“(…) Yo no pido la paz mundial. Pido que nuestro trabajo pueda desarrollar su pequeña labor de cambio del mundo para que esta se sume a otra labor y otra labor. Pido, o no, mejor exijo lo importante: recursos no ya para educar, sino para detener el horror, porque igual no hay forma de detener el horror, pero si hay alguna es la cultura, es el conocimiento, es la educación, es la empatía, y lo exijo sobre todo porque, como todos los profesores habrán advertido en una revelación que los ha partido por la mitad, las fotos de los cuatro terroristas que todos los medios han difundido son –terrible metáfora– las de la lista de clase”.
Con ese desgarrador texto sobre los atentados de Barcelona y Cambrils de Marcelo Soto, profesor de Lengua y Literatura en Vallecas, queda clara, en mi opinión, la necesidad del libro de Jaume Carbonell: “La educación es política”.
El libro tiene dos partes diferenciadas y en la segunda afronta grandes cuestiones asociadas a determinados acontecimientos. Los brutales atentados de Barcelona cometidos por unos chicos que podrían ser nuestros alumnos, nos colocan ante la desasosegante pregunta “¿qué podríamos haber hecho para que no sucediera?”
El autor defiende una cultura de no violencia frente a la guerra con propuestas de trabajo y materiales que sirven para la teoría y los debates. Una de las mejores maneras de educar para la paz y el respeto es organizar la participación de alumnado y profesorado en los equipos de mediación y otras actividades que fomenten la convivencia. El tratamiento pacífico de los conflictos en los centros educativos es una vacuna contra la intolerancia. Afronta el tema medioambiental y da pautas para trabajar el cambio climático, educar para otro modelo de producción y consumo, con el fin de lograr un sistema sostenible que no ponga en peligro la vida en el planeta.
Se echa en falta un gran tema: la Igualdad entre hombres y mujeres, una educación feminista ante la rabiosa reacción del patriarcado. Sin duda es política la educación en la igualdad. Pero aborda con valentía el debate sobre Catalunya: el procés, el derecho a decidir, el 1 de octubre y la represión. Analiza el supuesto adoctrinamiento de la escuela en Cataluña y el adoctrinamiento real de los Wert y compañía que cuestionan la “inmersión lingüística”, un modelo consensuado que funciona y surgido a propuesta de familias castellanoparlante. ¿Cómo no se iba a hablar en los centros educativos de lo sucedido precisamente en esos centros el 1-O, con un alumnado hipercomunicado que necesita elaborar sus propias respuestas a una situación perturbadora?
En el primer bloque del libro, Jaume Carbonell explica qué es la política y defiende su sentido más noble. Cita el “Usted haga como yo, no se meta en política”, de a Franco. Algo sobre lo que Machado nos advertía: “Cuidado con los que os aconsejan que no os metáis en política, porque eso es que quieren hacer política sin vosotros y en contra de vosotros”. Por ello dice Carbonell: “la escuela no puede dimitir de ser política”, no debe ser neutra, porque sería cómplice del poder político y económico. Eso sí, diferencia entre Política con mayúsculas y política con minúscula o politiqueo.
Plantea que el profesorado debe ser muy cuidadoso con el proceso de construcción de las posiciones, con el método del diálogo y absolutamente respetuoso con las opiniones de los alumnos (excepto en temas que contradigan gravemente derechos humanos). El debate se debe abordar desde la honestidad y con una metodología que ayude a aprender a pensar a los jóvenes y les ayude a su desarrollo personal, moral, y social. Esta es la esencia de la educación.
También deja claro que adoctrinar es otra cosa. Es lo contrario a una educación democrática. Pero el auténtico peligro de adoctrinamiento está en formas muy consolidadas como la religión en la escuela. En lo que quería hacer Wert con la LOMCE en general y en Cataluña en particular. Hay otras dos formas de adoctrinar actuales muy peligrosas: la de los medios de desinformación masiva que, como advertía Malcom X, si el pueblo no está prevenido sobre ellos, acabará amando al opresor y odiará al oprimido. Y el neoliberalismo, que busca la creación de un nuevo sujeto neoliberal. La conciencia de esta situación lleva a exigir una escuela que desarrolle un espíritu crítico.
Apuesta por crear una ciudadanía crítica. Desde el punto de vista de los contenidos, la educación debe ser laica y basarse en la ciencia y en los derechos humanos. Ahora que se acaban de cumplir 70 años de la Declaración Universal, los derechos humanos siguen siendo una pieza fundamental para armar una ciudadanía crítica frente a los problemas derivados de la globalización, de la democracia convertida en una caricatura, y de la batalla por la supervivencia en el Antropoceno.
Y esto se debe hacer desde el currículo y fuera del currículo. Pero sobre todo, ayudando a pensar y a debatir, apostando por la escuela dialógica. Carbonell reivindica a Freire, a Freinet y a Don Milani, a las pedagogías críticas y activas, y la construcción de un discurso contrahegemónico. Sin duda ayudará a conseguirlo la asamblea escolar y el protagonismo del alumnado en su propio aprendizaje. Esa ciudadanía crítica se ha de colocar en el camino hacia la Utopía, entendida como un proyecto emancipador.
La escuela debe servir para mejorar la sociedad y construir la historia. Aunque es ahora la sociedad la que debe mejorar la escuela revertiendo los recortes, derogando la LOMCE y apostando por un modelo que asegure la igualdad de oportunidades, la equidad y el derecho a aprender con éxito de todo el alumnado. Esto solo lo garantiza una escuela pública laica, no segregadora y bien dotada de recursos.
Defiende el papel del profesorado que debe aprovechar las situaciones para encender el fuego de la curiosidad del alumnado hacia el conocimiento; que les ayude a mirar, a descubrir el mundo y a crecer en todas las dimensiones; un profesorado que no da lecciones de valores ni los inculca, sino que los práctica porque tiene sabe la fuerza del ejemplo y de la coherencia; que es consciente de que pertenece a una comunidad educativa y que, por tanto, debe escuchar, dialogar, construir con todos los demás; y que tiene muy claro que es necesario que lo pedagógico sea más político y lo político más pedagógico.
Jaume Carbonell habla de seguir persiguiendo la utopía, pero desde lo concreto: un territorio próximo, unas personas que establecen complicidades para mejorarse entre ellas y cambiar el mundo. Y reivindica a los maestros como “militantes de esperanza”. Tiene razón, porque ésa es la clave. Todos y todas debemos preguntarnos qué puedo y qué debo hacer. Y debe haber profesorado, familias, una ciudadanía que se comprometa en la defensa de la escuela pública, en innovar pedagógicamente, en cambiar la escuela y la sociedad.
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