Son
muchos los síntomas de Brexit indicativos de que caminamos hacia un sistema muy propicio para
la ignorancia y la manipulación constante
De hacer caso a la historia de la desigualdad que propone Thomas
Piketty en Capitalismo e Ideología,
el Brexit inglés sería un síntoma
agudo de la evolución hacia la
postpolítica. En ese proceso, ya en marcha, se avecinan muchos otros Brexit que ya habrán empezado a descomponer
el orden geopolítico en que habíamos vivido. Thatcher y Reagan removieron
muchos de los elementos que estorbaban la cultura satisfecha de los poderosos,
como decía Galbraith. Propiciaron las políticas que redujeron los beneficiados del
Estado de Bienestar de los años 50 a 80. Ahora, los profetas neoliberales Trump
y Johnson ya disponen de múltiples seguidores para que, con réplicas del seísmo
del Brexit que se avecina -cambios en
las relaciones comerciales, movimientos estratégicos para controlar materias primas
principales como el litio y las tierras raras, o múltiples maneras de torpedear
las decisiones clave que pudiera adoptar la COP25-, se marque el camino a una
torturada humanidad que no logra cumplir los objetivos mínimos que las
previsiones de la ONU han ido fijando para que el cumplimiento de los Derechos
Humanos no pase nunca de declaración etérea universal.
Lo que hay
En España también estamos, a escala, en esa dinámica de desandar
lo aprendido y, como el cangrejo, volver a modelos del siglo XIX. Mientras las
apariencias de la moda y costumbres amables sitúan a lo más selecto en pleno
consumismo del siglo XXI, en otras muchas cuestiones el resto de personas y
grupos tiene vidas que, en muchos capítulos, seguirán muy atrás. Reflejo de lo
que esta sociedad nuestra tiene debajo es que uno de cada tres niños sufre
exclusión social –una de las pautas de que muestra que España sigue siendo uno de los
países con más desigualdad en Europa-, lo que propicia entender que en otras
muchas cuestiones importantes no nos ponemos de acuerdo. A punto estamos, por
ejemplo, de que esta XIV Legislatura vaya a ser dirigida por un Gobierno muy
inestable, después de prolongadas negociaciones y afiladas contestaciones de
quienes quedarían en la oposición. La mejor metáfora de esta inestable
situación, tan inconsistente vulnerable y efímera, vuelve a darla el texto de
Beckett, Esperando a Godot, que estos
días se representa en el Teatro Bellas Artes de Madrid.
Visto este panorama desde la perspectiva que ofrece el sistema
educativo español, se puede observar
cómo repite el mismo esquema organizativo. Mientras un 33% de los niños y niñas
van a la enseñanza privada y concertada, el resto está destinado, desde antes
de nacer, a una escuela pública escasa de recursos y, además, aguantando que
muchos gestores de las políticas educativas invoquen términos como “Calidad”,
“Esfuerzo”, “Libertad de elección de centro” y otros similares, no solo como
forma de distinción interesada sino como estrategia para demandar crecientes
recursos del erario público para sus centros privados.
Escolarizar
Una educación universal bien atendida siempre ha
tenido en España una perspectiva conservadora que no ha cesado de sostener su
tradicional Brexit respecto al común
de los españoles. Valga de ejemplo observar que, casi 100 años después de la
Ley Moyano, cuando en 1953 Joaquín Ruíz Jiménez propuso su Reforma de las
Enseñanzas Medias, él mismo dijo a las Cortes franquistas que solo había 115
institutos públicos frente a 900 colegios privados. Pudo haber añadido también
-pues bastaba que hubiera recitado la Orden del BOE, en su nº del 15.04.1939- cómo, en Madrid, se habían suprimido siete de los 13 institutos que
había habido en la ciudad y pudo, igualmente, haber mostrado el analfabetismo consiguiente
que pervivía. Sin embargo, en su propia ley y en otras resoluciones que adoptó
–en sintonía con los demás ministros de Educación habidos desde que se montó la
Junta de Burgos, y casi hasta 1982- no cesó de incentivar la iniciativa privada
ni las subvenciones que dieron seguridad al negocio educativo. De modo que
cuando llegaron los Pactos de la Moncloa, también en el BOE se pudo leer cómo -para establecer “la gratuidad progresiva
de la enseñanza”- aquel 25.10.1977 se
expuso un “Plan Extraordinario de Escolarización”, teóricamente dotado con 40.000
millones de pesetas, con el que se crearían 400.000 plazas de EGB (Educación
General Básica), 200.000 de Preescolar y
otras 200.000 de BUP (Bachillerato Unificado Polivalente) durante el año 1978.
Todavía hubo
que esperar 40 años más para que, a finales de los
90, se universalizara la obligatoriedad de la educación hasta los 16 años. Y a
saber cuánto más habrá que esperar para que desaparezcan los muchos retos
pendientes en lo que a igualdad y no segregación se refiere. No solo a causa de
la gran división social que implica la existencia de una doble red educativa, en
que la libertad de elección es privilegio de muy pocos a cuenta de los recursos
presupuestarios de todos. También, porque siguen vivas muchas deficiencias,
descuidos y desatenciones, vigentes en los Presupuestos de que dispone la
educación pública, muy por debajo de la media europea.
Cierta desvergüenza se esgrime cuando desde instancias
de la Privada dicen, para recabar más recursos y desarrollar su potencial
expansivo, que es más barata que la Pública. Sabido es, desde antes de que
Esperanza Aguirre tratara de manipular el INCIE –en la etapa de J. L. Garrido-
que en igualdad de circunstancias objetivas la Escuela Pública es más
eficiente, como confirma el último Informe PISA, tan invocado otras veces. En
su cómputo comparativo apenas hablan de zonas rurales, de los barrios marginales
y, sobre todo, de la atención debida a los chicos y chicas que, por otras
causas, están necesitados de todo tipo de ayudas. De ese conjunto de
actuaciones, muy costosas y poco vistosas con que carga especialmente la red
pública, nada dicen, aunque haya grupos que, para no cantar tanto, muestre
algún testimonio llamativo… de contrastante clientela. Todo su afán por el
distrito único –supuestamente para la libre elección de centro-, les viene de que,
como en cualquier otro negocio “liberal” pero protegido les encantaría tener el
monopolio de la educación, como en cualquier otro negocio “liberal”. Con la
bendición de muchos jerarcas católicos en su haber, quieren que este servicio
público siga funcionando a expensas de una supuesta “iniciativa social”
–distorsionador de lo que ese adjetivo significa-, sin ocuparse de que propicia
una sociedad más egoísta, en permanente brexit
respecto al 67% de la población.
Saber sin
comprender
En el siglo XIX, antes de que existieran derechos
sociales reconocidos y sustentados en el poder del Estado, autores como Dickens
o Disraeli mostraron esta dinámica conflictiva de “las dos ciudades”. En
España, la Condesa de Pardo Bazán o su gran amigo Pérez Galdós también. Hoy,
cuando las urgencias internacionales y nacionales van a pesar cada vez más en
la dirección segregadora, del tipo BREXIT,
el riesgo de que los servicios sociales que más deben unir a los españoles prosigan
hacia esa fragilidad, es muy alto; la pelea interminable por una historia educativa
en igualdad, puede desequilibrarse mucho más de lo que está. El terreno para
que cada vez haya más gente que sepa poco sin comprender nada está muy bien dispuesto
y perfectamente abonado; tecnológicamente, es viable.
TEMAS: Brexit. Igualdad. Ciudadanía. Conocimiento. Neoliberalismo.
Manuel Menor
Currás
Madrid, 15.12.2019
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