Problemático
realismo postelectoral
Los electores están en
fase de descubrir que del dicho al hecho hay un trecho, y que promesas todavía
próximas pueden no haber existido.
Madrid, Zaragoza, Badajoz, Palencia, Teruel y Granada han permitido a la derecha de
la derecha exhibir su poder actual en los municipios. El estilo del que ya
ejerce en el Gobierno de Andalucía, previsiblemente mostrará también su alcance
en el de Comunidades como Madrid, Murcia y Castilla-León, en colaboración con el PP y Cs. Este partido ha
reducido todavía más su cambio regeneracionista de otrora, al sostenimiento de una sociedad bien
ordenadita, cursilona y aparente; el profesor Carreras, que ha conocido en
ciernes a Rivera, parece haber tenido poca suerte en sus reconvenciones a este “adolescente caprichoso” ahora ya
talludito. El PSOE, entretanto, trata entre remilgos de no exponerse a que Podemos descentre su delicada imagen progresista.
Escoramientos
El escoramiento y el mercadeo han sido evidentes estos días postelectorales y
algún periodista ha hablado de descarnada subasta de poder. Para la dignidad del voto tal vez habría sido mejor que
los votantes hubieran tenido la oportunidad de una segunda vuelta en vez de haber
tenido que asistir, cansados, a este juego de sillas, pero puede que diciéndolo
se caiga en mitificación, olvidadiza de la serie electoral de 2015-2016. Casos
hay, en todo caso, ilustrativos de que el panorama político proseguirá, entre
formalidades aritméticas, tan débil como estrafalarias han sido las
combinaciones para que cuadraran los números. Sirvan de ejemplo dos acontecidas
en Ourense, provincia con una pirámide de edades que se viene invirtiendo desde los años ochenta a un ritmo creciente,
y con un PIB que, a escala nacional, se posicionaba en el nº 41 de 52 consignados
en 2015, lo que representaba el 10,6 % de la aportación de Galicia.
Sin que sean determinantes esos datos –pues otros lugares hay no
menos singulares-, la alcaldía de la ciudad orensana ha ido a parar no
precisamente a la lista más votada o la siguiente, sino a una componenda en que
la presidencia de la Diputación se ha mantenido donde estaba. El intercambio,
que hace inviable el dicho de Lampedusa respecto a los Finzi Contini del Gatopardo, deja un mensaje estancado y
espeso, incluso para los votantes de J. M. Baltar y de Pérez Jácome. Dice este que va a “transformar la ciudad”, y la impostura la pagara la ciudadanía. Significativo es, al
mismo tiempo, que apenas a 14 kms. por la antigua carretera nacional 525, en el Ayuntamiento de Taboadela, estas elecciones hayan traído consigo –tras
reiteradas mayorías absolutas del conservadurismo desde 1972-, un cambio y el
descubrimiento de que, durante 47 años, habían votado “por costumbre”.
Lentitud
No se puede deducir, pues,
que esté en primer plano que las instituciones funcionen con la prontitud que
exige la vida democrática, pese a que no le vaya bien la languidez perezosa. En
asuntos cercanos que contribuyen a alimentarla, adormecerla o incluso a
amordazarla, no es que hayamos batido un récord olímpico. También aquí podemos
tomar como ejemplo asuntos en que se entrecruzan de atrás tiempos largos de la
Historia de España. Es el caso de la educación que, desde 1857 -en que podría
situarse su primera ley general para regular su obligatoriedad, estructura y
funciones-, no alcanzó a tener Ministerio y presupuesto propio hasta 1900. Y solo logró la escolarización universal de
los chicos y chicas españolas –hasta los 14 años- casi en
los años 90, fecha desde la que, extendida hasta los 16, han quedado pendientes
serios problemas, como la estructura general del sistema, la garantía de
recursos para una escuela pública consistente, la formación adecuada de los
candidatos a profesores y maestros y que, además, no sean sonrojantes las
cifras del llamado “fracaso escolar” y el “abandono temprano”. Decir, por tanto, que se ha avanzado mucho en la educación
española es poco tranquilizante si no se indican las referencias de este juicio.
Avanzar puede ser una manera de disculpar lo poco alcanzado, para proceder con
la misma lentitud que ha caracterizado casi siempre este ámbito de la vida
política.
Es muy relevante, en todo caso, la presencia que en el proceso
educador –desde antes de 1857- ha tenido la jerarquía católica, experta en
arreglos con el Estado –para el logro de privilegios y subvenciones hasta 1985-
y hábil después para que crecieran los “conciertos” de sus colegios. Estas
generosas relaciones se han dilatado en los últimos diez años (los de la
crisis), se han ampliado en la LOMCE desde 2013 -y más en algunas Comunidades-,
resultando que la “aconfesionalidad” del Estado tiene vida para rato aunque
fuera un apaño extraño en la CE78. Bien
alimentada está, aunque el número de practicantes disminuye, el de sacerdotes y religiosos también, y
no digamos el de contrayentes que deciden casarse por la Iglesia. El crecimiento de los colegios concertados es
inmune a esta realidad de fondo y a que la distancia cronológica con legislaciones
afines como la francesa va en aumento. Desde 1905, en que se separaron en
Francia los intereses eclesiásticos y estatales, en España se han firmado el
Concordato 1953 y los Acuerdos de 1979, además de otros complementarios, como
el de 2007, en que se aumentó el subsidio del IRPF voluntario al 0,7%.
Trampantojos
Todo apunta a que, en Comunidades como Madrid, aunque la investidura
del Gobierno central logre salir adelante, se propicie la reafirmación de esta
“costumbre” inveterada, cuasi “naturalizada”. En
sintonía, proseguirán las “guerras del escuchar y del ver” –que dice Darwix, el gran poeta palestino-, en que muchos políticos tratarán de
satisfacer nuestra fantasía auricular con prédicas que nada tienen que ver con
una realidad deficitaria y carencial. “Libertad de elección de centro” será un
misterio para la mayor parte de los ciudadanos; “calidad” no pasará de reclamo
como el de cualquier consumo perecedero; y “público” será un adjetivo con el
que tratarán de que tomemos el todo por la parte y, también, de que no veamos este
tinglado como un sostenimiento de un pasado imposible.
Tal vez Filón y Plotino, si vivieran, pudieran aclarar algunos de estos y otros
bizantinismos, como aquellos en que “naturaleza”, “sustancia” o “persona”
dirimieron diferencias en que se ventilaba al unísono lo trascendente y lo terrenal.
De los siglos III y IV d. C., en que tuvieron importantes seguidores, ha
llovido mucho para la hermenéutica: el Padre Astete –al final la primera parte de su Catecismo,
vigente en los años cincuenta- decía que doctores había que nos lo sabrían
explicar si les preguntáramos, porque él era “ignorante”. Pero es posible que el sofisticado aparato
del poder ya haya inventado para lo venidero algún otro trampantojo que prolongue
esa evanescencia, ajena respecto a lo que realmente importa. Entre
escoramientos y lentitudes anda el juego.
Manuel Menor Currás
Madrid, 23.06.2019
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