No es previsible que la caída de Thomas Coock obligue a replantear la
“industria turística”. La autoestima está bien dispuesta para que se amplíe su
dimensión.
Francisco Jurdao fue, desde
Mijas, pionero en el estudio crítico del turismo español. Cuando presentó su tesis sobre La España en venta (1979), atendiendo a los cambios de propiedad
en los terrenos agrícolas que estaba generando el turismo residencial denunciaba
cómo el aparente enriquecimiento que suponían unas ventas por encima de los
estándares al uso entre campesinos, producía nuevas formas de dependencia. Los
hijos de quienes habían vendido ya eran subalternos en los hoteles que copaban
la costa. Algunos años más tarde, entre finales de los ochenta y comienzos de
los noventa, volvió a ocuparse del fenómeno que estaba transformando la
geografía humana del mundo. El creciente tiempo de ocio, los turistas en masa y
la rapidez del avión estaban afianzando a Palma de Mallorca, Torremolinos o
Benidorm como el último desarrollo turístico periférico de las ciudades
industriales europeas. Jurdao reunió en una serie de libros –Los mitos del turismo, Anfitriones e
invitados, La horda dorada. El idiota que viaja, Turismo: pasaporte al desarrollo…- una colección
de artículos y monografías de sociólogos y antropólogos internacionales que
analizaban con trazo minucioso los múltiples tópicos que circulaban, desde
hacía tiempo, para justificar esta modalidad de negocio. Hipótesis principal de
la colección “Turismo y sociedad” era que, en la práctica, venía a ser una
fórmula neocolonial en la que el país destinatario de los “paquetes turísticos”
ordinarios ponía prácticamente lo concerniente al territorio -y algo de color
local-, mientras el Tour operator se
llevaba la parte del león en el reparto de beneficios.
Viajar y ser turista
La acumulación de ejemplos concretos
del turismo mundial, analizados por aquellos expertos, unida a una historia
minuciosa de la evolución del turismo internacional desde que el pionero Thomas
Cook aprovechara
la expansión del ferrocarril para masificar en serie viajes que, hasta
1841, eran privilegio aristocrático de muy pocos, no solo hizo visible la
diferencia radical entre “viajar” y “ser turista”. También sembraba la duda
sobre la viabilidad de fiar en exceso la economía de un país o de un territorio
a esta “industria” que, en su genética, llevaba muchos ingredientes de
fragilidad estructural. Que otras áreas del Mediterráneo tuvieran más o menos
paz, siempre condicionó el florecimiento del
masivo urbanismo litoral que, del Norte al Sur del Mediterráneo español se impulsó de manera acelerada desde los años
de Manuel Fraga en Turismo (1962-1969). Que en muchas haya edificios y
urbanizaciones que no debieron haberse construido por riesgo de inundación, tampoco es ajeno. Como no lo es que, en lugares
particularmente dedicados al ocio turístico, el desigual uso desproporcionado
a los recursos hídricos, añada a todo lo derivado del cambio climático otra
señal de inquietud. Pero, sobre todo, lo que se ha evidenciado estos días es que
los intereses de los promotores de este negocio pueden ser muy dispares de los
de quienes nacieron y viven en el territorio, desconocidos también para quienes,
al comprar un “paquete ” de vacaciones, solo piensan en los placenteros días que
han contratado añorando una infancia desinhibida.
La quiebra de la empresa inglesa Thomas Cook -como la de cualquier otra con
cientos de miles de clientes-, será ahora analizada por el paro que ha traído a
miles de empleados, a cientos de hoteles y a compañías aéreas. Responsables
gubernamentales, cadenas hoteleras y proveedores diversos entrarán, por motivos
complementarios, a ver qué puedan o deban hacer en circunstancia tan nefasta, generadora de
deudas a terceros. Es de imaginar, igualmente, que, en zonas turísticas
distintas de la mediterránea y canaria, donde Cook operaba principalmente,
también reconsideren su propia situación, más o menos dependiente de operadores
ajenos.
Neocolonialismo
En 1991, en La horda dorada, Louis Tourner y
John Nash ya advertían de varios inconvenientes de esta “industria”. El primero, según estos
autores, ya estaría afectando por entonces, en EEUU, a la deslocalización de las
industrias productivas del Norte hacia áreas más amables y turísticas del Sur,
lo que causaría “el declive y estancamiento” de aquellas. Es discutible que así
haya sido, al menos como factor determinante. Pero este factor no es ajeno a la
cultura de vaciamiento del interior peninsular español, que empezó paralelo al
del masivo flujo turístico de playa. El
segundo consistiría en que el desarrollo de las placenteras periferias del
turismo suponían un “importante” paso, “equivalente por completo –decían- a la
expansión del imperialismo” durante el siglo XIX. Esperemos que, en caso de debacle
económica como la de Cook, no sobrevenga en las áreas de masificación
turística española el mismo arrasamiento que aconteció en el Tercer mundo,
particularmente el africano. Y el tercero de los inconvenientes que señalaban,
claramente pesimista, incidía en que “el turismo internacional es como la imagen
inversa del rey Midas, por tratarse de un instrumento destinado a la
destrucción de todo aquello que efectivamente tenga cierta belleza”. También es
discutible esta apreciación, pero no es extraña a lo que sostienen, en ciudades
muy gentrificadas y muy turísticas, los afectados por la ruidosa invasión de
sus calles y plazas, espacios públicos y cafés, museos y lugares emblemáticos y, de añadido, en
las propias casas donde habitan.
La rápida turistificación
española es tan potente que, en 2018, ha aportado a la economía 190.090 millones de Euros y supuso, en agosto
de
2019, el 15% del empleo. Seguramente no es el mejor momento para repensar
nuestra cultura del ocio y lo que haya supuesto, a título individual y como
país. Las previsiones electorales para el 10-N, en una situación política y
económica internacional tan inestable como la presente, no lo hace propicio. Más
recomendable parece la no mudanza de criterio que -con intención nada secular- recomendaba Ignacio
de Loyola para tiempos de tribulación. No obstante, la sociedad española
deberá pararse a reflexionar, en alguna otra circunstancia más propicia –y más
pronto que tarde-, sobre las debilidades de esta actividad tan preeminente,
sometida a un muy aleatorio vaivén coyuntural y fundada en una rentabilidad basada,
en general, en mano de obra barata.
Sobre todo porque, al común de los ciudadanos, esta creciente servidumbre periférica les lastra a la baja muchos otros aspectos importantes de su vida colectiva y ejerce de ominoso imán entre los más jóvenes. No poco turbador es, además, que en muchos programas políticos –jóvenes y no tan jóvenes- se crea que el cambio de tendencia productiva va a venir regalado, al margen de una buena educación para todos. Aspiran a que unos pocos la tengan selecta, mientras los otros se han de contentar, como mucho, con una escolarización débil para alimentar trabajos de poca exigencia. Con menos ingenuidad que la que Berlanga hizo que mostraran en 1953 los paisanos de Bienvenido Mr. Marshall, esta “calidad” reproduce los requerimientos del turismo hegemónico que en España han promovido los asociados de Tomás Coock, de similar cariz que los del gigantesco megacomplejo de juego que alentaba, en 2012, Esperanza Aguirre para Alcorcón. Si revisan la actitud que, en este comienzo de curso, han estado adoptando los sucesores de esta mujer respecto al CEIP Montelindo, de Bustarviejo, verán la adicción que tienen a este modelo de educación. Desde aquel “tamayazo” de 2003, no han parado con tal fijación, apta, al parecer, para tener votantes.
Sobre todo porque, al común de los ciudadanos, esta creciente servidumbre periférica les lastra a la baja muchos otros aspectos importantes de su vida colectiva y ejerce de ominoso imán entre los más jóvenes. No poco turbador es, además, que en muchos programas políticos –jóvenes y no tan jóvenes- se crea que el cambio de tendencia productiva va a venir regalado, al margen de una buena educación para todos. Aspiran a que unos pocos la tengan selecta, mientras los otros se han de contentar, como mucho, con una escolarización débil para alimentar trabajos de poca exigencia. Con menos ingenuidad que la que Berlanga hizo que mostraran en 1953 los paisanos de Bienvenido Mr. Marshall, esta “calidad” reproduce los requerimientos del turismo hegemónico que en España han promovido los asociados de Tomás Coock, de similar cariz que los del gigantesco megacomplejo de juego que alentaba, en 2012, Esperanza Aguirre para Alcorcón. Si revisan la actitud que, en este comienzo de curso, han estado adoptando los sucesores de esta mujer respecto al CEIP Montelindo, de Bustarviejo, verán la adicción que tienen a este modelo de educación. Desde aquel “tamayazo” de 2003, no han parado con tal fijación, apta, al parecer, para tener votantes.
Manuel Menor Currás
Madrid, 02.10.2019
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