Kavafis vio cómo todos esperaban su llegada y, también, cómo al no valer ese recurso explicativo de los errores, cundía la decepción ciudadana.
Al
parecer, los vándalos andan haciendo jugarretas al Belén que el alcalde de
Ourense ha puesto en la Alameda para extrañeza de propios y extraños. Como a la
Sra. Almeida, de la Comunidad de Madrid, al Sr. Jácome no le importa mucho que
sea un horror su aportación belenística o que haya quienes se la desfiguren. Busca
que hablen de él al margen de los asuntos para hacer ver si, con ese cebo, su
gestión se redime de todo dislate.
La mención metafórica a los bárbaros alude a quienes dieron al
traste en el 476 d. C. con el Imperio Romano -la organización administrativa
más sólida de la antigüedad europea- después de muchos años de pactos. Aquellas
tribus eran habitualmente considerados “barbari” desde una supuesta superioridad
cultural, que les diferenciaba como extraños. No obstante, en sus orígenes
nuestra propia cultura tiene componentes de todo tipo y, pese a ello, “bárbaro”,
y sobre todo “vándalo”, expresan preferentemente comportamientos poco
civilizados, ilegales incluso, aunque, como contraposición, “bárbaro” pueda significar
también algo insospechado. Nuestro subjetivo modo de ver y el tono de voz varían el sentido de esta palabra cuya
elasticidad semántica puede percibirse, incluso, respecto a un mismo asunto. Estos
días, por ejemplo, en lo tocante a lo que escribe una profesora malagueña. Su
éxito editorial con la “leyenda negra” la ha llevado –con similar desenfado- al
siglo de la Ilustración y, según qué periódico se lea, lo “bárbaro” indica si es detractor o partidario
de ambos libros.
¿Avanzamos?
La Historia de España es empleada aquí para darse zurriagazos
políticos, al margen de la calidad explicativa. Este fenómeno colateral,
observado ya por Goya, es muy cansino cuando lo genera una gestión de la
memoria al servicio del poder. Suele ser incapaz de distraer las urgencias del
presente cuando persisten comportamientos
políticos indiferentes al paso de los años, con mínimas modificaciones formales
que no impiden que los problemas sigan gravitando idénticos sobre los ciudadanos.
Pero es visible a menudo, entre otras, tanto en negligentes políticas educativas,
como en sesgos etnocéntricos asumidos como universalistas y dominantes,
mientras el palabreo político trata de despistar.
El valor del conocimiento histórico es apreciable entonces, no
solo porque ayude a no repetir errores, sino porque desmienta el truco de supuestos
“avances” del presente. La linealidad evolutiva de los acontecimientos no
existe más allá de la estricta contabilidad de calendario. Que 2020 venga
después de 2019 no indica, por sí mismo, una mejora cualitativa ni, por supuesto, que vaya a ser provechoso para
todos por igual. Sirva de ejemplo que el aniversario de la promulgación de la Ley de Violencia de Género, que debiera hacernos conscientes
de cómo la barbarie sigue incrustada en el comportamiento social, con riesgo para
las mujeres y, también para los menores. El significado preciso de “avance” y “cambio”
poco tiene que ver con el rutinario paso del tiempo y, si algún baremo puede
exigirse para medirlo, debiera cifrarse en la mejora que pueda suponer en el
cumplimiento de los derechos humanos. Igual vale decir
de una Coalición de Gobierno que se autoproclame “progresista”, término
también muy “complejo” y “diverso”, como se verá en el transcurso del nuevo
año.
Desde la caída del Antiguo Régimen, los actores de la Historia –como
destacó Bertolt Brecht preguntándose: “¿Quién construyó Tebas,
la de las siete puertas?”-, no son las
personas eminentes que los cronistas exaltaban sobre un resto que apenas era comparsa.
Pero, desde que se empezó a hablar de derechos iguales para todos, ese sujeto
colectivo -que se supone en la escena política- presenta internamente conflictivas
diferencias de intereses. No es raro, por
tanto, que, en todo relato de algún acontecimiento se traten de apurar interpretaciones
parciales, inclinadas a ocultar o exaltar a conveniencia.
Lealtad y honradez
Los calificativos de “buena” y “mala” prensa tuvieron, por tal
motivo, mucho predicamento en los primeros años del
siglo XX, parejos a los de “buenas lecturas” repetidoras de doctrinas establecidas.
Los títeres de cachiporrra siempre
dieron carta de naturaleza lúdica al trato que en sesudos libros de
Filosofía, Moral y Teología se daba a los “adversarii”, es decir, cuantos
pudieran discrepar de la ortodoxia. Les secundaban revistas editadas para
considerar como “bárbaro” –vándalo, incluso-
a todo presunto disidente de lo pautado. Cuando ya no había Inquisición
-como si las certezas no tuvieran graves riesgos-, la propia ley Moyano creó,
en su artc. 160, la Real
Academia de Ciencias Morales y Políticas. Según su Estatuto, para “que se conserven los principios eternos de
orden y autoridad, sin los cuales la sociedad retrocedería a los siglos
bárbaros” y prevenir, entre otros, “los errores desgraciadamente peligrosos”
que estaban empezando a advertirse en
las reivindicaciones obreristas ante ”la cuestión social”, como se ratificaría
en la sesión inaugural el 15.06.1879.
Las viejas actitudes con los barbari,
poco propicias para lo diferente, siguen visibles también hoy en periódicos y
digitales. Idénticas a las de quienes escriben de Historia en plan apologético,
asociados a prefijadas líneas antropológicas que permitan –como antaño a la
psicología- teorizar sobre un apócrifo homo
hispanus, impasible ante los egoísmos del presente. De todos modos, en este
amplio terreno de lo bárbaro o vandálico que se glosa y se calla entre pasado y
futuro, no está de más una sentencia traída a la actualidad por Nuccio Ordine en su divulgación de
clásicos para hoy. Es de Montaigne (1533-1592): “Requiere más esfuerzo
interpretar las interpretaciones que interpretar las cosas, y hay más libros
sobre libros que sobre cualquier otro asunto: no hacemos más que glosarnos los
unos a los otros. Todo está lleno de comentarios; de autores, hay gran escasez”.
Por otro lado, en este final de 2019 en que fanatismos, odio e
intolerancia contra la diversidad, antigitanismo, homofobia, disfobia, antisemitismo,
xenofobia y racismo siguen
volviendo a crecer a sus anchas –en la realidad y en las Redes-, nadie
debiera olvidar lo que Baltasar Gracián decía en el siglo XVII: “En fe de su cultura
pudo Grecia llamar bárbaro a todo el resto del universo”, “es mui tosca la ignorancia” y “no hai cosa
que más cultive que el saber”. Por mucho poder que alguien tenga, si no
entiende que una buena educación para todos es el mejor antídoto, estará
privilegiando a la barbarie.
Manuel Menor Currás
Madrid, 31.12.2019
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