sábado, 2 de noviembre de 2019

"Pese a Franco y Cataluña, los asuntos importantes siguen ahí" (Manuel Menor)


Publicamos este artículo del compañero Manuel Menor


Los partidos están en campaña electoral, momento más propicio para quedarse en la superficie de los problemas que para tratarlos en serio.

El pasado día 24, la exhumación de Franco en Cuelgamuros, 44 años después de su muerte, fue, según el actual presidente en funciones del Gobierno, “una gran victoria de la democracia española”. Muestra también, sin embargo, la lentitud de la historia reciente en recuperar y normalizar derechos, mientras “el franquismo -como dice Preston- ha sobrevivido”. Según reflexionaba hace poco Nicolás Sánchez Albornoz desde su propia experiencia en Cuelgamuros antes de 1948 –cuando logró fugarse en un rocambolesco viaje que sería contado a varias voces-, “durante 40 años hemos pasado una vergüenza tremenda”. Nadie entre sus amigos extranjeros entendía “que en España un dictador de la calaña de Hitler o Mussolini tuviera un monumento donde se le rendía homenaje”.

Es perceptible, además, un “anticlericalismo de derechas”, alentado por obispos y declaraciones del exnuncio Fratini en Madrid, capaces de distinguir entre “apoyar y “no oponerse” a la exhumación, ajenos a que quienes llevan tantos años reclamando justicia “miren el futuro –en expresión del Papa Francisco- teniendo a sus muertos escondidos”. El gran nominalismo de que hace gala una parte importante de la Iglesia oficial española para hablar de lo acontecido en Cuelgamuros, adelanta las pegas que opondrán al Gobierno que trate de reducir los privilegios que el franquismo les acrecentó (desde antes de 1953). Una razón más para no perder de vista que todavía queda un amplio recorrido para resignificar aquel espacio, dada la complejidad del entramado tejido por el dictador para que cumpliera su aspiración a desafiar tras su muerte “el tiempo y el olvido”, según  rezaba su Decreto de 01.04.1940, al declarar de urgente ejecución las obras que perpetuaran “la memoria de los que cayeron en nuestra gloriosa Cruzada”.

Lo posible
En un orden de cosas bien distinto, ese mismo día 24  proyectaron en la 2 de TVE, un documental sobre Marcelino Camacho, que llevaba el título mención a punto neurálgico de su vida: Lo posible y lo necesario. Quienes lo trataron, como Agustín Moreno, han explicado que lo que, según contaba, lo posible es lo que nos permiten hacer, y lo necesario lo que debemos hacer. Los cuerdos y satisfechos son los de lo posible, y los que luchan por un mundo mas justo los de lo necesario: son estos  “quienes cambian el mundo”. Pasadas las pugnas de los años sesenta y setenta, y crecientemente aburguesados todos desde los años 90 para acá, da la impresión de que el país y sus organizaciones –incluida la que ayudó a fundar Marcelino- han virado más hacia lo posible que hacia lo necesario.

Hoy, en vísperas de otras elecciones, “lo posible” es el gran objetivo de todos los partidos con aspiración a gobernar; moderan y maquillan sus mensajes para captar el favor sentimental de los posibles votantes. Cuantos más entren por ese circuito tranquiizante de oportunidades, más aumentarán su particular recuento de votos y de poder político. Todo es bueno para cada conventículo. Con el recuerdo particular de Franco incluido, el control  del discurso sobre cómo afrontar los problemas pendientes –y el recuerdo de los pasados-  ha empezado ya. También las acusaciones mutuas, para distinguirse claramente dentro de “lo posible”, aunque no sea fácil, cuando se prevé la vuelta a un bipartidismo en que PP y PSOE se repartan de nuevo las posiciones de abril-18.

De eso va el continuismo de “lo posible”. La cuestión es qué pasa con “lo necesario”, cuando es mucho lo que queda por hacer en tantos frentes por razones muy variadas. No falta de nada: lentitud atrasada, dejación, miedo y coyunturas internacionales nuevas, que han ido haciendo que lo importante y coyuntural se coma la valentía necesaria para no pararse y afrontar con inteligencia los retos.

Lo necesario
 A la espera del 10-N, ponerse en la dinámica de “lo necesario” supone, sin perder la memoria,  voluntad para actuar con prudencia y decisión. Un propósito nada fácil al que podrían ayudar estos criterios:

1.- En primer lugar, como manifestaba Joan Garcés el pasado día 18 -cuando arreciaban las manifestaciones en Cataluña y miles de pensionistas lo hacían  ante el Congreso-, “distinguir entre efectos y causas”.  Dicho de otro modo, es importante no seguir amagando sin decidir. En estos dos casos, por ejemplo, el fondo real de razones en que intervenir es la precariedad, el desempleo y el limitado horizonte vital que, tanto jóvenes como personas de la tercera edad, tienen garantizado, y más desde la crisis de 2008.

2.- En segundo lugar, complementario, no afrontar los problemas con simplismos reduccionistas. Muchos asuntos están viciados y delimitar bien lo importante es crucial. Por ejemplo, que lo de Catalunya no es solo cuestión de independentismo sí o independentismo no, o que la atención a una buena educación no consiste en la “libertad de elección de centro”. El reflejo accidental de un problema no es el núcleo del problema a tratar.

3.- En tercer lugar, es importante igualmente clarificar el sentido de la acción política bastante más allá de lo que da de sí el proceso electoral que está en marcha. Todos los grupos principales pugnan por el mismo centro, pero todos saben que hay acuerdos contra natura por razones varias, históricas algunas. Si todos pugnaran por avanzar en la ampliación de los derechos y libertades de todos,  contra las formas culturalmente dominantes de autoritarismos y microfascismos, otra cosa sería. Despistarse en esto es perder el tiempo y, cuando también dan muestra de ello los grupos de izquierda, es más grave.

4.- En cuarto lugar, sea cual sea la forma de Estado, si se simultanea la atención a lo logrado en  la democracia del 78 con lo que los manifestantes estén pidiendo por distintas causas, se percibe cómo la referencia a los logros y perspectivas que sostuvo el republicanismo históricamente no puede ser un tabú después de ochenta años. Trataban de que el Estado tuviera una configuración sólida, capaz de afrontar una solución justa y en igualdad para los problemas principales de la vida ciudadana. Y ese es el hilo de continuidad de las soluciones democráticas también hoy, su razón de ser si no se quiere un Estado que haga dejación de funciones en múltiples asuntos plegándose a los intereses del mercado. Las privatizaciones de servicios como la Sanidad o la Educación –amén de otras, ajenas al interés común- han hecho perder fuerza a la cohesión que como país debiéramos tener, mientras engordan instancias que parasitan su posible fortaleza.

Y 5.- Hay, por tanto, tradiciones a revisar en profundidad. Por ejemplo, la que alimenta el desmantelamiento creciente que, a cuenta de los Acuerdos con el Vaticano de 1979 –continuadores de los Concordatos de 1851 y 1953- se ha desarrollado dificultando siempre un acuerdo en el ámbito educativo. Aprovechando que hay poca voluntad de separación de intereses de la Iglesia y el Estado, los obispos reclaman más recursos para sus colegios concertados. Mientras, los logros de la escolarización universal tienen déficits, que sufren especialmente los grupos sociales más débiles, a causa de problemas de recursos indispensables en la escuela pública a que acuden. Es de notar, en paralelo,  el crecimiento del sector privado que alientan algunas Consejerías de Educación, animadas por empresarios del sector, con una  metodología atenta al negocio que representa la “selección de riesgos”, como dicen quienes  siguen de cerca lo que acontece en Sanidad. En Madrid, ya tienen una Dirección General, especializada en lo que sus consejeros venían haciendo desde antes de 2003.

¿Se inclinarán los votantes por quienes Marcelino decía que trabajaban por la utopía de “lo necesario”? ¿Preferirán las burocracias retardatarias de “lo posible”? Este es el dilema central en este momento de confusas promesas antes del 10-N.


Manuel Menor Currás
Madrid, 27.10.2019



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