Han empezado las vacaciones escolares y atrás quedan más de 3 meses de enseñanza a distancia, de conciliación irrisoria, de malabarismos entre estudiantes, docentes y familias para salvar el curso a pesar de la administración educativa. Los resultados, con unos porcentajes que rozan el aprobado general, enmascaran el fracaso de los exámenes online. La enseñanza presencial es insustituible.
Alejados, como siempre de la realidad de las aulas, los responsables de Educación diseñan planes para el próximo curso sin contar con los docentes o las familias.
Como profesora de secundaria en un instituto público de la Comunidad de Madrid y madre, me asusta e indigna a partes iguales la indolencia e inacción de la Consejería de Educación. En vez de gestionar los recursos de manera eficiente y de invertir, aunque sea mínimamente, en preparar los centros para la reanudación del curso en septiembre, parece que han optado por quedarse inmóviles como Don Tancredo, a ver si por gracia divina (de eso sí saben bastante) no pasa nada y salimos airosos sin gastar un maldito euro. Los centros, que se ven abandonados a su suerte, ven cómo el curso que viene las ratios se mantienen igual o incluso ascienden, haciendo imposible mantener la distancia de 1,5 metros aconsejada. No importa, empezaremos en septiembre con 30 alumnos por clase, todos con mascarilla en pequeñas aulas mal ventiladas y, por supuesto, sin aire acondicionado. Porque la educación no importa, los profesores solo sabemos quejarnos (con lo bien que vivimos), los niños y niñas no importan porque se adaptan a todo y, además, no votan.
Cuando haya rebrotes considerables, cerrarán de nuevo los centros, nos mandarán a casa y se gastarán unos miles de euros en comprar algunas tabletas para los más desfavorecidos. Porque parece que aquí se hace todo a posteriori, hasta que no vean de nuevo los muertos no se creerán que el virus sigue ahí.
La primera vez nos pilló a todos desprevenidos, la próxima, ya estaremos avisados, pero da igual, porque la infancia no cuenta para nada. Por eso aún tienen los parques precintados (alegando metereología adversa), mientras los adultos sí han recuperado su ocio. Por eso, las exiguas y negligentes medidas presentadas pasan por prohibir en vez de controlar aforos. Si los recreos no son seguros, los niños y niñas se quedarán sin él.
Algunos equipos directivos han diseñado planes en los que, adaptando el horario y duración de las sesiones lectivas, se pueden realizar una entrada y salida escalonadas, así como recreos a diferentes horas para que no coincida todo el alumnado a la vez en el patio. Pero dependen de la aprobación de la administración, siempre reacia a este tipo de cambios.
Además, los docentes hemos estado trabajando estos meses con distintas plataformas para garantizar la atención al mayor número posible de alumnos. Ahora nos acusan de no haber trabajado exclusivamente con las plataformas y aplicaciones oficiales, que se colgaron nada más empezar el confinamiento.
A lo mejor, el dinero destinado a educación que el gobierno dará a las comunidades se dedicará a comprar estampitas de la Virgen y distintos santos, a los que rezar cuando tengamos que quedarnos como Don Tancredo, esperando que el virus nos confunda con una estatua y pase de largo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario