sábado, 22 de noviembre de 2014

Los sonidos del cambio (Manuel Menor)

El “paisaje sonoro” de Podemos deja entrever el alcance de los cambios que propone

Lo oído el 16 en el Teatro Nuevo Apolo de Madrid es un buen indicador para medir la dimensión que alcanzarán las medidas de un programa político  que todavía no tienen

El acto constitutivo de la cúpula de Podemos construyó un “paisaje sonoro”, pleno de sonoridades que nos proporcionan relevante información. Si se tiene en cuenta que Pablo Iglesias, el joven líder de este partido neonato no sólo es profesor de Ciencias Políticas, sino también experto en arte dramático y en producción televisiva, no es gratuito ni fortuito lo que sonó el pasado 16 de noviembre en el Nuevo Apolo de Madrid, cuando asumía oficialmente la secretaría general de la organización que ha contribuido a crear hace tan poco tiempo.

Cambia, todo cambia:

La pegadiza canción del repertorio de Mercedes Sosa,Cambia, todo cambia, muy en sintonía con otras de similar factura entre las usadas por esta formación en sus actos públicos, fue preeminente en esa mañana de domingo.Una primera lectura, nos puede hacer ver que esa elección reafirmaba lo que están mostrando las encuestas: la tendencia última de intención de voto directo de los encuestados hacia lo que intuyen que pudiera contribuir a mejorar sus vidas si las próximas elecciones generales tuvieran lugar en estos días pasados. Y también muestra el terremoto consiguiente en el computo de partidos dominantes en la escena política española, inédito si se tiene en cuenta que las dos cámaras de representación parlamentaria viene siendo dominada por el PP y el PSOE desde la llamada Transición o, según otros, 2ª Restauración. La publicidad esgrimida centralmente por el PSOE en las elecciones del 24/10/1982 y los ensoñados cielos que la sustentaron ya destacaba un potente mensaje: “Por el cambio”. En un segundo nivel de lectura, conocidos los auspicios demoscópicos, el cambio a que nos estaría animando ahora la canción seleccionada ya habría empezado a operarse, por reflejo condicionado, en la vida organizativa de casi todos los partidos de relieve. Modulaciones -cosméticas y generacionales- ya hemos empezado a ver después de las elecciones europeas. Se han producido primordialmente en el PSOE y, ahora mismo, las protagoniza IU: Pedro Sánchez trata de imponer un dinamismo, algo prefabricado todavía, a sus compañeros socialistas y,en el grupo más a su izquierda, Cayo Lara quiere traspasar -tal vez algo tarde para los mass-media- los trastos a Alberto Garzón. A la derecha, el sector más ambidextro de Ciutadans y UPyD también se han puesto adeshojar con desgana la margarita de coincidencias y desventajas de concertar intereses. Todo cambia, sin duda, y no sin estrépito. Incluso en el PP en que, al menos en el lenguaje y entre convencionalismos varios, trata de hacernos saber que ya estaba cambiado de siempre…, aunque los ciudadanos no lo hayan percibido, saturados como están de ruidos de fondo respecto a qué música deban tocar para la clientela asidua a su palco. Hay, todavía, un tercer nivel de cambios no menor, y es el operado en las confluencias y divergencias operativas delos principales partidos actuantes hasta ahora: la sustantiva dualidad del reparto de poderse ha mutado de manera inusitada. Desde que estos jóvenes de PODEMOS llevan actuando en público como grupo ansioso de empuñar la batuta –desde hace apenas diez meses-, hay ya algo inesperado: PSOE y PP coinciden mucho más entre sí y ven ambos enfrente, como indeseada, la preeminencia de favor mostrada por las encuestas últimas. Es sintomático  que, ante los males de la patria, ya no se hable de los jóvenes como de un relicario de pasividad política.  Ahora, ése es un segmento emergente como potencial enemigo que pudiera descabalar las posiciones dominantes, primero en el control institucional del Parlamento y, a continuación, en cuanta institución más o menos representativa tuviera dependencia o conexión con él: Moncloa, Banco de España, Tribunal de Cuentas, RTVE, Fiscalía del Estado, Órganos reguladores de diverso cariz, Presupuestos del Estado, Poder Judicial, Tribunal Constitucional y una larga retahíla de espacios demostrativos de poder. Tener que contar con un partícipe más en todos estos ámbitos o que sean los de PODEMOS quienes manden realmente en la distribución de cargos, sillas y elementos supuestamente representativos de la ciudadanía, aunque en fase potencial ya ha cambiado mucho el panorama.

Importancia del cambio

Del interés de controlar esos poderes habla sobradamente que, gracias a la mayoría absoluta del PP en las últimas elecciones, se hayan hecho leyes tan poco agradables–para la inmensa mayoría de ciudadanos comunes, incluidos muchos de sus votantes- como las de la Reforma laboral, Seguridad ciudadana, la LOMCE, que iba a “mejorar” -dijeron- la educación de los jóvenes españoles y está sirviendo para segregarles mejor. En el mismo paquete de mejoras, amén de otras normas impuestas en contra de los intereses de la población mayoritaria, a punto ha estado de salir adelante la reforma de lo legislado hasta ahora sobre aborto: lo sucedido en el último trámite de esta abortada ley es una leve indicación de los temores que suscita que se pudiera producir un cambio potente en la distribución del voto de los ciudadanos. Cuantos tienen alta posición que defender, más temor manifiestan en este momento dubitativo. Todo lo cual induce, además, a entender que los argumentos que últimamente suelen emplear PP y PSOE contra tal eventualidad sean perfectamente intercambiables. Estos dos partidos vendrían a ser, en este momento, cada vez más difíciles de distinguir, coincidencia que, por otra parte, ya hace tiempo que desde PODEMOS se vienen encargando de que sea interiorizada en el imaginario de sus probables votantes como “la casta” a batir. Los juegos semánticos entre “populismo” y “casta” vienen a ser así equivalentes a los que, no muy lejos en el tiempo, presentaban como constructos antagónicos e irreconciliablesla libertad frente a la igualdad, cuando en 1789 habían ido aparejadas con la fraternité. En nuestra primera Transición, sin llegar a hablar de “frentes” como en el pasado anterior, Fraga o el propio Suárez bien comieron el coco a sus posibles votantes con el miedo a que los “otros” –que no habían tocado poder desde hacía 40 años- pudieran “vengarse” si lograban alcanzarlo: la soviética toma del Palacio de invierno en el 17 dejaba muy rudimentaria, pero truculentamente eficaz,la pérdida de la vaca odel terruño que tanto sobrevoló las ondas en los setenta. Volvemos ahora a lo mismo y, si no, escuchen a Esperanza Aguirre pregonando un día sí y otro también los riesgos para la democracia que acarrean estos chicos ahora. O escuchen a Pedro Sánchez aclarando que lo suyo es atender a las clases medias como gran espacio central... de preocupación. Ambos grupos aprovechan toda ocasión para tratar de excluir del juego a PODEMOS: el “presencialismo” de Errejón es un claro síntoma de los acelerados cambios de posición.

¿Paisaje cambiante?

Entre dudas mil, que aumentarán a medida que pase el año que resta hasta las próximas elecciones generales, el panorama político español parece condenado a que las elucubraciones cundan como siempre, al albur de incontables rumores. Como si de vaivenes de Bolsa se tratara, todo el mundo  da ya en hacer cábalas según sus gustos: que si al PSOE le va a pasar como al socialismo de Craxi en Italia, que si a IU ni se sabe,  que si al final el vencedor de esta partida va a ser el PP -pese a su silencio casi absoluto en medio de una crisis creciente y cuando aumenta el conocimiento de corrupciones en tanta institución veneranda. En medio de tamaño descrédito, todavía susceptible de más ruidosa confusión, de PODEMOS, sin embargo,poco más sabemos todavía que el nombre y su capacidad para aglutinar una parte importante de indignados. Qué quieran hacer realmente no consta: les hemos oído tan sólo propuestas genéricas en sus muy abundantes comparecencias en los medios. Y qué puedan cambiar, todavía es mayor incógnita. Dicen ahora estar en fase de concretar múltiples aspectos de un proyecto coherente que acoja a cuantos simpatizan con ellos por razones diversas.Ya parecen, incluso,querer decir digo donde dijeron Diego y poner consenso en las declaraciones de unos y otros, no sea que fuera a parecer que no hay orden ni concierto en la orquesta. La incógnita de programa ha facilitado, por otro lado, que creciera una desmesurada expectativa inocentede cuantos ven en ellos alguna posibilidad de remedio a los males existentes. No sería deseable, para ellos mismos, que se desinflara pronto esta expectativa; mientras exista, les permitirá seguir creciendo en adeptos. El problema es que tampoco sería bueno para todos que, en el supuesto de que alcanzaran a contar realmente en la élite política  y empezaran a perder una presunta virginalidad, volvieran a repetirse reacciones de pesimismo como en otros momentos de nuestra historia contemporánea: como en 1814, con “El deseado”…, en 1933 –con el inicio del bienio negro, antecedente del golpe del 36-, y repetido en 1945 cuando, al término de la IIª G.M., lo acordado entre los ganadores de la misma nos dejó hibernados hasta 1978. Ahora, podría ser catastrófico para varias generaciones más, porquecerraría todo un ciclo de confianza estable en la política. El salto de la ilusión a lo que se puede hacer siempre es arriesgado: tarden más o menos en programar, PODEMOS empieza a introducir en su recitadoel principio de realidad. En educación, por ejemplo, ya hay muestras, incluso, de los primeros problemas que surgirían simplemente con un aspecto –nada insignificante- de los que se ventilan en este campo (http://www.eldiario.es/politica/problemas-enfrentaria-Podemos-educacion-concertada_0_325468416.html) si se cumplieran a rajatabla algunas de las manifestaciones primeras que han hecho, no sabemos si alegremente.

La canción de Mercedes Sosa

Cambia, todo cambia añade otro significativo nivel de lectura -más estrictamente ligada a la producción, uso y consumo de la música-, que nos puede acercar a entender mejor el alcance real que vaya a tener la confusión sonora actual. Loque cantaba la tucumana Mercedes Sosa (1935-2009) era principalmente una canción de fidelidad amorosa: Cambia, todo cambia concluye así:“pero no cambia mi amor”. La letra de los otros cuarenta versos indica cómo se va modificando todo alrededor de un declarado amante: lo superficial y lo profundo, el clima y las plantas, las estaciones y los días, el devenir de la edad y los sentimientos constituyen un largo preámbulopara advertir de lo principal. Ni Mercedes Sosa ni su canción dejaban indiferentes a sus oyentes, por los valores inmateriales que representaban más allá dela modafolk: en una etapa convulsa de la vida americana como fueron los años sesenta y setenta, quería ser voz de los marginados, como lo habían sido Víctor Jara, Violeta Parra o Atahualpa Yupanqui. Cuando en los setenta se la pudo oír en directo en España –en los últimos años de la dictadura franquista-, ya venía cargada de todo eso su cálida y potente voz de contralto. Acompañada exclusivamente casi siempre de una sencilla percusión autóctona y guitarra criolla, nos hizo dar gracias a la vida y recordar a Amanda, antes de cantar poemas de Alberti y Neruda que enardecían el ambiente anti-dictatorial, o un muy peculiar sentido sacral de la vida: Sólo le pido a Dios… Todo, además, podía mezclarse con la siempre esquiva paz, de la que también fue símbolo Mercedes: como tal cantaría  ante Juan Pablo II en el Vaticano, en la navidad de 1994.Para colmo de connotaciones, en 2004, este mismo “Cambia, todo cambia” que acaba de sonar en Madrid ya había servido de marca musical al llamado Frente Amplio para ganar las elecciones uruguayas. Todo ello incita a leer qué haya querido significar esta canción de Mercedes Sosa el pasado día 16. Desde luego, la lectura no puede ser idéntica a la que suscitó en 1973 -en pleno hartazgo de limitaciones grisáceas y justo cuando en la universidad –símbolo de tantos otros espacios sociales- primaban los controles represivos y asaltos que acabarían llevando al cierre de algunas como la de Valladolid. Para quienes vivieron aquello, la voz de Mercedes suponía una esperanza y una posibilidad de algo distinto, siempre que se tuviera perseverancia en mantener el entusiasmo por valores humanitarios de solidaridad, justicia y  dignidad de vida con libertades básicas para todos. Esta canción, entonces nueva para todos, animaba a compartir los riesgos que ello suponía. Oírla hoy de nuevo, sin embargo, puede ser mitomanía melancólicapara las generaciones de entonces, pero no arregla el salto de cuarenta años de historia como si nada. Querer concitar a los descontentos de lo sucedido desde entonces y, al mismo tiempo, aglutinar a los indignados más recientes, deja fuera de juego demasiadas sensibilidades “descentradas”. Son muchas las músicas que –también desde entonces- han surgido para expresar tanta desazón agregada desde marzo del 86. Y quedan excluidas, además, otras anteriores, las de la tradición republicana y guerracivilista que, sin embargo, han sido adoptadas a menudo por grupos que no votarán a PODEMOS. Muy pocos de los mentores más conocidos de esta joven organización han vibrado con estas sonoridades y pocos más los que hayan vivido las de  Mercedes Sosa en los setenta. Una cuestión generacional. Todo lo cual nos lleva a no entender el Cambia, todo cambia del pasado día 16 como signo del cambio profundo que se pregona. Sería más bien una sugerencia amable, una transposición empeñada en reconciliar relatos de los ochenta -vividos en familias más o menos disconformes y levemente acomodadas- con algunas de la amplia panoplia de agravios mostrados el 15-M, causantes del desespero actual. Atender otras demandas  -oír otras músicas- les apartaría de ser fuerza de poder. Dicho de otro  modo, que este contagioso paisaje sonoro habla del centro como objetivo.

Oír mejor el “paisaje sonoro”

La música, las músicas, los sonidos y el silencio entretejen un texto implícito de sugerencias, recuerdos e información, cuya lectura puede variar según momentos de producción, uso y consumo. Viene bien, pues, tratar de entender su audibilidad, especialmente en situaciones en que el barullo sonoroes considerable. Me alegra, pues, que Diego Manrique  trajera ayer a colación (El País, 18/11/2014, pg. 43) la recuperación de la canción protesta en este momento. Para la reflexión de esta columna, sin embargo, mi deuda es con el canadiense Murray Schafer, el primero que llamó la atención sobre el “paisaje sonoro” de manera significativa, y, en España, con Joaquina Labajo, quien ha sabido utilizar este concepto desde principios de los ochenta. Primero, en un programa de Radio-Dos,  Paramusicalia, en que analizaba para los oyentes de RNE los sustratos que mostraban músicas de diversos momentos culturales: las que acompañaron a las revoluciones burguesas del XIX, o las  de procesos que estaban en marcha en aquel momento –como la ruptura interna que ya mostraba la URSS, bastante antes de la caída del Muro de Berlín-, o las que acompañaron asuntos de nuestro propio pasado, como la guerra de Cuba, la última  guerra civil o la postguerra. En varios libros –de difícil aceptación entonces- esta investigadora se valió igualmente de documentación sonora para analizar fenómenos como el feminismo, el socialismo o el nacionalismo. Qué había pasado en Valladolid entre 1990 y 1919, fue el objeto de un trabajo universitario pionero, presagiado por otro, de más limitado asunto pero con similar metodología: Aproximación al fenómeno orfeonístico en España ha servido así de pauta a otros investigadores del mundo etnomusicológico. En Internet, son accesibles algunos de estos trabajos, como el que aparece en este enlace: arbor.revistas.csic.es/index.php/arbor/article/viewFile/1355/1364. Soy particularmente deudor de la detenida reconstrucción que esta profesora de la UAM ha hecho del “paisaje sonoro” en que se movió el exilio de María Zambrano: Sin contar la música (Endymion, 2011) permite un perspicaz  acercamiento al contradictorio devenir cultural europeode estos últimos setenta y cinco años.

                                                                                                              Manuel Menor Currás
                                                                                                              Madrid, 19/11/2014 

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