Lo oído el 16 en el Teatro Nuevo Apolo
de Madrid es un buen indicador para medir la dimensión que alcanzarán las
medidas de un programa político que
todavía no tienen
El acto constitutivo de la cúpula de Podemos construyó un “paisaje
sonoro”, pleno de sonoridades que nos proporcionan relevante información. Si se
tiene en cuenta que Pablo Iglesias, el joven líder de este partido neonato no
sólo es profesor de Ciencias Políticas, sino también experto en arte dramático
y en producción televisiva, no es gratuito ni fortuito lo que sonó el pasado 16
de noviembre en el Nuevo Apolo de Madrid, cuando asumía oficialmente la secretaría
general de la organización que ha contribuido a crear hace tan poco tiempo.
Cambia, todo cambia:
La pegadiza canción del repertorio de Mercedes Sosa,Cambia, todo cambia, muy en sintonía con
otras de similar factura entre las usadas por esta formación en sus actos
públicos, fue preeminente en esa mañana de domingo.Una primera lectura, nos
puede hacer ver que esa elección reafirmaba lo que están mostrando las
encuestas: la tendencia última de intención de voto directo de los encuestados
hacia lo que intuyen que pudiera contribuir a mejorar sus vidas si las próximas
elecciones generales tuvieran lugar en estos días pasados. Y también muestra el
terremoto consiguiente en el computo de partidos dominantes en la escena
política española, inédito si se tiene en cuenta que las dos cámaras de representación
parlamentaria viene siendo dominada por el PP y el PSOE desde la llamada
Transición o, según otros, 2ª Restauración. La publicidad esgrimida
centralmente por el PSOE en las elecciones del 24/10/1982 y los ensoñados
cielos que la sustentaron ya destacaba un potente mensaje: “Por el cambio”. En
un segundo nivel de lectura, conocidos los auspicios demoscópicos, el cambio a
que nos estaría animando ahora la canción seleccionada ya habría empezado a
operarse, por reflejo condicionado, en la vida organizativa de casi todos los
partidos de relieve. Modulaciones -cosméticas y generacionales- ya hemos
empezado a ver después de las elecciones europeas. Se han producido primordialmente
en el PSOE y, ahora mismo, las protagoniza IU: Pedro Sánchez trata de imponer
un dinamismo, algo prefabricado todavía, a sus compañeros socialistas y,en el
grupo más a su izquierda, Cayo Lara quiere traspasar -tal vez algo tarde para
los mass-media- los trastos a Alberto Garzón. A la derecha, el sector más
ambidextro de Ciutadans y UPyD también se han puesto adeshojar con desgana la
margarita de coincidencias y desventajas de concertar intereses. Todo cambia,
sin duda, y no sin estrépito. Incluso en el PP en que, al menos en el lenguaje
y entre convencionalismos varios, trata de hacernos saber que ya estaba
cambiado de siempre…, aunque los ciudadanos no lo hayan percibido, saturados
como están de ruidos de fondo respecto a qué música deban tocar para la
clientela asidua a su palco. Hay, todavía, un tercer nivel de cambios no menor,
y es el operado en las confluencias y divergencias operativas delos principales
partidos actuantes hasta ahora: la sustantiva dualidad del reparto de poderse ha
mutado de manera inusitada. Desde que estos jóvenes de PODEMOS llevan actuando
en público como grupo ansioso de empuñar la batuta –desde hace apenas diez
meses-, hay ya algo inesperado: PSOE y PP coinciden mucho más entre sí y ven
ambos enfrente, como indeseada, la preeminencia de favor mostrada por las
encuestas últimas. Es sintomático que,
ante los males de la patria, ya no se hable de los jóvenes como de un relicario
de pasividad política. Ahora, ése es un
segmento emergente como potencial enemigo que pudiera descabalar las posiciones
dominantes, primero en el control institucional del Parlamento y, a
continuación, en cuanta institución más o menos representativa tuviera
dependencia o conexión con él: Moncloa, Banco de España, Tribunal de Cuentas,
RTVE, Fiscalía del Estado, Órganos reguladores de diverso cariz, Presupuestos
del Estado, Poder Judicial, Tribunal Constitucional y una larga retahíla de
espacios demostrativos de poder. Tener que contar con un partícipe más en todos
estos ámbitos o que sean los de PODEMOS quienes manden realmente en la
distribución de cargos, sillas y elementos supuestamente representativos de la
ciudadanía, aunque en fase potencial ya ha cambiado mucho el panorama.
Importancia del cambio
Del interés de controlar esos poderes habla sobradamente que,
gracias a la mayoría absoluta del PP en las últimas elecciones, se hayan hecho
leyes tan poco agradables–para la inmensa mayoría de ciudadanos comunes,
incluidos muchos de sus votantes- como las de la Reforma laboral, Seguridad
ciudadana, la LOMCE, que iba a “mejorar” -dijeron- la educación de los jóvenes
españoles y está sirviendo para segregarles mejor. En el mismo paquete de
mejoras, amén de otras normas impuestas en contra de los intereses de la
población mayoritaria, a punto ha estado de salir adelante la reforma de lo
legislado hasta ahora sobre aborto: lo sucedido en el último trámite de esta
abortada ley es una leve indicación de los temores que suscita que se pudiera
producir un cambio potente en la distribución del voto de los ciudadanos.
Cuantos tienen alta posición que defender, más temor manifiestan en este
momento dubitativo. Todo lo cual induce, además, a entender que los argumentos
que últimamente suelen emplear PP y PSOE contra tal eventualidad sean perfectamente
intercambiables. Estos dos partidos vendrían a ser, en este momento, cada vez más
difíciles de distinguir, coincidencia que, por otra parte, ya hace tiempo que desde
PODEMOS se vienen encargando de que sea interiorizada en el imaginario de sus
probables votantes como “la casta” a batir. Los juegos semánticos entre
“populismo” y “casta” vienen a ser así equivalentes a los que, no muy lejos en
el tiempo, presentaban como constructos antagónicos e irreconciliablesla
libertad frente a la igualdad, cuando en 1789 habían ido aparejadas con la fraternité. En nuestra primera
Transición, sin llegar a hablar de “frentes” como en el pasado anterior, Fraga
o el propio Suárez bien comieron el coco a sus posibles votantes con el miedo a
que los “otros” –que no habían tocado poder desde hacía 40 años- pudieran “vengarse”
si lograban alcanzarlo: la soviética toma del Palacio de invierno en el 17
dejaba muy rudimentaria, pero truculentamente eficaz,la pérdida de la vaca odel
terruño que tanto sobrevoló las ondas en los setenta. Volvemos ahora a lo mismo
y, si no, escuchen a Esperanza Aguirre pregonando un día sí y otro también los
riesgos para la democracia que acarrean estos chicos ahora. O escuchen a Pedro
Sánchez aclarando que lo suyo es atender a las clases medias como gran espacio central...
de preocupación. Ambos grupos aprovechan toda ocasión para tratar de excluir
del juego a PODEMOS: el “presencialismo” de Errejón es un claro síntoma de los
acelerados cambios de posición.
¿Paisaje cambiante?
Entre dudas mil, que aumentarán a medida que pase el año que
resta hasta las próximas elecciones generales, el panorama político español
parece condenado a que las elucubraciones cundan como siempre, al albur de
incontables rumores. Como si de vaivenes de Bolsa se tratara, todo el
mundo da ya en hacer cábalas según sus
gustos: que si al PSOE le va a pasar como al socialismo de Craxi en Italia, que
si a IU ni se sabe, que si al final el
vencedor de esta partida va a ser el PP -pese a su silencio casi absoluto en
medio de una crisis creciente y cuando aumenta el conocimiento de corrupciones
en tanta institución veneranda. En medio de tamaño descrédito, todavía
susceptible de más ruidosa confusión, de PODEMOS, sin embargo,poco más sabemos
todavía que el nombre y su capacidad para aglutinar una parte importante de indignados.
Qué quieran hacer realmente no consta: les hemos oído tan sólo propuestas
genéricas en sus muy abundantes comparecencias en los medios. Y qué puedan
cambiar, todavía es mayor incógnita. Dicen ahora estar en fase de concretar múltiples
aspectos de un proyecto coherente que acoja a cuantos simpatizan con ellos por
razones diversas.Ya parecen, incluso,querer decir digo donde dijeron Diego y
poner consenso en las declaraciones de unos y otros, no sea que fuera a parecer
que no hay orden ni concierto en la orquesta. La incógnita de programa ha facilitado,
por otro lado, que creciera una desmesurada expectativa inocentede cuantos ven
en ellos alguna posibilidad de remedio a los males existentes. No sería
deseable, para ellos mismos, que se desinflara pronto esta expectativa; mientras
exista, les permitirá seguir creciendo en adeptos. El problema es que tampoco sería
bueno para todos que, en el supuesto de que alcanzaran a contar realmente en la
élite política y empezaran a perder una
presunta virginalidad, volvieran a repetirse reacciones de pesimismo como en otros
momentos de nuestra historia contemporánea: como en 1814, con “El deseado”…, en
1933 –con el inicio del bienio negro, antecedente del golpe del 36-, y repetido
en 1945 cuando, al término de la IIª G.M., lo acordado entre los ganadores de
la misma nos dejó hibernados hasta 1978. Ahora, podría ser catastrófico para
varias generaciones más, porquecerraría todo un ciclo de confianza estable en
la política. El salto de la ilusión a lo que se puede hacer siempre es
arriesgado: tarden más o menos en programar, PODEMOS empieza a introducir en su
recitadoel principio de realidad. En educación, por ejemplo, ya hay muestras,
incluso, de los primeros problemas que surgirían simplemente con un aspecto
–nada insignificante- de los que se ventilan en este campo (http://www.eldiario.es/politica/problemas-enfrentaria-Podemos-educacion-concertada_0_325468416.html) si se cumplieran a rajatabla algunas de las manifestaciones
primeras que han hecho, no sabemos si alegremente.
La canción de Mercedes Sosa
Cambia, todo cambia añade otro significativo nivel de lectura -más estrictamente
ligada a la producción, uso y consumo de la música-, que nos puede acercar a
entender mejor el alcance real que vaya a tener la confusión sonora actual. Loque
cantaba la tucumana Mercedes Sosa (1935-2009) era principalmente una canción de
fidelidad amorosa: Cambia, todo cambia concluye
así:“pero no cambia mi amor”. La letra de los otros cuarenta versos indica cómo
se va modificando todo alrededor de un declarado amante: lo superficial y lo
profundo, el clima y las plantas, las estaciones y los días, el devenir de la
edad y los sentimientos constituyen un largo preámbulopara advertir de lo
principal. Ni Mercedes Sosa ni su canción dejaban indiferentes a sus oyentes,
por los valores inmateriales que representaban más allá dela modafolk: en una etapa convulsa de la vida
americana como fueron los años sesenta y setenta, quería ser voz de los
marginados, como lo habían sido Víctor Jara, Violeta Parra o Atahualpa Yupanqui.
Cuando en los setenta se la pudo oír en directo en España –en los últimos años
de la dictadura franquista-, ya venía cargada de todo eso su cálida y potente
voz de contralto. Acompañada exclusivamente casi siempre de una sencilla
percusión autóctona y guitarra criolla, nos hizo dar gracias a la vida y
recordar a Amanda, antes de cantar poemas de Alberti y Neruda que enardecían el
ambiente anti-dictatorial, o un muy peculiar sentido sacral de la vida: Sólo le pido a Dios… Todo, además, podía
mezclarse con la siempre esquiva paz, de la que también fue símbolo Mercedes:
como tal cantaría ante Juan Pablo II en
el Vaticano, en la navidad de 1994.Para colmo de connotaciones, en 2004, este mismo
“Cambia, todo cambia” que acaba de
sonar en Madrid ya había servido de marca musical al llamado Frente Amplio para
ganar las elecciones uruguayas. Todo ello incita a leer qué haya querido
significar esta canción de Mercedes Sosa el pasado día 16. Desde luego, la
lectura no puede ser idéntica a la que suscitó en 1973 -en pleno hartazgo de
limitaciones grisáceas y justo cuando en la universidad –símbolo de tantos
otros espacios sociales- primaban los controles represivos y asaltos que
acabarían llevando al cierre de algunas como la de Valladolid. Para quienes
vivieron aquello, la voz de Mercedes suponía una esperanza y una posibilidad de
algo distinto, siempre que se tuviera perseverancia en mantener el entusiasmo
por valores humanitarios de solidaridad, justicia y dignidad de vida con libertades básicas para
todos. Esta canción, entonces nueva para todos, animaba a compartir los riesgos
que ello suponía. Oírla hoy de nuevo, sin embargo, puede ser mitomanía
melancólicapara las generaciones de entonces, pero no arregla el salto de cuarenta
años de historia como si nada. Querer concitar a los descontentos de lo
sucedido desde entonces y, al mismo tiempo, aglutinar a los indignados más
recientes, deja fuera de juego demasiadas sensibilidades “descentradas”. Son
muchas las músicas que –también desde entonces- han surgido para expresar tanta
desazón agregada desde marzo del 86. Y quedan excluidas, además, otras
anteriores, las de la tradición republicana y guerracivilista que, sin embargo,
han sido adoptadas a menudo por grupos que no votarán a PODEMOS. Muy pocos de
los mentores más conocidos de esta joven organización han vibrado con estas
sonoridades y pocos más los que hayan vivido las de Mercedes Sosa en los setenta. Una cuestión
generacional. Todo lo cual nos lleva a no entender el Cambia, todo cambia del pasado día 16 como signo del cambio profundo
que se pregona. Sería más bien una sugerencia amable, una transposición empeñada
en reconciliar relatos de los ochenta -vividos en familias más o menos
disconformes y levemente acomodadas- con algunas de la amplia panoplia de
agravios mostrados el 15-M, causantes del desespero actual. Atender otras
demandas -oír otras músicas- les
apartaría de ser fuerza de poder. Dicho de otro
modo, que este contagioso paisaje sonoro habla del centro como objetivo.
La música, las músicas, los sonidos y el silencio entretejen
un texto implícito de sugerencias, recuerdos e información, cuya lectura puede
variar según momentos de producción, uso y consumo. Viene bien, pues,
tratar de entender su audibilidad, especialmente en situaciones en que el
barullo sonoroes considerable. Me alegra, pues, que Diego
Manrique trajera ayer a colación (El País, 18/11/2014, pg. 43) la
recuperación de la canción protesta en este momento. Para la
reflexión de esta columna, sin embargo, mi deuda es con el canadiense Murray
Schafer, el primero que llamó la atención sobre el “paisaje sonoro” de manera
significativa, y, en España, con Joaquina Labajo, quien ha sabido utilizar este
concepto desde principios de los ochenta. Primero, en un programa de Radio-Dos, Paramusicalia,
en que analizaba para los oyentes de RNE los sustratos que mostraban
músicas de diversos momentos culturales: las que acompañaron a las revoluciones
burguesas del XIX, o las de procesos que
estaban en marcha en aquel momento –como la ruptura interna que ya mostraba la
URSS, bastante antes de la caída del Muro de Berlín-, o las que acompañaron
asuntos de nuestro propio pasado, como la guerra de Cuba, la última guerra civil o la postguerra. En varios libros
–de difícil aceptación entonces- esta investigadora se valió igualmente de
documentación sonora para analizar fenómenos como el feminismo, el socialismo o
el nacionalismo. Qué había pasado en Valladolid entre 1990 y 1919, fue el
objeto de un trabajo universitario pionero, presagiado por otro, de más
limitado asunto pero con similar metodología: Aproximación al fenómeno orfeonístico en España ha servido así de
pauta a otros investigadores del mundo etnomusicológico. En Internet, son
accesibles algunos de estos trabajos, como el que aparece en este enlace: arbor.revistas.csic.es/index.php/arbor/article/viewFile/1355/1364. Soy particularmente deudor de la detenida reconstrucción que
esta profesora de la UAM ha hecho del “paisaje sonoro” en que se movió el
exilio de María Zambrano: Sin contar la
música (Endymion, 2011) permite un perspicaz acercamiento al contradictorio devenir
cultural europeode estos últimos setenta y cinco años.
Manuel Menor Currás
Madrid, 19/11/2014
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