- Hay que ampliar el concepto de fracaso escolar y sustituirlo por el de “fracaso del sistema escolar”, mucho más amplio y más ajustado a la realidad compleja
- El fracaso escolar forma parte del éxito del sistema socioeconómico en que vivimos y del sistema educativo en el que se sustenta
El nuevo presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en la presentación en el Congreso de los Diputados de su programa de gobierno el día 17 de julio, al hablar de la educación, se hizo una pregunta clave hoy: “¿Cómo puede fracasar alguien que tiene 12 años?“. Señaló que “la desigualdad arranca a una edad intolerable para un país con valores” como los de España. Manifestó que hay menores que no tienen los medios, suficientes y necesarios, en su entorno; que su situación de pobreza y dificultades económicas tiene consecuencias en las aulas; y que esa “inaceptable” situación de pobreza infantil hará que el gobierno se plantee programas específicos para luchar contra ella. También afirmó que “el fracaso en la infancia no es de ese niño o esa niña”, sino que “quien fracasa es el conjunto de la sociedad”. Para ello propuso alguna medidas: reactivar los programas de apoyo, reducir el número de niños por aula, revertir los recortes, aumentar la inversión en educación…Nos parece significativo que el nuevo Gobierno haya tomado conciencia de la necesidad de combatir el fracaso escolar mediante las políticas educativas adecuadas. Esperemos que tan loables intenciones se lleven a cabo sin demasiada dilación.
Es frecuente en estos tiempos oír hablar de fracaso escolar entre las familias de alumnos, preocupadas por el éxito escolar de sus hijos e hijas; entre el profesorado, que lo vive y lo revive muy de cerca; los políticos, que frecuentemente recurren a cifras y datos para apoyar sus propuestas políticas y utilizarlas en beneficio propio. Con frecuencia hablar de fracaso escolar, cuando no se acaba la Enseñanza Secundaria Obligatoria (ESO) o se abandona la escuela sin finalizar la Secundaria, supone la descalificación e incluso la estigmatización del alumnado, su culpabilización en exclusiva por no haberse esforzado lo suficiente, con la consiguiente exoneración del resto de la institución escolar y de las políticas educativas.
El fracaso escolar está relacionado con múltiples causas e intervienen numerosos actores (administración, alumnado, docentes, familia…), por lo que la comprensión de las causas de este fracaso requiere modelos explicativos holísticos, que tengan en cuenta las variables psicológicas, socioeconómicas, culturales, institucionales… Todo ello nos hace replantear el concepto de fracaso escolar y sustituirlo por el de “fracaso del sistema escolar”, mucho más amplio y más ajustado a la realidad compleja.
En la sociedad capitalista imperante predomina el darwinismo social, la supervivencia de los más fuertes y el desprecio del perdedor. La tan cacareada “igualdad de oportunidades”, no existe ni puede existir mientras se mantenga la situación de precariedad y exclusión de amplios sectores de la población, es imposible en una sociedad radicalmente injusta como la nuestra.
La acumulación de riqueza se alimenta de la pobreza y de los bajos salarios. El aumento de pobres, parados y excluidos se interpreta como el coste de la evolución del cambio y del crecimiento económico. Para el buen funcionamiento del sistema es necesario que los mejor dotados (los excelentes) prosperen y los débiles desaparezcan, los nuevos pobres son el coste necesario para que los “elegidos” estén cada día en mejores condiciones para competir y aumentar su riqueza. Una directora general de la Familia y el Menor de una comunidad autónoma negaba la subvención económica a una organización que se dedicaba a trabajar con chicos de la calle porque “dedicar recursos a los que no aprenden ni quieren aprender es inútil y es tirar el dinero. A los que quieren aprender y son inteligentes hay que dedicar los recursos”.
El fracaso escolar es el éxito del sistema, que cumple a la perfección su papel de seleccionar a “los mejores”, “los excelentes”, y suspender y excluir a “los otros, los vagos, los que no se esfuerzan lo suficiente, a los diferentes”. El fracaso escolar forma parte del éxito del sistema socioeconómico en que vivimos y del sistema educativo en el que se sustenta, porque a él se le asigna una clara función (entre otras) de selección y reproducción de la sociedad actual. Incluyendo el mantenimiento del fracaso escolar entre las clases sociales más bajas y las personas más débiles de la sociedad. Sin embargo, la psicología cognitiva y nuestra propia experiencia nos muestran que nuestros niños y jóvenes tienen la capacidad suficiente, a no ser que tengan determinadas carencias o limitaciones especiales, para aprender los conocimientos que se proponen en la escuela. Cuando no sucede así es porque se les está robando el derecho a la educación y al éxito escolar.
Este concepto selectivo y elitista de la educación se ha visto reforzado con la reforma educativa que impuso el Partido Popular con su mayoría absoluta en la penúltima legislatura. La LOMCE no ha contribuido a reducir el fracaso escolar sino que ha profundizado más las diferencias, generando un sistema educativo más clasista y segregador.
Los MRP somos conscientes de la necesidad de abrir procesos de transición a un modelo educativo emancipador que haga efectivo el derecho de todos los seres humanos a la educación y al éxito educativo. Por eso, todas las decisiones de política educativa que vayan en esa dirección hemos de apoyarlas, sabiendo que sólo serán eficaces poniendo en el centro la escuela pública que queremos, una escuela que no margine a nadie y elimine de raíz el fracaso escolar. El actual sistema educativo es claramente injusto, inequitativo, segregador y darwinista. Es el que corresponde a una sociedad injusta, desigual y clasista como la nuestra.
El espacio que se genera en la escuela pública, entendida como el modelo de escuela hacia el que queremos tender, es el espacio propicio para hacer realidad una educación basada en la afectividad como reconocimiento del otro. Es el espacio para formar un “nosotros” inclusivo, donde todos tienen su propio significado y sentido, donde cada uno es quien es y es respetado y querido en su propia singularidad. No podemos entender una escuela que prive a muchos de estar en ella, por medio de diferentes formas de selección y exclusión. Es necesario hacer eficaz y real el derecho a una educación inclusiva. Y mientras cualquier escuela, sea de la titularidad que sea, seleccione, margine, excluya, suspenda, expulse, clasifique, etiquete a uno solo de los alumnos o alumnas, y no garantice el éxito de todas las personas, será una escuela que nunca podrá ser la “escuela de todos y para todos”.
Estas reflexiones se tienen que materializar en actuaciones concretas como:
- Ampliación del horario de apertura de la escuela (mañana y tarde). Avanzar en la concepción de educación a tiempo completo: actividades extraescolares formativas diversas y gratuitas para todos los miembros de la comunidad. Puesta en marcha de bibliotecas tutorizadas, estudio asistido, apoyos.
- Empleo racional y formativo de las nuevas tecnologías.
- Garantizar el desarrollo de la acción tutorial con el alumnado, sus familias y su entorno.
- Entrada de más adultos en el aula para enriquecer el proceso de enseñanza-aprendizaje de todo el alumnado (grupos interactivos, dobles tutorías, profesor de apoyo o refuerzo, otros educadores).
- Garantizar el aprendizaje de las lenguas propias y de uso mayoritario, tanto en su expresión oral como escrita.
- Implantar programas de intervención contra el absentismo escolar.
- Garantizar el aprendizaje de destrezas de comunicación y habilidades de relación social.
- Medidas políticas efectivas para erradicar la pobreza y la marginación social.
- Pacto político educativo en el que participen los sectores educativos implicados, en el que los partidos políticos renuncien a intereses particulares y de grupos de presión poderosos en pro de una educación pública de calidad.
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