Una cosa parece quedar clara: a Wert le gustan las fiestas de cumpleaños. No hay más que teclear en Google la frase “Wert abucheado” y se obtienen 191.000 resultados en 0, 30 segundos.
Quizá algún listillo pueda argumentar que “abuchear” no tiene nada que ver con “felicitar”. Pues bien, tiene lo mismo que ver que “excelencia” con ”segregación social”, “libertad” con “privilegio” o “LOMCE” con “educación”. Es lo que tiene pervertir el significado de las palabras.
El Sr. Wert se ha convertido en el rey del abucheo, un abucheo que surge del doble sentimiento que enlaza el rechazo con el desprecio, un sentimiento que quita, de un plumazo, cualquier atisbo de dignidad al más pintado.
Wert comenzó su andadura en esto del ministerio con el convencimiento de su dominio en materia de comunicación. Haciendo honor a su nuevo cargo, pasó a engrosar la fila de conversos al ultra neoliberalismo y, como buen neófito, hizo sus deberes por encima de sus posibilidades, esto es, por encima de nuestro aguante.
En su afán por ser el primero de la clase, no solo se sumó al golpe neoliberal global a la educación que va perpetrándose en muy diferentes naciones, sino que quiso ser su principal abanderado. De un solo golpe, en esta perversión de la democracia que convierte las leyes en decretos por obra y arte de la mayoría absoluta, impone una ley de educación profundamente segregadora que persigue, en su aplicación, una sociedad fuertemente fracturada y polarizada. Solo el Chile de Pinochet se atrevió a asestar un golpe tan rudo, tan seco, tan de un plumazo, tan mortal a la educación con la implantación de la LOCE en 1990; solo en el seno de aquella dictadura criminal fue posible eliminar los derechos de los chilenos e hipotecar su futuro con una ley educativa que privara, a la gran mayoría, del derecho a una educación digna.
Quizá esa dictadura no sea tan lejana a la mayoría parlamentaria del actual gobierno. Una mayoría que criminaliza abiertamente la protesta social y aspira a sustituir los golpes en los cuerpos por multas y penas de prisión, el dolor de las torturas por el dolor de los enfermos excluidos del sistema sanitario, o las penas de muerte y fusilamientos por la exclusión social que ya ha derivado, demasiadas veces, en suicidios. Pero aun así siguen los golpes, las torturas y las muertes.
Pero pese a esta indudable aplicación, el camino de Wert no ha sido fácil y ha estado jalonado de escollos por cuya resolución ha sido felicitado con distintas fiestas de cumpleaños. Recordemos, simplemente, las últimas.
El primer escollo lo tuvo con la LOMCE y lo iba a encontrar en sus propias filas. Quizá sea educación el sector que más puede revelar las contradicciones de este extraño matrimonio de conveniencia entre neoliberalismo y un neoconservadurismo que, en el estado español, es abierta y llanamente franquista. Extraño matrimonio entre aquellos que nos conciben como herramientas de trabajo al más puro estilo Matrix y los que nos ven como súbditos de un “Imperio hacia Dios”. Para unos educar es sinónimo de adiestrar, para otros de adoctrinar. A unos les sobra la historia, a otros les falta el “Santiago y cierra España” o “la defensa de Numancia”.
Es a la presión de la facción franquista del partido del gobierno a la que debemos las únicas modificaciones significativas en el borrador inicial de la neoliberal LOMCE: la vuelta a España como “unidad de destino en lo universal” y la preponderancia del más rancio catolicismo de la mano de Rouco Varela.
Desgraciadamente para Wert, esta alianza ha ofrecido un flanco fácil a las críticas al permitir la identificación de su propuesta de corte neoliberal con el franquismo más obtuso y recalcitrante. Esa ha sido la apuesta, por ejemplo, de la campaña contra la LOMCE del Sindicato de Estudiantes y ha permitido a políticos como Artur Mas realizar una oposición “aparente” a un proyecto de ley de educación que, inicialmente, no se alejaba mucho de sus propios planteamientos.
Esto le ha granjeado a nuestro ínclito ministro numerosas fiestas de cumpleaños amén (nunca mejor dicho) de varias de primera comunión y alguna que otra de bautizo.
Pero, más allá de bromas ¿es posible estar en dos cavernas al mismo tiempo? ¿cómo casar el discurso de la eficacia y del premio al esfuerzo con el del rosario en la mano y el golpe en el pecho?, ¿cómo combinar la lógica del emprendedor, del individualismo, de la competencia con la “ilógica” del ¡¡arriba España!! o del “romper la sagrada patria”?
Hay dos mecanismos clave que configuran una caverna única que permiten dar cohesión al discurso golpista.
Por una parte las evaluaciones de la LOMCE que ya están siendo aplicadas en muchos centros. En ellas encaja la aspiración franquista y conservadora de una educación reservada a las élites, con la propuesta neoliberal de crear una escuela cuyo acceso y expulsión sea lo suficientemente flexible como para adaptarse a las demandas de un mercado caprichoso y cambiante con la inversión mínima. Y en ambos casos, ejerciendo un fortísimo control ideológico para o bien vaciar de contenidos o bien saturarnos con ellos
En segundo lugar la introducción de la lengua inglesa en las aulas.
A pesar de que, a la vista de lo ocurrido en la presentación de la candidatura madrileña a las Olimpíadas del 2020, parece obvia la imposibilidad de convertirse en bilingüe de la noche a la mañana, desde distintas comunidades autónomas, animadas por el propio ministro, se ha convertido en una exigencia al profesorado y en una obligación en las aulas. ¿Qué sentido tiene? ¿Por qué esa premura? ¿Por qué esos disparatados decretos?
En realidad estos decretos de bilingüismo (en los territorios que carecen de lengua propia) o aquellos como el TIL balear, cumplen varias funciones:
En primer lugar provocan la jerarquización de centros y la segregación temprana de alumnos al distinguir entre centros bilingües y no bilingües, estudiantes bilingües (los mejores) y no bilingües (los de usar y tirar).
En segundo lugar castigan con pérdida de derechos a los docentes que carecen de la ya necesaria acreditación, precarizan su trabajo y abren las aulas públicas a profesores que no han pasado el mínimo control salvo el ser nativos de países de habla inglesa y con los que la obligación contractual es casi inexistente. Se trata de eliminar progresivamente los derechos de los trabajadores de los centros públicos.
Pero además, tal y como actualmente nos recuerdan familias, docentes y ciudadanos de las Illes Balears, sirve como excusa para eliminar los mecanismos que garantizan la integración y la cohesión lingüística en las nacionalidades en las que se intenta implantar.
Lo que subyace a esta pasión por el inglés no es, por supuesto, la preocupación por el nivel lingüístico de nuestros estudiantes, ni siquiera el comprensible miedo a volver a hacer el ridículo en foros internacionales, sino establecer un mecanismo que permita, al mismo tiempo, segregar tempranamente al alumnado, acabar con los derechos de los trabajadores de la enseñanza y, además, poner obstáculos al desarrollo de las lenguas de las distintas naciones que componen el estado español. Rancio españolismo y tecnocracia ultraneoliberal dándose amigablemente la mano e invocando los favores de la pérfida Albión ¡Qué delirio!
Esto se ha merecido una gran fiesta insular a la que se han sumado, como no podría ser menos, la ciudadanía cada vez más entusiasmada con los cumpleaños del ministro. Desde otros lugares les animamos a seguir felicitando a Wert y sus entrañables amigos por mucho tiempo.
Pero el ministro se ha merecido otras fiestas de cumpleaños últimamente. Otro de los escollos con los que Wert se ha topado es el de una ciudadanía que no le considera capaz de realizar el milagro de la multiplicación de los panes y los peces. Mala suerte. Siguiendo la estela de la Consejera de Educación de la Comunidad de Madrid, pretendió, inicialmente, que nos creyéramos que el Ministerio había realizado la mayor inversión en becas de la historia, y que, al mismo tiempo, había ahorrado en becas, pero sin recortar en becas.
Como algo no encajaba en semejante discurso, dio paso al plan B; justificar el recorte en becas que impide continuar sus estudios a decenas de miles de estudiantes, apelando a su discurso favorito: el del premio al esfuerzo, en un auténtico antimilagro capaz de convertir el ejercicio de un derecho en la conquista de un premio. Otro cumpleaños para Wert que mereció la felicitación efusiva de los alumnos excelentes y que le hace cumplir años casi todos los días en que se inaugura algo.
Y esto de las dádivas entronca con el próximo proyecto estrella del ministro y una nueva perversión lingüística: la famosa Ley del Mecenazgo. A pesar de lo bien que suena, consiste en cerrar toda posibilidad a cualquier producción cultural que no pase por las manos de las grandes corporaciones que, además, se beneficiarán con una atractiva desgravación (otra) fiscal. Esto, sumado a la subida del IVA, configura un mapa muy similar al que emerge de la aplicación de su proyecto educativo: cultura de la buena para unos pocos, anuncios en celuloide o folletos publicitarios disfrazados de obras de teatro o novelas, para los demás. Y no hay entrega de premios a la que asista Wert en la que no vuelva a cumplir años y le feliciten como se merece.
Pero este otoño la ciudadanía no se conforma con andar agasajando al inefable ministro dondequiera que cumpla años que es, al fin y al cabo, allí donde vaya; y ha decidido realizar todo un programa de festejos anticipándose a sus apariciones públicas. Entre otras muchas cosas que irán surgiendo, la Plataforma estatal en defensa de la educación pública ha programado una consulta ciudadana a realizarse en las dos últimas semanas de septiembre y la primera de octubre. No dejemos de poner nuestra felicitación en alguna de las urnas y, sobre todo, no dejemos de asistir al gran festejo en forma de huelga estatal de educación el día 24 de octubre. Que, ese día, se nos oiga a todos entonar un feliz cumpleaños que nunca pueda olvidar.
Publicado en vientosur.info
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