Huelga como educación o la educación en huelga
El sistema educativo como vivero para la formación de ciudadanos
Paradojas da la vida ¡Esta semana he vuelto a oír el mismo argumentario que, hace ya más de treinta años, la prensa franquista esgrimía contra el movimiento estudiantil. El motivo era desactivar la huelga de estudiantes del pasado martes y los voceros eran esa ristra de tertulianos, articulistas y contertulios que sustentan lo «bien pensante». Lo paradójico radica en que, por edad (son más o menos de mi quinta), ellos debieron de ser coetáneos con el movimiento estudiantil antifranquista y, por ello, deberían de ser conscientes de que repiten argumentos rancios.
Las huelgas siempre generan muchas preguntas, muchas dudas. ¿Es el mejor medio para hacer llegar las exigencias a oídos de los gobernantes? ¿Realmente éstos son sordos por definición? ¿Cuántas cañas se consumen en un día de huelga?... Y atendiendo concretamente a la huelga de este martes, cuyo lema era «Por la educación pública»: ¿Es la huelga una disculpa de los alumnos para no ir a clase? ¿Explicar en el aula los motivos de la huelga es manipulación? ¿Deberían los docentes ejercer (o no) su derecho a la huelga sin mencionar que hay una huelga a sus pupilos? ¿Los alumnos se manifiestan por propia voluntad, o son manipulados por extraños? Depende. Depende de los principios educativos de los que partamos, es decir, de para qué pensemos que vale la educación. Dice nuestro flamante ministro Wert que pretende hacer de la educación una gran rueda que gire sobre las matemáticas, la lengua y los idiomas. Esta afirmación genera una nueva pregunta: ¿por qué razón esas disciplinas valen más que otras?, porque se consideran las más útiles, las más eficaces, aquéllas con las que consiguen el fin que buscamos, a saber: la riqueza. La educación es una gran fábrica de tuercas, que apretarán una gran máquina que dará dinero. Hacer una huelga es absurdo, si no es para pedir que la máquina funcione más rápido; cualquier alternativa, nos dicen, es un sinsentido. Que un profesor explique a sus alumnos qué es una huelga, cómo se hace una manifestación, qué consecuencias tiene una concentración y cuáles son las razones para hacer una cacerolada se consideran manipulaciones partidistas. La política no ha de entrar en la escuela. La escuela ha de ser apolítica. La política no ha de afectar a las tuercas en su proceso. Las tuercas deben saber de ecuaciones y de idiomas, no de reivindicaciones.
Pero hay alternativa: la educación debe formar ciudadanos. El concepto de ciudadano surge en Grecia, aquella Grecia de Solón y Clístenes (no la Grecia de Merkel). Ciudadano era el que participaba del ágora, y el que participaba del ágora era el que participaba de la vida pública. Fueron ellos quienes se inventaron la democracia (el término proviene de los vocablos griegos demos y krátos). Es más, hasta su llegada no hubo ciudadanos, tan sólo señores y súbditos. ¡Eran los ciudadanos los que gobernaban! A ellos tocaba deliberar las leyes, las guerras y los mercados, juzgar las afrentas personales o públicas y, en suma, decidir los designios de la ciudad. Los ciudadanos de a pie tomaban las decisiones, y los gobernantes las ejecutaban.
Pero estaban los «idiotés». El idiotés era aquel ciudadano que, pudiendo participar de la vida pública, no lo hacía. El lector ya habrá advertido que nuestro actual termino «idiota», tiene su origen en esa palabra griega.
Pero participar del ágora no era sencillo. Había que hablar. Hablar supone expresarse en público. Expresarse en público supone hilar argumentos. Hilar argumentos supone conocer los asuntos de la ciudad y reflexionar acerca de ellos. Reflexionar supone pensar. Pensar supone una educación. No es extraño que la filosofía y los planes de estudios nacieran de la mano de la democracia.
¿Queremos idiotés o ciudadanos? Yo quiero ciudadanos. ¿Qué manera tiene un ciudadano de reclamar algo a su gobernante (su empleado, recuerden ustedes)? Los medios que esta oxidada democracia nos ofrece son la huelga, la manifestación y el ruido. Si en la escuela no se puede hacer un ejercicio crítico acerca de la vida pública en libertad e igualdad (es decir, democráticamente) y no se pueden enseñan los pocos instrumentos que nos deja esta anciana, flaco favor estaremos haciendo a la ciudadanía... Si es que de ciudadanos hablamos, claro.
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