¡Ayve! Las políticas
sociales: esa es otra
Las manifestaciones de
los pensionistas y las huelgas de las mujeres el día ocho suspenden a este
Gobierno. Los pactos que propone parecen cosa de señoritos, no muy bien criados
Los pactos supervisados por el PIB
Tampoco es que los líderes sociales, religiosos o
políticos sean fiables como guías. Contrastar lo que dicen y lo que hacen
genera confusión. Y para prestar atención solamente a lo que dicen, más vale
hacer caso a lo que Ivo Andric, premio Nóbel de Literatura en 1961, nos
advirtió en una de sus mejores novelas, Un
puente sobre el Drina: “A partir del momento en que un gobierno experimenta
la necesidad de prometer a sus súbditos, por medio de anuncios, la paz y la
prosperidad, hay que mantenerse alerta y esperar que suceda todo lo contrario”.
En estos días, hay tres grandes pactos que publicita
mucho el actual Gobierno ahora que, según su hoja de ruta hay que centrarse en “lo social”. Si para los problemas que arrastra Cataluña está quedando muy
estrecha la limitación que impone el Código Penal, en esta tríada de anhelos de
pacto puede que se quede tan corto como inalcanzable. Lo rutinario de ocuparse de
estos asuntos para subir y bajar en la parrilla de los informativos parece
obedecer, no a convencimiento de obligación, sino a motivos ajenos al
significado más denotativo de la acepción “pacto”, propios de milongas de
distracción alegórica.
Da igual que se hable del pacto contra la violencia de
género, como el pacto que se busca en asuntos educativos, del pacto de Toledo o
de cualquier otro. La percepción siempre es de parche tardío y en momento
inadecuado, en que el múltiple entrecruzamiento de desatenciones habidas frente a ”lo social” produce que la atención
real a la gente –especialmente a la más necesitada de la protección del Estado-
pase a segundo plano y, casi siempre siga siendo escasa cuando no inexistente. Lo que plenamente cumple el hablar de supuestos “pactos” es que pretende acallar voces
discrepantes que leyes como la de Seguridad Nacional de 2015 o el Código Penal
no logran frenar.
Lo cierto es que, mientras se habla de pactos –la
creación de la Subcomisión parlamentaria por la educación ya lleva casi un año
y cuarto “trabajando” desde el día uno de diciembre de 2016-, hay abundante
materia publicitaria para mentar cuestiones más o menos pertinentes que vayan
llevando el fondo de los litigios a irrelevancias epidérmicas que dejen su
núcleo duro intacto. Mientras se sostiene la atención sobre alguna expectativa
de arreglo, lo urgente se come a lo necesario. En esta Legislatura, la continua
decisión mediática de poner en primer plano unos supuestos resultados
macroeconómicos magníficamente destacados sobre la incuria y descontrol que
–según nos ponen como referente paralelo- han llevado a cabo despilfarradores
gobiernos, anteriores a 2011, nos está educando en la paciencia
desmovilizadora. Ese trofeo del PIB ha sido el talismán para eludir, no sólo
las acusaciones de malversación y marrullerías con los presupuestos públicos,
sino también reclamaciones como la que estos días pasados han hecho los
pensionistas de toda España: “no hemos crecido lo suficiente”, han proclamado.
¿Política económica o
Economía política?
“Lo social” viene de lejos en
nuestra historia de limitaciones. Para entender qué significa exactamente,
baste recordar qué diferencias haya habido entre “vivienda social” y otras
viviendas en que ese significado sea imposible. En esa larga secuencia destaca
el momento en que se dejó de hablar de la pobreza, en general, a que pasara a
primer plano la producida por unas relaciones laborales completamente
desreguladas. Fue en 1901 cuando apareció una primera ley “social” en España,
la que trató de proteger a accidentados laborales. Salarios, horarios,
condiciones de trabajo, atención a la infancia, a los derechos femeninos,
retiros y pensiones, Sanidad y Educación –y otras muchas prestaciones- fueron
entrando con retraso en nuestro país y, a lo que se está viendo, tardaremos en
ver que lo conseguido desde entonces, si no empeora, cubra los déficits de
nuestra tardía adopción del gran pacto europeo por un Estado de Bienestar.
El momento actual –con pactos y peor sin pactos- recuerda
mucho aspectos anteriores a aquella primera ley “social” española. La continua
referencia a un supuesto “crecimiento económico” inexcusable es una nueva
versión de lo que hasta entonces era pretexto absolutamente dogmático: la Economía
política y su sacralizada atención a la
propiedad privada; las políticas económicas no existían propiamente, las
competencias de un “Estado mínimo” –atento casi exclusivamente al orden
público- hacían que incluso la beneficencia, o modo de atender a los problemas
habituales de la pobreza, dependiera del Ministerio del Interior o de Orden
Público , como también fue llamado. Las erosiones que las erosiones a la
atención de “lo social” no son de exclusiva responsabilidad de este Gobierno,
pero sí es responsable de estarlas acelerando al tiempo que estimula
privatizaciones de servicios y prestaciones. El prestigio de la subjetividad
individual crece y, reducida la atención a “lo social” el campo está quedando
plenamente abierto de nuevo a que cada ciudadano se apañe como pueda:
evidentemente sin confundirse de lo que a cada cual corresponda según sus
medios económicos y culturales.
¿Y Lisístrata?
Es en este terreno precisamente donde adquiere relevancia
la celebración, el próximo día ocho, del Día Internacional de la Mujer
Trabajadora que la ONU estableció en 1975 y que, en esta ocasión, por haberse
declarado aquí huelga de mujeres, hace recordar el juramento que la Lisístrata de Aristófanes exigió hacer a
sus compañeras en el año 411 a. C. Este día ocho no llega a tanto, pero va de
lo mismo, porque esto de los “días de” -como
lo de los “pactos” para una u otra cosa que propone este Gobierno- suele
requerir nuestra atención hacia algo que no existe o que, de existir, tuviera
una existencia corta de recorrido y vergonzante a la razón por haber olvidado el cuidado de los “derechos inherentes” a los seres humanos por haber nacido
para ser dueños de sí mismos y no que la concentración de recursos en unos
pocos ponga en riesgo la dignidad de vida de la gran mayoría. Eso que se
proclamó ya en 1789 como precepto y que
las Constituciones democráticas suelen decir entre sus grandes principios
rectores es lo que se trata de recordar como si los humanos –y en especial los
varones- fuéramos mayoritariamente presos de Alzheimer.
Este día ocho trata de recordar y exigir –y todo presagia
que vaya a ser más potente que otros
años- que las mujeres trabajadoras existen desde siempre –desde que la cadera de Eva, como José Enrique Campillo, fue fundamental para la evolución
humana- y, por supuesto, desde antes de
que las más burguesas y leídas empezaran a plantear, a finales del XIX, la
urgencia de liberarse de los corsés físicos y de los que una educación
paternalista las ceñía estrictamente a un papel social y político minorizado
subsidiario de los hombres. Pero no solo es eso, también que en la lucha por
los derechos sociales y políticos estuvieron codo con codo con ellos como cosa
natural y sin que, muchas veces, ellos se lo tuvieran en cuenta. El éxito de
tantas largas peleas inacabadas casi siempre ha sido peor para ellas. Incluso
en los países donde se hace retórica política con que se les reconocen sus
derechos, siguen existiendo serias distancias en múltiples campos, justificadas
incluso con explicaciones tan peregrinas como las que había antes de que, sobre
su ser y naturaleza, se proclamaban abiertamente desde púlpitos y cátedras.
Es penoso que, en una sociedad en que su saber y cuidados
son indispensables para ser más rica e inclusiva, falte tanto por sufrir y
seguir clamando atención para que sus demandas de igualdad no sean concesiones
graciosas sino derechos a dejar de exigir porque se cumplen. Por citar una de tantas causas por las que el
día ocho todavía Lisístrata reclamaría huelga, ahí está la LOMCE, con su separación de niños y niñas subvencionada, mientras el presidente de la CECE
(Confederación Española de Centro de Enseñanza) sostenía, todavía no hace un
año, que “es positivo que haya una pluralidad de modelos para elegir porque es algo que enriquece el panorama educativo y aporta pluralidad”.
Si la LOMCE es la última aplicación de lo que manda el
artículo 27 de la Constitución, más parece que este Gobierno, en vez de un
pacto educativo que mejore el sistema educativo o los otros sistemas de prestaciones
sociales, nos esté proponiendo acelerar el paso hacia los tiempos anteriores a
1789. Deben creer que ha habido algún desvarío de la humanidad desde entonces y
que les corresponde la santa misión de hacernos regresar a tiempos de tal
bonanza que ser mujer, si no se tuviera riqueza –y aún así- era causa de desconsideración
manifiesta cuando no de desprecio. La diferencia biológica conllevaba
segregación social ante la preeminencia de los varones, que, en caso de la realeza sigue manteniendo nuestra Constitución
actual. Y la LOMCE faculta a colegios –subvencionados con el erario público-
que la misoginia de sus clientes se prolongue y extienda entre la gente bien.
Alargan la prohibición que en los institutos públicos actualmente denominados
de Secundaria había regido desde 1939 y que Pepe Segovia (q.e.p.d) desterrara en 1983.
El género de sexo que nos da la naturaleza o no tener iguales
creencias religiosas, color y rasgos muy aceptados por la tribu han sido
razones que, si, además se era pobre -es decir, sin rentas para vivir- o
asalariado dependiente de otros para subsistir, podían determinar que la vida fuera
un calvario, un “valle de lágrimas”, como rezaba una de las más repetidas
invocaciones piadosas desde el siglo XII. No había lugar para derechos humanos
compartidos y menos a escala universal. ¿Qué hubiera pasado, pues, si nuestros
antepasados –ellos y ellas- se hubieran callado y no hubieran protestado nunca?
¿De qué van quienes proponen pactos oportunistas y ralentizadores para acallar
a quienes seguirán clamando por sus derechos? ¿Y si la la sentencia de Ivo
Andric fuese cierta, qué consideración merecerán de los demás ciudadanos y
ciudadanas estos chicos y chicas con sus palmeros?
Manuel Menor Currás
Madrid, 04.03.2018.
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