco de julio, resume lo que suele ser
mucha prensa con más frecuencia de la deseada: un medio de agitación,
distracción y despiste del personal, del que solo sacan beneficio selectos
grupos de interesados en que no se les mueva su poderosa arrogancia, cada vez
más afincada en privilegiadas prebendas a cuenta de paganos desconocedores de
las enredaderas de concesiones variopintas, casi siempre esenciales.
El pretexto último es el de los acuerdos respecto a la dirección de RTVE. Parece que a los
redactores de mensajes que aludan al cambio
en el medio, les hubieran dado carta blanca para tirar gruesas piedras a quienes disientan de “lo que hay”, vigente “como
Dios manda”. Estos emisores de “la verdad”, en su pretensión absoluta del
espacio público, son los herederos directos de la tradición cainita del blanco
y negro, que reparte el mundo entre salvados y condenados, ángeles y demonios,
y similares maniqueísmos.
Vista así la historia, este activismo medievalizante, emparentado
con las maneras en que lo andro y eurocéntrico eran un modo de ver tan uniforme
como las fuerzas inquisidoras eran capaces de embridar, sigue exigiendo a los
habitantes del territorio hispano que sigan viviendo bajo tutela. Minorizados,
pues, habrán de contemplar con arrobo cómo les cuentan esta evolución de
acontecimientos gestuales, en que lo acordado respecto a la deseada RTVE
–aislado de que el PP hubiera pedido determinadas prebendas para participar en la decisión- se encadena, de seguido, con la “beatífica”
secuencia inconclusa de cómo el 20% de sus cotizantes –poco más que cuadros y
cargos- eligen a su futura presidenta o presidente. Por sí misma, la última
parte de esta película, tiene ingredientes para detectar cuál sea su objetiva
pasión por la desinteresada verdad. Ya cambian
sobre la marcha, por ejemplo, su viejo mantra respecto a la lista más votada.
La modernización
infantilizante
Jamás hemos sido modernos, aseguraba Latour en 1991. La relatividad depende del lado
en que se contemplan las cosas y de que siempre hay quien dice ver más y mejor
que los demás para imponerles su mirada. No es exclusivo de España, aunque aquí
nos sean familiares muchos de sus protagonistas, dueños u hombres de paja en
medios poderosos bien engrasados de recursos. Saben que información es poder,
sobre todo si está bien controlada y dosificada. Y a su favor corren los aires que soplan
desde un Norte, marcado por los aliados de Trump, que vigoriza la idea de que a la
gente lectora o receptora de emisiones de todo tipo, lo que debe importarle es
el simplismo infantilizante de lo que entretiene y divierte, sin advertir que desorienta
y aturde. En ese campo de juego, qué convenga a la ciudadanía de verdad saber,
especialmente a la más sensible a sus derechos y libertades, parece haber
quedado relegado a los tratados de politología, a las teorías comunicacionales
y a cuantos contemplan el lenguaje como simpático don político en el plano filosófico-aristotélico.
Lo urgente, pese a ello, es ver qué se está perdiendo en la razón
de ser de la educación y los medios, y qué está pasando con esta dinámica en
que los Big-Data están incrementando a ritmo acelerado su presencia en las interacciones de
los sujetos sociales. El periodismo como Cuarto poder –con su razón de ser
desde finales del XVIII en el control de los otros tres- camino va de ser
imposible: si no es servil, se volatiliza. Y una educación al servicio de esta
verdad sigue programándose minuciosa, con obligadas
evaluaciones de pautas genéricas encaminadas a que el virus de la duda no
prenda nunca en los educandos. La verdad, entre tanto, viene ya de nuevo de lo alto,
de “la nube” donde nuestros hábitos, códigos y aficiones son guardados –con
pago condicionante de nuestra fidelización- a mayor beneficio de un nuevo
feudalismo. ¿Qué enseñante o qué periodista se atreverá a contradecir los
algoritmos de ese mundo feliz en que ya andamos metidos? ¿Quién cuestionará que nos estén “modernizando”, por nuestro bien como siempre?
Manuel Menor Currás
Madrid, 08.07.2018
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