Educación
y Turismo: nueva normalidad
En
la reconstrucción actual, parece que primen intereses sectoriales, como si
fuesen independientes y los hilos de la Economía no tuvieran que ver.
En el séptimo párrafo del Prólogo de la
LGE, de cuatro de agosto de 1970, se reconocía que la educación es “una
permanente tarea inacabada”; estos días se ha podido comprobar que estamos en
que no se acabe nunca. La ministra Celáa presentó a debate en el Congreso una nueva ley educativa
que sustituya a la LOMCE y hemos vuelto a oír las mismas voces que, en los años
40 del siglo XIX, clamaban por la libertad. Antonio Gil y Zárate –uno de los
liberales demócratas que más sabía de asuntos educativos- dejó abundantes testimonios
de ello, sobre todo una gran referencia a esta cuestión central en 1855, en la
primera historia de la educación española que merece el nombre de tal. Han
vuelto al Congreso viejos eslóganes sobre la protección de los niños, la
calidad y demás parafernalia que, cuando éramos niños, pregonaba aquella Reforma de la Enseñanza
Primaria de 18,07.1945 y, antes, la de Secundaria, del 20.09.1938.
En nombre de la libertad, en la
educación española –como en otros muchos aspectos de la vida de la ciudadana-
se ha dicho y hecho de todo: incluso se ha amordazado a la gente durante años y
años. Salvado el primer escollo en el Congreso, puede que salga adelante esta
LOMLOE –aunque los acrónimos de las leyes orgánicas se compliquen ya en exceso-,
pero muchos de los aspectos que merman la libertad de la educación, en el
sentido tan reclamado también en el siglo XIX de libertad de investigación y
saberes que lleguen a todos por igual y con prontitud, tardarán en llegar.
Seguirán ahí muchos de los frenos que se le fueron poniendo a lo largo del XIX,
y que historiadores de tanto prestigio como Manuel de Puelles, Antonio Viñao y
una pléyade de investigadores de valía han ido desvelando. Jurjo Torres que
estudiaba hace poco cómo se producía hoy la construcción de personalidades
neoliberales y neoconservadoras, desde el sistema educativo, da muchas claves
para que quien quiera enterarse vea cuáles siguen siendo las razones por las
que esta ley, si sale bien parada del Congreso, saldrá con bastantes
limitaciones a la libertad democrática, no a la de los eslóganes que propagan
unos medios fieles a quienes se ocupan de intentar confundirnos. No es lo mismo.
Nueva
normalidad
Hubo un Ministerio –hay que recordar-
de Información y Turismo. Fue un invento de 1951 que asumía competencias de
distintos organismos pero, sobre todo, lo que había sido propaganda en prensa,
publicaciones y espectáculos, componentes diversos de censura y, por supuesto,
los primeros atisbos de política turística que se habían iniciado en la
Dictadura de Primo de Rivera en los años veinte. Todo cambia para permanecer
idéntico: sería una forma de mirar, en la duda de si Heráclito tenía más razón
que Parménides o al revés. El hecho es que Turismo anda ahora ligado a
Industria, mientras que Información navega, según se mire, entre Educación,
Cultura y Universidades, una tríada cuya unidad depende de Economía.
Viene a cuento esta excursión por el
pasado de nuestros ministerios de lo que sea, para tratar de entender dónde
andamos; a todas luces parece que en la supuesta “nueva normalidad” en que
entramos ahora, no es buen momento para cambios profundos en Educación y se
conformará con una epidérmica antiLOMCE. Tiene más tirón la economía
inmediata: el turismo o la automoción,
por ejemplo, y hasta las terrazas de los hosteleros acapararán mucha más
atención y recursos, claro; no digamos el fútbol, ese tótem incombustible. En
el mejor de los supuestos, seguirán campeando en el sistema educativo aspectos
tales como la discriminación que subyace
tras la red privada de centros, su crecimiento desproporcionado a cuenta de los
impuestos de todos y, de añadido, las diferentes idearios que exhiben unos y
otros centros -unos y otros profesores en su nombre-, con interrupción
consciente de que el derecho a que la universalidad de la escolarización no
coarte con su dignidad las supuestas libertades de elección de centro que
puedan tener los más selectos del lugar.
Lo
viejo
El asunto central es la economía
educativa: su reparto proporcional seguirá intacto. La educación española
actual tiene unos recortados presupuestos que son expresión y fruto de la
desigualdad subyacente; el gasto público que tenemos en este sector es de los
más bajos de la UE-15, mientras los gastos privados son de los más altos: 0,60%
del PIB frente a una media europea del 0,36%.
Este contraste hablaría, según no pocos analistas –contrastado por los
especialistas en evaluación- de cómo los grupos sociales de renta más alta se
desligan de la escuela pública porque creen tener el problema resuelto y no
tienen interés en influir en los medios y en la vida política para que la situación cambie. Esto que escribía
Vicenc Navarro en 2015 tuvo su reflejo en cómo, con los gobiernos del PP de
Aznar, hubo una bajada en la proporción que a Educación ha correspondido en el
PIB y en cómo, en Comunidades como la de Madrid, se han afanado en exagerar
la promoción de la escuela privada a
cuenta de la pública, desde antes de la LOMCE. Ahora, tenemos una comparación
más desvergonzada a mano para entenderlo bien: la de la gestión de la Sanidad y
la de las residencias geriátricas.
Lo más sorprendente ha sido ver cómo en
esa dinámica se ha podido advertir la connivencia de la jerarquía episcopal
predominante, más ocupada en defender sus alianzas de poder con los defensores
de las privatizaciones, que en velar por el bien común. Ese estilo, poco
coherente con lo que el creyente “Pueblo de Dios” reclama, hace recordar que
siguen vivas las alianzas del pasado por mantener el poder simbólico de la educación
en buenas manos; como si vigilaran que la democracia pudiera estropearse si se
fuera a salir del control aristocrático
que sobre ella tenían los privilegiados del Antiguo Régimen. El
neoliberalismo y el neoconservadurismo se nutren de aquella savia y cuentan
para sostenerla –una vez más- con el modelo de religión católica hegemónico que
propaga la Conferencia Episcopal.
Esta de la educación actual y las
fuerzas que pugnan por controlarla no es una historia del pasado. Aquellos que
la controlaron en el pasado siguen ahí y son los sucesores de su propia
tradición; pueden testificarlo los pocos viejos que –después de la escabechina
reciente- vivieron de cerca la política educativa de los vencedores de la
Guerra civil. Sus familias –como contaba Gloria Fuertes en algunos de sus
poemas- tuvieron que escoger entre ponerles a “estudiar” o “ir a la escuela”, mientras
el grupo de “los selectos” reformaba y dirigía a su antojo cuanto se decía o
hacía desde Burgos primero y, después, desde Alcalá, 34. Quienes sigan el debate
de la LOMLOE en el Congreso, podrán ver en directo quiénes son los herederos de
aquella situación de poder. Cuál vaya a ser la “nueva normalidad” educativa
está por ver…, pero es dudoso que vaya a desvirtuar mucho la normal
discriminación que había antes de marzo. ¡Atentos!
Manuel
Menor Currás,
Madrid,
19.06.2020
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