Intercambio de cromos en
el patio del país
Victorias ambiguas, sino
tristes, es lo que parecen haber deparado las cuatro elecciones últimas. Los
pactos que sigan fijarán las políticas educativas.
Algunas candidaturas no han demostrado sino ser irrelevantes, pese
al ruido que han generado; casi ninguna ha llegado a donde pretendía aunque
haya logrado éxitos parciales. Ahora viene el medir el alcance real de los
resultados y tratar de paliar daños en el barco. Al tiempo, en aspectos cruciales
para los ciudadanos lo fundamental sigue donde estaba antes.
Paisaje incierto
Mientras el CIS se interesa por los pactos “preferidos” por los ciudadanos, salir del atasco sigue exigiendo
cambios relevantes a los políticos elegidos, si quieren ser útiles a la
sociedad y no vivir enclaustrados en sus intereses de nomenklatura, ajenos al
bien común. Lo primero sería plegar velas al lenguaje desorbitado, excluyente y
descarado que algunos han exhibido sin pudor. De seguir así, todos tendrán “su”
razón para decir a los demás lo que se les ocurra. Esa verborrea intolerante y
descarnada induce al odio y deja un reguero de yesca lista para cualquier
incendio. Es hora de pedir, al menos, respeto a las palabras y a la sintaxis
para, a continuación, ver si se reduce el ruido. Se requiere el silencio como
parte del juego armónico deseable para que suene esta orquesta.
En segundo lugar, habrían de invocar la paciencia. No es virtud
con crédito entre personas inclinadas a forzar tiempos y formas de competitividad
transgrediendo maneras que dicen
caducas, como si muchas de las más bellas hechuras de la Tierra -cantos rodados
de ríos y playas, morfologías erosionadaas de rocas y penedos, o intrincadas
meteorizaciones de los relieves kársticos- no derivaran de la actividad
geológica de tiempo largo. La mayoría de las fuerzas políticas actuales son
fruto de un tiempo corto, excesivamente breve para las prisas por ejercer poder.
El espectáculo tecnocrático del retwiteo e Instagram, en que se apoyan, rechaza
la lentitud que exige gran parte de cuanto merece la pena.
Y en tercer lugar, advertidos debieran estar de que solo si
abandonan la abstracción retórica y se ocupan de la sociología de lo concreto -la
educación, la sanidad, los servicios sociales a que por ley constitucional
están obligadas las políticas democráticas-, merecerán la continuidad de la
confianza de los votantes. Sobran políticos contagiados por la misión de definir,
una vez más, la esencia de España, el patriotismo nacionalista e, incluso, la
reconfiguración del territorio. Sin contemplar que, con esos mimbres, de gran
interés para absolutismos varios, este es el gran riesgo actual. A algunos no
les importa correrlo, aunque puedan derivar en lo que que Goya reflejó en sus Disparates y Desastres. Creyentes en lo que mueve en este momento a casi la mitad de Europa, no debieran ignorar que las recientes elecciones
en Italia, Gran Bretaña, Polonia o Hungría, seguramente habrían sido el canto
de sirena del que Homero habría advertido hoy a oyentes y lectores.
El paisaje de lo
singular
Y para no caer en el bizantinismo, habrían de cuidarse de la
vigencia de principios implícitos tan “naturales” que, por tales, deban ser
dados por buenos e inamovibles. Esa supuesta bondad de la Naturaleza, que la
Economía clásica imponía en la relación política de los humanos, pretende
seguir siendo el regulador único de la oferta y la demanda. La consiguiente selección
de unos pocos –producida por el darwinismo social- se seguirá justificando por
sí misma, sin avergonzarse de que todos los demás sean asalariados precarios o
esclavos. Es más, percibida una conexión inescrutable entre la Naturaleza y
Dios, miel sobre hojuelas para que algunos monoteístas sigan felices haciendo descansar
la fatalidad de vida de las mayorías en la sacrosanta voluntad divina, solo
benevolente a través de voluntades caritativas o filantrópicas.
Este ciclo electoral no ha
indicado que esta mentalidad, esencialmente urbanita, no haya determinado –entre
otros desarrollos- el alegre vaciado a que ha sido sometido el territorio
rural, o que las políticas sociales –esenciales en los pactos que se acuerden-
vayan a tener amplia acogida en un Estado reducido a mínimos en estos años. Consejo no pedido, consejo no oído, pero tendría gracia que, después de más dos siglos de peleas por una
justicia distributiva acorde con los derechos solemnemente proclamados desde
1789, volviéramos como ciegos a renovar los motivos de la pugna por conseguirlos.
Líderes hay cuyas ambiguas victorias en esta serie de elecciones se harán
valiosas en el trance de posibles pactos con agendas empeñadas en que
regresemos a ese pasado de malestar social y en tirar por la borda lo logrado. En el paisaje moderno a que aspiran, cada cual se
apañará con su “libertad”, “singular” por empleo precario, salario escaso,
sanidad recortada y circuitos educativos diferenciados.
El tablero de ajedrez
Con los acuerdos y reparto de cromos que ya están en marcha,
pronto se verá cómo hilan fino en lo que asignen a la educación pública. Apenas
presente en los debates electorales -porque siempre tenían algo más importante de
qué hablar-, llega la hora de las definiciones. Empeñarse en ganar o en tener
razón son ambiciones plausibles, pero siempre derivan en opciones que es imposible
simultanear en política: empeñarse en tener “siempre” razón es puro sofisma y
nada vale el tancredismo. Pronto serán urgidos, una vez más, por criterios
interesados en que la buena educación está siempre fuera de la escuela pública
y en que el Estado ponga sus manos lo más lejos posible porque, entre otras
cosas, “adoctrinaría” en algo que quieren exclusivo de las familias.
Sucumbir a esta tentación –sin mentar nunca el negocio de los colegios y su entorno añadido- facilitará los posibles
pactos que están en juego, y es muy probable que, más de un político, en su
opción por “ganar y tener razón”, pronto repita que lo necesario se ha de
llevar por delante lo principal. Pudiera resultar, pues, que el medio se
imponga sobre el buen fin y que –por mucho que pueda decir a posteriori- no
arriesgue su puesto para que la escuela pública tenga garantizada posición
principal en la estructura del sistema educativo. Haber recitado en vísperas
electorales salmodias distintas, no le impedirá loas a los particulares
criterios de la concertada y, si sufre la igualdad, será que el guión de este
juego de ajedrez da valor naturalmente asimétrico a sus piezas. Comunidades habrá en que todo
será como en los últimos 13 años o peor. ¡Atentos!
Manuel Menor Currás
Madrid, 30.05.2019.
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