Nuestro Manuel Menor Currás compañero nos envía esta interesante reflexión:
Si
no hubiera sido por lo acumulado desde la infancia, tal vez nos hubieran convencido.
Ahora, esta clasificación, tardía para seducir el voto adulto, suena inmoral e
incívica.
Cuando un político -o cualquiera-
divide el
mundo entre buenos y malos, es evidente que se incluye a sí mismo del lado
más agradable. Apela al subconsciente de sus oyentes, alimentado por películas
del Oeste, Supermán y todos los héroes inventados para protegernos del mal
siempre acechante. Hace aflorar, asimismo, el pensamiento religioso aprendido
en la infancia con intensidad variable. En
contextos de crisis, estas
legitimaciones del orden establecido evitan dar cuenta de serios problemas de
credibilidad y fomentan en la audiencia afanes censores y de caza de brujas que
nada tienen que ver con la Filosofía o
la Teología moral, por más que haya jerarcas
eclesiásticos que se apuntan a este bombardeo.
En el cálculo entra que los estudiosos más serios de estas
materias son pocos y con poca incidencia en las encuestas de opinión. A estas
alturas, éstas ya deben haber descontado toda consideración de si, al margen de
todo rigorismo, lo que se vende como distinción moral coincide o no con
criterios consistentes y obligatorios para todo el mundo. La corrupción y la
miseria moral han abundado tanto, y las
formas de gobierno han estado tan trufadas en tantos ámbitos administrativos de
triquiñuelas difícilmente conciliables con la justicia que debe presidir la
gestión pública, que estas alegaciones al bien y al mal, evidentemente
comparativas, no sólo resultan endebles
sino que resultan intromisiones en jardines extraños.
Es una lástima, en todo caso, que, en campaña electoral, la
semántica se retuerza con mayor facilidad y entre directamente en lo fantástico,
que no maravilloso. Vuelven los especialistas en disparates mendaces, aspiración
a la que los asuntos educativos pueden resultar especialmente propicios. Tanto
parece significar “educación” y tan amplios son los contenidos, aspiraciones,
demandas y frustraciones experienciales que
acumula, que suele circular rodeada de un amplio espectro de casi todo y casi
nada: ¿Quién no tiene algo que opinar, decir, aconsejar, plantear y exigir en
este ámbito? ¿Quién se atreve a ser un poco ignorante o tener alguna duda sobre
el particular? La simplicidad que impone
el marketing electoral hace que los candidatos, en vez de explicar
inteligiblemente qué se proponen, hagan incompatible la complicidad de los
oyentes y una mínima coherencia. Está pasando con “el ingles vehicular” de que alardean algunos, sin interesarse por
los desmanes en llamar la atención con tales ocurrencias. La técnica empleada para
atraer el voto no difiere mucho de la de los vendedores de coches. Hay casos,
sin embargo, en que si se le sigue un poco más la pista al hablante, la
interpretación se complica por la reincidencia en el despropósito.
Es raro que en cada partido no haya algún portavoz ejemplar digno
de ser estudiado con la analítica entomológica. Entre quienes ahora nos hablan
de buenos y malos, destaca particularmente el propio Rajoy. Desde sus famosas
interpretaciones sociales en El Faro de
Vigo, al calor de aquel crepúsculo de las ideologías de que se embargó en 1983
y 84, ha configurado un abundante florilegio, muy apto para interpretar sin
error su prodigiosa dicotomía última de buenos y malos. Se disputa ya acerca de
si el gran Diccionario Biográfico Español
de la RAH no debiera incluir un apéndice documental a la entrada
correspondiente. Otros famosos de su partido, como Fátima Báñez, Esperanza
Aguirre y otros muchos, seguramente competirían en originalidad. Pero ahí
debiera estar como bastión irreductible
Rafael Hernando. El pasado 19 de
junio, ha echado mano de todos los tópicos
del pasado antiguo y reciente de su partido para adoctrinarnos en lo que
debemos saber: la “libertad de la educación”, los “dramáticos resultados” de
las políticas de sus opositores, “el adoctrinamiento” que estos llevaron
siempre por delante de “la calidad” y cómo esto se paga. Como resultado, ahí
llevaba este prohombre los “índices de desempleo juvenil superiores al cincuenta
por ciento”. Una dialéctica a la que se
le hacían ininteligibles las protestas y los “recursos de inconstitucionalidad
como recurso al pataleo”, cuando con las políticas que habían ejecutado sólo habían
cambiado las cosas para mejor. Y ahí
están, tan buenos como son,, dispuestos
a “debatir y discutir”, porque “esa ha sido siempre la política del
partido”. Al lado de Hernando, y en labores similares “de comunicación”, apunta
maneras no mucho más finas otro ungido para hacer proselitismo, Pablo Casado:
no se le mueve un músculo de la cara cuando
muestra sus gráficas como si de un jueguecillo se tratara. Si siguen ahí unos días más, la nómina de
candidatos a cubrirse de gloria seguirá creciendo exponencialmente: entre
otros, el crédulo encargado de vigilar la ley mordaza, Fernández
Díaz. O la nada sutil Cifuentes, atenta a la paja en ojo ajeno, o
a las manos de Sánchez.
Si nos consideraran como ciudadanos conscientes y responsables
antes de entrar en taxonomías expeditivas de buenos o malos, no nos obligarían
a fantasear tanto. Se les nubla y nos
nublan el buen entendimiento con tales categorías. La realidad, y la realidad política en
particular, tiene siempre demasiados agujeros para el surrealismo, como demuestran
no sólo todas estas gesticulaciones, sino también las que, quieran o no, hemos
acumulado indefectiblemente desde que nos era obligado el NO-DO, aquel
des-informativo que, sumado al “parte”, nos sumió para siempre en la duda
sistémica. Por eso dimos en seguir un criterio alternativo, de menor
consistencia metafísica pero de incuestionable peso físico, consistente en
dejarse guiar por el materialismo. Seguirle la pista al dinero faculta para
dejarse de elucubraciones que le enturbien a uno la mente antes de ejercer el
derecho de voto. Qué se haya hecho de él, y qué se piense hacer en adelante,
habla mejor que nada de la bondad y la maldad, de la hipocresía y de no pocos
desatinos.
En la Web de
Fe-CCOO-Enseñanza, acaban de colgar los
tablas y datos relativos a cómo se ha distribuido la financiación
educativa y cómo ha evolucionado la
inversión desde 2009 hasta 2013. Hete aquí que, según las cuentas oficiales,
descendió 11.000 millones de euros, es decir, alrededor del 25% o, lo que es lo
mismo, un euro de cada cuatro de los que había en la fecha inicial dejó de
invertirse. ¿Explicable por la crisis? ¿Por la bondad de la gestión? Para verlo
más claro, este Informe da cuenta de las proporciones con los países de nuestra
área cultural y económica, o las diferencias de unas a otras comunidades. Pero
permite ver, adicionalmente –y sin que nos metamos con los dineros de fraudes y
chapuzas tras los que anda la policía y los tribunales-, los modos de ejecutarse
estos presupuestos, con fuertes desigualdades adicionales en cuanto a la
utilización de los presupuestos públicos para subvencionar a la enseñanza
privada y ayudar a privatizar servicios o la universidad, en detrimento de la
pública y del profesorado encargado de educar.
Estas cifras hablan con tanta frecuencia de desigualdad en el trato a
los ciudadanos, que la bondad y la maldad de unos u otros se traduce en
cuantificable categoría social diferenciada si no opuesta. A muchos lectores,
esto no les resulta nuevo. Muchos son los artículos periódicos en esta columna
que han tratado de contarlo, junto a muchísimos otros en múltiples webs, especialmente
intensos desde que se anunció la LOMCE. Un buen resumen de Ana I. Bernal lo
resume: Cuatro años después del Gobierno del PP. Educación: más cara, menos becas y
profesores bajo presión.
Tres cuartas partes de quienes tienen derecho a voto debieran
tomar nota de esta instituida manera “bondadosa” de repartir lo de todos y de cómo está afectando a sus
hijos. Lo cierto es que, con estos
criterios legislativos y ejecutivos, han estado reivindicando como centro
organizador de la convivencia democrática la excelencia aristocrática de uno de
cada tres españoles. Una preeminencia que ni siquiera es justificable por la
cita de Mateo: “A todo el que tenga se le dará y le sobrará, pero al que no
tenga, aun lo que tiene se le quitará…”(Math.
25,29): el poder y la pobreza no se compadecen bien en esa documentación
evangélica.
Otra confirmación de ese criterio discriminatorio de bondades o
maldades puede verse en las líneas de pensamiento y acción, de atención –o
desatención- que Isabel Pérez ha denunciado con lo que llama “la
infancia invisible”. Por lo que cuenta, bien distintas son las
recomendaciones de los organismos intenacionales, y de buena parte de nuestra legislación,
con lo que detecta el propio observatorio de la
infancia del Ministerio de Sanidad, Seguridad Social e Igualdad en el
sentido de que, en la atención a menores tutelados por el Estado, más de un
tercio se encuentren en acogimiento residencial, medida que los expertos –y la
propia ley de 28 de julio de 1815- considera que debe ser subsidiaria, en
detrimento de la más recomendable
alternativa de acogimiento familiar.
En doce años, no se ha hecho nada por mejorar la situación de esta
infancia invisible y, al parecer, “la única explicación posible es que
constituye un nicho de negocio nada despreciable para las entidades
colaboradoras. Según datos de 2013, el 62,5% pertenecen a entidades privadas.
La desigualdad a que se ven sometidos, en el trato psicológico y en su
situación educativa no deja de tener connotaciones con el mercantilismo burdo
que nos hizo percibir el Oliver Twist
de Charles Dickens (1837).
El bien y el mal conforman el fondo cultural sobre el que se ha
construido buena parte de nuestra educación sentimental, política y toda la
buena educación en el distingo de buenos y malos, las cuatro esquinitas tiene
mi cama, el ángel de la guarda y los reyes magos.. A golpe de vara, nos
inculcaron en la escuela de entonces, por ejemplo, que hablar gallego podía ser
objeto de multa o castigo si te pillaban. Esa condicional ponía en solfa todo
lo demás. Más o menos lo mismo que cuando la guardia civil pillan a uno pisando
línea continua. Es el condicional del “depende”, por el que los criterios
morales no parecen tener correspondencia política para muchos: si se es taimado
y calculador, se puede ser patriota muy
honorable y hasta que le hayan votado a uno
puede ser un eximente. Pero el viejo refrán latino es expeditivo: corruptio optimi pessima. Puede que sea
tarde para Fernández
Díaz y el propio Rajoy. Debieran haberlo sabido hace bastante tiempo, en
vez de jugar con los ciudadanos como si
fueran párvulos..
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