Con
la escuela, puede suceder fácilmente, pese a que las aguas del olvido quieran
inundar las rémoras carenciales de muchos españoles.
La lectura de Juan Íñigo –testigo excepcional de la escuela de los
años sesenta- se entrecruza con acontecimientos significativos de la coyuntura,
postelectoral y pre-legislativa. Salir de aquel pasado carencial, debiera
indicar que se ha encontrado claridad para un futuro digno para todos.
Rostro sobre cartón piedra
En Rostro sobre cartón
piedra (Madrid, Unomasuno, 2019), Julián Íñigo prosigue un laudable trabajo,
iniciado en otros libros, de no dejar morir el duro tiempo de cambios profundos
vividos en los años cincuenta y sesenta sobre todo, para no perder el sentido
de los que le queden por vivir. Nacido en un pueblo de la Alcarria
(Guadalajara) en 1957, fue agricultor primero y albañil muy pronto; a ratos, es
memorialista vocacional de los 62 años transcurridos desde que nació, con la
escuela de su pueblo como ingrediente relevante de su recuerdo. Cuando ya no
espera nada extraordinario de este mundo, encuentra “sosiego” en volver a
aquellos años, los que, según dice, “merece la pena vivir” o, mejor, revivir
(p. 10).
El autor no es escritor profesional ni lo pretende, pero es un
buen contador de historias en las que muestra la heroicidad de sus vecinos
tratando de salir adelante en medio de tanta transformación como la de aquellos
años. Los lugares, las personas, las toponimias, los trabajos, el hambre, las
novedades, la emigración masiva –hasta que “no quedó nadie para emigrar”- y la
nostalgia son su objeto de escritura. Todo rescatado del olvido y conectado,
sobre todo, al lenguaje. De las palabras con que se refiere a las faenas,
instrumental, observaciones y actividades de la vida cotidiana, hay unas doscientas
que son pura arqueología; han perdido significado en la medida en que los
cambios se fueron produciendo, y están en desuso salvo para quienes como Julián
todavía guardan viva su coherencia semántica.
Leer y escribir
El autor es testigo directo de la escuela que tuvo en su infancia.
A pesar de lo poco que en ella pudo recibir, escribe y tiene ganas de seguir
escribiendo. Su afán por aprender, conocer y expresarse va más allá de lo que
los circuitos habituales del estudio suelen dar, y demuestra que la escuela
mejorará mucho si está abierta a la vida y la reflexión, condiciones
indispensables para que merezca la pena su existencia.
Leer y escribir, estar alfabetizado, son constantes referencias en
los recuerdos de este manchego. Quienes tienen esas carencias tienen muchos
problemas organizativos y vitales. En la mili (p. 70), era una constante de
muchos mozos. En el pueblo, un problema notorio que marcaba, minusvalorándolos,
a quienes, por ejemplo como testigos ante un juez, tenían que firmar con una
cruz que evidenciaba tales carencias (p. 88). Y para disponer de carnet de
conducir –situación a que muchos emigrantes del arado tuvieron que hacer
frente- fue motivo de muchos desengaños cuando la prisa de una mejora de
trabajo en la ciudad les acuciaba (p. 97).
Las condiciones de la escuela de Julián fueron las de la escuela
unitaria, más de 30 alumnos en un mismo espacio, con diversas edades y un solo
maestro atendiendo a sus diversas capacidades (p. 65). Así era el 65% de las
escuelas españolas y, cuando salió de la escuela -con la recortada y
contrahecha LGE de Villar Palasí en marcha desde 1970-, todavía quedaban 18
años para que todos los chicos y chicas españolas pudieran asistir a ella hasta
los 14 años.
En esas escuelas, no era infrecuente, además –como se puede leer
en muchos otros testimonios de la época-, que el maestro le “pegara a la
botella” y que también pegara a los alumnos, acción que solía verse reforzada por el ánimo que le
daban algunas madres preocupadas por enderezar a sus hijos (p. 26). Por otro
lado, a juicio de Julián, el maestro era poco valorado socialmente, como podía
verse especialmente por lo mal pagado que estaba (p. 180) y por cómo en el
pueblo quienes realmente mandaban y tenían algo que decir eran el alcalde el
médico y el cura (ibidem).
Esta configuración del espacio escolar guardaba mucha relación con
la resignación: el futuro que esperaba a la inmensa mayoría de aquellos críos era
la tradicional labor del campo (pág, 83). Un futuro en que también era
principal la docilidad a lo establecido y la tradición de los mayores, con la
que parecía coordinar la metodología del palo y que resultara, por tanto, poco
apetecible ir a la escuela (p. 64). Todo lo cual no fue obstáculo para que
quienes a ella asistían fueran a estar sometidos a cambios vitales tremendos,
con la emigración por medio y la consiguiente improvisación de hábitos y
maneras para salir adelante. Esas son las peripecias del FAI y de otros colegas
del pueblo -los personajes vivos de los relatos de Julián-, entre tumbos a
veces, por zonas urbanas de Madrid, Guadalajara, Francia y Alemania, y de
regreso ocasional al pueblo.
Estudiar
No se le escapa a Julián, sin embargo, que estudiar y educarse
fueran actividades de importancia ni que fueran distintas a las que tenía
encomendadas el maestro. Estudiar suponía otra cosa y otros itinerarios.
Normalmente, en aquellos años, formaba parte de las estrategias de distinción;
estudiar solo estaba al alcance de quienes tenían posibles. Por ello dice de
los hijos de uno del pueblo que “eran todos estudiados” y no como los demás,
que apenas habían ido a la escuela (p. 58). También podía suceder que, bien en
estas familias o, sobre todo, en las más humildes, el estudiar viniera
facilitado a quienes pasaran por los seminarios y colegios de frailes (Ibidem y p. 209), circunstancia en que
solían confluir voluntades complementarias: la del cura o maestro,
especialmente, señalando a los candidatos posibles, y ansiedades familiares de
que los vástagos salieran de un rudo trabajo rural en que no veían futuro.
Educar o estar educado eran términos que indicaban, más bien, un trabajo
de las mujeres con sus hijos e hijas para que fueran dóciles, atentos y
considerados y que, más allá de los modales, fueran dignos representantes del
honor de sus familias por los modos de actuar y proceder (p. 99). No obstante,
cuando las circunstancias vienen mal dadas y se producen situaciones contrarias
al canon del buen comportamiento, Julián hace recaer el origen del problema en
el ambiente familiar, ejemplar o no para la actuación de los hijos por la
atención y el cuidado que les presta igualmente el modo de proceder del padre (p.
133). En esto consistiría “sacar adelante” una familia. “intentando vivir en
paz” (p. 245).
Pasa, en fin, por el recuerdo de Julián cómo -en un momento que ha
debido tener lugar a finales de los setenta- los niños de su pueblo empezaron a
ser trasladados en autobús al colegio graduado de otro pueblo más importante
que el suyo (en Tendilla), cuando ya empezaban a escasear los niños y niñas a
causa de las migraciones y las actividades económicas habían pegado un vuelco
(p. 173), alcanzando incluso a la mecanización del campo. Estas escuelas eran
mejores, pero no impidieron, a su vez, que acusaran problemas internos y
externos. El relato de Julián es testigo incómodo del “aburrimiento” que mucho
alumnado ha padecido en ese espacio y que acabó en adicción a la droga, después
del abandono escolar y de experimentar con actividades próximas a la
delincuencia. Sujetos perdidos en ambientes de marginalidad laboral, donde trataron de
sobrevivir familias migrantes del pueblo de Julián –como las de muchísimos
otros de la Península- forman la escenografía a la que la escuela de las
periferias urbanas no alcanzó a poner atención suficiente (pág. 110).
Pero, en todo caso, lo que pesa más en este libro singular, cuando
Julián ya anda por los 62 años, es su escuela primera de los años cincuenta y
sesenta, de donde sus personajes se evadían siempre que podían, para hacer
novillos o para adentrarse en descubrimientos inéditos en los alrededores del
pueblo. Como testigo mudo de aquel pasado –y de los albores de la España vacía
actual-, el edificio de las escuelas y
de las casas del maestro y maestra sigue en pie. El Ayuntamiento lo alquila a quien
puede, principalmente para bar (160).
Y LOMLOE
De cara al futuro, el proyecto de ley que prepara el PSOE si logra
la investidura para gobernar, Rostro
sobre cartón piedra puede ayudar a reflexionar sobre las lacras que pesan
todavía sobre el sistema educativo español y tratar de superarlas. En el aire
está retirar de en medio la LOMCE y volver a la LOE de 2006, con las
modificaciones necesarias, un proyecto que puede acabar siendo un apaño más o
indicar voluntad decidida de que la escuela equitativa para todo el alumnado
sea más que un eufemismo. Compaginar en serio equidad y calidad para todos y todas
no será fácil y, en
lo ya conocido, quedan agujeros sensibles aunque la redacción parezca
impecable. Las circunstancias de la Legislatura no van a ser favorables, pero
tendrá más mérito. Ni la fragmentación parlamentaria, ni la situación
internacional son propicias. Con la
Comisión Europea denunciando a un tiempo la deuda que España tiene que
pagar -15
000 millones en dos años, según Bruselas- , y mentando el “excesivamente
alto” abandono escolar o la “muy alta” pobreza infantil existentes, las sombras
de que Julián Íñigo Martínez es magnífico testigo no han desaparecido del
horizonte, aunque pudiera parecer más moderno no tenerlo en cuenta. ¡Que haya
suerte!
Manuel Menor Currás
Madrid, 06.05.2019
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