No todo vale, por mucha
fama mediática y política que pueda dar un titular
El amarillismo
intolerante es corrosivo. Emerge pronto al tratar cuestiones educativas o pautas culturales: da igual que se trate de
feminismo o de fútbol, de violencia o del sistema carcelario.
Entre el pasado y el futuro, en política como en muchas otras
actividades, lo que rige son las urgencias de un presente movedizo. Las
decisiones suelen ser ajenas a la
experiencia del pasado, y los proyectos de futuro tampoco pesan demasiado
cuando las presiones del presente acucian. Quien más sufre es la moral,
reducida al relativismo cortoplacista del provecho, a la expectativa de ir
tirando hasta el siguiente tranco de oportunismo e improvisación.
En los medios y en las redes favorece modalidades diversas de
amarillismo. Las gamas de esta coloración son casi infinitas, invocan a veces
la libertad de expresión, casi nunca la ignorancia y, por supuesto, nunca las
obediencias debidas a quien paga e impone sus interesadas preferencias. Los muchos
motivos de tal sarpullido casi siempre conducen a que hay perspectivas que es
mejor ralentizar y, a ser posible, parar, porque a quien corresponda le va
mejor con lo que hay o, si se puede, retrocediendo más.
Violencias varias
La instrumentalización del sentimentalismo a cuenta de una
desgracia como la del crío almeriense ha proporcionado un penoso remake periodístico, nulo de información
y ávido de acaparar protagonismo gritón. Tanto quisieron impactar que alentaron
un espectáculo triste. Recordó en algunos aspectos al que Billy Wilder retrató en una gran película de 1951, El gran carnaval, protagonizada por un
periodista especialmente ambicioso y egocéntrico que encarnaba un excelente
Kirk Douglas. Más disputado que otras veces en muchos medios, este “caso” ha
cobrado su rédito en el debate sobre la prisión más o menos prolongada de
algunos delitos de cárcel, cuyo carácter reeducador ha vuelto a ceder ante
quienes quieren rehabilitar su dimensión punitiva más dura o, simplemente, sacarle partido a una foto oportunista. Concepción
Arenal todavía tendría -en este momento de búsqueda de votos entre descontentos
y desafectos- mucho a quien hacer leer su librito El visitador del preso.
El “caso” de las pensiones también ha dado mucho juego, y parece que lo vaya a seguir
dando a la luz de lo visto y oído a Rajoy en el Congreso hace tres días, y en las
manifestaciones de buena parte de España ayer, día 17. En vísperas de elecciones, es cuento seguro para
que se expanda un posible manto de olvido sobre duros recortes sociales y
tropelías varias acontecidas en estas legislaturas. Una promesa bien realizada
puede ser bálsamo propiciatorio para ampliar el caudal de votos necesarios para
ir tirando. Qué vaya a pasar más adelante, en el plazo escaso que el envejecimiento
demográfico tolera, sería incordiar demasiado. Mejorar por ejemplo salarios de
la gente joven, que pueda cotizar y sanear la propia expectativa de natalidad,
es demasiado complicado y privaría de ventajas a quienes aprovecha en exclusiva
la cacareada subida del IPC. Mejor el corto plazo de los pequeños parches que
nada arreglan y que, más adelante, entorpecerán más las buenas soluciones con
individualismos corporativistas.
Fútbol, Neruda y
Rousseau (entre otros)
Tantos “casos” no hacen casual y sí lamentable que, en el contexto
de la gran manifestación y huelga de las mujeres el pasado día ocho, fuera primera página de un importante medio, el día 13,
que un sindicato principal planteaba
-según la periodista firmante- suprimir en su presunto modelo de “escuela
feminista” el fútbol y las obras de Neruda o de Rousseau. Convertir un artículo de opinión en doctrina
oficial de una organización es un mecanismo de manipulación conocido ya por los
sofistas griegos. La autora de este “caso” periodístico, falsamente escandalizada, seleccionaba para su
grandilocuente titular, entre el amplio conjunto de propuestas imaginativas que
las autoras proponían, las que le parecieron más del agrado sentimentaloide del
lector complaciente. Ninguna de las otras mencionaba, y son más de veinte las
que proponían las autoras transgresoras de la convencionalidad rutinaria en que
se mueven muchas aulas escolares y universitarias. Tomó la parte por el todo y
puso en primer plano de su noticia al fútbol y a dos o tres autores famosos. Como
“masaje” adoctrinante no estaría mal si hubiera tenido otras tradiciones la
revista, pero por ignorancia, descuido o lo que fuera, la fabricante de la
noticia ni se inmutó –o tal vez sí- porque la publicación
que había aceptado el artículo de opinión tuviera en su haber, desde que empezó a rodar
en octubre de 1978, una larga trayectoria de monográficos dedicados a la
igualdad de la mujer y a explicar las duras razones por las que el día 8 de marzo
había sido proclamado por la ONU de recordatorio y exigencia para todos y todas.
Como eso no la inquietó, puede que, para la autora de esta noticia inventada,
lo del feminismo solo sea una moda superficial de consumo, o que el sindicato
que había acogido inicialmente el artículo –discutible como cualquier otro- le
parezca un fraude a desmontar. Da igual, porque el titular que le ha
proporcionado una primera página en el medio para el que escribe traslada al
lector esa duda infame. Sea cual sea lo que de verdad piense ella al respecto,
con el abuso -¿plagio?- que hace de la bella fotografía que había soportado el
mensaje de las autoras del artículo, la “investigación” le ha salido barata y
pretenderá quedar como una reina.
Lo de Rousseau o Neruda, visto lo que suelen leer quienes debieran
leer bastante más, no parece especialmente relevante. Lo es más el amarillismo
implícito en una noticia en que la misoginia de que hayan hecho gala escritores
célebres del pasado –a la que cabe sumar otros y otras del presente- no es
denunciable a los educandos de ahora mismo, independientemente de si son buenos
o malos escritores y escritoras. Aparentemente desconcertada por signos de
machismo en las aulas y centros que denunciaban las autoras del artículo,
simula asombrarse de que hayan incitado a no leer a quienes minusvaloran a las
mujeres. Pero no se toma el trabajo de explicar
que pueda ser un serio problema seguir dando por “natural” en las aulas lo que
es construcción de un tiempo de cultura patriarcal. Tampoco se sorprende con que,
al releer los libros escolares, aparezca en la nómina de los artistas, en
especialidades en que destacan música o pintura, que el genio creador solo haya
tocado las meninges varoniles. A la periodista que ha “fabricado” la noticia le
debe parecer “normal” que así se despachen -todavía hoy- en gran medida los
currículos y los textos escolares, aunque los responsables de algunas
editoriales hayan suscrito recientemente un convenio para revisar este extremo. Ya puestos, sería más coherente que
hubiera defendido explícitamente que le molan cuantos hablan de “ideología de
género” y “dictadura de género” en medios que dan cancha a voces que creen tener la exclusiva sobre
cuanto a derechos y libertades de las mujeres se refiere.
Con todo, al amarillismo de nuestra
periodista lo que más parece preocuparle es que el fútbol pudiera dejar de ser la
estrella de nuestros colegios, escuelas e institutos: ahora que no está tan mal
visto que las chicas lo practiquen, podría hacer del patio de recreo un espacio
“amigable”. Probablemente tenga in mente todavía aquellas historias del
“interés general” de 1997, con Álvarez Cacos en el primer Gobierno aznarino impulsando la “Ley
Reguladora de las Emisiones y Retransmisiones de Competiciones y
Acontecimientos Deportivos”, que suscitó
varias“guerras del fútbol”. De cómo la cabecera de El Mundo –ahora aparentemente ofendida por lo que diga la propuesta
feminista de unas chicas en una revista sindical- se ocupó de esta materia da
cuenta extensa Pedro Paniagua en las páginas 164 y 165 de su libro Cultura y guerra del fútbol: Análisis del
mensaje informativo (UOC, 2009) a partir de lo que todo periodista honrado
sabe: que en su trabajo “importa no solo lo que se dice, sino cómo se dice, con
qué importancia, con qué extensión y con qué fuerza, en definitiva”.
Libertad
de comercio y libertad de elección de centro
Todo esto es nada, sin embargo, con lo
que nos aguarda a propósito de las respuestas que ya se proponen a los aranceles proteccionistas de Trump: Los aceituneros altivos ya están en pie de guerra, y los exportadores de buena parte de la manufactura europea también. Puede ser buena ocasión para que esta u otros periodistas
traten de investigar estructuras educativas nada ajenas a las que –desde la
OCDE, FMI, Banco Mundial u Organización Mundial del Comercio (OMC)- rigen el
comercio internacional, pero no los tribunales de jurisdicción internacional. Interesen
a su público en saber que esos modos de colonización, dominación y superioridad
tienen patrones similares a los que rigen mayoritariamente las relaciones entre
hombres y mujeres en muchos aspectos de la vida laboral y social. Háganle saber que siendo muy principales en el
sistema educativo español, el peculiar liberalismo aquí imperante ha hecho que,
al amparo de “idearios particulares”, el erario público subvencione o concierte
plazas escolares con empresas privadas a las que la LOMCE (desde 2013) faculta, además, para segregar niños y niñas. Y no se arredren
si comprueban que la versión hegemónica en España de la libertad de enseñanza
es ese particular libre mercado de la “libre elección de centro”, un invento
estratégico, entre neoconservador y neoliberal, que posibilita aquí –como si de
un parque temático del Ancien régime se tratara- narcisismos
propicios a obstaculizar que la obligada universalidad educativa –en que quepan
todas las chicas y chicos- tenga la dignidad que merece un país
democráticamente moderno y actual. ¿No es rara la aplicación que ha tenido el
art. 27 de la CE, particularmente en su última versión legislativa?
Por supuesto que estas líneas de investigación
tienen su coste. Pero si lo responsable al
informar sobre políticas educativas es mostrar que, entre el pasado y futuro de
la educación española hay bastante más de lo que los mentores del último
proyecto de pacto educativo –ayudados por titulares como el comentado- tratan
que no veamos, los lectores tenemos perfecto derecho a la queja: -“¡Lástima de tiempo
periodístico perdido!”
Manuel
Menor Currás,
Madrid, 18.03.2018
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