Los titulares que
ofrecen los medios sobre este quinto Informe patrocinado por la ODCE, repiten
las profundas discrepancias en torno a la LOMCE
Más que el Informe Pisa propiamente tal, lo que es noticia es la
tan dispar manera de leerlo que tienen unos u otros medios. “Cada un fala da
feira, según lle vai nela” –decían en la Galicia agrícola de los años
cincuenta- y de ahí todavía el “asegún” impreciso y elusivo en que nos
escudamos con frecuencia. No sólo los gallegos.
Este Informe siempre es largo y complejo. Sin embargo, nada más aparecer
oficialmente a las once de esta mañana, ya dividió a los periodistas de guardia
en dos campos semánticos bien
diferenciados. Por un lado, los lectores del “suspenso”, “sigue debajo”,
“vuelve a suspender” y el “debe mejorar” . Por otro, los menos, quienes
titularon que “mejora”, “escala posiciones”, “asciende” o emplearon sinónimos
de similar aire significativo. Poco más cabe leer en las noticias de urgencia
que salieron de la sala de prensa del MECD –especialmente a los medios
electrónicos- respecto a la última fotografía de la educación española. Según
los presupuestos ideológico-sociales de los patrocinadores de cada cabecera, la
continuación del relato ha sido más o menos coherente con el titular prefijado y
casi nada ha tenido que ver con la rica y amplia información que encierran
estos informes, ni menos con las pretensiones y el protocolo de lo que estipulaban
previamente, para su realización, la ODCE y el MECD, en Marcos y pruebas de evaluación de PISA 2012 (Matemáticas, Lectura y
Ciencias).
Las dos cuestiones
primordiales que han considerado relevantes apenas difieren de lo que en
anteriores informes han destacado. Por un lado, el ranking o posición relativa
de los 25.313 alumnos o alumnas españoles de 15 años, encuestados
principalmente en torno a competencias matemáticas e, indirectamente, acerca de
su comprensión lectora y científica. Dónde se sitúe España respecto a los otros
64 países participantes en esta macroencuesta trienal, es el aspecto
predilecto. En un país en que tanto se valoran actualmente los resultados
deportivos, el PISA sigue tratándose predominantemente
como si de una competición liguera se tratara, a la inversa, sin embargo, de
cómo –cuantitativamente- suelen tener presencia los asuntos educativos en los
medios. Por otro lado –y como refuerzo de lo anterior- cuenta mucho si España
ha superado o no la media de los países encuestados, determinante automática
del suspenso o aprobado en esta lid.
Algunos medios, más sutiles, tienden a explicar comparativamente los datos, de
modo que se pueda entender en una secuencia longitudinal, en qué punto de
evolución nos encontremos, al menos desde que en el año 2000, existen estos
informes. Conste que la ODCE se ha venido preocupando por la educación de los
españoles desde 1962 cuando, a raíz de la entrada de España en esa organización,
publicó un documento titulado Las
necesidades de la educación y el desarrollo económico en España, imprescindible
para entender los porqués de la últimamente tan mencionada Ley General de
Educación (1970) y en qué medida esta LOMCE última supone o no alguna mejora
respecto a ella. En el corto plazo, a tres años vista del PISA anterior, parece
evidente que la educación española haya mejorado. En las tres competencias
estudiadas, los estudiantes españoles están más próximos a las medias de estos
otros países. Pero por lo poco que se puede ver la relación del PISA-2012 con
el pasado educativo, este aspecto no merece mayor interés a la mayoría de los
medios. Parece que fuera mejor un presentismo desmemoriado.
Han crecido, también, los medios que no se contentan con los datos globales.
Muestran mayor sensibilidad a algo que era más raro ver en ocasiones
anteriores, como que haya autonomías y autonomías. De las 14 analizadas, la
mitad superan ampliamente la sacralizada media de resultados que arroja el
conjunto de países del estudio, independientemente de que la LOE -todavía
vigente- haya sido el marco legal de la educación impartida en todas ellas. El
asunto es relevante una vez más para apreciar cómo las características
socioeconómicas –y su peculiar evolución histórica- de este conjunto territorial no es idéntica a
la del resto de España, ni que el aprecio por los condicionantes de la buena
educación sea cuestión baladí: 55 puntos de diferencia entre los resultados de
Navarra y Extremadura no se pueden explicar de modo simplista. No cabe duda de
que este aspecto es inoportuno para los amantes de una homogeneización absoluta
de los términos en que se produce mejor o peor educación.
No menos inoportuno –pero igual de interesante- es que en algunos medios hayan puesto algún
énfasis en los diferenciales existentes de unos estudiantes a otros desde antes
de empezar a estudiar. Nadie duda de que las necesidades de partida de tanta
diversidad de estudiantes y los condicionantes sociofamiliares -tan
crecientemente desiguales en España- pesen todavía enormemente en la
satisfacción de la experiencia escolar de cada uno. Habida cuenta de la
repercusión cultural –el acuerdo con el lenguaje, pautas y exigencias del
aprendizaje escolar- que tienen para el aprendizaje de las competencias
lectoras, matemáticas y científicas, no pueden por menos de pesar fuertemente
–rebajándolas o mejorándolas- en las medias globales de unos u otros países en
este género de estadísticas. Si la mera escolarización no es suficiente -si no
se trabaja bien el cómo y qué enseñar-, sería magnífico que crecieran en los
medios los análisis y estudios detallados de estas correlaciones, tan
importantes para entender qué educación tenemos y qué educación queremos. Para
decir que hay estudiantes “rezagados” y otros “excelentes”, no hace falta el
PISA: sobran dos minutos en demasiadas aulas burocratizadas.
Esperemos, no obstante, que este Informe –ayudado por otras investigaciones-
ayude también a detectar en qué medida los procesos educativos y los medios
para desarrollarlos tengan o no que ver con estos resultados, los positivos y
los negativos. Y ojalá que este tipo de investigación cualitativa tuviera la
acogida debida en los medios y en los propios informes de la ODCE. Sería de
agradecer, porque al sistema educativo le vendría bien: empezaríamos a hablar
de verdad de educación y no tan sólo de lo que prejuiciadamente creemos que
debe ser. Por lo visto y oído hoy, al propio Ministerio de Educación parece que
tan sólo le importen los resultados cuantitativistas en estas tres competencias
y un burdo economicismo implícito. Principalísimamente porque han querido dar a
entender lo acertado de la LOMCE, justo en este momento en que acaba de ser
aprobada en el Parlamento. Para esto, a la Sra. Gomendio parece bastarle con
que los resultados del PISA-2012 no pasen de “estancados”, desproporcionados
–dice- con la inversión española en educación desde 2003. Como si lo conseguido
y por conseguir viniera del aire, nada ha dicho de la peculiar apuesta del PP
en muchas Comunidades desde hace años, de los “recortes” que hemos tenido en
los últimos dos ni de los que aguardan al sistema hasta que lleguemos al 3,9%
del PIB. Nada tampoco del inmenso trabajo de tantos profesores entregados;
nada, por supuesto, de la enorme contribución de la enseñanza pública a esta
tarea de dignidad a contrapelo. Cuando en 2015 –al final de esta legislatura-,
volvamos a tener el siguiente Informe PISA, podremos comprobar en qué medida las disminuciones de igualdad
de oportunidades programadas en la LOMCE –y del coste cero previsto para ésta-
habrán hecho “mejorar” los rendimientos individuales y territoriales más
frágiles del sistema educativo, único modo de aumentar la calidad del conjunto.
Seguramente la Sra. Gomendio y el Sr. Wert ya no estarán para contarlo, pero
por ahora, sólo desean que les creamos: su “modelo” va a producir un vuelco
significativo en la “calidad” del sistema educativo español. Eso -como también decían en la Galicia de mi
infancia-, “é poñer o carro diante dos bois”.
Madrid, 03/12/2013
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