El Hombre Corcho: Se aplica a la persona que, como bien indica su apellido, siempre flota. Es decir, que haga lo que haga o deje de hacer lo que deje de hacer y sean cuales sean y cambien lo que cambien las circunstancias y las situaciones en su derredor, nunca resulta malparado. Véase, pongamos por caso, Rodrigo Rato. Se dice que tras su exitoso paso por el FMI y por Bankia, baraja un mazo de suculentas ofertas de trabajo. ¿Se imaginan que Francesco Schettino, el capitán que hundió el transatlántico Costa Concordia, se encontrara debatiéndose por qué naviera decantarse ante el sinnúmero de propuestas recibidas para capitanear un nuevo barco? A que no. Claro, será que Francesco carece del talento de Rodrigo.
El Hombre Billar: Se aplica a la persona que nunca traba una relación si no es pensando en los beneficios que le puede reportar o, en su defecto, a quién le puede acercar para granjearse su favor. Esto es, antes de golpear la bola sobre el paño con la punta de su taco, ya sabe de antemano si la bola golpeada es sólo un medio para llegar a otra bola o si se trata en sí misma de una bola ganadora. Y si no se da ni un caso ni otro, ni tan siquiera entiza el taco. Véase, un suponer, Esperanza Aguirre. Con qué donosura se enfunda la camiseta de un futbolista o el maillot de un ciclista y qué repelo le provoca la camiseta verde de los maestros madrileños. ¡Habrase visto! Pero estos profesorzuelos, ¿con quién han empatado?
El Hombre Liga BBVA: Se aplica a la persona que ante cualquier reproche ético o ante cualquier crítica moral, responderá: “Despierta chaval, que ésta es la Primera División”. A saber, aquél que llama moralidad a la legalidad, ética de la responsabilidad al más burdo cinismo, demagogia a la crítica social. Aquél que habla y se comporta con tal suficiencia y condescendencia que parece tener suscrito un contrato confidencial con el mismísimo futuro. Véase, sin ir más lejos, el ministro Wert. Con qué generosidad desciende de su olimpo, nos agarra del moflete y nos cachetea la mejilla a fin de explicarnos las cosas tal y como son.
Pese a todo, sin duda ninguna, existen los hombres y las mujeres que hacen posible la vida en sociedad y que son el agua en el que flota tanto nadador cínico. Hombres y mujeres que se hunden como el plomo, que juegan en la Regional Preferente o en la Segunda B, que nunca han cruzado una sala de billar y que, como el Marco Polo de Italo Calvino, nos dirán: “El infierno de los vivos no es algo por venir; hay uno, el que ya existe aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Hay dos maneras de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de dejar de verlo. La segunda es riesgosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure, y dejarle espacio”.
Publicado en El País
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