El pacto educativo naufraga entre nulos esfuerzos
valedores
Hay másteres de dudosa calidad
y nebuloso esfuerzo, y hay pactos que patinan: el de educación se queda corto
en lo político y cojitranco en lo social.
La tardanza de Cristina Cifuentes en explicar
las calificaciones de lo que haya estudiado en el máster de la Universidad Rey
Juan Carlos ha mostrado poco esfuerzo en clarificar si ha sido beneficiada con un apaño para su currículum,
pero está inspirando copiosos memes no previstos en el “Plan Bolonia” (2009).
Lo del “esfuerzo” es tendencia que
ha logrado incrustarse para sostener un sistema educativo de bajo coste cuyo
peso recaiga solamente en el alumnado. Mientras, los currículos, profesorado,
ratios, organización interna, didácticas y proyectos de cuanto se hace o dice
en las aulas, aparentan no tener nada que ver con posibles disparates como este ni, tampoco, con que casi un 30% del alumnado no entienda para qué
le obligan a ir a la escuela hasta los 16 años. Qué pase con “el fracaso” y los que abandonan
antes de tiempo no parece afectar a “la calidad” que pregona Cifuentes, por lo
que, ahora, debe estar hecha un lío.
Cospedal, con su forma de defender a su compañera de partido, solo echa balones
fuera, como en otras ocasiones. Todo
sería muy folklórico si la Universidad no se malograra con este pim pam pum, ni con que
todos perdemos, independientemente de la veracidad del privilegio con que haya podido ser agraciada la dirigente madrileña. El
prestigio universitario público no está precisamente en su mejor momento e instancias privadas de diverso rango,
económico, tecnológico e ideológico, lo ponen cada vez más difícil. Estos “accidentes” amplifican la mala fama
entre posibles candidatos a prepararse profesionalmente en esas aulas, y todo
el esfuerzo que se haya desplegado para sacar adelante una universidad puede
resultar una pantomima en todos los sentidos.
En vez de tirarse piedras unos
a otros como colegiales, no estaría mal que nuestros políticos se miraran a
fondo este déficit. No es la primera vez que se haya abusado de ese núcleo
supuestamente generador de conocimiento que debe ser la Universidad, para
convertirla en vivero para seleccionar taimados ejecutores de prejuiciadas culturas
poco democráticas. Lo que José Varela
Ortega calificó como “los amigos políticos”, para hablar del caciquismo de
la etapa canovista, reapareció en formato neocaciquil desde la creación del CSIC en 1939 con
mimbres que reverdecieron esa mendaz manera de alcanzar venia docente,
adoctrinante y nada digna de mención.
Antes del pacto, en el pacto y después del pacto
De lo prodigiosa que fue
aquella primavera da cuenta que, después de 40 años de Constitución, las políticas
educativas que nos entretienen sigan siendo sospechosas de parcialidad y, sobre
todo, que la LOMCE haya sido dictada en 2013 para quedarse en 1851. Los
sucesivos borradores para que pareciera lo que no iba a ser acabaron en tan deforme
articulado que sus propios progenitores amagaron con repudiarla; un “pacto
educativo” precedería a a otra criatura legal, pero el amor que le profesan,
aunque mueve carros y carretas, no borra el trampantojo.
Del alcance de ese proyecto de pacto hemos
sabido más en estos últimos días que en
los quince meses últimos. La crudeza de sus limitaciones ya era conocida por lo
comprometido en Bruselas, un recorte que rebajaría los recursos hasta el 3,67% del PIB. Al PSOE le será
difícil explicar por qué ha exigido un 5% cuando lleva en esa mesa negociadora desde su inicio. Si ha sido para mostrar
más listeza que PODEMOS, no parece muy sólido para quien tenga vocación de
negociador. Y si es para seguir negociando por debajo de la mesa, la filtración
de la sentencia del TC a lo que plantearon los parlamentarios socialistas hace
cuatro años ya augura LOMCE para rato. Ese pacto quiere quedarse, muy baldado,
pero al son del PP y Cs.
Algunos twiter han dado en
ironizar con que este presente educativo habría sido presagiado, entre otros
grandes pintores, por Goya (Duelo a
garrotazos) o por Van der Weyden (en las lágrimas del Descendimiento). Tantos precedentes tiene que también a la Sibila de Delfos se lo habría inspirado Apolo: miren cómo la pintó Miguel Ángel en
la Capilla Sixtina en 1509.
Manuel Menor Currás
Madrid, 14.03.2018
No hay comentarios:
Publicar un comentario