Ante el
debate sobre el cambio climático
Ante la Conferencia de la ONU en Madrid, sería una
lástima no estar a la altura y quedarse solo en hospedadores de un evento más.
Lo que alguna prensa ha destacado de esta
inopinada Conferencia de la ONU sobre el Cambio Climático (COP25) en Madrid,
entre los días dos y 13 de diciembre, son los ingresos extras que los
hosteleros van a sacar a cuenta de los 25.000 personas que con tal motivo se calcula que vendrán
a la ciudad.
Desideologización consciente
El propio alcalde J. L. Martínez
Almeida, ha mostrado su satisfacción sin demostrar su conversión al
medioambientalismo. Desgañitado contra el Madrid Central de Manuela Carmena,
desde que ha subido al despacho de Cibeles no ha parado de mostrar humo y
planes contrarios a las urgencias descontaminantes que venía exigiendo Bruselas
frente a juegos de despiste de tantos años. Hay conversiones hipócritas que
llaman la atención y más cuando, pilladas en renuncio, no dudan en achacar a “motivos ideológicos” que se denuncie la incompatibilidad
de sus decisiones con el bien común. Ni en la cuenta caen de que, con ese
pretexto, muestran que desearían tratar con súbditos sin ideas ni derecho a
tenerlas.
Los problemas del cambio climático
vienen siendo denunciados desde hace mucho y, desgraciadamente, mientras se han
convertido en motivo de debates que dilaten la urgente atención que necesitan,
siguen siendo padecidos desigualmente por unos y otros. No es asunto
exclusivamente español. Según informe
científico de la Organización Mundial de la salud (OMS) –no de una
opinión ideológica particular-, en octubre de 2018 afectaba al 93% de los menores de 15 años, con las consiguientes secuelas para
la totalidad de su salud, incluida la afección a diversas capacidades, cognitivas incluso. Decía la OMS, además, que corrían
riesgo de contraer enfermedades crónicas, como las cardiovasculares, en etapas posteriores
de su vida, y que es sobre todo en los países y zonas con ingresos medianos y
bajos donde más se generaba la toxicidad contaminante.
En esa cantidad entran, por supuesto,
niños españoles, madrileños en particular si tomamos en cuenta un estudio del
Hospital Infantil del Niño Jesús. En enero de 2019, mostraba un reflejo casi exacto
de la salud de los niños con la contaminación ambiental. La edad media de los
10.532 ingresos de críos estudiados era inferior a los tres años y de ellos, 5328 por motivos respiratorios. Los datos de
contaminación, tomados de las estaciones de medición del Ayuntamiento entre
2012 y 2016, si hubieran mostrado cantidades de dióxido de carbono en los
máximos recomendados de 40 microgramos por metro cúbico, 789 niños madrileños
no hubieran tenido que ser hospitalizados.
Otras contaminaciones
La actitud de Martínez Almeida sería
irrelevante si no estuviera demasiado extendida a otros ámbitos donde no se
duda en contaminar la verdad, la justicia y cuanto en términos éticos nos
dijeron, desde Aristóteles, que era lo bueno, lo justo y lo bello para la
Polis. Este tiempo preelectoral propicia observar este panorama en que lo que
más importa es parecer aunque no se esté a la altura de lo que los ciudadanos
consideran exigible a quien vaya a gobernar las instituciones democráticas.
Nada es lo que parece porque, a los
métodos de tergiversación del voto en el siglo XIX –cuando en la Restauración canovista
ministros de la Gobernación como Posada Herrera o Romero Robledo sabían los resultados de las
elecciones antes de que se produjeran-, se añade que en los tiempos actuales la
metodología para tergiversar voluntades ha aumentado las posibilidades de
reducir campo al adversario. Sobre un persistente trasfondo de ignorancia y
apatía política –de que son exponente
las formas de consumo cultural como la TV o el analfabetismo funcional, que detectan múltiples encuestas-,
las Redes sociales y las posibilidades analíticas que ofrecen los metadatos
facilitan contrarrestar a posibles oponentes con propaganda sucia. Las denuncias que la Junta Electoral Central acaba de recibir en este sentido, ya
repetitivas, alertan de una contaminación fuerte, políticamente hablando,
promovida por quienes dicen no tener “motivos ideológicos”.
Todo ese aparentar, medido por lo que
trasluce una parte sensible de los mensajes electorales, se incrementa con juegos
de palabras que –como “acuerdo” o “diálogo”- dejan a los posibles votantes ante
propuestas principales contaminadas de tal modo que, pasado el momento
electoral, no obliguen a nada. Prueba de que es así la ha dado el debate a siete
de los portavoces parlamentarios, cuyo resultado, según algunos, fue claramente favorable a quienes menos dejaron hablar a los demás, taparon
con aspavientos lo que decían y repitieron una y otra vez eslóganes que
hicieron confuso el tiempo televisivo que duró. Parece que pretendieran que,
mas allá del dogmatismo de lo suyo, no se entendiera nada
La felicidá,a, a,a,a.
En tiempos
absolutistas, en los siglos XVII y XVIII, el gran lema que justificaba la
acción de los reyes era la felicidad de sus súbditos. En vísperas del 10-N, cuando
supuestamente todos los partidos con aspiración democrática a gobernar nos
indican cuál sea ese camino –si les votamos-, los más de tres millones de parados debieran poder entender que con sus
estrategias atienden, ante todo, a sus problemas. Tal vez mirando el mundo de
abajo arriba todos entenderíamos mejor qué harán con la revolución de las
aplicaciones (app) en un mundo laboral crecientemente autónomo, emprendedor
“para explotarse a sí mismo”, como dice Ken Loach. Qué espera a todos cuando la
ansiedad por tener trabajo obliga a aceptar precarias condiciones de tiempos,
salarios -y de tipo social- marcadas por algoritmos que las hacen similares a
las de los esclavos. Qué tipo de familias y de demografía se quiere “normal”
mientras se amaga con que interesa ocuparse de la “España vacía”. Qué debe hacer el 68% de chicos y chicas -condicionados desde antes de nacer a
no ser nunca iguales que el resto-, con una educación desigual por la “libertad de elección de centro”. Qué habrán de saber para cuando el
“riesgo” diferencial de sus vidas no les haga acreedores de las prestaciones
básicas a sus posibles enfermedades. Qué previsiones habrán de tomar para
cuando llegados a la vejez solo tengan lo que hayan ahorrado con la libre elecciónde compañía de seguros…
Con la sensibilidad
que se pregona estos días, la organización de sentido de la vida en esta España
que acoge la COP25 sigue intacta. ¿Les merecerá mucho la pena a los más jóvenes
la evanescente protección disponible cuando lo que pasará después de 2050 con la calidad de vida es tan problemático?
¿Optarán por ser felices después de
morir, el fin último para el que les han dicho que habían nacido y que -como
poetiza Antonino Nieto- se dejen la piel procurando que la rentabilidad de la ambición egoísta no disminuya? ¿Pensarán qué votar el 10-N?
Manuel Menor Currás
Madrid, 04.11.2019
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