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viernes, 27 de diciembre de 2019

Hacia el autoritarismo (Manuel Menor)


Los caminos del autoritarismo están abiertos

Crecen las maneras propicias para que la convivencia ciudadana se altere profund.amente. Aumentan las posibilidades de educar en la ignorancia.

El Ayuntamiento de Madrid ha decidido no reparar bien a las víctimas del franquismo diluyéndolas en un genérico recuerdo a quienes, entre 1936 y 1944, “sufrieron la violencia por razones políticas, ideológicas o por creencias religiosas”, dedicatoria a que han añadido una conocida invocación de Azaña casi al final de aquella guerra golpista: “Paz, piedad y perdón”. En el memorial que se había pensado antes de que Almeida llegara a la alcaldía madrileña figuraban los 2.937 nombres de las personas fusiladas por el franquismo después de que el ejército sublevado contra la legalidad republicana entrara en la ciudad el 28 de marzo de 1938. Ya no llevará esos nombres concretos ni la causa específica de su muerte.

Memoriales del olvido
Era excesivo suprimirlo todo, pero con este apaño se pretende que resulten absurdas y subjetivas tres de las palabras del párrafo anterior: “golpista”, “sublevado” y “legalidad republicana”.  El relato del supuesto monumento deja  intacto, sin embargo, lo que significaron términos que la larga historia franquista empleó en su propaganda: “Guerra de liberación”, “Victoria”, “Triunfo” y otras similares, que los libros de texto de “Historia de España”, “El Libro de España”, la “Historia del Imperio español” y similares –además de los que regían en las asignaturas “marías”- repitieron incesantes durante cuarenta años. La inspiración de Pemán, del Instituto de España y del CSIC –activo desde 1939 en sus revistas y folletos, como algunos de la serie “Temas españoles” que publicaba el Ministerio de Información y Turismo-, oficializaron las etapas históricas de la contemporaneidad española de modo equívoco, como si la Guerra Civil fuese consecuencia lógica de una supuestamente antinatural II República de la que el Franquismo posterior nos hubiera redimido. Qué se decía o no en los demás períodos históricos iba a conveniencia del mito y los símbolos que se querían exaltar. 

 El equipo de Almeida pretendiendo la asepsia, prefiere .como si no hubiera argumentación histórica sobradamente consistente-  distorsionar una vez más lo acontecido en aquellos infaustos años bajo una torpe equidistancia del pasado que no logra. Amén de otras incongruencias en la nueva inscripción, no ha querido dejar fuera de este recuerdo, por ejemplo, la connotación católica de algunas muertes –tan desgraciadas como las de los fusilados cuyos nombres ahora no se mencionan-, pero que ya han sido diferencialmente homenajeadas en otras conmemoraciones, monumentos, inscripciones, cruces y hasta canonizaciones generadas durante bastantes más años que los cuarenta del control cultural nacionalcatólico. Este modo de prevalencia simbólica sobre quienes murieron después de terminada la guerra, es un modo de falsear el incómodo pasado, contribuyendo a que el silencio y no la comprensión histórica sigan vivos, propensos al silencio y a la no reparación democrática.

No es raro que los alcaldes y demás autoridades –elegidas en las urnas- olviden que, con sus actos, hacen pedagogía. El problema es que, cuando se les va del pensamiento suelen generar desastres entre sus representados. Un desentendimiento ignorante, más peligroso cuando la enseñanza histórica en escuelas y colegios sigue siendo floja en demasiados casos.  Fernando Hernández, después de analizarlo en El bulldozer negro del General Franco (Crítica,2016), decía que muchos profesores tienen especiales dificultades para que asuntos como el de lo realmente acontecido en la Guerra y postguerra entren bien en sus clases de Historia, lo que indudablemente “repercute en la vida cívica”. Al parecer, muchos dijeron que podrían tener problemas con su alumnado y, sobre todo, con sus familias, mal informadas de lo que se deba estudiar en Ciencias Sociales. Por otro lado, como sobre todo el temario de segundo de Bachillerato, muy largo, era de obligado conocimiento para la prueba de selectividad, había quienes pasaban de puntillas sobre los últimos temas o proponían prepararlos en casa con el libro de texto. Sabido es, por otro lado, que el tratamiento de este material escolar –habitualmente controlado por empresas vinculadas a sectores conservadores- no destaca por su calidad historiográfica. Hay muchas investigaciones –accesibles desde Internet- al respecto, pero para hacerse una somera idea de este problema, lean:  “Estudiar a Franco: el miedo a enfrentar el pasado”, en este enlace: fe.ccoo.es

¿Silencio programado?

El alcalde de Madrid tiene en quienes le ayudan a sostener su bastón de mando un problema. Que puedan expresarse los concejales de VOX –y que voten lo que les place- no les confiere  dignidad democrática para avalar esta decisión. Contrarios a cuanto tenga que ver con la llamada “memoria histórica”, junto con Hazte Oír y similares ya actúan en las escuelas y colegios de Madrid y Andalucía como espacios de agitación propagandística. En Madrid, han hecho llegar a las AMPAS y direcciones de los centros distintos módulos publicitarios con quejas contra quienes lleven a las aulas estas cuestiones y las de violencia de género. Lo más reciente -aparte de haber intentado romper distintas manifestaciones-, es su actitud palmera ante la denuncia de una familia cordobesa contra un profesor. Este educador había visionado a su alumnado una grabación de 35 minutos en que una mujer con un largo calvario familiar –Ana Orantes- lo había contado en Canal Sur antes de que en 1997 hubiera sido asesinada por su marido. Concurría en la  grabación, que la conmoción por esta noticia había llevado a que, en 2004, saliera adelante la Ley de violencia de género, gracias a la cual -y pese a sus deficiencias- conocemos mejor la falta de civilización que padecemos, como prueban las muertas que, desde entonces, ha sido posible contabilizar, además de  los daños colaterales a menores.

Vox y sus adláteres –amigos de Almeida- no quieren que se hable de esta violencia, como no quieren que se mencione la memoria histórica. Como si invisivilizando ambos asuntos, desaparecieran del mapa, prefieren una legislación adaptada a sus gustos personales, apropiada a que un orden “natural” y sacralizado, ajeno a la cultura política de “la palabra” –y no de las voces” animalescas, que diferenciaba Aristóteles-, debiera regir la sociedad. Y, para no montar espectáculos de adictos, exigen a los gobiernos en que colaboran un peaje: que impongan su capricho a los demás ciudadanos. Puro dogmatismo autoritario que,  por mucho que se adorne, remite a los aires de la mona a que ya se refería Esopo en el siglo VII a. C. y que no han cesado nunca de existir de diversos modos, como repite el refranero español.

Con la publicidad que van a tener a mano desde el Parlamento, la escuela española va a tener que emplearse a fondo para contrarrestarlos. Salvo que lo que se prefiera sea una enseñanza de la ignorancia, para la que ya trabajan voces plenas de narcisismos desbordados en las redes sociales. O que se desarrolle en la sociedad española aquella somnolencia cobarde que, después de tanto patrioterismo pardo, hizo que el pastor protestante Martin Niemöller se lamentara en 1946 diciendo: “Vinieron a por mí… y no había nadie” para protestar.

Manuel Menor Currás
Madrid, 20.12.2019

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