¿Qué sería “histórico” en la lucha de las
mujeres por la igualdad?
Ese día no llegará
mientras persistan las parcialidades implícitas en la educación, el trato y la atención que , hasta las leyes sostienen, divergentes de
los varones.
Los psicólogos suelen hablar de parcialidad implícita ante ese
tipo de juicios que emitimos sin advertir que provienen, de cuando éramos críos
y se estaba conformando nuestro sistema neuronal con sus enlaces. Los marcos
conceptuales y sus relaciones se fueron conformando entonces, antes de los tres
años, de acuerdo con las pautas culturales donde nacimos y recibimos las
primeras informaciones, a menudo inconscientes.
Este es el motivo por el que, cuando los críos acceden por primera vez
al mundo escolar, de entrada ya lleven un bagaje cultural relevante, tan
distinto de unos a otros que cualquier docente puede apreciar un diferencial tan grande, por ejemplo, en el
uso comprensivo del lenguaje que muestran unas u otras criaturas.
Parcialidades
cronificadas
Como algo “normal”, esa parcialidad implícita merece la pena ser
tenida en cuenta a propósito de la generalizada apreciación que les ha valido a
los medios la gran celebración del día de la mujer trabajadora el pasado día
ocho en la mayoría de nuestras ciudades.
Esa coincidencia en que, además de tratarse de la “primera huelga feminista”,
habría sido una manifestación “histórica”, arrastra cuidadosas amnesias para la
edulcoración del presente. Llevados de parcialidad implícita, tal vez quisieron
decir, extraordinaria, muy grande, llamativa, pero al denominarla como
“histórica” le han reducido tanto el valor semántico que lo que queda por hacer
en ese campo de la igualdad pierde valor antes de producirse y, para muchos,
mejor es que no se produzca. Se han quedado con el espectáculo masivo –en plan
neofoklórico en algunos casos- olvidando el ímprobo, tedioso y a veces cruento
trabajo que, sobre todo desde la segunda mitad del siglo XIX –aunque ya otras
pioneras, como las que proclamaron los derechos de la mujer en 1789- hubieran
sufrido como absolutamente injusto que, tan solo por ser mujer,es no tener
reconocimiento.
La continuidad de esa historia, en pleno siglo XXI, es la que ha
motivado la manifestación y huelga del pasado día ocho. Eso es lo poco histórico
de lo acontecido: que en muchos aspectos todo sigue igual o muy parecido a como
era antes de 1789. Atrás queda, en buena parte repetitivo, un largo camino
recorrido en medio del desprecio, persecución y prepotencia de cuantos –y a
veces cuantas- trataron, y siguen tratando, de mantenerlas sojuzgadas, menores
de edad permanentes y sometidas a varones nada propensos a reconocerles
capacidad, inteligencia y aptitudes para
desempeñar trabajos tan sesudos o responsables como puedan ser los suyos. Llama
la atención en esta secuencia la cantidad de mujeres que, en todos los medios
sociales, han servido de soporte indispensable a sus hombres sin que estos
mostraran el más mínimo reconocimiento. Pero es especialmente llamativo que que
haya habido escritoras que firmaron con el nombre de su marido –en España
tenemos sonados ejemplos- o el de maridos que se aprovechan de la valía de sus
mujeres para brillar con nombre propio haciendo bueno el dicho de que detrás de
un gran hombre siempre hay una gran mujer (¿?).
En esta otra historia, en que muchos requiebros son insulto
enguantado, la historia de nuestros prohombres de letras y ciencias no sale muy
bien parada. Por buenos que hayan sido en lo suyo, lo que nos han transmitido
está transida de misoginia, esa parcialidad tan frecuente en sus congéneres. Y
el problema es que no es infrecuente que también se sumen a esta nómina no
pocas mujeres, no malas escritoras pese a ello.
Por ello merece la pena releer –después de la “histórica manifestación-
lo que Anna Caballé escribió en 2006: Breve
historia de la misoginia. En su
brevedad, le da tiempo de repasar a buen número de grandes escritores del XIX y
XX español, y algunas escritoras relativamente recientes. No deja de producir
desconcierto acerca de lo incrustadas que pueden estar estas actitudes a causa
de las vivencias culturales que cada cual lleva encima como “capital cultural” aprendido en la más tierna infancia.
Histórico, histórico de verdad para las aspiraciones de lo
celebrado el día ocho sería que esos eclesiásticos obsesionados por cuestiones
femeninas -como si en ello les fuese su vida- dejaran de ser tan dogmáticos y sin su doctrina se fuera a perder la humanidad.
No se entienden sus actitudes con la mujer dentro de la Iglesia, ni menos con
los planteamientos de algunas de sus organizaciones de padres o su red de
colegios concertados. Sin ellos no figuraría en la LOMCE -que regula el sistema
educativo de todos- la permisividad para que niños y niñas reciban enseñanza diversificada.
En esa misma acepción de lo histórico, muy
histórico sería que el Ministerio de Educación, liberado de lo que le dictan neoconservadores
y neoliberales, derogara la particular interpretación que esa ley hace del art.
27 CE que, en una ejemplar versión de parcialidad implícita, ahí sigue, para
“mejorar” –dice- la educación de los niños y adolescentes españoles.
Historia es cambio
Mientras estas pocas cosas,
tan posibles como deseables para la sana convivencia de hombres y mujeres no
sucedan, lo histórico –en el sentido profundo de alusión al cambio que tiene
este término respecto a otros saberes humanistas- apenas existirá, pues permanecerá
inmutable -o solo muy aparente- lo que
no ha dejado de suceder en el transcurso cronológico hasta el presente. A
quienes les preocupe que esa profunda parcialidad siga existiendo, les seguirá
siendo muy trabajoso tratar de hacer realidad los compromisos
transformadores que, de lo visto el
jueves pasado, debieran derivarse. Eliminar las distancias que existen en el trato a las
mujeres empieza en la vida doméstica, continúa en la calle, pasa por la
organización del sistema educativo y alcanza a la vida laboral, a la
publicidad, a los medios de comunicación y, también, a negocios que tienen como
motivo principal la reducción de la mujer a objeto puramente de consumo
mercantil. No solo la legislación educativa favorece esas asimetrías, sino
también la laboral. Supuestas diferencias de mérito comparativo y otras
zarandajas se sobreponen a la biología como si esta fuera la responsable de
tanta parcialidad asumida como “natural”.
Cabe imaginar que la baja
natalidad que detenta actualmente España –con las graves derivaciones
demográficas que se aventuran y que los actuarios de seguros ya trasladan a las
hipotecas y a la regulación de la sanidad y las jubilaciones, sea una forma de
protesta de la Naturaleza. Pero sería una continuidad en el error a que nos
inducen las “parcialidades “implícitas”.
Por mucho que algunos dirigentes hayan querido eludir lo político de las
manifestaciones del otro día, la POLIS democrática no estará bien gobernada hoy
si no atiende a las razones de las mujeres. Y en esa línea, como asunto
político que es, concerniente a más de la mitad de los ciudadanía por vía
directa, e indirectamente a la restante, no es casual que, justo en estos días
y pese a la interminable continuidad de los asuntos de Cataluña, se hayan
sucedido jubilados y mujeres en sus demandas inatendidas.
¿Elecciones a la vista?
En algún momento tenía que saltar el desconcierto que causa una
baja moral colectiva en que asuntos tan principales que atañen a lo principal
de la vida solo encuentran restricciones mentales y ejecutivas de quienes dicen
que gobiernan. Tampoco ha de extrañar que estos días pasados –el cinco y seis
de marzo- se hayan descolgado del que quería ser pacto educativo dos de los principales partidos sin cuya
firma volvemos a la casilla de salida porque el supuesto acuerdo constitucional
de 1978 (en el artículo 27) está plagado de incumplimientos. Puede que esta
retirada sea provisional -como en las negociaciones importantes sucede-, pero
también cabe sospechar que el olor de posibles elecciones sea el gran condicionante.
Lo imprescindible se habría antepuesto a a lo necesario, pero también aquí
seguirían perviviendo -¿hasta cuándo?- esas parcialidades de aprecio de que
tanto pueden hablar infinidad de mujeres. ¡Perdón, chicas!
Manuel Menor Currás,
Madrid, 10.03.2018
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