Pensaba escribir algo sobre la huelga educativa de este miércoles, las reválidas, la LOMCE, los recortes y tal. Pero me van a disculpar, que estoy agotado, llevo toda la tarde estudiando matemáticas de 1º de la ESO, y todavía tengo que echar un rato de geología (perdón, Geology) y darle un repaso al francés. Y esto es solo el principio de curso, ya les contaré cuando me venga la primera evaluación.
No, no es que a estas alturas haya vuelto yo al instituto. Simplemente me pasa lo que a tantas familias: una hija adolescente, con la que nos hemos sacado la Primaria (y en inglés), y ahora nos espera la Secundaria. Y no es que ella tenga especiales dificultades, más o menos como la mayoría: una base floja en Primaria (en buena parte gracias al dichoso bilingüismo), aulas masificadas, los viejos problemas del sistema educativo ahora agravados por los recortes, y un profesorado muchas veces al límite, que hace todo lo posible y más para cubrir los agujeros que los gobernantes van dejando.
El profesorado, y las familias. Entiendo perfectamente cuando los profesores dicen que están agotados física y mentalmente, estresados y desmotivados. Los sucesivos recortes pasan factura, y las tuercas se han ido apretando sobre ellos. Si no se nota más la falta de recursos es gracias al sobreesfuerzo del profesorado. Entiendo su hartazgo, porque muchas familias nos sentimos igual: agotadas, estresadas y a menudo desmotivadas. Y como los profesores, tenemos la sensación de que las tuercas se aprietan también en nuestros hogares, que nos toca cubrir también cada vez más agujeros, que tenemos que corregir desde casa las carencias que otros han provocado en el sistema educativo.
Ya sé que esto no es solo cosa del PP. Yo mismo, hace más de veinte años, terminé el Bachillerato gracias a mis padres, que si no es por ellos, era carne de fracaso escolar. Y sé de otros que no tuvieron esa suerte y se quedaron por el camino. Pero en los últimos tiempos se ha agravado la desigualdad en el alumnado, una desigualdad de renta, y por tanto de clase.
El sistema deja de ser igualitario cuando el futuro de los estudiantes depende cada vez más de las familias, de su tiempo, su formación, sus recursos. Desde edades cada vez más tempranas (Primaria, sobre todo si es bilingüe) ya se van marcando diferencias entre alumnos según si sus familias pueden o no ayudarlos con deberes y estudios, si tienen preparación (insisto en el inglés, determinante para las familias menos preparadas), o si pueden pagar academias o profesores privados (estudiantes bilingües que necesitan profesor particular… de inglés. Gracias, Esperanza).
Así que cuando oigo hablar de las reválidas de ESO y Bachillerato, no pienso sólo en el disparate de jugarse años de estudio a una sola prueba, menospreciando todas las evaluaciones previas y apartando a muchos estudiantes de la enseñanza superior; que mi hija pueda tener un mal día y quedarse fuera de juego; o que el profesorado tenga que quitar tiempo de la enseñanza diaria para dedicarlo a preparar las nuevas pruebas. Todo eso ya es motivo para una huelga, claro. Pero yo además pienso en que me va a tocar hacer la reválida a mí también, que las familias también la tendremos que superar, igual que superamos exámenes, evaluaciones, cursos y las cada vez más habituales pruebas externas que se aplican desde Primaria.
La reválida al alumnado es también una reválida a las familias: las que aprueben (las que tengan tiempo y recursos para ayudar a sus hijos), seguirán adelante. Las que no, se quedarán en la cuneta. Pero vaya, mírenlo por el lado bueno: lo que te vas a ahorrar en matrículas universitarias y másteres.
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