Dislocar
la realidad alimenta la rentabilidad electoral
Esta
antigua tendencia “provinciana” exagera las situaciones cambiantes para atraer
más la atención y presumir de soluciones más eficaces.
Entre
quienes pregonan tener algo que comunicar a sus conciudadanos es tendencia un
estrecho “provincianismo”. En la antigua Roma, diferenciábase así lo que se
proponía o hacía en la capital de lo
que en alejadas áreas del Imperio podían hacer las otras
élites clientelares del cursus honorum:
en las realizaciones artísticas que nos han llegado es notorio. Sin restarle
valor a sus aportaciones, lo que viene al
caso es la superioridad jactanciosa que
con sus aportaciones solían exhibir los provinciales ante sus propios
tributarios.
Diseñismo electoralista
Esta
pulsión se ha ido modulando con distintos colonialismos posteriores y, hasta el
presente, los modos del provincianismo se han seguido multiplicando. De ello se vive en los ámbitos jerarquizados de la vida
social en que se propician competencias demostrativas. Notorio es, asimismo, su
peso en los eslóganes con que nuestros políticos cultivan el panorama exuberante
de elecciones que se avecinan. Cierta eficiencia del sistema democrático -teóricamente
limitador de los excesos de poder frente a los derechos individuales-,
pareciera venir determinada por la cortedad de sus mensajes; y su calidad, como
la publicitaria, habría de girar, por tanto, dentro de una gama que, ni por
defecto ni por exceso, pueda alejar a posibles
votantes. En esa línea, el ideal de cualquier iniciativa política con vocación
de poder es ser de centro: ni de izquierdas ni de derechas. Mejor, pues, si es
displicente con esa dicotomía, para no arriesgarse ante una realidad social y
económica no solo cambiante, sino plagada de problemas. De lo contrario será
difícil que irrumpa en las decisiones operativas.
En
definitiva, el diseñismo estratégico destinado al consumismo electoral no suele
salirse de los cánones centristas y, en ocasiones en que el panorama mundial es
muy inestable, se nutre de ocurrencias provincianas, idénticas a sí mismas.
Tendente a que ningún destinatario se vea afectado en la posición a que se
siente adscrito, menudea las referencias a cuanto en “este país” pueda
caracterizar frustraciones que habría que erradicar partiendo de esencialismos ideales,
ucrónicos y estáticos. Si este faro orienta reformismos quietistas no altera la
situación por acuciante que sea; los árbitros de este posicionamiento no
pierden de vista, en ningún caso, el daño que podría causar a sus intereses
cualquier novedad no controlada. Coherentemente, tratan de polarizar la
conversación y el debate público desde campos semánticos que tergiversan las
palabras en provecho propio y, con abundantes recursos en redes y medios,
logran que funcionen como imanes atractivos, mientras el feísmo realista de los
contextos sociales problemáticos –los de “la cuestión social” de otrora- son ocultados sistemáticamente.
Deslenguada repetición
Lo
que en este momento residual de legislatura suele verse en el Congreso y Senado
ejemplifica bien las miras de este provincianismo limitador y cerrado con que
son tratados los asuntos más graves. Modos de decir, estar y votar que se
exhiben –con pretensión de absoluto- no desdicen de los de parroquianos lenguaraces
en cualquier bar. Y ahí está en todo su esplendor, repitiendo similares
desencuentros, lo que acontece en los niveles de decisiones políticas sociales
y educativas. Por ejemplo, lo acordado por Carmena (en el Ayuntamiento madrileño)
negando solares públicos para que se desarrolle la enseñanza concertada, que pone
en evidencia a los cheques escolares de Garrido
(en la Comunidad de Madrid) para cursar bachillerato, pero no puede parar ese
proyecto neoliberal. Es más, la candidata a suceder a Garrido exhibe los
desatinos de Aguirre y González contra la escuela pública. La joven Díaz-Ayuso repite
los tópicos de la “libertad para elegir” y
“calidad” que usaron quienes la han precedido en la gestión de la educación
madrileña. E igual de ingeniosa se muestra -según aseguran sus mentores, para que los “valores” de “este país”
no les avergüencen- cuando habla de empleo y mujer
o de “mejora de los servicios públicos”, aunque pervierta el sentido de las
palabras.
Problema
adicional de este vanidoso provincianismo es que contamina. Son dignos de
atención, por ello, los “gestos” del PSOE con motivo de la reversión de la
LOMCE y del Anteproyecto de reforma correspondiente, con más intencionalidades que
concreciones semánticas. La reciente ley que ha logrado aprobar en el Congreso,
con que pretende revertir lo
que había fijado el R.D. 14/2012, de 20 de abril, como “racionalización del gasto público en el
ámbito educativo”, es sintomática de cómo intentar quedar bien sin entusiasmar.
El resultado es que, en cuestión principal como las horas lectivas del profesorado,
al no atribuir al Ministerio sino a las Comunidades autónomas la competencia
básica de decidir, es muy probable que en el curso próximo todo prosiga como está -o
peor- donde el control lo tenga el conservadurismo trifásico. Las centrales
sindicales que mostraron su descontento cuando esta
ley era proyecto, no tardarán en hacerlo saber con más intensidad.
E ironía
A los votantes nos queda la ironía, como propone Santiago Gerchunoff. Para combatir
la univocidad del lenguaje conservador con la ambigüedad de la conversación
democrática entre iguales, siempre reivindicativa de la contingencia de lo que
nos atañe a todos, nos queda imitar a Sócrates. Aunque solo sea por el placer
de intercambiar información y hacer suave y placentero el entendimiento.
Manuel Menor Currás
Madrid, 23.02.2019
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