Los caminos del
autoritarismo están abiertos
Crecen las maneras
propicias para que la convivencia ciudadana se altere profund.amente. Aumentan las posibilidades de educar en la
ignorancia.
El Ayuntamiento de Madrid ha decidido no reparar bien a las víctimas del franquismo diluyéndolas en un genérico recuerdo a
quienes, entre 1936 y 1944, “sufrieron la violencia por razones políticas,
ideológicas o por creencias religiosas”, dedicatoria a que han añadido una
conocida invocación de Azaña casi al final de aquella guerra golpista: “Paz,
piedad y perdón”. En el memorial que se había pensado antes de que Almeida
llegara a la alcaldía madrileña figuraban los 2.937 nombres de las personas
fusiladas por el franquismo después de que el ejército sublevado contra la
legalidad republicana entrara en la ciudad el 28 de marzo de 1938. Ya no
llevará esos nombres concretos ni la causa específica de su muerte.
Memoriales del olvido
Era excesivo suprimirlo todo, pero con este apaño se pretende que
resulten absurdas y subjetivas tres de las palabras del párrafo anterior: “golpista”,
“sublevado” y “legalidad republicana”. El
relato del supuesto monumento deja intacto, sin embargo, lo que significaron
términos que la larga historia franquista empleó en su propaganda: “Guerra de
liberación”, “Victoria”, “Triunfo” y otras similares, que los libros de texto
de “Historia de España”, “El Libro de España”, la “Historia del Imperio español”
y similares –además de los que regían en las asignaturas “marías”- repitieron
incesantes durante cuarenta años. La inspiración de Pemán, del Instituto de
España y del CSIC –activo desde 1939 en sus revistas y folletos, como algunos
de la serie “Temas españoles” que publicaba el Ministerio de Información y
Turismo-, oficializaron las etapas históricas de la contemporaneidad española
de modo equívoco, como si la Guerra Civil fuese consecuencia lógica de una
supuestamente antinatural II República de la que el Franquismo posterior nos
hubiera redimido. Qué se decía o no en los demás períodos históricos iba a
conveniencia del mito y los símbolos que se querían exaltar.
El equipo de Almeida
pretendiendo la asepsia, prefiere .como si no hubiera argumentación histórica
sobradamente consistente- distorsionar
una vez más lo acontecido en aquellos infaustos años bajo una torpe equidistancia
del pasado que no logra. Amén de otras incongruencias en la nueva inscripción,
no ha querido dejar fuera de este recuerdo, por ejemplo, la connotación católica
de algunas muertes –tan desgraciadas como las de los fusilados cuyos nombres
ahora no se mencionan-, pero que ya han sido diferencialmente homenajeadas en
otras conmemoraciones, monumentos, inscripciones, cruces y hasta canonizaciones
generadas durante bastantes más años que los cuarenta del control cultural
nacionalcatólico. Este modo de prevalencia simbólica sobre quienes murieron
después de terminada la guerra, es un modo de falsear el incómodo pasado, contribuyendo
a que el silencio y no la comprensión histórica sigan vivos, propensos al
silencio y a la no reparación democrática.
No es raro que los alcaldes y demás autoridades –elegidas en las
urnas- olviden que, con sus actos, hacen pedagogía. El problema es que, cuando
se les va del pensamiento suelen generar desastres entre sus representados. Un
desentendimiento ignorante, más peligroso cuando la enseñanza histórica en
escuelas y colegios sigue siendo floja en demasiados casos. Fernando Hernández, después de analizarlo en El
bulldozer negro del General Franco (Crítica,2016),
decía que muchos profesores tienen especiales dificultades para que asuntos
como el de lo realmente acontecido en la Guerra y postguerra entren bien en sus
clases de Historia, lo que indudablemente “repercute en la vida cívica”. Al
parecer, muchos dijeron que podrían tener problemas con su alumnado y, sobre
todo, con sus familias, mal informadas de lo que se deba estudiar en Ciencias
Sociales. Por otro lado, como sobre todo el temario de segundo de Bachillerato,
muy largo, era de obligado conocimiento para la prueba de selectividad, había
quienes pasaban de puntillas sobre los últimos temas o proponían prepararlos en
casa con el libro de texto. Sabido es, por otro lado, que el tratamiento de
este material escolar –habitualmente controlado por empresas vinculadas a
sectores conservadores- no destaca por su calidad historiográfica. Hay muchas
investigaciones –accesibles desde Internet- al respecto, pero para hacerse una
somera idea de este problema, lean:
“Estudiar a Franco: el miedo a enfrentar el pasado”, en este enlace: fe.ccoo.es
¿Silencio programado?
El alcalde de Madrid tiene en quienes le ayudan a sostener su
bastón de mando un problema. Que puedan expresarse los concejales de VOX –y que
voten lo que les place- no les confiere dignidad democrática para avalar esta
decisión. Contrarios a cuanto tenga que ver con la llamada “memoria histórica”,
junto con Hazte Oír y similares ya actúan en las escuelas y colegios de Madrid
y Andalucía como espacios de agitación propagandística. En Madrid, han hecho
llegar a las AMPAS y direcciones de los centros distintos módulos publicitarios con
quejas contra quienes lleven a las aulas estas cuestiones y las de violencia de
género. Lo más reciente -aparte de haber intentado romper distintas
manifestaciones-, es su actitud palmera ante la denuncia de una familia cordobesa contra un profesor. Este educador había
visionado a su alumnado una grabación de 35 minutos en que una mujer con un
largo calvario familiar –Ana Orantes- lo había contado en Canal Sur antes de
que en 1997 hubiera sido asesinada por su marido. Concurría en la grabación, que la conmoción por esta noticia
había llevado a que, en 2004, saliera adelante la Ley de violencia de género, gracias a la cual -y pese a sus deficiencias-
conocemos mejor la falta de civilización que padecemos, como prueban las
muertas que, desde entonces, ha sido posible contabilizar, además de los daños colaterales a menores.
Vox y sus adláteres –amigos de Almeida- no quieren que se hable de
esta violencia, como no quieren que se mencione la memoria histórica. Como si
invisivilizando ambos asuntos, desaparecieran del mapa, prefieren una
legislación adaptada a sus gustos personales, apropiada a que un orden
“natural” y sacralizado, ajeno a la cultura política de “la palabra” –y no de
las voces” animalescas, que diferenciaba Aristóteles-, debiera regir la sociedad.
Y, para no montar espectáculos de adictos, exigen a los gobiernos en que
colaboran un peaje: que impongan su capricho a los demás ciudadanos. Puro
dogmatismo autoritario que, por mucho que
se adorne, remite a los aires de la mona a que ya se refería Esopo en el siglo
VII a. C. y que no han cesado nunca de existir de diversos modos, como repite
el refranero español.
Con la publicidad que van a tener a mano desde el Parlamento, la
escuela española va a tener que emplearse a fondo para contrarrestarlos. Salvo
que lo que se prefiera sea una enseñanza de la ignorancia, para la que ya
trabajan voces plenas de narcisismos desbordados en las redes sociales. O que
se desarrolle en la sociedad española aquella somnolencia cobarde que, después
de tanto patrioterismo pardo, hizo que el pastor protestante Martin Niemöller se lamentara en 1946 diciendo: “Vinieron a por mí… y no
había nadie” para protestar.
Manuel Menor Currás
Madrid, 20.12.2019
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