En Educación, Sanidad y
Dependencia, mostraremos hasta dónde llega nuestra unidad de ciudadanos o
nuestra particular selectividad
En momentos de “reconstrucción” se ve bien hasta dónde alcanza la
supuesta caridad, solidaridad o beneficencia; hay quienes no quieren que todos
–por el hecho de ser ciudadanos- tengan derecho a eso que llamábamos “Estado de
Bienestar” . Ahora, en la “nueva normalidad”, no sabemos bien cómo llamarlo,
pero cada cual, ante la “reconstrucción” exhibe sus proyectos.
A vueltas con la piedra
filosofal
Esta pandemia, aparte de los problemas económicos en que nos ha
metido, ha dejado la Educación bastante patas arriba; también lo ha hecho con
la Sanidad y la Dependencia de las personas de la tercera edad. Las carencias
institucionales han quedado al aire, y muchos profesionales –los que han
arriesgado su tiempo, e incluso sus vidas- han empezado a pedir que se dejen
los aplausos y ditirambos; a la vuelta
del verano, reiterarán su exigencia de que se abandone el ridículo declamatorio
y se atiendan las infraestructuras en
que tienen que trabajar.
En medio de tanto lirismo estéril, también ha sucedido que se ha
querido salvar la “función social” que supuestamente desempeñan cuantos, desde
la iniciativa privada, han montado sus negocios en torno a obligaciones
universales del Estado democrático. Para muchos gestores políticos,
responsables sobre todo en las autonomías de tales competencias, esta es su piedra filosofal o crecepelo que tienen
siempre a mano, cuando no todo el monte es orégano y quienes mejor lo saben son
los ciudadanos sufridores de los desaguisados que, con tan comodona gestión,
causan al buen uso de los presupuestos de todos. De este tipo de empresas,
nunca se nos cuenta dónde reside su parte rentable; todos sufrimos, sin embargo,
retrasos cuando más nos hacen falta y, en muchos casos, una estricta
discriminación acorde con el principio que consideran inalterable: lo que puede
ser negocio no es asunto de justicia social.
Capitalismo extractivo es esto, del que estos políticos tienen la
llave para dar concesiones y público cautivo a quienes consideran adeptos,
normalmente empresas y grupos con los que tienen vínculos. En estos casos, el soniquete de la “ideología” es una mala
excusa por la que tratan por todos los medios –tienen muchos- de que los demás les
den la razón y que no tengan “ideas” contrarias a las suyas. Creen que su
doctrina es la “normalidad”, lo “natural”, y pretenden dotarla de tal prestigio
que valga para recriminar a cuantos
piensen: ya piensan ellos por todos.
Construir
En El Conde Lucanor hay
un hermoso cuento –muy didáctico- sobre el rey desnudo. Vale ahora mismo para
esta “construcción”, cuando tanto puede ayudar la memoria; se puede uno acordar
de cómo eran antes estos servicios, por ejemplo hace más de cincuenta o setenta
años, y cómo no se dejó que fueran. Y se puede documentar, al menos para no repetir monsergas
como las que se vuelven a oír, cuando de lo que tratan es de vigilar y seguir controlando
que no se descabale una situación privilegiada. Claro que también pueden seguir
viviendo del cuento, hasta que la realidad deje al desnudo las vergüenzas que
preocupaban a Don Juan Manuel en 1335 .
A todo se puede acostumbrar uno, incluidas las mentiras con que se
trata de convencer a los demás de que lo suyo es la verdad y toda la verdad. En
esa cadena, quienes menos pierden son los que viven de poner la cara por otros,
tratando de sentirse superiores cuando sirven a los colonizadores de la vida de
los demás, a gran escala o en pequeñas dosis, y frecuentemente en nombre de
grandes principios de los que se sienten representantes exclusivos. Pero cuando
con tales gestos resulta perjudicada la gran empresa de vivir que todo
ciudadano lleva a cuestas, lo que hacen estos cipayos no pasa de milonga. Para
desarrollar tan excelsos ideales, han de continuar detrayendo presupuestos del
Estado para que no los invierta donde se necesitan.
Es extraño que no sepan hacer el bien de otro modo, cuando tanta necesidad hay de personas
entregadas. Menos se entiende por qué han llorado tanto estos días por un
reparto de recursos a la escuela pública. Confirman lo de siempre: que les
parecieron siempre pocos los que les dieron, dada la autoestima por la alta misión
en que andan. Pero si repasamos la historia de las subvenciones y conciertos
educativos en España -no ya desde que Díaz Ayuso ha creado una Dirección
general para atenderlos-, sino desde atrás, podemos ver su larga desafección
con lo de todos. Vayan al Concordato de 1851 y mucho más atrás si quieren y lo
verán; repasen las sucesivas etapas de Sainz Rodríguez, Domínguez Arévalo, Ibáñez
Martín, Ruiz Giménez, Jesús Rubio, Lora Tamayo, Villar Palasí, Julio Rodríguez,
Martínez Esteruelas, Carlos Robles, José Manuel Otero...., que han dejado
selectivas huellas de sus afectos; vengan si quieren a Esperanza Aguirre o Mariano Rajoy y Pilar del
Castillo, y observarán que no hace falta llegar a la LOMCE de Wert o Méndez de
Vigo: el repaso del BOE de todos esos
años ofrece verdaderas joyas documentales para confirmar quiénes, después de 1939 y del Concordato de 1953, tuvieron,
en muchos tramos, la exclusiva del Ministerio de Educación; y cómo hubo un tiempo, no hace tanto, en que la mayoría
de los titulados “de las clases superiores” salían de sus colegios, y cómo
repartían los abundantes recursos acordemente con su peculiar modo de ejercer una
“función social”. Doña Isabel Díaz-Ayuso
tiene toda una cofradía de maestros maestros detrás de sus decisiones selectas.
A medias
¿Lloran por no
querer renunciar a seguir protegiendo esta “su” herencia, incluso en la “nueva
realidad”? ¿Que el 75% de los niños y niñas españoles se queden en segunda
división no les parece mal, con tal de que su 25% de cuota educativa salga
mejor parada? ¿De qué hablamos, entonces, cuando
decimos que hay que “reconstruir”?
A este paso, por mucho que la Covid-19 fuera vencida, los rebrotes del
excelso pasado hundirán las expectativas de la mayoría ciudadana. ¿Da igual cómo esté escolarizada esa otra parte de niños y niñas:
que no tengan medios, profesorado adecuado, espacios cuidados…, y buena
integración de las enseñanzas On-line? Si sobra con que todo funcione a medias, tanta
avidez acaparadora, en exclusiva, no es lo apropiado para que la libertad y la
universalidad de que habla el art. 27CE posible; pero es aburrido este ritornello que ya Mariano José de Larra,
en su corta vida, tuvo tiempo de ver mucho, y le llevó a decir en 1834: ”Nosotros dejamos siempre algo que hacer para mañana.
Nosotros dejamos las cosas algo oscuras para poderlas aclarar mañana. ¡Ay de
aquel día en que no haya nada que hacer, en que no haya nada que aclarar!”.
Manuel Menor Currás
Madrid, 05. 07.2020.
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