Empezamos a saber cómo
es “la normalidad”
Dependerá mucho del
nivel de voz de cada cual; los colegios concertados continuarán siendo oídos,
para no ser “segregados” en las ayudas.
Contaba García Márquez, para que el lector se hiciera cargo de lo
repetitivo de muchas pautas que nos condicionan, que en Macondo –la ciudad más
literaria de Cien años de soledad-, “llovió cuatro años, once meses y dos días”.
Algo más intenso, por lo reiterativa que era la lluvia en que desenvolvía Cela
su Mazurca para dos muertos, era aquel
Ourense rural de sus ancestros en las cercanías de Oseira, donde no
le iban a la zaga unos protagonistas que parecían más gente alucinada que real.
Jaque mate
Vivimos ahora en un mes de julio que, con lo recurrente que es
hablar de cuanto esté pasando desde que la OMS declaró la pandemia mundial a
causa de la Covid-19, no parece sino alucinación lo que acontece. Y más amenaza
serlo desde que el uno de junio empezó a cambiar el signo de la cuarentena y,
tras la desescalada, vuelven los rebrotes en comunidades como Cataluña y Aragón
o que los ingleses hayan decretado
limitaciones a quienes se muevan entre España y Gran Bretaña. Los miedos andan
sueltos, mientras la apelación de las autoridades a “la responsabilidad” olvida
que el ejercicio del poder tiene momentos agrios como tener que adoptar
decisiones que no van al gusto de todos.
Resolver en coyunturas
complejas no es fácil; los jugadores de ajedrez saben que hay muchas así en el
tablero, cuando piezas principales son acosadas por la táctica del adversario. Pero también es cierto que, no es exactamente
un panorama aséptico el que se desarrolla delante de nuestros ojos, ante los
que se mueven personas y lobbys que,
sabedores de su peso, cuando tienen problemas como los que encadena esta
Covid-19-, se saltan la cola. Si se sigue la pista a las medidas o ayudas que
se han facilitado a determinados colectivos, y se las compara con los lloros y
quejas que han mostrado, antes y después de sus apelaciones a las instancias
gubernamentales, puede verse lo obsceno que puede ser el juego del poder real,
incluso en un país democrático.
Lo imprescindible
Quienes tratan con asuntos del pasado no dejan de asombrase con
estas repeticiones, en que una y otra
vez la clave es, casi siempre, que alguien tiene poder para que se haga saber
cómo hacer pasar por imprescindible e insoslayable cualquier embeleco, por
encima incluso de lo que de verdad sea necesario y urgente. Baste una mención a
esta técnica trilera que, en definitiva, trata de detraer recursos públicos
para una parte, más o menos significativa –pero privada- de la sociedad.
En el territorio de las políticas educativas, que ha tenido cabida
en los acuerdos de “reconstrucción” post-Covid-19, se había acordado destinar
una importante cantidad de recursos a la enseñanza pública, pero pronto hubo
voces que reclamaron “igualdad” de trato para la concertada han sido atendidas
y, para “no segregar” o, como dijo el presidente de una de las asociaciones
habituales en este tipo de reclamaciones en pro de la enseñanza privada
–católica por más señas-, porque “la opinión pública no está por la escuela
única”. Después de lo cual, según titulaba El
Pais este pasado día 21 de julio: “PSOE, Podemos y ERC cambian de postura y proponen que la escuela concertada no
quede excluida de las ayudas del Gobierno para el coronavirus”.
La Historia de la Educación en España tiene constancia explícita del
origen de los “colegios concertados”: qué son, cómo eran antes de 1985 y
quiénes los acunaron siempre, incluso en la crisis de 2008, en que creció su
ayuda mientras le recortaban sensiblemente el presupuesto a la red pública. El
papel principal que en esta historia ha tenido siempre la jerarquía
eclesiástica, aprovechando coyunturas problemáticas de la vida política es
principal: el Concordato de 1851, el de 1953 o los Acuerdos de 1979 lo expresan
claro. Más misterioso es que, sin ley o decreto que haya puesto en cuestión su
presencia pública, la Iglesia se haya posicionado cada vez mejor en el sistema educativo español, aunque el
número de creyentes practicantes siga acelerando su mengua cuantitativa desde
los años setenta.
Lo raro
Resulta extraño, por tanto, el fervoroso favor de este Gobierno,
que parece repetir el de Zapatero respecto al IRPF. Y más extraño cuando tiene
personas conocedoras del absoluto predominio que, en este terreno, tuvieron durante
los años franquistas; cómo colaron en el Ministerio de educación a sus mejores
peones -desde Pemán hasta Méndez de Vigo, pasando por los ínclitos de toda la
etapa franquista de 1ª y 2ª ola-; cómo han controlado los presupuestos
educativos y el BOE casi siempre; cómo lograron infinitas subvenciones para
colegios de una u otra categoría desde 1941 y, sobre todo, 1953 -con la
“función social” que les eximía del 50% de los impuestos de entonces y les
facilitaba créditos muy cómodos- y que
la LGE de 1970 repetía de nuevo; cómo tuvieron el reconocimiento de la LODE
para sus colegios; o, entre otras muchas
situaciones, han contado con neoliberalismo conservador de Esperanza Aguirre
desde 2003.
Después de tantas loas a la “memoria” es raro que en este Gobierno
nadie quiera acordarse de aquella postguerra victoriosa, en que además de la
depuración de maestros y profesores, redujeron a prácticamente uno por
provincia el número de institutos en toda España, con cambio de nombre incluido
en muchos. En fin, es muy extraño que no se tome en consideración el dinero que
esta gente ha recibido: los enormes recursos
que tuvieron, desde primera hora de aquel Régimen, para construir y reconstruir
seminarios y conventos entre otros bienes patrimoniales, tantos que Carrero
Blanco llegó a cifrar en 300.000.000.000 de pesetas de la época aquella inversión societaria; y
a esa cantidad se han de sumar los subsidios recibidos tras los Acuerdos de
1979 y 2005.
En un mundo tan plural como el actual, no es fácilmente
inteligible que, en medio del panorama
creado por la COVID-19, el Estado se siga arrogando como algo “fundamental” la protección espiritual de sus ciudadanos
mediante privilegios para una creencia, de la que es bien sabido que los
colegios concertados –privados en definitiva- son una extensión privilegiada
suya, orientada primordialmente a una selección social con finalidad
doctrinaria. Que en este “Gobierno de progreso” no lo quieran ver, más que cuestión
de escaños, lo es de redaños para que lo imprescindible no se coma lo necesario. Gil de Zárate, uno de los hombres
que mejor conocía España, ya dejó escrito en 1855 que: “La cuestión de enseñanza es cuestión de poder […]. Entregar
la enseñanza al clero, es querer que se formen hombres para el clero y no para el
Estado [.....] es hacer soberano al que no debe serlo [....]. Trátase de quién
ha de dominar a la sociedad: el gobierno o el clero”.
( Anque non digan nada
na tele,
(Aunque no diga nada la tele,
nembargantes chove, sin embargo llueve,
non para de chover no
para de llover.
¡Pobres dos pobres!)
¡Pobres de los pobres!)
Manuel Menor Currás
Madrid,28.07.2020
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